Josep Maria Benet y Jornet. Papitu | Más que un homenaje

La muerte, el pasado 6 de abril, de Josep Maria Benet i Jornet, el «dramaturgo catalán más importante del último medio siglo», ha sido un golpe duro para el teatro contemporáneo. El autor del presente artículo hace un recorrido por su obra y evalúa su aportación al arte dramático del siglo XX y lo que llevamos del XXI.
© JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ

Seguramente, los manuales de Literatura mencionarán a Josep Maria Benet i Jornet (Barcelona, 20 de junio de 1940 – Lleida, 6 de abril de 2020) como el dramaturgo catalán más importante del último medio siglo. Su trayectoria ocupará en esos estudios un lugar de privilegio junto a nombres como Guimerá, Rusiñol, Segarra, Iglesias, Espriu y Brossa. Personalmente, pienso que su importancia es mayor: porque Benet i Jornet es lo que ha escrito él y lo que han escrito las generaciones siguientes. Es, por supuesto, una opinión.

Hoy, el panorama de la Literatura dramática catalana es muy diferente a lo que dibujaba en 1983 la Introducción a la lengua y la literatura catalanas de Arthur Terry y Joaquim Rafel. Busco el libro y lo repaso. Cuánto subrayaba en esos años. La realidad del teatro catalán era mucho más rica de lo que resumen esas páginas – apenas menciona, del prodigioso movimiento del teatro independiente de los años sesenta y setenta, a los grupos más antiguos: Agrupació Dramática de Barcelona, Escola d’art dramátic Adriá Gual y Teatre Experimental Catalá – pero es evidente que el cambio posterior ha sido algo inimaginable hace cuarenta años: una pléyade de magníficos escritores ha sorprendido desde finales de los años ochenta a público, profesión y estudiosos. Varias docenas de dramaturgos nacidos a partir de los años sesenta, con obras de gran calidad, ven cómo estas son traducidas, editadas, representadas y estudiadas en muchos países. Posiblemente, el punto común de muchos de estos escritores, si se les pregunta, es tener la figura de Josep Maria Benet i Jornet como un maestro, un referente esencial en su querencia por la escritura de textos teatrales. Lo mismo se podría decir de los escritores que han elegido ese otro género del que no se ocupa la Filología – somos así de bobos – que es el guión para cine o televisión: la Historia de la televisión en Cataluña tiene un antes y un después en la trayectoria de Benet i Jornet en ese género.

Esa figura fundamental, casi diría fundacional, corresponde a un escritor que, por encima de todo, amó escribir, disfrutó escribiendo; lo hizo desde que era un adolescente que se confeccionaba sus propios tebeos; lo siguió haciendo al llegar a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona; ya había pasado por grupos aficionados de su barrio cuando entró con 22 años en la EADAG; y dio frutos muy tempranos, pues con 23 años ganó el premio Josep Maria de Sagarra con su obra Una vella coneguda olor, que llegaría a los escenarios el 30 de septiembre de 1964, dirigida por Josep Maria de Sagarra, en el Teatre Romea de Barcelona. Desde 1963 hasta 2013: medio siglo de pasión por la escritura.

En 1970 publicaba en la editorial Moll, de Palma de Mallorca, sus obras Fantasía per a un auxiliar administratiu, escrita en 1964, y Cançons perdudes, escrita entre 1965 y 1966. El volumen se publicaba por haber recibido la primera de esas obras el premio Bartomeu Ferrá 1967. En él, hay un prólogo de varias páginas de Xavier Fábregas, que da noticia de los inicios del autor, de la influencia en él de la lectura de los dramas de Buero Vallejo, de la decisión muy temprana de escribir en catalán, “en el seu propi idioma”; y del magisterio de Ricard Salvat y Maria Aurelia Capmany desde la EADAG y Joaquim Molas desde el Institut d’estudis catalans. El análisis que hace Fábregas de las obras de Benet i Jornet nos ofrece una imagen muy clara del autor y de su coherencia a lo largo de décadas, además de mostrar la lúcida mirada del estudioso: “A mi entender, uno de los valores fundamentales del teatro de Josep Maria Benet i Jornet es su sinceridad, su falta absoluta de esnobismo; en el fondo eso es lo que distingue a un autor capaz de hacer una aportación personal al teatro, de enriquecerlo, de un autor – espejo o de un autor – camaleón, siempre àla page, pero siempre desfasado de sí mismo.” Estas palabras sobre el escritor de treinta años habrían servido para definir al escritor de ochenta; me gusta haber podido rescatarlas.

