La función del crítico hoy

El autor reflexiona, en las siguientes líneas, sobre el papel y la función de la crítica en una realidad cultural diversificada y marcada por la mediación, casi omnipresente, de las tecnologías de la información y de la comunicación. En el mundo de las redes sociales, del blog, de las páginas web, ¿se ha modificado la función del crítico respecto a como la conocíamos? 
© MIGUEL ÁNGEL SERRANO

¿Ha cambiado el papel del crítico de nuestros días?

Para poder entender cuál es el papel de la crítica literaria hoy día hay que tratar de comprender cuál es su razón de ser o por qué, más allá de la simple opinión o reseña, el crítico ejerce una función no solo de mediación y recomendación, sino también de guía. Un gran crítico es una pieza fundamental del engranaje cultural como lo es un profesor, un editor o el autor, en suma. El crítico profesional, y tal vez esta es la palabra diferenciadora, pone en juego su prestigio en cada lectura, como lo hace el novelista, el poeta o el dramaturgo en cada pieza. Ese sentido de la obra es igualmente válido para el crítico profesional: su rol es distinto al de otros actores de la mediación, como los publicistas, los libreros o los propios editores, puesto que su intervención se basa en un conocimiento profundo del dominio en el que ejerce su profesión.

Esto no va en contra, lo decimos desde ahora, de otras posibilidades o papeles que pueden jugar los lectores, los críticos independientes en sus blogs (la profesionalidad no tiene que ver con el pago o el membrete bajo el cual se ejerce la función) o los periodistas culturales. Simplemente, es un rol distinto. El crítico avant la lettre ejerce su función desde una posición construida para ese fin y no otro. Es decir, que los aprendizajes que, desde el punto de vista del dominio o el ámbito se produzcan no necesariamente se aplicarán de la misma manera en atención a la materia en la que el texto encarne: pensemos en tantos escritores que además ejercen la crítica. La reflexión crítica (y el pensamiento necesariamente ejerce elecciones de ese tipo) puede ayudar a una mejor colocación de los saberes o de las informaciones contenidas en un texto literario, pero no se aplicará del mismo modo que en otros textos.

La aportación de criterios para la elección y la contextualización
El papel básico de la crítica es el de dotar de criterios de elección a los receptores de la misma. Criterio y crítica son la misma palabra porque implican una decisión, es decir, un curso de acción que supone la negación de los otros posibles. En el caso de la crítica literaria, el curso de acción será comprar o no el libro (o pedirlo prestado, etc.) y leerlo o no (no terminarlo, por ejemplo). Pero también la aportación o demérito en el prestigio del autor, lo que hace que el crítico consciente tenga claro el poder de su mediación. La posición deontológica, de hecho, llama a no maquillar el resultado de su reflexión, y eso justifica, aun con las consecuencias en ventas o prestigio, las críticas negativas.

Pero, como decía Eco, la literatura en realidad es un placer imaginativo, y uno puede conectar como lector personajes o hechos de diferentes libros. El crítico, en puridad, debe poner el conen el texto. Es decir, contextualizar la obra concreta dentro de los diferentes campos a los que podría ser adscrita. Es, en realidad, un asunto de economía puesto que si yo sé, como lector, a qué se parece un libro, mi criterio será un poco más completo y mi elección, tal vez, contará con mejores probabilidades de que el texto cumpla la función que le he asignado previamente, y que puede ir desde el aprendizaje a la conmoción o del placer estético al entretenimiento más simple. Los apocalípticos, de nuevo de la mano de Eco, dirán que no es necesario saber sobre la función clorofílica para disfrutar la rosa puesto que, como decía Gertrude Stein, una rosa es una rosa es una rosa, pero los integrados estarán sobre aviso de que además de un verso eso es también el título de una canción de Mecano, lo cual no es importante, pero sí puede serlo en el caso de libros insertos en una vena literaria. Por ejemplo, podremos rastrear, partiendo de la impresionante novela Hambre, de Knut Hamsun, un cierto precipitado paroxístico en El Artista del Hambre, de Kafka, y desde ahí saltar a El arte del hambre, de Paul Auster. Esa primera guía la dará el crítico, pero luego será el lector quien pueda conectar por la vía del tema, el estilo, la época o cualquier otro criterio que elija. Por ejemplo, desde la tozudez de ese artista kafkiano, será fácil llegar a Bartleby, el escribiente, o a Brujas, la Muerta, de Rodenbach, o incluso a Poe, desde la comparación de la torsión perceptiva del protagonista de Hamsun. Todas ellas obras admirables.

