Lados rotos de un triángulo imposible: Rafael Porlán, Eduardo Llosent y Miguel Hernández

En el libro recién publicado, Retablo de nuestra guerra: Rafael Porlán, Eduardo Llosent y Miguel Hernández (Jaén, Diputación / Fundación Legado Miguel Hernández, prólogo de Pedro Luis Casanova, 2020, 94 pp.), el autor hace un recorrido por la experiencia de tres autores que vivieron un tiempo duro y especialmente dramático de la historia cultural y literaria de nuestro país.
JUAN M. MOLINA DAMIANI

Rafael Porlán (1899-1945), Eduardo Llosent (1905-1969) y Miguel Hernández (1910-1942): un retablo de poetas amigos producto de la Historia, contemporáneos a quienes se les niega la condición de coetáneos, incómodos para la historiografía generacional, esa que nunca explica por qué los lee todavía con prevenciones ideológicas. Y casi siempre a partir de la óptica crítica resultante de la celebración del III centenario de la muerte de Góngora en 1927, un canon teórico cuyo optimismo entiende que la modernidad de la poesía española de aquella época ya ha logrado hacer compatibles tradición y vanguardia.

Pese a que la razón de las estéticas de Porlán, Llosent y Hernández es sustancialmente la misma cuando España proclama su II República, los reactivos existenciales que mueven estas tres obras se manifiestan acto seguido tan específicamente personales que cada una de estas poéticas materializa a mediados de los años 30 una cosmovisión diferente, la suya propia. Explotando a fondo las vetas populares de la poesía culta adonde están arraigadas, seguirán estas obras rehumanizándose tras el Golpe de Estado de 1936, si bien cada cual formaliza entonces su visión de la tragedia de la guerra encarnándola desde un encuadre estético distinto, en cualquiera de los tres casos, siempre, imagen objetiva y azarosa de la clase de conciencia, de la conciencia de clase con la que cada poeta ha comprometido políticamente su obra o su vida.

Lados rotos de un triángulo imposible en la vieja moral de la España de la que venimos: el del compromiso comunista de Miguel Hernández con la República, represaliado por el franquismo hasta dejar morir al poeta en sus cárceles, enfermo; el del existencialismo neorrealista de Rafael Porlán, quien ejerce como secretario de sucursal del Banco de España desde 1932 hasta 1945, eficiente funcionario así de dos estados, el republicano y el militar de la dictadura franquista; y el del  liberalismo católico de Eduardo Llosent, alto cargo cultural del organigrama fascista del régimen del general Franco entre 1939 y 1951, cuando dirige el Museo Nacional de Arte Moderno.

Modernidad, tradición y compromiso estético

Rafael Porlán y Miguel Hernández vivieron en el Jaén de 1937 pero no dejaron rastro alguno de tratarse entonces. Misteriosa su relación en aquella ciudad de retaguardia, adonde ambos llegaron teniendo a Eduardo Llosent como amigo común. En la primavera de 1937 Jaén estaba aterrorizada: el bombardeo que padece el 1 de abril merece varios artículos de Hernández en Frente Sur y un episodio de Luis Olaya (c. 1938), la novela inacabada de Porlán. Las mesocracias de aquel Jaén servil eran ajenas a Romances y Canciones y a El rayo que no cesa, los libros de amor respectivamente publicados por Porlán y Hernández en 1936: el del primero, hermético, con el cuerpo de la mujer como tabla de salvación; el del segundo, de amores convulsos, reactivo de la politización de su estética. La misión que traía a Hernández hasta Jaén es ideológica, en favor de la unidad republicana.  Apenas llegado a nuestra capital, Hernández se desplaza al frente de Lopera-Porcuna para dejar, en un soneto en alejandrinos, un epitafio a uno de los Brigadistas Internacionales, extensible a todos: «Al soldado internacional caído en España», pieza que recogería meses después su Viento del pueblo (1937).