En la entrega del Premio de Honor de las Letras Catalanas. Año 2013

Benet y Jornet continúa escribiendo: en 1968 termina Marc i Jofre o els alquimistes de la fortuna. Pese a aquellos premios y a su primer estreno, debe esperar siete años, hasta 1971, para regresar a los escenarios. El autor recordaba aquellos años como una especie de travesía del desierto. Eran tiempos de Teatro Independiente y en muchas compañías se buscaba la autoría colectiva o directamente se decidía prescindir de la dramaturgia. Más tarde, en el final de los setenta y los primeros ochenta, una generación de escritores que habían estado vinculados a los grupos independientes comenzaron a firmar sus textos, surgió la que Medina Vicario llamó generación del 82: Alonso de Santos, Fermín Cabal, los hermanos Sirera, Sanchis Sinisterra, Amestoy, Lourdes Ortiz… recuerdo que un día me llamó Benet i Jornet para discutir un rato porque yo había mencionado su nombre como parte de esa generación y él no se identificaba con esas características, por más que en otras su trayectoria tenía puntos en común. Daba gusto discutir con Papitu. Desde la cercanía, desde la sonrisa, desde el enfado que duraba dos minutos, desde las convicciones. Siempre prevalecía el cariño sobre cualquier diferencia. Al menos, eso es lo que a mí me ha quedado y así lo cuento.

En la década de los setenta, las obras de Benet y Jornet empiezan a llegar a los escenarios de Barcelona con regularidad: Taller de Fantasía, una colección de piezas breves, se estrena como espectáculo infantil en 1971, en el Teatre Romea, con dirección de Raoul Sicalona y Joan Maria Gual, con los alumnos de la EADAG; La nau, con dirección de Tessa Julia, Pau Monterde, Pepi Sabria e Ignasi Utset, en 1974, en Terrassa; otro infantil, Supertot (1974), un encargo del grupo U de Cuc, donde escribió también las letras de las canciones, con música de Pere Puértolas: La dirigió Francesc Alborch y se estrenó en noviembre de 1974, en el Teatre Romea. Benet i Jornet se divertía y sus trabajos para los chicos gustaban, de modo que llegó un encargo más: Helena a l’illa del baró Zodiac, en la que volvió a componer las letras de las canciones, que llevaron de nuevo la música de Pere Puértolas, se estrenó en diciembre de 1975, en el Casino de L’Aliança, pocas semanas después de la muerte del dictador. Se ocupó de la dirección escénica Sergi Schaaff. Entre los actores, un chico de veinte años llamado Joan Ollé. Aquel muchacho se inventaba poco después el nombre de un grupo, Dagoll Dagom, y estrenaba en 1977 un espectáculo mítico, No hablaré en clase, en ese mismo Casino de L’Aliança. Y ese joven director ponía en escena en enero de 1979 Quan la radio parlava de Franco, para cuyo texto Benet i Jornet había contado con la colaboración de su amigo Terenci Moix. Ollé contó con Isidre Prunés para la escenografía y actores como Rosa María Sardá, Enric Majò, Angels Moll, Josep Torrents, Nadala Batiste, Francesc Luchetti y Joan Vallès. Con el mismo equipo, aunque esta vez con un sorprendente espacio diseñado por Iago Pericot, Ollé estrena en el Romea en noviembre de 1979 uno de los textos que hicieron de Benet i Jornet un referente en aquellos primeros años de democracia: Descripció d’un paisatge.

(Y recuerdo ahora una conversación con Ollé, una tarde, en la Albufera, en 1999: “le ha gustado eso que has escrito”. Una pieza corta para algo que se hizo en Barcelona, Sopa de radio. Imaginar la sonrisa de Papitu leyendo esas páginas era para mí un premio. Estaba claro por culpa de quién me habían propuesto participar en aquello.)

