Por un cambio lingüístico en la legislación

El autor reflexiona sobre si es o no necesario un cambio en el lenguaje para adaptarlo a la actual realidad social.

@LUIS MARTÍNEZ DE MINGO

El mal uso de “las palabras de la tribu”, que son un  bien común,  hace que a veces se produzcan metonimias que resultan lesivas para millones de personas, en este caso las de género masculino. Es obvio que toda nuestra cultura procede de un patriarcado y que eso ha propiciado que, durante siglos, el hombre haya sido considerado superior a la mujer. Baste decir que nadie puede demostrar que Dios creara el mundo, que igual pudo ser una mujer, y que ya en el judeo-cristianismo, Jesús eligiera a 12 apóstoles, ninguna mujer. Grave discriminación que hoy prolonga y ejerce la Iglesia católica.

Virginia Woolf

Desde hace ya unos años asistimos a la revisión de este mal secular que es el patriarcado. Ya van quedando lejos Virginia Wolf, Colette, Simone de Beauvoir  y, a la vez, son más reclamadas que nunca.

No se trata de que, cada vez más, muchas mujeres se vean obligadas a matizar que no todos los hombres son machista.

Por la consabida ley del péndulo algunas mujeres se lo toman incluso con agresividad y no son cualesquiera. Son diputadas, como Irene Montero que incita a que todos digamos “portavoza”, o ministras, como la actual vicepresidenta, quien instó a la Academia de la Lengua a que hiciera  un informe sobre el uso de la misma en cuestiones de género. Señora ministra, la Academia “Fija, brilla y da esplendor”, no  puede influir en el uso que todos hacemos de “las palabras de la tribu”, no lo ha hecho nunca, no se pase usted de frenada. En fin, hay otras que dicen “miembras”, por citar sólo otra aberración y a saber las que nos esperan. Eso procede de esa reacción pendular, a la que me refería, que se ha colado en el lenguaje jurídico y que se está lexicalizando, si no se procede pronto a su corrección. El caso arranca del mal uso de una metonimia, aquí la parte por el todo, con resultados peligrosos. Y es suponer que todo hombre, por el hecho de pertenecer al género masculino, es machista. Este mal uso de la lengua, que como casi siempre, recoge las tendencias e ideologías de la tribu, ha llevado ya a hechos como que la alcaldesa Manuela Carmena y el creciente Partido VOX hayan coincidido en la crítica a ese error. Miren ustedes lo diferentes que son ideológicamente y, en cambio, coinciden. Y es que no hay duda alguna de que el machismo es una lacra, una enfermedad social, que procede del patriarcado ancestral y que ha arraigado muy profundamente en algunos miembros del género masculino.

Juan Eugenio de Hartzenbusch

El machismo existe y va a seguir produciendo violencia gravísima porque viene de muy lejos y está muy arraigado -de raíz-, pero urge corregir que es “violencia machista” no de “genero”, insisto.

Lo que implica el título de esa Ley de violencia de género, según la usamos cada día en los medios de comunicación, en el Parlamento y en la calle, es que este que suscribe, español, catedrático de Lengua española y contribuyente nato, casi más que neto, se sienta señalado y casi sospechoso, por el hecho de ser hombre, que no mujer. Ya se viene diciendo que parece que va a haber que pedir perdón por haber nacido “masculino”. El machismo existe y va a seguir produciendo violencia gravísima porque viene de muy lejos y está muy arraigado -de raíz-, pero urge corregir que es “violencia machista” no de “genero”, insisto. Ya se está usando cada vez más –véase Cristina Morales y el libro con el que acaba de ganar el Premio Herralde de novela, Lectura fácil– otro neologismo, “despatriarcar”, que dado el ímpetu de cierto feminismo, creo que ha venido para quedarse. Y tienen mucha razón –no toda- tanto la autora de ese premio como la de miles de mujeres y hombres que la apoyamos, pero de ahí a que se nos cuele todos los días esa aberrante metonimia hay un abismo y urge corregirlo por el bien de todos. No se trata de que, cada vez más, muchas mujeres se vean obligadas a matizar que no todos los hombres son machistas. El feminismo es bueno, necesario y va para largo, pero a veces, como todos los “ismos” –recordemos, surrealismo, dadaísmo, fascismo, nacionalismo- se va al extremo, da en agresivo, y ofende. El mal uso de la lengua llevó un día del siglo XIX, en pleno Rastro de Madrid, a que un escritor, Juan Eugenio de Hartzenbusch, irrumpiera en una zapatería y “zapateara” todo lo que había a su alcance Y es que el zapatero aquel estaba destrozando la materia de trabajo del bueno de Juan Eugenio: “No maltrata usted mi instrumento de trabajo –dijo el insigne-, pues yo maltrato de suyo”. Como aquí no hay zapatos y es mucho más grave para todos el mal uso lingüístico de  los legisladores del Estado que de un pobre zapatero, que sería pobre, seguro, urge su corrección. Lo exige un ciudadano.


SOBRE EL AUTOR

LUIS MARTÍNEZ DE MINGO es riojano (1948). Empezó escribiendo poesía: Cauces del engaño, Ámbito, Barcelona, 1978. Luego vinieron unos cuentos, Bestiario del corazón, Madrid, 1994: Cuatro ediciones y varios premiados. Con la novela El perro de Dostoievski, Muchnik. Barcelona, 2001, llegó a finalista del Nadal. Ha editado de todo. Premio de novela corta con Pintar al monstruo, Verbum, Madrid, 2007, lo último ha sido un dietario, Pienso para perros, Renacimiento, Sevilla, 2014 y La reina de los sables, Madrid, 2015.