El humanismo trágico de este Miguel panteísta anda asimismo presente en una pieza perdida de Llosent, también en alejandrinos, ahora blancos, édita en 1939. Llosent y Porlán se habían conocido en la Sevilla de los años 20, durante la etapa inaugural de la revista Mediodía (1926-1929). Desde muy joven empleado del Banco de España, el mundo de aquel Porlán remite a una doble vida. Igual que el de Llosent, viajero por Hispanoamérica, rico hacendado, vitalista algo excéntrico y decadente. Director del Museo Nacional de Arte Moderno desde el final de la Guerra Civil hasta comienzos de los años cincuenta,  durante los años cuarenta Llosent había atendido la crítica artística en el diario Arriba, dirigido la revista Santo y Seña y formado parte de la dorsiana Academia Breve de Crítica de Arte. En 1947 impulsó la «Exposición de Arte Español» en Buenos Aires, favoreciendo allí que Gómez de la Serna, su propietario, donase La tertulia del Café Pombo (1920) de Solana al museo que Llosent dirigiría hasta la apertura de la «I Bienal de Arte Hispanoamericano», en 1951.

Cena Homenaje a Gerardo Diego (Sevilla, 6 de abril 1929). Fotografía de Carmona en La Gaceta Literaria 59 (1 de junio de 1929, Madrid, p. 3). Sentados, de izquierda a derecha: (1) sin identificar, (2) Juan Lafita, (3) Gerardo Diego, (4) Eduardo Llosent y (5) Pedro Pérez Clotet; de pie: (6) Manuel Chaves Nogales, (7) sin identificar, (8) Antonio Núñez de Herrera, (9) Manuel Margelina, (10) Fernando Labrador, (11) Alejandro Collantes de Terán, (12) Joaquín Romero Murube, (13) Rafael Porlán, (14) Pablo Sebastián, (15) sin identificar, (16) Manuel Alonso, (17) Juan Sierra, (18) Rafael Laffón, (19) sin identificar y (20) sin identificar.

Autor de textos y catálogos de pintores de primer orden, Llosent siempre fue partidario de rehumanizar el arte, pero al margen del naturalismo académico y del vanguardismo explícitamente politizado: vinculaba modernidad y tradición dentro de un organicismo barroco cuya moralidad no esconde su mecánica reaccionaria, idealista, heideggeriana, paneuropea, mitómana, cuya verdad se cree heredera de la poesía pura. Defensor de los maestros del 98 vueltos a España al acabar la guerra, desde 1939 Llosent fue habitual de la tertulia «Musa musae» y anduvo preparando una antología de la poesía española de los años 20 y 30. En abril de 1939, en Sol y Luna, revista bonaerense, publica «Buril de Vida y Muerte», un poema dedicado al escultor alcalaíno Martínez Montañés.

¿Habrá olvido?

Aun fundado en las moralidades de Maeztu y Giménez Caballero, este poema de Llosent explotaba asimismo el paganismo de Neruda. A caballo del localismo popular y la modernidad culta, concilia la pieza la continuidad juanramoniana de la modernidad y la restitución al ser de otra España: su culturalismo liberal, elitista por orteguiano y valeryano de puro, se opone así, por sistema, al arte de avanzada. Si antes de la guerra Llosent había trabajado por la secularización de la cultura desde las «Misiones Pedagógicas» —crisol adonde coincide con Hernández—, en «Buril de Vida y Muerte» va a explotar la espiritualidad de la Semana Santa, arcadia paradisíaca y reactivo de recuerdos piadosos. Así, quizá, víctimas y verdugos puedan escapar de sus penas y culpas, unidos proletariado, mesocracia y aristocracia fervorosamente. Llega entonces la estetización del nacionalcatolicismo de Llosent a plantear que es posible comulgar con la mirada.

Seguramente fue en la tertulia de Cruz y Raya, enclave de cierto liberalismo de preguerra, adonde Llosent queda deslumbrado hacia 1935 con Hernández. Años después, sin acabar la guerra pero ya derrotada la II República, en Cox planea Miguel durante la segunda mitad de marzo de 1939  su huida a Portugal, lo que lo regresa el 20 de abril a Madrid, ya ocupado por el ejército de Franco, para visitar a Llosent, quien lo remite a Romero Murube, en Sevilla. En torno al día 24, Murube no acaba de auxiliar a Miguel: en aquella Sevilla anda Franco de visita oficial y la primavera ya no ríe para los perdedores. Hernández huirá a Portugal, adonde el 30 de abril es detenido. Desde el cuartelillo de la Guardia Civil en Rosal de la Frontera (Huelva), primera semana de mayo, escribe Miguel a su familia pidiéndole que si le contestan lo hagan a la dirección de Llosent en Sevilla. El 15 de mayo ingresa Hernández en la cárcel de Torrijos de Madrid y el 6 de julio y el 6 de septiembre comparece ante el Tribunal de Prensa del juez Martínez Gargallo. Sorprendentemente, el 15 de septiembre el poeta es puesto en libertad. Vuelve entonces Miguel a contactar con Llosent: escapar del terror franquista aún le parece posible.

