La actualidad, la realidad y la existencia

El autor del artículo se plantea si hay oportunismo en el fallo del último premio Tusquets de Novela, otorgado a Cristina Araújo Gamir por su primera novela, Mira a esa chica, que aborda el delicado asunto de las violaciones grupales. 
© IGNACIO LLORET

Hace unos días, cuando se dio a conocer a los medios el fallo del XVIII Premio Tusquets de Novela, supimos que la obra ganadora era Mira a esa chica, el relato de una violación grupal escrito por la autora madrileña Cristina Araújo Gámir. En la nota de prensa, el jurado del certamen destacó como motivos de la concesión del galardón que se trata de una historia «deslumbrante, adictiva, necesaria, sobre una experiencia dramática al final de la adolescencia de una chica», que «huye de la narración fácil de un episodio complejo y sin maniqueísmos», y que «cuenta con el desparpajo de una primera novela».

Más allá de las expresiones empleadas para justificar el fallo y trazar una sinopsis inicial del libro, que son parte de la campaña de marketing encaminada a promocionarlo, lo que llama enseguida nuestra atención es el argumento de la obra premiada. Claro, nos remite a todos esos casos de violación y otras formas de abuso sexual que se han cometido en los últimos años en España, que han sido recogidos en los medios de comunicación, que han sido condenados por el conjunto de la sociedad y que han despertado una lógica alarma entre la gente.

Llama enseguida nuestra atención es el argumento de la obra premiada.

Al margen de esos sucesos delictivos, de su dimensión social, política y judicial, es decir, ya en clave literaria, se suscitan unas cuantas cuestiones relacionadas con la elección de una trama como ésta por parte de la autora: ¿Es un ejemplo más de oportunismo basado en razones comerciales? O, planteada la pregunta en un sentido menos frívolo, ¿deben los escritores interesarse por lo que ocurre en la calle, en los días que conforman su tiempo, deben dirigir su mirada hacia allí? ¿Es acaso la actualidad lo que les estimula, lo que debería estimularles literariamente?

Es evidente que los grandes asuntos y acontecimientos de cada época no pasan desapercibidos para los narradores, suponen una tentación para nosotros. Como individuos integrados en una comunidad, nos sentimos interpelados por lo que sucede en sus confines y, cuando es algo de mucho impacto, notamos la necesidad de pronunciarnos sobre ello a nuestra manera, con la herramienta que mejor conocemos, con el instrumento que dominamos, con el lenguaje escrito. Deseamos intervenir de algún modo, contribuir en la medida de lo posible, no sólo desarrollando una serie de ideas a través de artículos de opinión, sino por medio de ese código estético y simbólico que constituyen las historias de ficción, los relatos con tramas y personajes, con conflictos y desenlaces.

Sin embargo, si más arriba he usado el término tentación, es precisamente porque, desde una perspectiva creativa, artística, la actualidad es un material difícil de manejar, algo que conviene dejar enfriar, una arcilla que, paradójicamente, se moldea mucho mejor cuando está seca. Tanto los sucesos puntuales, extraordinarios, que afectan a un colectivo, como aquellos que se repiten, que recaen sobre personas concretas y que son manifestaciones de una lacra social, de una conducta depravada, requieren tiempo, precisan un ejercicio profundo de observación y reflexión antes de poder ser transformados en argumentos imaginarios, antes de poder ser abordados por la literatura. De lo contrario, cuando las prisas, la precipitación o el afán de notoriedad llevan a un autor a tratarlos prematuramente en su obra, a convertirlos en sustancia novelística, el resultado suele ser decepcionante, el producto final acaba siendo mediocre.

La actualidad es un material difícil de manejar en literatura.

Un ejemplo de lo primero, del Gran Acontecimiento trasvasado a historias de ficción, lo vemos en algunos libros publicados poco después del 11-S, del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. Entonces ocurrió que escritores norteamericanos y británicos de prestigio se sintieron llamados a tematizar la tragedia, a recrearla con relatos inventados o a incluirla como contexto de fondo en sus novelas, y fracasaron a la hora de persuadir al lector. Algo parecido ya había sucedido tras la Segunda Guerra Mundial, cuando narradores alemanes sobrecogidos por el horror del nazismo y sus consecuencias se lanzaron sobre esa especie de presa, sobre ese presunto filón, y, debido a la falta de perspectiva, produjeron obras cargadas de dramatismo que no llegaron nunca a conmover.

 

Cristina Araújo Gámir. Foto: Tusquets.

 

La actualidad, todas esas noticias de cabecera que ocupan los telediarios y los periódicos en forma de grandes titulares, no constituye por sí misma, tal como la recibimos, una materia literaria valiosa. Es más bien un fuego artificial, un chisporroteo coyuntural y engañoso que nos conviene ignorar a priori. Será quizá más tarde, pasados los años y observado el suceso o el fenómeno desde otros ángulos, relacionado con otros factores, combinado con otros elementos, mezclado con otros registros, cuando pueda utilizarse con el fin de crear algo estético.

Alcanzado este punto, cabría seguir preguntándose: ¿debemos distinguir entonces entre actualidad y realidad?, ¿es la realidad a lo que hemos de atender como novelistas? Considerada la cantidad de publicaciones que se ocupan de ella, esto es, de todo lo que les sucede y les ha sucedido en algún momento a las personas, a cualquier individuo a lo largo del tiempo y en cualquier lugar, en el ámbito familiar, social, profesional, sentimental, etc., podría creerse que sí, que es la realidad, también a su vez transformada en relato de ficción, lo que debería conformar la materia literaria.

Las prisas o el afán de notoriedad suelen dar resultados decepcionantes.

Sin embargo, no es así. Como nos recuerda Milan Kundera en su excelente ensayo El arte de la novela, «la novela no examina la realidad, sino la existencia. Y la existencia no es lo que ya ha ocurrido, la existencia es el campo de las posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello de lo que es capaz. Los novelistas perfilan el mapa de la existencia descubriendo tal o cual posibilidad humana». Más adelante, en ese mismo texto, Kundera añade a modo de ejemplo: «El mundo kafkiano no se parece a ninguna realidad conocida, es una posibilidad extrema y no realizada del mundo humano. Es cierto que esta posibilidad se vislumbra detrás de nuestro mundo real y parece prefigurar nuestro porvenir. Pero, aunque las novelas de Kafka no tuvieran nada de profético, no perderían su valor, porque captan una posibilidad de la existencia y nos hacen ver lo que somos y de lo que somos capaces».

He ahí el verdadero desafío literario, es allí hacia donde debemos ir como narradores. Cada libro nuestro debería ser, cuando menos, el intento de alumbrar un ámbito desconocido de la condición humana, un intento alejado del ruido mediático, guiado por la belleza expresiva y movido por el deseo de emocionar.

 


EL AUTOR

IGNACIO LLORET (Barcelona, 1968) es licenciado en Filología Alemana y en Derecho por la Universidad de Barcelona. Diploma de Estudios avanzados en Literatura y Ciencia Literaria por la Universidad del País Vasco. Ha publicado la novela Juguetes sin recoger (2002), el volumen de relatos Monocotiledóneas (2008), el libro de narrativa Tu alma en la orilla (2012), la novela El hombre selvático (2014), el libro de narrativa Nosotros como esperanza (2015), la novela El puente de Potsdam (2016), el libro de narrativa La pequeña llama del día (2017), el libro de relatos Diálogos animados con personas muertas (2018) y la novela Una ventana a la oscuridad (2020). Imparte cursos, talleres y conferencias. Colabora en periódicos, revistas y programas literarios de radio y televisión.