Una visita inesperada es un guion radiofónico original de Ángel María de Lera escrito por encargo de Radio Nacional de España. Aunque estaba previsto que constase de 65 episodios, el autor solo tuvo tiempo de dejar preparados los 27 primeros, que comenzaron a emitirse el 28 de octubre de 1984 en los programas Directo, directo y Las mañanas de Radio 1, como una suerte de homenaje póstumo al escritor fallecido tres meses antes. El texto ha permanecido inédito desde entonces, pero fue recuperado el 10 de diciembre de 2024, al ser interpretado en vivo con motivo de la entrega del V Premio ACE-Ángel María de Lera, que recayó en el programa de RNE La estación azul. La adaptación para el formato de lectura dramatizada corrió a cargo de Pedro Víllora, con las interpretaciones de Pau Cólera, Virginia de la Cruz, Jorge Simón y Juan Sánchez. La reproducimos a continuación.
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NARRADOR: Control música. Tema 1º que se repetirá al comienzo de cada capítulo. Se debilita suavemente hasta desvanecerse mientras surge la voz del Narrador, que dice:
Esta historia empezó así. Aquella mañana, como tantas otras, Julio Samaniego se encerró en su estudio para trabajar en la novela que estaba escribiendo. Su mujer, Pilar, había salido, como de costumbre, para realizar las compras de cada día, y la sirvienta, Rosario, se hallaba atareada en los quehaceres domésticos. Sólo su perro, Pantaleón, le hacía compañía dormitando sobre la alfombra de la habitación, frente a la gran estantería rebosante de libros.
El más espeso silencio se extendía por toda la casa. La mente del escritor, fuera de aquel lugar y de aquel espacio, se esforzaba por traducir a la palabra escrita lo que imaginarios personajes le sugerían, absolutamente enajenado.
De repente, suena un timbre lejos. Rumor de palabras apenas audible. Tras una brevísima pausa, suenan claramente los golpes de unos nudillos en una puerta. Otra pausa y, luego, el ruido de una puerta al abrirse y una voz…
ROSARIO: Usted perdone, señor.
NARRADOR: Julio Samaniego se estremece al volver en sí.
JULIO: (sobresaltado) ¿Qué pasa, Rosario?
ROSARIO: Una visita.
JULIO: No esperaba a nadie. ¿Quién es?
ROSARIO: Una señora.
JULIO: ¿Una señora? ¿Qué señora?
ROSARIO: No ha querido decirme su nombre.
JULIO: ¿No? ¿Y qué quiere?
ROSARIO: Hablar con usted un instante.
JULIO: (impaciente) Pero yo no… Dile que… (cambiando de tono) ¿Es joven y bonita?
NARRADOR: Rosario se encoge de hombros.
ROSARIO: Así así…
JULIO: Pues dile que no puedo recibirla ahora.
ROSARIO: Se lo he dicho ya, pero…
LUCÍA: (con voz entrecortada) Esperaré. No tengo prisa. Necesito hablar con su señor…
ROSARIO: Y empezó a llorar. Parece muy desgraciada, señor.
JULIO: ¿Sí? (en tono de resignación) Vaya por Dios. Está bien. Hazle pasar.
NARRADOR: Sobre una tenue melodía evanescente, Julio Samaniego se levanta, se estira la ropa y da unos pasos hacia la puerta. Silencio.
LUCÍA: (fuera) Gracias, muchas gracias.
NARRADOR: Pausa… Aparece en el marco de la puerta la figura de una mujer de unos cuarenta años que conserva aún vestigios de una gran belleza física. Son especialmente bellos sus grandes ojos verdes húmedos por el llanto. Viste pobremente y calza zapatillas de paño.
LUCÍA: ¿Puedo pasar, señor?
JULIO: Adelante, adelante.
LUCÍA: Le ruego que me perdone por mi atrevimiento.
JULIO: No se preocupe ahora por eso. Dígame.
LUCÍA: (titubeante, nerviosa) Verá… Pero no puedo decirle en dos palabras lo que…
JULIO: Bueno, pues cálmese y tome asiento.
NARRADOR: Sobre la misma melodía evanescente, Julio le indica un diván y Lucía mira temerosa a Pantaleón.
JULIO: No tema. Mi perro es muy pacífico.
NARRADOR: Lucía se sienta en el diván y mantiene una actitud cohibida mientras Julio ocupa uno de los sillones… Cesa la melodía. Una pausa.
JULIO: Usted dirá.