Un referente que va a trascender en seguida las fronteras de Cataluña. César Oliva hace Supertot en castellano y el Centro Dramático Nacional programa en abril de 1980 en el Teatro María Guerrero Motín de Brujas, con dirección de Josefina Molina y un reparto inolvidable: Luis Politi, María Asquerino, Berta Riaza, Enriqueta Carballeira, Julieta Serrano, Marisa Paredes y Carmen Maura. La obra se había presentado en catalán como dramático para televisión en 1976 (Muchas de sus obras llegaron a los espectadores catalanes por ese medio), y se estrena en teatro en 1981, en la que fue la segunda y última temporada de Xavier Fábregas como director del recién nacido Centre Dramàtic de la Generalitat de Catalunya, el antecedente del Teatre Nacional, en el Romea, por la compañía Teatre del Escoprí, dirigida por Pep Montanyès y Josep-Maria Segarra, con otro excelente reparto: Alfred Luchetti, Montserrat Carulla, Àngels Moll, Carme Fortuny, Mercè Managuerra, Maife Gil y Lourdes Barba. Pep Montanyès cuenta con él ese mismo año, para adaptar uno de los monumentos de la Literatura catalana, Terra baixa, con Enric Majó como Manelic.

En 1984 se preguntaba Xavier Fábregas un reportaje de la revista El público “¿Dónde están los autores catalanes de los sesenta?” El crítico, que con tanta lucidez había presentado a Benet i Jornet en 1970, habla de cómo ha atravesado Benet i Jornet ese desierto en el que autores tan valiosos como Pedrolo, Melendres o Teixidor no lograron la misma fortuna: “participa en el teatro independiente, en los debates, en las asambleas y encuentros no autorizados por la “autoridad”, en tanto que ideólogo y pedagogo, pero cuando se pone a escribir lo hace pensando en una escena ideal, en una especie de Jerusalem liberada, que de existir, se sitúa en un hipotético futuro. “.En 1985 continúa esta etapa que podríamos calificar de reconocimiento de su calidad como dramaturgo con una producción del CDGC: La desaparició de Wendy, con dirección de Jaume Villanueva, que se estrena en la sala Villaroel y que viajará a Madrid para presentarse en catalán y castellano. Muy poco después, en febrero de 1988, Benet i Jornet estrenaría una nueva producción del CDGC, esta vez en el Teatre Romea: Historia del virtuos cavaller Tirant lo Blanc, con dirección del polaco Pawel Rouba, veterano profesor en el Institut del Teatre. Unas semanas más tarde, Benet i Jornet llegó por fin al Teatre Lliure: en marzo de 1988, llegaba a la sala del barrio de Gràcia El manuscrit d’Ali Bei. Lo dirige Montanyès, que había montado “Motí” seis años antes, con escenografía de Fabià Puigserver y un grupo de excelentes actores: Àngels Moll, Francesc Lucchetti, Josep Linuesa, Manuel Dueso, Montse Guallar, Muntsa Alcañiz, Pep Munné, Pep Sais, Pep Tosar, Quim Lecina… El resultado tuvo que ser satisfactorio porque en 1989 regresaba al Lliure con la comedia Ai Caray!, con la que su buena amiga Rosa Maria Sardá debutó como directora. Tengo dos recuerdos: la risa del público con la frase alucinada de Luchetti (“ñam ñam, sopar”) y Pep Montanyès cortando mi entrada en la puerta de la sala. La versión castellana tardó una década en llegar, dirigida por Manuel Ángel Egea, con Guillermo Montesinos, Fernando Delgado, Iñaki Miramón y Alejandra Torray. La traducción de Emilio Gutiérrez Caba, que se publicó en 1994, cambió el título por “Página de sucesos”.