Crítica 3La delimitación del dominio

No se puede hacer crítica si no es eligiendo la delimitación del dominio: es decir, el crítico de divulgación científica debe entender cuál es el ámbito de la ciencia y el literario, qué tradiciones, incluso qué corriente crítica, soportarán su diseño del contexto. Téngase en cuenta que la obra está indefensa, pues el propio texto debe contener el armazón que soporta el empeño: no tiene ventanas la literatura si no las aporta el lector, mientras que el ensayo cuenta con la posibilidad hipertextual del aparato crítico. Como la cultura no deja de ser un palimpsesto, es decir, una acumulación de capas que ocultan, homenajean o atacan textos anteriores, el crítico debe poder desvelar dichas capas con cierta solidez de método, puesto que la ausencia de aparato crítico en forma de notas y referencias, que da pistas evidentes al lector de ensayo, deberá ser solventada por la aportación del crítico, al fin y al cabo, un lector profesional. Un científico rechazará inmediatamente un texto que no cumpla con la metodología exigida, del mismo modo que una revista científica no aceptará publicar (y de hecho existe la figura del revisor editorial) un artículo que no se someta a los principios del dominio.

Esto es más traicionero en el caso de la literatura, y por eso se necesitan etiquetas que editores o periodistas, y también críticos, no dudan en asignar, a veces, a la carrera. Basta visitar una gran librería para fruncir el ceño ante inclusiones de novelas ínfimas en las mesas etiquetadas como “Literatura” o, en contrario, grandes obras que son etiquetadas bajo un género: ¿Es La Isla del Tesoro una novela juvenil? Una gran novela es difícil de delimitar, sin duda. El Quijote puede ser visto como un libro de caballerías, como una novela de artista (así lo ve este lector) o incluso como una road novel. Dependiendo de la etiqueta, el dominio variará y, como decía Michel Foucault, ese vampiro volará en busca de unos u otros lectores (la cursiva es nuestra), lo que no solo tiene una importancia evidente para las ventas, sino también para la obra futura del autor, pues los géneros, si por algo se caracterizan, es por acotar de manera bastante férrea las convenciones que los lectores admitirán y que pueden llegar a pesar como una losa para un escritor, al que pueden no perdonársele veleidades o vaivenes.

La conducción hacia el canon frente a impulsos espurios: algunas sospechas sobre la función crítica

En cualquier caso, la función del crítico siempre ha sido la normalización o la beatificación tendente a la inserción en el canon, junto con otros estamentos culturales. Es decir, convertir en norma determinados juicios sobre obras o escritores. Si el canon fuera construido por criterios profesionales de manera sostenida (incluso en el resbaladizo territorio de la evaluación estética o filosófica), probablemente no habría motivo para las sospechas, puesto que la reputación es por definición asunto de largo plazo, y escritores que logran aunar la opinión a su favor con uno o varios textos, pueden caer en el olvido si no hay una consistencia en la obra… o en su recepción por los mediadores culturales. La multiplicidad de voces críticas, por otra parte, da ciertas garantías de que la media de la opinión tendrá una dispersión reducida, si se me permite el aventurerismo metodológico de hablar en términos de estadística.