NARRADORA: La visitante lucha con su timidez. Se aprecia que el valor que la ha llevado hasta allí la ha abandonado ya.
JULIO: Bien. ¿Qué es lo que tiene que decirme?
NARRADOR: La desconocida rompe a llorar.
JULIO: ¡Señora, por favor! ¿Qué le ocurre? ¿Por qué llora?
NARRADOR: Julio se muestra desconcertado. No sabe qué hacer. Ella, mientras tanto, se cubre los ojos con un pañuelo. Julio, muy impresionado por la actitud de Lucía, queda en actitud expectante… Pausa. Se oye el llanto contenido de Lucía.
LUCÍA: (con voz entrecortada) Perdone, perdone, señor Samaniego…
JULIO: Tranquila, mujer, tranquila. Llore cuanto quiera.
NARRADOR: Pausa.
LUCÍA: Gracias. Ahora ya puedo.
JULIO: Muy bien. Pero antes le convendría tomar un café. Está usted muy pálida.
LUCÍA: Oh, no. No faltaba más.
JULIO: Sí, y verá qué bien le sienta. Le animará.
NARRADOR: Julio retiene con un gesto de la mano la muda protesta de Lucía, en cuyos ojos, por otra parte, se advierte una cierta avidez, y se levanta.
JULIO: Lo preferirá con leche, ¿verdad?
NARRADOR: Lucía hace un gesto afirmativo con la cabeza. Entonces, Julio se asoma a la puerta y alza la voz.
JULIO: ¡Rosario!
NARRADOR: Pausa… Lucía, mientras tanto, se enjuga los ojos, se alisa el cabello y se estira el viejo y arrugado vestido.
ROSARIO: Señor.
JULIO: Tráenos dos cafés: Uno solo y otro con leche. Bien cargaditos, ¿eh?
ROSARIO: Sí, señor.
NARRADOR: Julio vuelve a su asiento y enciende un cigarrillo.
JULIO: ¿Le molesta el tabaco?
LUCÍA: No, claro que no.
JULIO: Y bien…
NARRADOR: Pausa.
LUCÍA: Verá… Bueno, no va a creer nada de lo que le cuente. Es una historia que parece más bien una novela.
NARRADOR: Julio sonríe y se encoge de hombros.
JULIO: No olvide que soy novelista y que, por eso, sé distinguir lo real de lo imaginado, aunque, si he de decirle la verdad, ficción y realidad son para mí las dos caras de la misma moneda. Los novelistas no inventamos nada. Todo lo que contamos en nuestros libros ha sucedido en algún lugar y en algún tiempo. La diferencia consiste en cómo se cuenta y en los añadidos que el novelista agrega al hecho real, es decir, en su interpretación personal del mismo. Ya sabe usted aquello de que el color de las cosas depende del color del cristal con que se miren… Así que no debe preocuparse usted por raro que sea lo que tenga que decirme. Para mí todo es posible y todo es real y fantástico a la vez. De lo contrario, la vida carecería de interés.
NARRADOR: Julio, sonriente, abre los brazos en un gesto de cordialidad. Los hermosos ojos de Lucía se llenan de luz.
LUCÍA: Gracias. Es lo que esperaba de usted.
JULIO: ¿Por qué?
LUCÍA: Porque sus libros demuestran quién y cómo es usted. Soy una lectora suya… Lo he sido, al menos, durante algunos años.
JULIO: Gracias.
LUCÍA: La agradecida soy yo. Sabía que usted me escucharía por lo menos.
JULIO: Estoy dispuesto, efectivamente. Le escucho.
LUCÍA: Tendré que empezar por decirle mi nombre…
JULIO: Como usted quiera.
LUCÍA: Me llamo Lucía Mac Dugan y soy de origen irlandés. Un antepasado mío vino a España a luchar contra Napoleón. Luego, se casó con una española y se quedó a vivir aquí para siempre.
JULIO: Ya he visto que sus ojos son del Norte.
NARRADOR: Suenan unos golpes de nudillo en la puerta.
JULIO: Adelante.
NARRADOR: Es Rosario con el servicio que coloca sobre la mesita del tresillo en silencio… Pausa.
JULIO: Gracias, Rosario. Puedes irte.
NARRADOR: Otra pausa.
JULIO: ¿Cuánta azúcar?
LUCÍA: Tres terrones, por favor.
NARRADOR: Pausa. Ruido de cucharillas… Julio gusta el café a pequeños sorbos, sin apartar los ojos de Lucía. Esta, a su vez, bebe también lentamente, con la mirada fija en la taza… Pausa. Luego, ruido de tazas al ser posadas sobre los platitos.