En 1986 había sucedido algo importante en la vida de Benet i Jornet, algo importante para el teatro catalán y por extensión para el teatro español: un joven de 23 años llamado Sergi Belbel va a ganar la primera edición del Premio Bradomín para jóvenes autores. Belbel va a ser muy pronto un reflejo, un amigo imprescindible para un Benet i Jornet dos décadas más viejo que encontraba un cómplice y un autor al que admirar. Recuerdo oír hablar de Sergi a Papitu, con admiración, con entusiasmo. Recuerdo oír hablar de Papitu a Sergi, como el maestro que en una pincelada le resolvía un problema; el problema se titulaba Talem, y yo tuve el privilegio de ocuparme de la edición en castellano para el Centro de Nuevas Tendencias, que lo publicó en 1990 con un prólogo, claro, de Benet i Jornet. Tal vez es una de las relaciones más hermosas y enriquecedoras que se puedan recordar en nuestra Historia de la Literatura.

Precisamente es Sergi Belbel quien dirige La frageda, interpretada por Manuel Dueso y Xavier Ruano, el 23 de febrero de 1990 en la recién abierta Sala Beckett. Y, justo un año después, en febrero de 1991 en el Teatre Romea, con producción del CDGC, una obra que marcó a mi generación: Desig, con Àngels Poch, Lluís Soler, Josep Maria Pou e Imma Colomer.

Deseo, traducida al castellano por Sanchis Sinisterra – cuya Ay Carmela había iniciado la colección – se convierte en otro de los textos de referencia que nos regaló esa colección de libros de El Público ideada por Moisés Pérez Coterillo a los nacidos en los sesenta que estábamos empezando a querer escribir teatro. Benet i Jornet forma parte de ese puñado de autores que queríamos emular, junto a Koltés, Bond, Mamet, Strauss, Loren… (Pérez Coterillo murió en 1996, en medio de un silencio muy español. Castilla hace a sus hombres y los gasta.) Deseo se pudo ver pronto montada en castellano, en producción de la veterana compañía Teatro de la Ribera, de Zaragoza, en 1992, dirigido por Pilar Laveaga. No conozco ningún estreno posterior en Madrid, y me extraña.

Llegó un nuevo desafío: la primera telenovela de la televisión catalana: Poblenou, 192 capítulos, comenzó su emisión en enero de 1994. Me contaron que la emisión de algunos capítulos paralizó la ciudad de Barcelona. En los años siguientes, Benet i Jornet sacó adelante Nissaga de poder, con cerca de quinientos episodios, Ventdelplá, con cerca de 250… Más adelante, estará detrás de proyectos emblemáticos de Diagonal TV, como Amar en tiempos revueltos, ideada con otros dos magníficos dramaturgos, Rodolf Sirera y Antonio Onetti.

Coincide esta incansable dedicación a los guiones – “pasaba días en los que no hacía otra cosa que escribir y dormir…” – con una etapa en su escritura dramática en la que muchas de sus obras son piezas de pocos personajes, concentradas, como si tratase de distinguir así los dos géneros. Tras Deseo iba a llegar una de las obras más célebres de Benet i Jornet, que además sería la que le valiese el Premio Nacional de Literatura 1995 y la primera en ser llevada al cine: E.R. se estrena en octubre de 1994 en el Teatre Lliure, con la dirección una vez más de Josep Montanyès, con Mercè Arànega, Maife Gil, Marta Angelat y Montse Esteve. Como muchas otras de sus obras, sería emitida como dramático de televisión, pero además, el director Ventura Pons dirige Actrius en 1997. Pons llevará al cine dos años después otra obra de Benet i Jornet, Testement, con el título Amic/amat. E.R. tuvo también su estreno teatral en castellano, con el título Algún día trabajaremos juntas, una versión de José María Pou dirigida por Manuel Angel Egea interpretada por Isabel Gaudi, Gemma Cuervo, Encarna Paso y María Asquerino, estrenada en 1996.

Antes de eso llegará el estreno de Fugaç, en el CDGC, en febrero de 1994 en el Romea, de nuevo con dirección de Rosa Maria Sardà (En 1997, Ernesto Caballero estrena la versión castellana), y su colaboración en el éxito Homes de T de Teatre, en ese mismo año; más una adaptación de Maria Rosa, de Guimerá, en 1996, con dirección de Frederic Roda. Al año siguiente, Focus produce una nueva puesta de esa versión de Maria Rosa, con dirección de Rosa Novell. Entre los actores, un joven Oriol Broggi que hoy es uno de los más reconocidos directores de Cataluña y que en 2017 montó para la Sala Beckett La desaparició de Wendy, como homenaje a un autor que ya no sabía que lo era.

