De la dificultad de ser narrador y poeta

El pasado lunes 26 de mayo se celebró otra sesión de la segunda temporada del ciclo Escribir y sus circunstancias. Bajo el reclamo de Poetas narradores / narradores poetas ¿una doble experiencia creativa, se dieron cita plumas que se mueven ambos ámbitos como Corina Oproae, Pilar Fraile y Recaredo Veredas, moderados por Manuel Rico, poeta, novelista y presidente de ACE. El acto tuvo lugar, como siempre, en la BNE, y cuenta también con el apoyo de CEDRO.
© REDACCIÓN ACE

Decía Manuel Vilas, poeta y novelista, que la poesía es la «proteína de la prosa». ¿Pero cuánta proteína necesita un texto narrativo para no exceder la cantidad suficiente? ¿Y qué cantidad de narratividad puede soportar un poesía para no devenir relato? Porque así como existe la prosa poética, también hay una poesía narrativa, que busca contar más historias: ahí están clásicos de la literatura como Martín Fierro o las obras más recientas de Anne Carson, como su Autobiografía de rojo. 

Hay poetas puros y narradores puros. ¿Pero qué pasa con quienes transitan por ambos géneros? Manuel Rico, que ha cultivado ambos géneros, señaló esa tendencia a establecer esas categorías estancas y la dificultad de que las voces más «híbridas» logren un reconocimiento en ambos campos. Para empezar, porque a menudo la crítica especializada en poesía trata a autores y autoras especializados en poesía y con los prosistas viene a pasar lo mismo, marginando al autor «híbrido» o, cuando manos, obviando esa parcela de su creatividad no tan conocida.

Así, el propio Rico citó el caso de Marta Sanz, «una magnífica poeta» conocida sobre todo por la calidad de su prosa en obras como Clavícula o Black, Black, Black, pero cuya obra poética no ha gozado del mismo reconocimiento ni visibilidad que su narrativa. No obstante, obras como su Vintage (Bartleby, 2013) lograron premios como el de la Crítica de Madrid al mejor poemario del año, pero sigue siendo una escritora asociada a la narrativa, aunque haya publicado varios poemarios más.

La nómina de autores y autoras que se mueven en esos dos registros, como recordó la escritora salmantina Pilar Fraile Amador, autora de cuatro poemarios y dos novelas (Días de euforia y Las ventajas de la vida en el campo, su estreno como narradora en Caballo de Troya, en 2018). Así, Fraile citó a Peter Handke, William Faulkner o Margaret Adwood como autores que se mueven con éxito en ambos territorios y regaló a la audiencia una opinión arriesgada («Ahora os voy a caer mal», avisó, en tono jocoso) al señalar a autores como Roberto Bolaño o Michel Houellebecq como grandes prosistas pero malos poetas.

Le segunda temporada del ciclo ‘Escribir y sus circunstancias’ ofrecerá una última sesión el próximo 23 de junio.

Así, la relación de los escritores con la poesía/novela es compleja. Manuel Rico, que acaba de reeditar dos libros de poemas en un mismo tomo (Quebrada luz y El muro transparente, Olifante), recordó el caso de Julio Llamazares, que empezó su carrera como poeta (su La lentitud de los bueyes es de 1979), para saltar después al relato y la novela, donde logró la consagración con La lluvia amarilla, de 1988.

Otros autores, en cambio, como Angelina Gatell o Claudio Rodríguez quedaron casi exclusivamente como poetas «y su prosa quedó orillada», recordó Rico, citando también a Luis García Montero, con obras narrativas reseñables como Mañana no será lo que Dios quiera, dedicada al poeta Ángel González.

La escritora de origen rumano (residente en Barcelona) Corina Oproae también se refirió a uno de estos autores capaces de combinar ambos géneros, como Mircea Cartarescu (su Poesía esencial se publicó hace cuatro años en Impedimenta), pero no tanto en parcelas estancas, sino en su propia narrativa. «Se llevó su poesía a la prosa y así derribó todas las barreras», señaló Oproae, que en 2024 ganó el XX Premio Tusquets de Novela con su La casa limón, reseñada en esta revista.

