A propósito de la literatura infantil y juvenil | Una reflexión sobre su visibilidad

Los colectivos de escritores, los congresos sobre literatura en sus distintos géneros y en general casi todos los eventos que alrededopr del mundo del libro se organizan, olvidan, casi siempre, el mundo de la literatura infantil y juvenil. Quedan silenciados sus autores. La autora reflexiona acerca de ese problema, un problema que ACE ha de atender con propuestas concretas. 
© LUISA VILLAR LIÉBANA

Si preguntamos a un escritor de Literatura Infantil y Juvenil QUÉ constituye su primera reivindicación en el campo de la creación literaria que le compete, responderá, responderíamos todos, que la primera reivindicación individual y colectivamente es sin duda el  reconocimiento.

Si cada parcela de la cultura ocupa un lugar en la sociedad y medios de comunicación como reconocimiento de dicha parcela, cine, teatro, pintura. Literatura… y sus creadores, los escritores de infantil y juvenil reivindicamos el reconocimiento de nuestra aportación cultural a la sociedad. En este campo nos sentimos huérfanos, no solo en cuanto individuos que han elegido esta amplia disciplina como vida y profesión, sino también por la falta de reconocimiento a la propia disciplina.

El mejor tiempo experimentado por la Literatura Infantil y Juvenil  quedó delimitado por expertos del mundo pedagógico-educativo y por el sector editorial, en los años noventa del siglo pasado, años dorados en los que se dio un auténtico boom en esta especialidad literaria.

El fenómeno no surgió de manera espontánea. Desde la transición habían ido apareciendo movimientos de renovación pedagógica que apostaban por la lectura, y muchos maestros y colegios no adscritos a ningún movimiento, apostaron también por la lectura como herramienta prioritaria en la formación de los niños y jóvenes… por la lectura de libros escritos  y dirigidos a ellos… escritos por nosotros los autores.

Paralelamente, en el mundo editorial se dio un salto cualitativo y cuantitativo con la aparición de colecciones infantiles y juveniles en las que publicamos. Y las distintas Administraciones, por otro lado, apoyaron determinados proyectos en la dirección de fomentar la lectura.    

No  todos los centros escolares se incorporaron al movimiento lector, pero el auge era evidente y los escritores participamos activamente en ello.  Algunos visitamos centros educativos y bibliotecas públicas en todo el país, Norte, Sur, Este y Oeste, invitados por los Departamentos de Lengua y bibliotecarios, y contribuimos a la dinámica de la lectura, no solo escribiendo nuestras historias,  sino también en los “encuentros literarios” con los lectores que las leían.

Particularmente gratificante resultaba estar con niños de centros nunca antes visitados por un escritor, en los que tampoco nunca se había leído un libro. La experiencia, siempre grata, se acentuaba al contemplar el rostro de los lectores y el empeño de los maestros en continuar en  este camino. Sentíamos la sensación de que una puerta quedaba abierta para que alguien prosiguiera con la experiencia  lectora. 

Si no hay lectores niños y jóvenes, difícilmente los habrá en el futuro para la literatura que ellos hacen.

El esfuerzo y empeño dio sus frutos aumentando sin duda el número de libros leídos y el nivel lector.

El colofón de este periodo lo puso la Universidad Complutense de Madrid, al incluir dentro de los Cursos de Verano de El Escorial, en 1.998, uno con el sugerente título: “Auge de la Literatura Infantil y Juvenil ”, dirigido por Montserrat del Amo, en el que tuve el privilegio de participar.

Sin embargo, aún en este periodo dorado, los escritores comprobamos con desaliento que nuestro trabajo no alcanzaba socialmente el lugar que le correspondía. Fue entonces cuando empezamos a sentir que algo no iba bien, cuando empezamos a tomar conciencia de la falta de reconocimiento. Realmente, en este sentido nos sentimos discriminados.  

Desde los noventa ha pasado tiempo y una crisis económica que ha hecho retroceder la lectura, interesante tema para un análisis específico. En cualquier caso, en relación con la presencia social y en los medios, no podemos decir que el asunto ha mejorado ni retrocedido, la tónica es prácticamente la misma.