Carta manuscrita (mayo de 1939), desde Rosal de la Frontera (Huelva), de Miguel Hernández a sus padres y hermanos. Por atención de la Diputación Provincial de Jaén.

Pero desoyendo a todos Hernández regresa a Cox, junto a su mujer y su hijo, y el 28 de septiembre es detenido en Orihuela: un día antes de que el Tribunal de Prensa tipifique sus delitos como merecedores de pena de muerte. Citado a comparecer ante dicho tribunal, Hernández no pudo hacerlo: la orden se cursó a la prisión de Torrijos, de la que ya había sido excarcelado al mediar septiembre. Trasladado desde Orihuela, en la cárcel madrileña de Conde de Toreno desde el 1 de diciembre, el 30 de enero de 1940 Miguel será condenado a muerte. Hasta el 24 de junio, cuando se le conmute la pena por la de 30 años de prisión, son muchas las gestiones realizadas al efecto por José María de Cossío, Dionisio Ridruejo, Santiago Ontañón, Germán Vergara, Vicente Aleixandre, José María Alfaro, García Viñolas, Oliver Pascual y el ministro Sánchez Mazas. Tras pasar por los penales de Palencia y Ocaña, adonde es acosado desde finales de 1940 por los falangistas para que se desdiga de su compromiso comunista, les pide entonces Miguel a sus más leales que agilicen su traslado a la prisión de Alicante, cerca de su familia. Allí ingresa el 11 de mayo de 1941, ya seriamente enfermo de tuberculosis. No cuaja entonces la petición de libertad atenuada para el poeta por parte de Juan Guerrero Ruiz. Semanas después de contraer matrimonio con Josefina Manresa, Miguel muere el 28 de marzo de 1942. En octubre hubiera cumplido 32 años.

Además de ayudar a Hernández, Llosent —junto a su mujer, la escritora falangista Mercedes Formica— ya había apoyado a Jorge Guillén en la Sevilla de 1938 para rebajarle su fama de rojo. Con diferente alcance, en 1939 Llosent proyectaría para Rafael Porlán, animándolo a seguir vivo, un tercer Cuaderno de Mediodía, finalmente nonato. Aun consciente de la degeneración de la poética franquista de la alta posguerra, Llosent está presente en dos Coronas poéticas de 1939: las dedicadas a José Antonio y al Alzamiento. A Porlán, por el contrario, su liberalismo lo mantendrá distante de la cultura de la dictadura. Escrito antes del Golpe de Estado, en un poema premonitorio de sus Romances y Canciones (1936), «El no de todo me trae…», ya veía venir Porlán, minado también por la tuberculosis, la tragedia de nuestra Guerra Civil, preguntándose ante la derrota ciudadana que encarna este poemario, sincrético, memoria de un fracaso personal e histórico a la vez —el de otro poeta ya arrumbado por la historiografía canónica—, si «¿Habrá olvido?».