En marzo de 1996 se estrena Testamento, producida por el Centro Dramático Nacional, en el Teatro María Guerrero de Madrid, con dirección de Gerardo Vera, con los actores Juan Diego, Chete Lera y Armando del Río. Aquel estreno fue el territorio de nuestras primeras conversaciones. Focus produciría la versión original de Testament al año siguiente en el Romea, con dirección de Sergi Belbel, interpretada por Lluís Soler, Jordi Boixaderas y David Selvas.

Belbel y Benet i Jornet ofrecerían en febrero de 1999 una nueva prueba de su sintonía. Se estrenan en la Sala Beckett,con el mismo director, Toni Casares, el mismo reparto y el mismo tema dos obras: La sang, de Belbel, y El gos del tinent, de Benet i Jornet.

En 2000, Benet i Jornet iba a ofrecer una de sus piezas maestras: Olors. Mario Gas dirigió a Rosa María Sardà, Pere Arquillué, Carme Molina, Joan Anguera y Rosa Boladeras en el Teatre Nacional de Catalunya.

La amistad con Papitu es otra más de las muchas cosas que le debo a Irene Sadowska. Sadowska y su marido, François Guillon, constituyeron en 1992 Hispanité Explorations, un instrumento para promover traducciones, lecturas y publicaciones en francés de docenas de autores que escribimos en castellano o catalán y que se desarrolló durante unos veinte años. Podemos contar con una decena de sus obras traducidas al francés gracias al empeño infatigable de Sadowska. En la primavera de 2001, Irene nos invitó a unas lecturas de obras nuestras dirigidas por René Loyon en un pequeño teatro de Cergy, cerca de París. Fue la ocasión de retomar conversaciones comenzadas en 1996, cuando Testamento, y de descubrir una afinidad que creció en la distancia, en conversaciones telefónicas, en correos, en libros que iban y venían. Me identifiqué con aquel chico de barrio que leía todo lo que le caía en las manos, que hacía peyas en el cole para meterse en una biblioteca, que disfrutaba escribiendo, que sabía que no dejaría nunca de escribir y de trabajar para hacerlo mejor cada día, aunque confesaba no tener ninguna confianza en sí mismo pese a los estrenos y los premios, que escribía desde la humildad de saberse una parte del equipo que iba a levantar el telón. Vivió y trabajó con esa visión de las cosas. Y ahora es mucho lo que noto que me falta y ni siquiera lo sé explicar.

Los títulos de estos años 2000 dan cuenta de la absoluta libertad con que escribe Benet i Jornet, pasando de la oscura El gos del tinent a la emocionante Olors y de ahí a una comedia disparatada como Eso a un hijo no se le hace, en 2001, para en el paso siguiente hacer una inmersión en la angustia de L’habitació del nen, que se estrena en enero de 2003 en el Teatre Lliure, con dirección: Sergi Belbel. Y de ahí un triple salto para participar en un espectáculo de títeres,  La cenicienta (quizás sí, quizás no), una producción del TNC y Teatre Nu, y a la más ambiciosa de sus obras finales, Salamandra, estrenada en octubre de 2005 en el Teatre Nacional de Catalunya con dirección de Toni Casares, que dirigiría también su siguiente trabajo para el TNC: en 2007, Benet i Jornet atiende un apetecible encargo, adaptar la novela La plaça del diamant, de Mercè Rodoreda.

Muy diferente será su siguiente estreno: Soterrani, en marzo de 2008 en la sala Beckett. Xavier Albertí dirigió a Pere Arquillué y Pep Cruz en la obra más dura de todas las escritas por el autor. El propio Albertí dirigiría al año siguiente la versión en castellano, Sótano, con Ramón Langa e Israel Elejalde.

A esa dureza cruel de Soterrani respondió con otro contraste: la bella y emocionante Dues dones que ballen, estrenada en marzo de 2011 en el Teatre Lliure, de nuevo con dirección de Albertí, que contó con Alicia Pérez y con la gran Anna Lizaran en el que sería su último trabajo.

