El barroquismo evocador de Juan Almagro

El autor de la reseña disecciona el último poemario de Juan Almagro publicado en Pre-Textos. En Un amor para después, el autor se envuelve en imágenes barrocas, zoológicas, ambiciosas, para volver sobre algo tan sencillo y puro como la añoranza de aquello que se perdió. 
© CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS

Corren tiempos de anticipación, padecemos el síndrome de los dibujos animados, caemos en pensar que si no nos movemos no existimos, hasta que, por no perder el hueco en lo posible, le hurtamos otro espacio al devenir, y eso saca el futuro de sus coordenadas, el tiempo acaba siendo lo que no se ve del espacio, que dijo Oteiza, time is out of joint en fórmula de Shakespeare. Vivimos una existencia desquiciada, sacada de quicio perpetuamente, la palabra de más actualidad es procrastinación, resucitada no se sabe si por anglicismo o pura moda. El diccionario Oxford recoge mañana como cualquier tiempo futuro que por pura indefinición ya es pasado.

Un amor para después, tercer libro de poemas de Juan Almagro (Madrid, 1966), con el que ha ganado el II Premio de Poesía Antonio Ródenas García-Nieto entre más de novecientos manuscritos, pudiera parecer por el título buen ejemplo de esa urgencia por posponer que caracteriza nuestro tiempo apocalíptico, solo que el libro está más centrado en el amor que se tuvo, el amor de antes. La poesía viene a cantar lo perdido, y el después del título no es la flecha que apunta en una dirección futura sino la doblez de lo que ya fue y nos hace señas desde el pasado como esos pies de foto adelantados al poema. Por eso empieza con un poema del padre, toda una genealogía.

La poesía de Juan Almagro tiene mucho de barroca.

El conflicto con la génesis tiene tiempos muertos y finales felices; banderas blancas y la conmemoración del vencido en la efigie de las fuentes. Según vamos leyendo comprendemos que están hablando de nosotros; la elegía personal es un canto colectivo por una lengua que sea igual de rugosa que el perfil de la realidad y huya de vocablos envarados, que no busque la iluminación gratuita y se ajuste al tamaño de las cosas.

A veces el poema parte de una arista afilada en la imaginación o en la memoria del poeta, se detiene en una bandada de pájaros posada en un cable eléctrico, y de ahí surge la figura del proyectil y la ballesta. Pero la imagen sube a un plano mayor y los gorriones acaban convertidos en virotes que atraviesan con su mayor densidad la carne etérea. Gira el mundo cuando clavan los picos en la tierra. El amor se rige por ese tiempo supersónico, y la imagen ha quedado convertida en un emblema balístico. La poesía de Juan Almagro tiene mucho de barroca.

La poesía viene a cantar lo perdido.

En el buen sentido, como los emblemas de Saavedra Fajardo, cortados a medida para este tiempo que aspira al después pero lleva ya muchos años atrapado en el antes. Hay quien diría que en el nunca también. Por eso, por su naturaleza emblemática, hay muchos animales. O muchos restos, retazos, partes, trozos de animales que sirven para aglutinar el bestiario de las nuevas criaturas.

 

HOMBRE MANTIS

Con la misma

vacilación en el paso,

con la misma

necesidad de refugio,

llegamos a una

perfecta dulzura

amorosa. Pero vinieron

el desdén y tu feroz

cabeza de uva.

 

En la cartografía del amor y del desamor, los grifos y quimeras de nuestro tiempo, está el hombre-mantis y está la vaca cognitiva, con sus respectivos atributos abolidos, el no poder abrir los ojos para la sorpresa, el no pensar ni por asomo en la eternidad. Por eso los enamoramientos son breves, y valga la redundancia. Poesía de imágenes precisas, labradas con un afilado cincel: el amado trepa el cuerpo de su amada como un lagarto por una sábana tendida al sol.

Es comprensible que, en esa búsqueda de esmerilada realidad en el poema, la fenomenología de lo humano se vierta en figuras zoológicas como punta de flecha, ariete o vanguardia de la existencia. También lo es que el fin del mundo pille al sujeto varado dentro del esqueleto de una ballena. En su fuga de sí mismo en pos del objeto amado, el amante quisiera ser res, reptil, cetáceo, insecto. Como en los libros de emblemas, la imaginación se calza costillares, garras, picos y plumas para escapar del procrastinado hodierno. Y brota el poema.

Poesía de imágenes precisas, labradas con un afilado cincel.

Juan Almagro.

Macedonio Fernández escribió que el amor no correspondido era una contradicción en sus términos. Si es amor, tiene por fuerza que ser correspondido. Pero es lo otro, el desamor, la seducción y el cortejo lo que más ríos de tinta ha hecho correr en la literatura occidental. Los requiebros que han jalonado la tradición erótica, el castillo o cárcel de amor, la locura, el asedio, la caza o el puro canibalismo conocen nueva formulación en este libro. La voluntad del poeta de dar con una expresión justa, no necesariamente directa, acerca el plano de la expresión al picado cinematográfico. No es cubismo en la mirada, es escalpelo en la dicción antes del fundido en negro.

 

PEQUEÑA

Ella camina y va

haciéndose pequeña

lumbre de cigarrillo,

un hada que se aleja,

una palabra roja en

un exclusivo estuche

de cristal.

 

En el poema, después del enamoramiento llega el desamor que da pie a la voz elegiaca; en la vida, lo que llega es la vida en pareja, una especie de tercera vía en la que repartir funciones y premios nutricios. Luego, la desmemoria.

 

EL OLVIDO

Tercer plano:

 

Las mujeres se

dirigieron a las pozas

y comieron

fumarolas en silencio.

Los hombres vaciaron

las entrañas de un

mamífero fabuloso y

permanecieron allí

dentro, mirando hacia

arriba, como si fuera

una catedral.

 

Hay también una distancia con la entraña trágica del acabamiento como es natural en toda poética que huya de la intensidad romántica. Es la huella irónica del presente, una extinción sin dramatismos en la que al sujeto le da tiempo a ver la combustión del cielo mientras hace el muerto en una piscina, hace como que muere y disfruta del paisaje. Aunque no hay paisaje. Las nubes, último emblema, dibujan en el cielo su bestiario megalítico.

 

Un amor para después, Juan Almagro, Pre-Textos, Valencia, 2022

 


EL AUTOR

CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS (Madrid, 1966) es licenciado en Filología Inglesa y en Filología Hispánica y doctor en Literatura española y teoría de la literatura. Ha publicado los libros de poemas Manual de supervivencia (Bartleby, 2002), Darwin en las Galápagos (DVD ediciones, 2008), el diario Viaje al ojo de un caballo. Veinte días en Mongolia (Artemisa, 2007), el volumen de relatos Cuatro cuentos italianos (Flash, 2013), y el libro de historiografía y teoría literaria El poema en prosa en los años setenta en España. Traductor de autores como W. B. Yeats, Robert Browning, R. W. Emerson, H. D. Thoreau, D. H. Lawrence, Iris Murdoch, Joseph Campbell, Leslie Stephen o Mark Haber, incluye más información en carlosjimenezarribas.com.