Diálogo, verdad y conciencia

Único poemario édito de su autor, Romances y canciones marida instinto y arquitectura, plegándose a esa razón poética que ensancha la vital hasta ecualizar su simbolismo: su música clásica se acuerda a metro para explorar sin querer la conciencia. Nada neoclásico, su constructivismo es barroco: Porlán dejó el surrealismo para abandonarse al irracionalismo porque el automatismo no le permitía depurar lo que su conciencia seguía escondiéndole de modo arracional. Distintos el Porlán sevillano y el jiennense, pero ambos siempre distantes de esa vanguardia que hacia 1930 se postulaba revolucionaria y durante la Guerra Civil se impuso ser naturalista y clara. Desde 1934, cuando es invitado por Jorge Guillén a publicar una muestra de su poesía inédita en el fallido número 4 de Los Cuatro Vientos (Madrid, 1933, 3 números), el eclecticismo de Porlán ya había vuelto al orden poético defendido entonces por señalados artistas republicanos. Con demasiada producción inédita o perdida a su muerte, aún demanda la obra de Porlán —traductor, polígrafo, poeta, narrador, crítico, ensayista, guionista de cine, dramaturgo…— una edición filológica que muestre su fuste de poeta mayor, cubista e involuntariamente comprometido, de nuestra lírica en la encrucijada de 1936.

Liberalismo metódico el de Porlán, tan radicalmente distinto al de Llosent, jerarca de la cultura de los golpistas apenas comenzada la guerra, liberal cuyo posibilismo a partir de 1939 lo llevará al balneario decadente de los dorsianos, adonde Porlán nunca condujo su obra, al margen siempre del imaginario dual del falangismo: el del fascismo populista de Ridruejo y el del esteticismo del aristocrático Eugenio d’Ors. Dos itinerarios, con todo, con la misma premisa ideológica: la del continuismo avalado durante la alta posguerra por Azorín, Baroja y Ortega, apeados entonces de su vitalismo político anterior. Ahora se imponía la cordura: continuar la consigna que Ortega y Marañón adelantaron durante la guerra: «olvidar el pasado siempre presente». Sin comprometerse con nadie, mientras tanto, el Porlán solitario y enfermo de Jaén asiste atónito al ascenso de los burócratas falangistas a las más altas instituciones de la dictadura y a la degradación moral de algunos liberales vueltos al interior del país domados por el miedo, la culpa y el propósito de enmienda. Al final de su vida cobra conciencia Porlán de que su liberalismo ya solo va a ser posible si lo vive exiliado en la intimidad de su fracaso.

Este Porlán persigue el misterio que le daña la conciencia. Como el Cernuda angloamericano, su estética explora su desorden dosificando sus automatismos surrealistas y enriqueciendo su neorromanticismo existencial con su irracionalismo sensato. Y siempre contenido por la razón poética, la brújula de sus Romances y canciones, primitivos y decadentes, jondos, bohemios, algo malditos, poemario tan clásicamente sujeto a las formas populares que las asoma a visiones precisas de lo misterioso. Perdedor que se resiste a verse vencido, los doce años últimos de vida de Porlán en Jaén, hasta su muerte en 1945, con 46 años, no solo los ocupa escribiendo poesía y teatro sino también su novela Luis Olaya, retrato al natural del Jaén de la guerra, una ciudad mezquina llamada Velada. Mientras la España del Caudillo germaniza el nacionalcatolicismo conforme sacraliza el falangismo, Porlán continúa plegándose sobre sí, existencial, dipsómano, cliente de prostíbulos, tuberculoso. Poeta tardío, aún sostendrá un atisbo de esperanza en otro romance suyo, de 1939, dado por la gaditana Isla en 1940, «No hay más verdad que la noche…».

Poema culto pero acordado al octosílabo popular, sus versos reconocen la naturaleza y el amor como reactivos para cobrar conciencia de la vida: vitalismo fraylusiano, panteísta y hedonista el porlaniano, donde el cuerpo de la mujer es tabla de salvación. Porque sus formas nunca se traducen del todo a fondo unívoco, la materia estética de Porlán jamás quedará destruida, con un excedente de significado que aún la hace pervivir cargándola de sentido misterioso, siempre efecto de la forma —a veces materia informe, producto de la vanguardia histórica, la más radicalmente clásica. Intensificado su carácter performativo, la deíxis de este romance dialoga con un tú hasta materializar una identidad expuesta a su desaparición. Por aquí fluye también la deíxis vocativa que recorre la oralidad de Viento del pueblo (1937), tan distinta su épica sensible a la angustiada por el desencanto de El hombre acecha (1939), poesía de la guerra los dos libros, diarística, escrita para ser leída en voz alta  y convocar a sus destinatarios a tomar partido por la República y sus trabajadores, en la misma órbita que describe el Romancero General de la Guerra de España de Prados y Rodríguez-Moñino (1937).

