Miguel Ávila Cabezas ofrece una vuelta de tuerca en la temática de narrativa en torno a El Quijote con una novela prodigiosa cargada de matices y guiños literarios que no solo engancha sino que invita a la relectura.
© JOSÉ ANTONIO SANTANO
Muy pocas veces hallamos en la narrativa española la frescura, el ingenio y la capacidad para crear una obra sorprendente, más aún cuando se trata de uno de los personajes de ficción más conocidos de la literatura universal, don Quijote, hecho que entraña una mayor dificultad para llevar a buen puerto dicha empresa.
Sobre nuestro archiconocido personaje se han escrito páginas extraordinarias, las primeras, lógicamente, las que escribiera don Miguel de Cervantes; con posterioridad se han escrito novelas, ensayos, poemarios y una larga nómina de trabajos cuyo protagonista central ha sido don Quijote, y su escudero Sancho, cómo no.
Que en pleno siglo XXI, después de lo llovido, alguien se atreva a contar una nueva historia llena de matices, que no es nueva sino diferente, sobre las aventuras de don Quijote, cuyo autor no es Cervantes, sino Alonso Quijano convertido a su vez en Tirante Negro, es de por sí una locura que ensambla perfectamente con la tradición cervantina.
Esto mismo ocurre cuando uno se adentra en esta apasionante novela, La primera persona (Alonso Quijano, autor del Quijote), del profesor, poeta y narrador Miguel Ávila Cabezas (Granada, 1953), publicada por el sello editorial Nazarí. Avalan la trayectoria de Ávila Cabezas 27 libros de poesía, un diario irreverente elaborado a medias con su gato Virgilio, dos obras de pensamiento (Loquinarias y Segunda libro de las loquinarias); como poeta, filólogo e investigador ha colaborado en numerosos proyectos de investigación literaria, lingüística y de crítica teatral.
Publicar toda esta obra en editoriales pequeñas, independientes y andaluzas, sobre todo en el sello Alhulia, hace que no haya sido atendido como se merece; ya se sabe que, si no vas de la mano de algún personaje mediático de la vida literaria española y publicas en editoriales del ámbito nacional, las posibilidades de llegar a un público más amplio son casi imposibles, por mucha que sea la calidad de la obra, como es el caso.
El juego de espejos de la novela es sorprendente, no deja al lector un respiro.
En Ávila Cabezas se dan suficientes méritos para que así fuera, pero el marcado editorial se impone, reiterándose en los mismos nombres de siempre y silenciando a los que no debiera. La historia se repite cada día y no parece que esto vaya a cambiar.
Discurrir por las páginas de esta novela, cuya temática ha sido tratada suficientemente, pudiera ocasionar al lector un cierto desánimo, pero nada más lejos de la realidad, todo lo contrario, adentrarse en su interior y sin prisas engancha, y mucho, desde que se inicia su lectura («Yo, señores, soy quien soy y nací donde nací, es decir, en un lugar de La Mancha.
Y… no se lo van a creer, pero ese lugar entonces no tenía nombre ni ahora lo tiene, y creo que tampoco lo pueda tener en un futuro en el que incluso el tiempo deje de ser tiempo y sea tan sólo una quimera de quien lleva tantos años, tantos siglos, ya muerto.
Cuando estaba vivo yo era yo. Cual suele decirse, era uno de aquellos fijosdalgos venido a menos que, como el escudero al que tan compasivamente sirviera el pobre de Lázaro, pasaba sus horas entre la realidad y la ilusión, es decir, en una legendaria tierra de nadie en la que nunca ocurría nada y a lo más a lo que se podía aspirar era a acabar volviéndose loco, como dicen que a mí me sucedió»), hasta el final de la misma («Sea como sea, y según corresponda, el personaje ha acabado por devorar a su creador y, así, se ha erigido en dueño y señor de sus propios actos, retrotraído a la persona de Alonso Quijano, transmutado en Tirante y de ahí en todos y cada uno de los lectores que han seguido sus peripecias con la atención debida y el imaginario en su apropiada sazón. […] De ahí que, de la enajenación a la cordura, y viceversa, sigamos danto vueltas y más vueltas por su borde infinito en una eternidad sin límite. Y aquí finco».