JULIO: ¿Qué tal?
LUCÍA: Exquisito.
JULIO: Sí, en esta casa es mejor el café que la literatura.
LUCÍA: No diga eso, por Dios. Si uno es bueno, la otra es estupenda.
JULIO: Muy amable, señora. Ahora, si le parece bien, sigamos.
LUCÍA: Sí. Pues bien: aquí donde me ve, tan desaliñada y mal vestida, soy la condesa de Valdelájara. Ese es el título que mi antepasado ganó en la guerra española contra los franceses. Yo vivía antes en la calle de Serrano y, ahora, en la habitación prestada por un viejo servidor en su piso de Vallecas. Vivo de caridad. Sí, sí… Ya le dije que…
JULIO: Siga, siga.
LUCÍA: He venido a pie desde allí. Por eso calzo estas viejas zapatillas. De otra manera no podría darme estas caminatas. Y necesito andar, cansarme, para no volverme loca encerrada todo el día en aquella pequeña habitación, que es lo que quisieran ellos.
JULIO: ¿Ellos? ¿Quiénes?
LUCÍA: Mis enemigos.
JULIO: Ya. ¿Y quiénes son sus enemigos?
NARRADOR: Pausa.
JULIO: No se detenga ahora.
LUCÍA: ¿Ha oído usted alguna vez el nombre de Fernando Lezama Urgoiti?
NARRADOR: Pausa.
JULIO: No.
LUCÍA: Un hombre de grandes negocios, y qué negocios, personaje habitual en las crónicas mundanas.
NARRADOR: Julio intenta hacer memoria, pero desiste con un gesto.
JULIO: No me dice nada ese nombre, de verdad.
LUCÍA: Es un hombre muy poderoso, no tanto como antes, pero todavía encuentra apoyos en todas partes. Por él me veo así.
NARRADOR: Las lágrimas asoman de nuevo en los ojos de Lucía… Música fuerte, dramática, que se interrumpe para abrir el diálogo.
PACO: Te aconsejo que abandones.
LUCÍA: Pero tú me dijiste…
PACO: Te dije, te dije…
LUCÍA: (interrumpiéndole) ¿Tú también te has pasado al enemigo?
PACO: Lucía, por favor.
LUCÍA: Está bien. Pero te digo que no abandonaré. ¡Jamás!
PACO: Pues lo siento por ti.
LUCÍA: ¿Tú? ¿Que lo sientes?
PACO: De veras que sí.
LUCÍA: Ya comprendo. Es tu venganza, ¿verdad? No, no te disculpes. ¿Es que ya no te intereso tanto como entonces?
PACO: Depende. ¿Estarías dispuesta…?
LUCÍA: ¿Lo ves? Pues oye esto: Ni entonces cedí ni cedería ahora aunque fuese en ello mi vida. ¿Cómo puedes ser tan miserable? Eres un cerdo, un cerdo.
PACO: A todo el mundo le llega su San Martín.
LUCÍA: Sólo a los cerdos. No lo olvides.
PACO: Allá tú. Y ahora, sal de aquí y no vuelvas a llamar a mi puerta, estúpida orgullosa. (En tono de burla) Pero vendrás, vendrás… Sé que vendrás.
LUCÍA: Qué poco me conoces. Te morirás esperando. Y no abandonaré.
NARRADOR: Se repite la música fuerte, que apaga la voz de lucía y domina por unos segundos la audición.
JULIO: No se deje dominar por los recuerdos. Vamos, vamos… Serénese.
LUCÍA: (con voz temblorosa) Perdóneme. Estoy abusando de su amabilidad y…
JULIO: No se preocupe ahora por eso, y siga, siga…
LUCÍA: Es que he sufrido tantos desengaños, señor Samaniego. Todas las puertas que yo creía amigas se me han ido cerrando, una a una, y me encuentro más sola cada vez. Fernando tiene todavía mucha influencia.
JULIO: Pero, ¿por qué la persigue? Es que acaso…
LUCÍA: Sí. Fernando es mi marido. Estamos separados, pero es mi marido. ¡Y mi desgracia! ¡Mi cruz!
NARRADOR: Las últimas palabras de Lucía se confunden con su llanto y entra música…
Fin del capítulo primero de Una visita inesperada, serial radiofónico de Ángel María de Lera para Radio Nacional de España.
En este enlace, se puede acceder a la dramatización representada la noche de la entrega del V Premio Ángel María de Lera.