Brines y Villena o las amistades peligrosas

Luis Antonio de Villena se atreve con una biografía llena de anécdotas y peripecias vitales (y de alcoba) en una biografía sobre Francisco Brines apenas un año y medio después de su muerte. Un libro necesario, según el autor de la reseña, para entender «desde dentro» a la Generación del 50.
© LUIS MARTÍNEZ DE MINGO

Sabido es que no hay biografía que abarque a un hombre. Fundamentalmente, porque el hombre es el gran desconocido para sí mismo. A partir de aquí, la elección de Luis Antonio de Villena para esta La vida secreta de los versos, por parte de Abelardo Linares, no puede ser más acertada. A medida que vamos avanzando en la lectura, nos vamos convenciendo de que no podía haber nadie mejor. Quizá José Olivio Jiménez, ya fallecido, del que dice el autor que también lo quiso mucho y al que tenía que haber dedicado el libro.

Empecemos ya por adelantar, como liebre primera, ya vendrá luego la cacería con hurones y demás, que el gran amor de J. O. Jiménez fue Dionisio Cañas, el de Tomelloso, también muy amigo de Brines, sobre el que ya preparó en 2020 una gran antología en inglés, Todos los rostros del pasado (Galaxia Gutenberg). Cabe también decir que esta Historia de una amistad es la de los dos porque en ella va contando L. A. V. las horas sin número y las noches sin fin que viven juntos, casi siempre con amantes y chaperos de toda índole, y donde no sólo va desgranando aspectos de la obra de Brines sino también de la suya propia, hasta el punto de que dedica todo un capítulo, “Lectura de mis libros”, a hablar de sí mismo.

Una cuestión no menor, que ya se le ocurre a este lector, es plantear qué le habría parecido a Francisco Brines la publicación de este libro. ¿La habría permitido en vida? Y es que no sólo se cuentan aquí, con señales y pelos, decenas de intimidades de “amor venal” sino porque el poeta de Oliva tuvo, como se sabe, una formación puritana —jesuitas—, fue siempre muy recatado, y no sé qué le habrían parecido esos múltiples alardes de pornografía que recrea Villena: que si lo habitual era que ambos llegasen  al piso de María Auxiliadora, domicilio de Brines en Madrid, con dos chaperos a las tres o las cuatro de la madrugada; que si Lamberto Cano, el primer  gran amor de Brines, según el autor, “le hace una felación un día y Paco se asombra y aun, inicialmente, le repele el gesto” (p. 46); que si “un día, saliendo él y a punto de entrar yo al cuarto —del chapero, se entiende—, Paco me avisó en voz baja: el chico es estupendo pero he dejado la ventana abierta porque la ropa huele mal” (p.62); en fin —son muchos y con todo detalle—, que “como en la práctica sexual de Paco importaba menos ver la eyaculación final del chico (entiéndase que sólo había una), él iba primero, y luego entraba yo porque a mí sí me importaba el final” (p. 62).

Se lee de un tirón. No se puede dejar. Villena no sabe escribir mal ni queriendo.

Se entiende, “la fuente mana y corre” —Juan de Yepes—, como le gustaba matizar a José Olivio Jiménez. Puestos a decirlo todo, no se calla tampoco que también Paco compartió chapero una noche con Gil de Biedma (también p. 62), al que leía y con el que se llevaba bien, aunque eran muy distintos. Sabido es que mientras el uno hacía bandera de su cosmopolitismo cultural, Brines apenas sabía lenguas.

Francisco Brines | Académico | Real Academia Española

Brines, miembro de la RAE.

A Jaime le gustaba el lujo, a Paco nada, hasta el punto de que hasta podía llevar alguna vez mugre en las uñas. Jaime era muy promiscuo, mientras que Paco cuidaba siempre que no se supiera nada. Ambos tenían mucho dinero pero mientras uno era derrochador, el otro era casi cicatero; digo casi. Mientras el uno trabajó algo, Brines nunca. Se solía levantar en torno a las tres, desayunaba, por la tarde iban a ver exposiciones o al cine, cena, y ya luego a ligar. Llegaban, como se ha dicho, a la casa de María Auxiliadora, zafarrancho de combate, y luego ya se acostaba hacia la seis de la mañana.