Incomprensiblemente los premios de Literatura Infantil y Juvenil, por poner algún ejemplo, suelen pasar bastante desapercibidos, las recomendaciones de la prensa (cuando las hay en tiempos puntuales como Navidad) suelen estar muy alejadas de las lecturas que los niños y jóvenes hacen y de sus autores, nosotros. El resto del año ¿podríamos decir que la presencia es nula? Casi nula, a lo que podríamos añadir una larga lista de consideraciones.

Curiosamente, tampoco entre nuestros propios colegas, los escritores de adultos, se da la actitud que nos gustaría. Quizás consideran, erróneamente, esta especialidad como una parcela menor, desconociendo la importancia que tiene para sus propios intereses. Si no hay lectores niños y jóvenes, difícilmente los habrá en el futuro para la literatura que ellos hacen.

Por otro lado, la frontera entre una literatura y otra no es tan clara, la delimitación es a veces incierta. En primer lugar por la propia literatura en sí misma. También porque sus lectores con frecuencia son adultos: padres, maestros, profesores, bibliotecarios, pedagogos…

Claro que la Literatura Infantil y Juvenil tiene características propias. Las historias deben ser comprendidas por los lectores a los que van dirigidas, con temas y argumentos en los que el lector se reconoce como receptor de las mismas. Y la manera en la que estén escritas no debe dificultar particularmente la lectura. Naturalmente el ejemplo incluye otras expresiones además de la narrativa, la poesía y el teatro infantil.

La literatura infantil y Juvenil y sus autores deben ser tratados como otras parcelas de la creación literaria, para lo cual esperamos la normalización de la presencia de los escritores del sector en los foros correspondientes.

Hay razones múltiples para considerar la importancia de la literatura infantil y juvenil desde un punto de vista social, cultural y económico. Todos sabemos el papel que juega en el  proceso educativo de los niños. La socialización y educación pasa también en buena medida por los libros que leen, los cuentos que les narran, las poesías que aprenden, el teatro que ven (cuando ven teatro o guiñol), las historias, en definitiva, que escribimos.   

A todo lo cual habría que añadir el aspecto económico, el papel que esta literatura juega en la industria editorial. En 2016 supuso un 12% del total de las ventas de libros de todo tipo. La literatura de adultos en un sentido amplio (no solo la narrativa), estaría en el 19,3%. Y si comparamos estrictamente narrativa de adultos e Infantil y Juvenil el porcentaje de esta última subiría. La literatura de adultos en general ha venido bajando paulatinamente, mientras que la infantil y Juvenil tras la crisis económica ha subido algún punto y se espera que vaya en aumento. Y mencionemos también los porcentajes favorables en las ferias del libro.        

No se da un paralelismo, por tanto, entre lo que esta Literatura aporta social, cultural y económicamente, y el reconocimiento  debido, nuestra principal reivindicación.

La literatura infantil y Juvenil y sus autores deben ser tratados como otras parcelas de la creación literaria, para lo cual esperamos la contribución de la ACE, empezando a normalizar, por ejemplo, la presencia de los escritores del sector en los foros correspondientes.


LA AUTORA   

LUISA VILLAR LIÉBANA nació en Torredonjimeno (Jaén) el 15 de enero de 1950. Estudió Filología Hispánica y se especializó en Literatura. Su primer relato, Tardes de otoño, se publicó en la revista de estudiantes Juan de Mairena de la Universidad Complutense de Madrid. Desde entonces, su vida ha estado ligada a la literatura como técnico de cultura de diversos organismos de la Administración Pública.  Ha dado clases para adultos y coordinado programas de animación a la lectura. Asimismo, ha impartido varios cursos de animación a la lectura en diversas instituciones penitenciarias y Ministerios. Por ejemplo, el programa de animación a la lectura Jugando a leer en Vallecas, que promovió y coordinó en 1989 en colaboración con el Ministerio de Cultura. También se ocupó de la red de Bibliotecas Infantiles de este barrio madrileño.  En la actualidad se dedica a escribir y a cuidar de sus lectores. Tiene predilección por el cuento y la novela detectivesca de intriga para niños y jóvenes.

Ha publicado numerosos libros y antologías de relatos, destacando por su dominio del género detectivesco aplicado a la literatura juvenil. En su obra habría que destacar libros como Asesinato en la Biblioteca nacional El enigma Guggenheim.