Con lo dicho bastaría para acercarse a La primera persona, pero el deleite es mucho más intenso si se recorre el total de sus páginas, donde hallamos un discurso narrativo musical casi, ingenioso, que intertextualiza («Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va»), que nos hace vivir situaciones extrañas e inesperadas (diálogo entre Tiranio, el caballo de Tirante, y, Pipilino, el rucio de Antón Martín) y donde la imaginación creadora de su autor desprende los aromas naturales de la literatura, donde tanto ficción como realidad son pura elucubración, locura puede («En este mundo de locos el cuerdo es el más loco de todos. ¿Lo veis? Tanto vos como yo somos locos y cuerdos a la vez. Y da igual que nos llamemos Tirante Blanco o Tirante Negro o don Quijote de La Mancha o Quesadilla de Queso»), pero que trasciende superando los obstáculos propios de una narración en la que se renueva el amor por los libros («Sí, libros que transportaran mi alma a esa región luciente donde gobiernan en plena armonía la honra, el valor, la fe cristiana, la justicia, la fama y el amor; libros y más libros que a la grupa del deseo de la mayor libertad me condujesen al reino tenebroso de los monstruos de siete cabezas y gigantes de cuatro brazos en incansable movimiento (que no de falsos molinos de viento), al azaroso reino de las selvas oscuras y los castillos mágicos (y nunca a las ventas inmundas), al lúgubre reino de los mares sin fondo y los lagos encantados, y al claro territorio de las empresas y hazañas sin cuento de los caballeros andantes»), por las lenguas (griego, italiano, alemán, árabe —dariya—, etc.) y el poder de los sueños por encima de otras banalidades.
La obra ofrece una cantidad de matices inagotable que invita a la relectura.
Ávila Cabezas ahonda en las raíces de la tradición literaria española, observa, medita y sueña («Por otra parte, los sueños no se alcanzan en polvorientos dominios como estos que humillan nuestros pasos sino en las insondables regiones de la imaginación y el ingenio»), algo que con tan poca frecuencia sucede en estos tiempos.
La soledad del escritor deviene en la necesidad de comunicar, de construir un edificio narrativo sólido y coherente, como así sucede en esta obra, cuando en ella se lee: «La vida es un viaje. Y el tiempo, el corcel o, en su defecto, el asno a cuya grupa vamos todos. ¿Hacia dónde? Hacia lo más profundo del ser que es el lugar exacto en el que se hallan, sin excepción, todas las respuestas a tantas y tantas preguntas como la vida misma nos plantea».
Contiene esta novela muchos matices, de tal manera que cuantas más veces la lees más encuentras, son inagotables. El juego de espejos es sorprendente, no deja al lector un respiro, y quizá sea esta una de sus virtudes, aunque hay otras. La estructura es hiperbólica, creciente en cada página, pero al mismo tiempo armónica; no deja indiferente, todo lo contrario, nos seduce con su lenguaje y ambientes, la tradición y la actualidad a través del uso de la intertextualidad, con la que se goza en todo momento.
No hay descanso para el creador, va y viene de un lado a otro, sube y baja, mantiene la tensión discursiva para dejarnos, con todas estas tonalidades y, en mi humilde opinión, una narración inolvidable, de excelente calidad; un libro, una novela que se crece a medida que se escribe, que nos enseña y nos deleita a la vez, con todo merecimiento, una joya literaria. Y además de todo lo dicho, habría que añadir: escrita y publicada en la periferia del supuestamente edén literario nacional correspondiente solo a las grandes y mediáticas editoriales. ¡Ahí es nada!
Definitivamente, una novela que recomiendo sin ningún género de duda.
La primera persona (Alonso Quijano, autor del Quijote), Miguel Ávila Cabezas, Ed. Nazarí, 2023, 246, pp.
EL AUTOR
JOSÉ ANTONIO SANTANO (Baena, Córdoba, 1957) cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de más de veinte libros, entre los que destacan Profecía de Otoño; Exilio en Caridemo; Suerte de alquimia o Tiempo gris de cosmos, todos ellos galardonados con prestigiosos premios.
Santano es cofundador de Humanismo Solidario.