Lo cierto es, no obstante, que libros y autores han sido catalogados a lo largo de la historia por diversos estamentos, no siempre con intención de insertar la obra en la cultura. Las listas de obras y escritores malditos, desviados, ideológica o religiosamente inconvenientes es asunto que incluso hoy debería preocuparnos. El hecho de que la legitimidad, de forma un tanto desavisada, por ser suaves, parezca cosa exclusiva del mercado, produce esa enajenación con igual o superior potencia que la que tantos dictadores han intentado e intentan aplicar para frenar lo irrefrenable de las ideas. El mercado, como ente despersonalizado, tiende a premiar aquello que entiende o, siendo más crudos, que es capaz de traducir a términos monetarios: es una clara invitación a la masificación de la opinión, ahora mucho más sencilla de obtener debido a la red. Y esto pone al crítico en una situación difícil puesto que entre sus funciones la de publicista no es la que debe predominar. La posición deontológica del crítico, sobre la que escuchamos tantas prevenciones, no parece casar bien con la idea de convertirse en altavoz para las ventas: de hacerlo, sería más lógico pensar que lo fuera para la calidad de la obra. De hecho, las prevenciones se soportan en una lógica mirada de sospecha cuando el encomio es demasiado evidente para obras destinadas al gran público. Esto no deja de ser un sesgo, puesto que el hecho de que una obra conecte de manera eficaz con el público en términos de ventas, no es sinónimo de que necesariamentesea de baja calidad: la estadística puede apoyar la idea, pero no cubre la totalidad de la casuística. No obstante, tal sospecha es lógica, pues editoriales de gran peso lo son también de medios de comunicación. Pensemos en el caso de la tienda online Amazon, por ejemplo, en la que la mayoría de la reflexión asociada a una obra es anónima y se apoya además en una escala de valoración, o en Facebook, el reino del “me gusta”. Nada que objetar, evidentemente, pues son gigantes de la opinión y molinos de la crítica profesionalizada.

Crítico 4

La sospecha puede venir, no obstante, de que la total apertura a la opinión puede esconder manipulaciones de diverso orden. Que una tienda virtual exponga la opinión de los lectores no es distinto de las fajas que abrazan las ediciones en papel (pero que buscan contar con la crítica, no con el mensaje comercial descarnado, como vehículo de influencia), y de hecho puede pensarse que resulta más directo e incluso honesto. Sin embargo, no se puede saber, normalmente, cual es la calidad de juicio del opinador, por lo que conviene separar el papel de éste, perfectamente legítimo, del de los críticos profesionales. Tiene esto que ver, además, con la costumbre de seguir al crítico. Si el lector confía en su criterio, no será raro que su recomendación incline la balanza sobre la decisión primera acerca de la obra, a la espera del juicio propio del lector tras su lectura. No hay tantos críticos, lógicamente, que superen este umbral de calidad sostenida en el juicio o consistencia en el acierto. De hecho, la crianza de un gran crítico es asunto de años. Naturalmente, la sospecha sobre este asunto puede volcarse también hacia el territorio de las revistas y suplementos culturales.  La pregunta pertinente tendrá que ver con la preparación real del crítico independientemente de la cabecera desde la que escriba, y en estos tiempos de hibridación podemos ver que blogs o pequeñas revistas culturales son un gran vivero de críticos que finalmente abrazan la profesión. De nuevo, hay que reflexionar sobre un hecho de nuestro tiempo: del mismo modo que un escritor con gran número de seguidores en Twitter, Facebook o su propio blog será bien valorado por las editoriales, un crítico con demostrada capacidad de influencia en internet ascenderá de modo más rápido en la valoración de las empresas editoras de los medios de masas. No diremos que esto resulta espurio pues es una simple apuesta comercial y el entramado cultural se soporta en un entramado económico, por pequeño que sea. Es decir, que el crítico, como el autor, debe también luchar por su audiencia. De ahí que algunos tomen el camino de la crítica espectáculo mientras otros, por el contrario, apuestan por el crecimiento del prestigio como ejercientes de la profesión. La elección es parecida a la que puede hacer un creador respecto al público que busca: entre los poetas, probablemente un dictum como éste resulte ser un anatema, pero no será tan extraño para un novelista o un cineasta. De nuevo, el género parece ayudar, del mismo modo que lo hace la cabecera, y nadie esperará el mismo tipo de crítica en The New Yorker que en una revista satírica. Perdido ya el libelismo (al menos por lo que toca a la impresión de que tras el nombre de pluma se esconde un personaje de relevancia), parece que el propio medio acota las posibilidades. El opinador, por el contrario, no tiene estas cortapisas, pues puede aportar su voz sin más mediación que la del moderador de los comentarios, que probablemente no tendrá criterios de exclusión mucho más allá de evitar el insulto o el spamming.