 

Gestar un verso

Novelas y poemas están sujetos a procesos de creación distintos. Cambia la mirada, la escritura, la dedicación, la implicación, el modo de afrontar uno u otro reto. Así, para Recaredo Veredas, autor de dos libros de poesía y cuatro de narrativa, en la poesía «interviene una imagen, una intuición, una idea… una pequeña trama que has percibido. Es una emoción que deseas transmitir, algo que está más allá del lenguaje y que anhelas compartir. Una compasión bien entendida, quizás. Algo que se sitúa fuera de lo puramente narrativo. Luego lo vas puliendo, y cuando llega el momento de que forme parte de un libro, debes tener en cuenta a los demás poetas, para que el conjunto encaje, fluya, y no haya una gran repetición».

Por su parte, Pilar Fraile consideró que «la poesía se dirige hacia lo desconocido, hacia aquello que nunca llegamos a alcanzar. Es un intento de conocer una realidad inaccesible, y ese es precisamente el trabajo de la poesía. En cambio, la narrativa se mueve en el terreno de lo fenoménico, de lo visible. Son territorios distintos, lo cual es muy interesante. La poesía está fuera del tiempo, o tan dentro del tiempo que se convierte en el tiempo mismo; mientras que la narrativa transcurre en un tiempo más superficial, lineal».

Dos géneros, distintas cocinas

Así, tanto poesía como prosa tienen su trastienda particular. Manuel Rico ilustró esta realidad con un detalle sobre el modus operandi de uno de uno de los poetas más destacados del siglo XX, Claudio Rodríguez: «Él escribía un verso, luego el siguiente, dejaba espacio para cinco más y seguía escribiendo. Semanas o incluso meses después, completaba esos huecos. Es un método complejo, aunque no lo parezca cuando lees sus poemas. Hay poetas que anotan un apunte en una libreta y lo llevan consigo; con el tiempo, van añadiendo versos. Es una materia viva, que crece poco a poco».

Por su parte, Veredas, en su faceta de novelista, considera que es necesario tener al menos un esquema mínimo de lo que se va a contar. «A mí me resulta muy difícil trabajar sin él, especialmente a la hora de encajar las subtramas», dijo el autor de Soberbia (DeConatus). En cambio, Corina Oproae comentó que cuando escribe un poema piensa que va a ser el último. Y que ella no es amiga de esquemas, que le gusta dejarse llevar y sorprender por el texto. «Tengo carpetas y subcarpetas, pero no sé exactamente por dónde voy a ir», contó.

Por último, Pilar Fraile reconoció que ella prefiere planificar, pero que a menudo «esa planificación se va al traste. Me ocurre tanto con los poemas como con las novelas: a menudo termino desechando lo escrito, aunque haya hecho un mapa previo y todo. Me engaño a mí misma… y, curiosamente, eso me funciona. Es un territorio salvaje, porque en realidad nunca sabes hacia dónde vas».

Salvaje y, misterioso, como concluyó Manuel Rico a la hora de dilucidar porque algunos textos se convierten en clásicos y se leen hoy sin ningún atisbo de obsolescencia. «Esto se debe a que el lenguaje está impregnado de poesía. La poesía atraviesa toda la buena literatura; es lo que permite que un texto se eleve y perdure más allá de su tiempo, superando generaciones. Pero no se puede forzar: la poesía no se puede meter con calzador. Es un elemento mágico, misterioso, indefinible, que convierte una obra en verdaderamente literaria. Es lo que le da valor y la lleva más allá de la crónica o la simple noticia».

Si te perdiste el acto y lo quieres ver en su totalidad, pincha en este enlace.

De izq. a derecha, Javier Ortega (BNE), los ponentes Recaredo Veredas, Corina Oproae y Pilar Fraile y el presidente de ACE, Manuel Rico.