Albertí fue también el director de Com dir-ho, en 2013, con Jordi Boixaderas y Clàudia Benito.

Y llegó el silencio. El mal de Alzhéimer venía arañando los pensamientos de Benet i Jornet desde hacía algún tiempo. Com dir-ho fue su último intento de seguir siendo dueño de sus palabras. Se apagaron sus palabras pero, por lo que me contaron, no se apagó su sonrisa.

Mi último recuerdo es un ejemplar de mi obra La tierra en griego, con su tarjeta de visita. Se lo había dado la maravillosa María Chatziemmanouil para que me lo diera cuando nos viéramos y vistas las dificultades me lo envió por correo a finales de 2013. Y un correo electrónico que anunciaba ese envío, “Chaval…” contándome que estaba leyendo mi obra Mi piedra Rosetta, publicada en Primer Acto. Eso era lo que solía pasar: le enviabas una obra, con el deseo de que la pudiera leer y darte su opinión, y descubrías que ya se había comprado el libro y ya lo estaba leyendo, porque le interesaba lo que escribíamos los demás. Y una despedida que ahora duele mucho, “Abrazos. Tengo ganas de verte”. Asuntos que no vienen al caso me hicieron descuidar a muchos amigos durante unos años. Cuando volví a tener noticias de Papitu fue con una frase horrible: “Ya no conoce”. En 2017, Ernesto Caballero me propuso escribir una obra sobre la historia del Centro Dramático Nacional, y acabé escribiendo Un bar bajo la arena, que convertía la cafetería del Teatro María Guerrero en un lugar donde se mezclaban sueños y recuerdos. Me permití el lujo de hacer aparecer a un personaje que se llamaba JR y decía estas palabras:

JR– Hola, Papitu. Te sonreías y te acordabas de Motín de brujas, el día que nos conocimos. Estábamos aquí en el bar, o arriba, en el patio de butacas. Gerardo estaba ensayando Testamento, era el 95 o el 96… Te sonreías y me decías “aquí, en este teatro, te ponen una obra cada veinte años, y prou”. Fuimos en taxi a la Olimpia, para hablar de teatro y novela. Tú me decías que no te interesaba escribir novela, que te interesaban las personas pero no los lugares. Y luego hiciste Olors en Barcelona, y aquel lugar era la persona más real del mundo. Hablamos mucho de aquel lugar, porque era mi lugar en Barcelona, eran mis pasos de niño, desde la calle Rosal, donde el Molino, hasta la Rambla, donde el Liceu. Con trece años, con quince años. Hablamos mucho de todo eso mientras recorríamos librerías de París, con Yolanda. Y de la palabra y el pensamiento. Y del oficio de escribir. No te acuerdas. No te acuerdas de nada de aquello. No te acuerdas de nada. No te acuerdas de mí. A mí me gusta recordar a Sergi en Londres, hablándome de ti como de un maestro, y me gusta recordarte a ti en París, hablándome de Sergi como de un genio. Nadie ha sido tan generoso como tú. Ya no te acuerdas de eso. Ya no te acordarás nunca de eso. Quiero darte un abrazo, aunque tú no estés dentro de ese cuerpo que me mira y me sonríe. (El actor se queda esperando un abrazo, un abrazo largo y callado. Sale.)”

A la gran literatura dramática escrita por Benet i Jornet en cinco décadas, hay que añadir un libro más: Papitu, el somriure sota el bigoti, escrito por su hija Carlota Benet; uno de los libros más bellos y emocionantes que he leído en mi vida. Y el epílogo perfecto para unas obras completas – ojalá en edición bilingüe – que confío en llegar a ver algún día en las librerías.

José Ramón Fernández, abril de 2020.


EL AUTOR

JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ (Madrid, 1962) Premio Nacional de Literatura Dramática 2011, lleva publicando y estrenando obras desde 1994. Entre las últimas obras en cartel, El minuto del payaso, Un bar bajo la arena o la adaptación de las novelas de Max Aub El laberinto mágico. Ha recibido también los premios Calderón, Lope de Vega y Max.