Los estamentos de intermediación cultural

Probablemente la función conjunta de los estamentos de intermediación es un asunto de mayor aliento del que podemos sostener aquí, pero evidentemente, la traslación de prestigio, o la acumulación de capital simbólico tal como lo describe Bourdieau se ejerce desde el propio prestigio de varias fuentes, entre las que el crítico, como venimos viendo, no es actor menor. Por ejemplo, el sello editorial confiere valor, puesto que los “colegas de estantería”, por así decir, aportan un impulso en ese sentido, del mismo modo que lo harán los premios literarios considerados como palancas culturales. Así, el Premio Planeta conferirá con seguridad un alto nivel de ventas y una oportunidad de acumular más prestigio debido a la exposición, pero otros premios, menos suculentos, probablemente aportarán más impulso de calidad conferida. Incluso el soporte puede dotar de mayor o menor impulso simbólico: la tecnología robusta del papel parece entresacar la obra de una cierta idea de magma ininteligible con el que podríamos observar la autoedición de libros electrónicos, por ejemplo en Amazon. No puede dejar de pensarse en la preocupación por la calidad del papel y la tipografía que siempre tuvo, a veces en forma de vejación a los editores, Goethe.

Del mismo modo, la crítica ejercida desde un medio de prestigio, como los principales suplementos culturales, supone también un diferente nivel de aportación, sin que ello necesariamente desmerezca otros esfuerzos. Se presupone que los mejores críticos se encuentran en ese tipo de publicaciones, lo que puede ser cierto en algunos casos, pero no necesariamente cierto. De algún modo, la “venta de nicho” que supone la aceptación del corpus crítico de prestigio supone una venta previa para determinado tipo de obras, del mismo modo que exponer en una galería de prestigio o firmar con un marchante de relumbrón supone para el artista plástico una garantía de llegada mejorada al mercado del arte.

No hay que despreciar impulsos menores pero que tienen lugar entre públicos que pueden potenciar la concesión de prestigio incluso social: por ejemplo, los que se dan en el ámbito de la Academia, que no deja de ser un cuerpo crítico pero orientado de manera declarada a la guía. Así, la inclusión en libros de texto, monografías, tesis, etc… supone un acicate para la acumulación de prestigio que puede llegar, como una onda, a públicos más amplios.

Es precisamente el tejido de la mediación cultural el que señala la dirección y la velocidad en la llegada al parnaso, desgajado pero a veces coincidente con el mercado. El impulso del poeta por otros poetas o el halago de personas de prestigio, como políticos o empresarios, supone a veces, si se quiere de forma inesperada, un empujón hacia el prestigio: siempre ha habido padrinos entre los artistas, siempre ha habido talleres, porque siempre la función del epígono ha encontrado su lugar. Como se suele decir, en términos freudianos, el novelista primerizo deberá matar al padre, pero en ocasiones es el aparato de intermediación cultural el que hace el trabajo sucio. Se echa en falta, a veces, el tiempo en el que los políticos leían o al menos lo pretendían: recuérdense las loas de Aznar a Kipling o Azaña y otras que comprenderían, desde posiciones de preeminencia a Yourcenar, Kennedy Toole o incluso Benedetta Craveri. Ese impulso, probablemente espurio y probablemente corto en el impacto, suponía, no obstante, un impulso de prestigio o al menos, por imitación, de ventas.