No vamos a encontrar aquí nada de la poética de Brines: ya se ha escrito (1) que hay hasta cuatro estratos o líneas de evolución en su obra (hasta 1977, Insistencias en Luzbel, donde se desmarca de la gran influencia de Cernuda mediante el aforismo y su tendencia epigramática), luego ya su mayor vinculación metafísica, al modo, eso sí, de la Epístola moral a Fabio, que le conduce a un lúcido escepticismo —también gracias a Catulo—, la cada vez mayor presencia de Elca y la Naturaleza en su obra, hasta llegar a su insoslayable inclinación elegíaca y a las múltiples consideraciones negativas sobre el hombre histórico.

Un libro inesperado, que sólo podía escribir Villena, plagado de anécdotas sabrosísimas.

Nada de eso hay en esta “vida secreta”, que más bien parece a veces el contubernio de una cuadrilla de amigos con sus amoríos, sus celos y sus liaisons dangereuses, que el libro sobre un gran poeta. La mayor parte homosexuales, eso sí, pues aunque se habla de Hierro, Caballero Bonald, el mismo Abelardo Linares, Claudio Rodríguez o Valente, el resto, el 90 por ciento, son bisexuales o lo otro, lo cual lleva al autor a plantearse si, realmente, cabe una verdadera amistad si ambos amigos no son homosexuales. Claro que aquí habría que preguntarle a Villena qué es eso de “verdadera amistad”.

Lleva buena cuenta el autor, cómo no, de los dos grandes amores de Brines, el de Lamberto Cano, años cincuenta, el que le presenta J. O. Jiménez, y el de Dedí, el alemán que se dejaba querer y al que Paco le pagaba todo. Según L. A. V. no hubo más. Paco amó mucho —dice el autor—, pero le importó más la “brillante carnalidad del Amor que el ágape”. En fin, un libro inesperado, que sólo podía escribir Villena, y que está plagado de anécdotas sabrosísimas de todos estos grandes poetas de carne y hueso.

 

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De Villena, autor de la biografía.

Desde la noche en que ven al bueno de Claudio Rodríguez borracho, cómo no, tirado encima del capó de un coche, y se niegan a cogerlo, “porque les puede manchar el coche”, hasta lo que opina Valente cuando García Hortelano publica la antología sobre la G-50 (abril del 78): “¡Qué mamarrachada! En ese libro hay poeta y medio como mucho”, ante lo que Brines dice, “está claro que el “poeta” es él”, y presto Villena le puntualiza: “Te equivocas, Paco, Él es el poeta y medio”.

No sé qué le habrían parecido a Brines los múltiples alardes de pornografía que recrea Villena.

Se lee de un tirón. No se puede dejar. Villena no sabe escribir mal ni queriendo. Necesario para entender a la G-50 desde “dentro”, desde las catacumbas. Tanto como lo fue la publicación de los Diarios de Gil de Biedma, año 2015. Eso sí, veinticinco años después de su muerte; aquí sólo uno y medio tras la de Brines.

 

Brines, la vida secreta de los versos (Historia de una amistad). Luis Antonio de Villena, Renacimiento, Sevilla, 2022, 256 pp.


EL AUTOR

blog del poeta Manuel López Azorín: Luis Martínez de Mingo: Ni sombra de lo que fui

LUIS MARTÍNEZ DE MINGO (Logroño, 1948) empezó escribiendo poesía: Cauces del engaño, Ámbito, Barcelona, 1978. Luego vinieron unos cuentos, Bestiario del corazón, Madrid, 1994: Cuatro ediciones y varios premiados. Con la novela El perro de Dostoievski, Muchnik. Barcelona, 2001, llegó a finalista del Nadal. Ha editado de todo. Premio de novela corta con Pintar al monstruo, Verbum, Madrid, 2007, lo último ha sido un dietario, Pienso para perros, Renacimiento, Sevilla, 2014, La reina de los sables, Madrid, 2015 y la novela Asesinos de instituto (2017).