Manuel Ángeles Ortiz: «Aire de Jaén» [litografía coloreada, sin título; mancha 17’8 x 11 cm] en José Herrera Petere: Guerra viva. Romances, Barcelona, Ediciones Españolas, 1938, 95 pp. y 5 estampas. Por atención de Ginés Ramiro.

Por más que Viento del pueblo, El hombre acecha y el Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) recojan romances de arte menor, los compromisos existenciales de estos Hernández también se encarnarán en versos de arte mayor modernistas. Entrevistado por Nicolás Guillén en 1937, Miguel reconocía la rentabilidad del romance para comunicarse con el pueblo pero ya andaba entonces componiendo en otros metros menos desgastados por la guerra. Viento del pueblo y El hombre acecha no acogen muchos romances, no: ambos levantan su epopeya sirviéndose de metros menos populares: los endecasílabos y alejandrinos. Ritmos asimismo presentes en el Cancionero y romancero de ausencias, cuya dialéctica musical empasta dramática popular —la deíxis propia de alocuciones orales— y compás culto —el que imponen sus encabalgamientos de largo metraje.

Escapando del mecanicismo que opondría los romances de Porlán a los de Hernández, repárese en que los del cordobés, de deíxis y metro populares, se revelan cultos por su confesionalismo, frente a los del oriolano, populares no solo por su contención sino más aún por las apelaciones que los impulsan —deíxis, por cierto, asimismo desplegada por los alejandrinos cultos de Llosent, tan teatrales por populares. Los formalismos de Miguel y Porlán obedecen sin más a sus afanes por cobrar conciencia de las inexperiencias de sus vidas durante los convulsos años treinta. Así, del conocimiento de la vida hecho forma a la pasión por la forma que da vida, si la vitalidad que mueve la obra del primero extrema su recorrido civil hasta revelarlo partidario, la encarnada por el segundo desnuda su intimidad para documentar el fracaso existencial de una época sin memorizar del todo todavía.

Época confusa además por los bandazos ideológicos de esos liberales españoles predispuestos a olvidar nuestro pasado, más que decantados a lo largo de los años treinta hacia el conservadurismo, igual que los liberales europeos, indiferentes ante la suerte de República amenazada por el fascismo. Planteada la alternativa «continuidad vs. revolución», el posibilismo liberal se mostrará entonces no solo antifrentepopulista sino, a veces, incluso sintonizado con el golpismo. Sí: un sector de los liberales más nuestros, tibios como nunca, va a suscribir el tancredismo de las clases burguesas, a entender el integrismo de la iglesia católica, a aceptar los privilegios de los caciques agrarios, a  justificar el Golpe de Estado de 1936. Con los cuarenta, tras comprobar que no va a ser posible desmilitarizar el totalitarismo franquista, optarán nuestros liberales del interior, arracionales ya, por mostrarse comprensivos con la dictadura, en cuyo organigrama cultural terminan integrándose.

Alfonso Grosso: Retrato de Eduardo Llosent [c. 1945, óleo / lienzo: 120 x 94 cm]. Por atención del Ateneo de Sevilla

Liberales, a mediados de esa década, echados a perder por el rumbo que toma la historia con el final de la II Guerra Mundial, ya entonces fuera de juego el organicismo neofeudal y nacional-católico del que los liberales se habían hecho cómplices. Intelectuales conformes, olvidados de que la razón liberal solo lo es de verdad cuando es democrática y protege el sueño del humanismo. El neotacitismo de los intelectuales falangistas seguía, entretanto, ajeno al arracionalismo fascista de la dictadura. Hasta el mediosiglo, con la reapertura del debate unamuniano «catolicismo vs. cristianismo», no se rehumanizaría la intelectualidad hegemónica del régimen. Con el cese del ministro Ruiz-Giménez, febrero de 1956, nació la leyenda de los falangistas liberales, otra más de las muchas de nuestra historia. Llegada la hora tecnócrata, sus intelectuales apostataron del fascismo pero muy pocos renunciaron a sus privilegios, insaciable su voluntad de poder desde su victoria en la guerra.