En este panorama, como sucede con tantas otras profesiones, la crítica parece sentirse en ocasiones desorientada: el tranquilo entorno de la mediación cultural, con actores escasos e investidos además de autoridad en función del rol conferido, ha estallado por las costuras. Porque además, de entre las voces que se pueden encontrar en internet, o en medios digamos asamblearios, hay algunas con un excelente nivel de formación y criterio. La opinión masiva no es necesariamente equivocada, como ya hemos mencionado, pero resulta complicado, sin la intervención del experto, separar el grano de la paja. El crítico puede adoptar una postura escéptica e incluso combativa, o sazonar la opinión, caso que también sobreabunda, con algo más de conocimiento técnico: como el autor de éxito, escribirá la crítica pensando en el lector, y no en la posición deontológica que quiere para sí. Parte del problema de las sospechas sobre el crítico viene de posturas como estas.

La legendaria presión sobre el crítico

Algunos lectores podrán pensar, además, que el crítico está al servicio de, mientras que esa sospecha, como mencionábamos más arriba, parece diluirse en el anonimato y la cantidad de la opinión de los “me gusta”. Este es asunto espinoso, puesto que no se puede suponer que existan sombras éticas sobre determinadas personas sin hacer un daño moral en ocasiones irreparable. No se espere del autor de este artículo, por tanto. Sin embargo,  no se puede negar que tal sospecha existe, y hemos tenido en nuestro país ejemplos de críticos que no se han dejado doblegar por presiones editoriales incluso de sus propias cabeceras, proporcionando un debate cultural ácido, como suele ocurrir cuando una de las posturas es de denuncia de los mecanismos del mercado: no es muy distinto de ese otro que trata de dilucidar si los premios literarios se han fallado previamente en los despachos de los directores de marketing.

Vemos por tanto que el crítico es sospechoso casi de manera esencial. La inveterada queja de los autores, por corta de vista que sea, de que el crítico destruye los esfuerzos del artista desde una posición de pasiva gravedad, acompaña la escena de manera redundante. Y no es cuestión de negar lo apropiado o incluso lo verdadero del asunto, pero esa sospecha viene también del despecho: ningún autor al que la crítica escolte se quejará de esto, y además, si como se ha dicho en ocasiones el crítico es carroñero a veces lo criticado está muerto. De hecho, en su labor “minera” de encontrar lo excelente, el crítico, como vehículo impulsor del pensamiento, debería ser sospechoso, como mínimo, para el Poder. La labor de agitación de la intelectualidad, si es que existe, necesita de altavoces para llegar a su destino, y de entre ellos, el del crítico no es el menor.