Sin entrar ahora en el neoclasicismo, el romanismo y el manierismo de los poetas de este trío, destacado quede a modo de cierre «Llamo a los poetas», de El hombre acecha (1939), poema capital de Hernández porque su extrema intimidad a todos nos incumbe, especialmente desde los endecasílabos que conforman los versos de cierre de cada una de sus estrofas alejandrinas, uno de los cuales nos invita a que «Abandonemos la solemnidad», tan liberal y togada. A lo largo de esta pieza vocativa Hernández nos invita a dialogar sobre el trabajo y el amor, sobre lo que ha de fundar cualquier cambio vital. Para ello será necesario apartarse de los escenarios académicos y sus tristes egolatrías. Con García Lorca como modelo y con el agua como símbolo, se volverán transparentes los cuerpos, será factible que cualquiera hable de verdad, quedarán purificados aquellos que mintieron.

Bibliografía básica de los tres autores*

Hernández [Gilabert], Miguel [1925/1942]: Obra completa. I Poesía. II Teatro. Prosas. Correspondencia, edición crítica de Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira con la colaboración de Carmen Alemany, Madrid, Espasa Calpe, 1992, 43 ilustraciones, la de las camisas de las cubiertas de Antonio Buero Vallejo, II tomos: 2793 + xvi pp.

— — [1937]: «Un poeta en espardeñas» [entrevista de Nicolás Guillén, fechada en el mes de julio] en Mediodía 25 de octubre de 1937, La Habana; luego en Nicolás Guillén: Hombres de la España leal, La Habana, Facetas, 1938, pp. 115-119; recuperado por Julio Rodríguez Puértolas (ed.): «Un poeta en espardeñas. Hablando con Miguel Hernández» en República de las Letras 116, abril 2010, Madrid, pp. 55-65.

[Hernández], Miguel [1939]: Carta manuscrita a sus padres y hermanos. Rosal de la Frontera. Mayo de 1939 [sin fecha de encabezamiento, 1 cuartilla manuscrita por ambas caras] disponible en Diputación de Jaén. Legado de Miguel Hernández. Instituto de Estudios Giennenses: código de referencia: MH_CR_0318_001 / 002; anotada en M. H.: Epistolario [1931-1942], edición de Agustín Sánchez Vidal, prólogo de Josefina Manresa, Madrid, Alianza Editorial, 1986, pp. 101 y 159.

[Llosent y Marañón, Eduardo] [1926]: «Nuestras normas [Editorial]» en Mediodía 1, junio 1926, Sevilla, pp. 1-3, sin firmar.

Llosent y Marañón, E.[duardo] [1927]: «Notas literarias. Cuartillas del director de Mediodía en el agasajo a los literatos que abrieron el curso de la sección de Literatura del Ateneo» en El Noticiero Sevillano 22-XII-1927, Sevilla, p. 2.

Llosent, Eduardo [1938]: «Sevilla por dentro. El discurso de la verdad y los jeroglíficos de la muerte» en Vértice 9, abril de 1938, San Sebastián, pp. 56-57, sin paginar.

Llosent y Marañón, Eduardo [1939]: «Buril de Vida y Muerte. A Juan Martínez Montañés» en Sol y Luna 3, [octubre] 1939, Buenos Aires, pp. 55-58.

— —   [1943]: «Dieciséis salas del Museo de Arte Moderno y dieciséis preferencias» en Escorial 37-38, noviembre-diciembre 1943, «Extraordinario Ojeada al 1943 y pronósticos para el año 1944», Madrid, pp. 165-185.

— —   [1947]: «Los once en el Museo de Arte Moderno» en Arriba 10-VI-1947, citado desde Ángel Llorente Hernández: Arte e ideología en el franquismo (1936-1951), prólogo de Jaime Brihuega, Madrid, Visor, 1995, ilustrado, p. 268.

Llosent Marañón, Eduardo [1952]: «La pintura de Vázquez Díaz» en Cuadernos Hispanoamericanos 26, febrero 1952, «Homenaje a la Bienal Hispanoamericana», Madrid, pp. 175-179.

Porlán [Merlo], Rafael [1926/1942]: Ensayos, aforismos y epistolario, edición de José María Barrera López, Sevilla, Alfar, 2001, 131 pp.