La ampliación del campo de juego

Más allá de las sospechas, otros elementos entran en juego a la hora de desgranar la procesión de penalidades que asedia al crítico. Una principal es la ampliación del campo de juego, en el sentido de que es imposible para nadie rastrear o monitorizar todo lo que se publica.  Siempre se ha tenido la sospecha, casi leyenda, de que por no hallar vías de publicación grandes obras o autores no han llegado a ser conocidos. La obra maestra desconocida es un locus sacro para la cultura: el deseo de que aparezcan nuevos cantos de Ossian nos haría perdonar su falsedad. Y sin embargo, la capacidad de publicación ha variado por completo el terreno de juego: la autoedición y la misma narrativa sobre ella han cambiado y no parece, como antaño, que la apuesta del autor por sí mismo suponga un ejercicio de vanidad, sino la utilización de uno de los canales que el mercado pone a disposición y al que la leyenda dice que las editoriales de renombre acuden a pescar. Lo que resulta corolario de esto es que es materialmente imposible rastrear la calidad ante el mar de hojas, y que en realidad la única manera de tener un mínimo baremo es por la opinión mediante el voto de valoración. Quien sostenga que no ha movilizado a parientes y amigos para potenciar la llegada de sus obras a través de las redes sociales o bien miente o bien es un ingenuo. Sin embargo, esto produce una impresión que a nuestro juicio es como mínimo sesgada: no hay dos terrenos de juego, el de la autoedición y el tradicional, y por lo tanto no hay dos maneras de hacer crítica. Son asuntos radicalmente diferentes: la hibridación o el paso de autores de un mar a otro no necesariamente tiene la capacidad de trasvasar con pureza la función crítica. No diferenciar ambas prácticas resulta de hecho peligroso. La asamblea no sustituye a la representación ni esta, finalmente, al talento de los mejores. No necesariamente el mercado debe arrogarse la posición de único juez pues el criterio del “me gusta” no es distinto del criterio de la venta. El crítico, por lo tanto, deberá demostrar la validez de una posición que se arroga, esta vez sí, de manera altiva: la de que su criterio está mejor formado que el de otros, y no solo porque tenga acceso a unas u otras cabeceras. Cuando decide hacerse eco del mercado de límite, esto es, aquél que no juega con las reglas tradicionales, la impresión que se tiene no deja de ser parecida a la del político que recomienda: la opinión de los lectores ni siquiera necesariamente cumple esta condición, puesto que para votar no es necesario hacer leído la obra.

No está el autor de este artículo seguro de qué es lo que habría que hacer, si es que hay que hacer algo. Un crítico que se dedicase a rastrear las listas de los más recomendados o más vendidos de las tiendas virtuales de autoedición probablemente encontraría obras apreciables, puesto que tales foros no dejan de ser una ampliación, o una industrialización de la técnica del boca-oído.

Finalmente, se enfrenta el crítico a un signo de los tiempos de difícil manejo, y que llamaremos el mestizaje de géneros. Es difícil diseñar el dominio o incluso el contexto en nuestros días. Descontando las grandes obras, que, como hemos señalado son complicadas de encajar en la estrechez del género y sus convenciones, lo cierto es que el mestizaje alcanza terrenos que en principio eran agua y aceite: desde los ensayos novelados a la prosa poética, el audiovisual, las novelas colectivas o con intervenciones de los lectores, la “personajización”de personas reales, etc. Del mismo modo que la economía se beneficia de la mezcla del análisis desde la sociología o incluso desde la narrativa, la obra literaria se hace, de algún modo, más porosa.

El crítico criticado, no obstante, no es materia nueva. Desde la disidencia con el pensamiento medio o con los estamentos políticos o culturales, en forma de defensa grupal o de instrucciones cerradas, el crítico de fuste ha hecho desde siempre su labor de destrucción creativa, parafraseando a Schumpeter, o de construcción pura. Y ello, con el solo apoyo, descontadas las sospechas, de su posición ética. Al menos, debemos respetar por ello a los mejores. Aunque no aliviemos su invernal descontento.


EL AUTOR

miguel-angel-serrano_foto-copiaMIGUEL ÁNGEL SERRANO (Madrid, 1965) es narrador, poeta, crítico literario y ensayista.  Colabora habitualmente en medios como columnista y crítico literario. ObraLa Ciudad de las Bombas. Ensayo histórico. Ed. Temas de Hoy, 1.997. Tango. Novela. Premio Pereda de Novela Breve del Gobierno de Cantabria 1998. Ed. Pretextos 1.998. El veneno del profundo pesar. Relato. Finalista Premio Vargas Llosa NH de relatos. Edición no venal NH Hoteles. 2.002. Traducido al inglés por Bianca Southwood. Jardín de Espinos. Novela. Prólogo de Antonio Muñoz Molina. Ed. Dilema. 2.004. El hombre de bronce. Novela. Ed. El tercer nombre, 2.009. Su último libro publicado es el poemario  Un Presagio. Poemas. Ed. Bartleby, 2.013.

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