— —   [1926/1945]: Poesía y prosa, edición de Manuel Urbano [Pérez Ortega], cubierta de Josep Guinovart, con sendos textos de cierre de Cesáreo Rodríguez-Aguilera y José Rus, Jaén, Diputación Provincial / Instituto de Estudios Giennenses / Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1983, ilustrado, XLVII + 330 pp.

— —   [1927/1940]: Porlán inédito. (Selección de Narraciones y Teatro), edición de José Cenizo Jiménez, epílogo de Julio Porlán Merlo, Sevilla, Fundación Sevillana de Electricidad, 1997, ilustrado, 178 pp.

— —   [1933]: La Andalucía de Valera, Sevilla, Universidad, 1980, 172 pp.

— —   [1936]: Romances y Canciones, Sevilla, Mediodía, 179 pp.; a mano en R. P.: Poesía completa [1931-1945], edición de José María Barrera López, Málaga, Centro Cultural de la Generación del 27, 1998, ilustrado, pp. 45-123. También en R. P.: Romances y Canciones, edición de Eduardo López Truco, prólogo de Juan Lamillar, con «Apéndices» a cargo de Julio Porlán, Alfonso Sánchez Rodríguez, Rafael Porlán, Carl Sandburg y Mildred Adams, Sevilla, Fundación Genesian, 2002, ilustrado, pp. 33-100.

— —   [c. 1938]: «Luis Olaya. (Fragmentos de novela)» en R. P.: Prosas de un novelista inacabado [c. 1924-c. 1938], edición de J. L. Ortiz de Lanzagorta, Sevilla, Editoriales Andaluzas Unidas S. A., 1986, pp. 149-182, sin data precisa de la fecha.

— —   [1948]: Poesías [1936-1945], «Invitación. Nota biográfica» y edición, sin firmar, de Sebastián Bautista de la Torre, dibujo de Rafael Zabaleta, Jaén, Ediciones Lagarto, 1948, con la coda «El verso amigo en la última esquina» —poemas de Sebastián Bautista, José María Díaz Ibarzábal, Juan Rodríguez Aranda, Cesáreo Rodríguez Aguilera y Rafael Palomino Gutiérrez—, 77 pp. Recientemente, en facsímil, con «Estudio introductorio» de Rafael Alarcón Sierra, en Jaén, Universidad, 2018, VIII + 77 pp.

* Completa estas fuentes la bibliografía crítica recogida en el pdf adjunto. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA


EL AUTOR

JUAN MANUEL MOLINA DAMIANI (Jaén, 1958) trabajó como profesor de enseñanza media entre 1980 y 2018. Ha publicado Poetas giennenses (1983), «Aljaba» y «Advinge» (1951-1955) en la España poética del medio siglo (1991, prólogo de Fanny Rubio), La poesía de Diego Jesús Jiménez (2007, junto a Martín Muelas); Carmelo Palomino Kayser: pintor dialéctico, mirador de Jaén (2015, prólogo de Pedro A. Galera, contracubierta de Guillermo F. Rojano), Viento del frente, pueblo del sur: Miguel Hernández en Jaén (1937) (2018) y Retablo de nuestra guerra: Rafael Porlán, Eduardo Llosent y Miguel Hernández (2020, prólogo de Pedro L. Casanova). Ha preparado ediciones o prologado libros de poetas contemporáneos: Manuel Lombardo: No (1989-­1993) (1993); José Viñals: Doble concierto para laúd y fémur (1995); Francisco Gálvez: Una visión de lo transitorio. Antología poética 1973-­1997 (1998); Martín Lerma: Deshora (2003); Juan Carlos Mestre: Las estrellas para quien las trabaja (2009); Diego Jesús Jiménez: La ciudad (1965) (2015, junto a Tomás Néstor Martínez);  José Nieto: Poemas paralelos (1994) (2016) o Fanny Rubio: Natural de Jaén (2018). Antologizado por Chús Arellano, Jesús Munárriz y Sofía Rhei en Sextinas. Pasado y presente de una forma poética (2011), el último libro édito de poemas de Molina Damiani es Tierra de paso (2011, contracubierta de Francisco Ferrer Lerín).