En 2002, se cumplieron 25 años de la muerte del poeta y narrador valenciano César Simón (1932-1997) cuya obra ha dejado de ser una rareza bibliográfica gracias a afortunadas ediciones como la Poesía completa que publicó Pre-Textos en 2016, con prólogo de Vicente Gallego. Un autor verdadero y de un lirismo de orfebrería a cuyas obras deberían accedes las nuevas generaciones.
© IÑIGO LINAJE
Todos los creadores se hacen alguna vez esta pregunta: ¿Qué queda —al cabo de los años— de los proyectos, los afanes y los trabajos de una vida? Rara vez la gloria literaria. A veces, un recuerdo difuminado; casi siempre, el olvido. Por eso, para que los poetas que forman parte de la historia sigan vivos a lo largo del tiempo, es necesario que las nuevas generaciones tengan acceso a su obra: bien a modo de antología, bien en forma de libro que recopile el corpus de su producción. Como todos sabemos, esto no siempre es así, y son muchos los que quedan condenados al ostracismo o reservados al lector atento que, en su afán por coleccionar rarezas o piezas exquisitas, les hace un hueco en su biblioteca.
César Simón
Los libros de César Simón, afortunadamente, ya no son objetos inencontrables ni tesoro de coleccionistas; o, mejor dicho, lo son solo para aquellos que atesoran las primeras ediciones de los mismos. Ese olvido inexcusable —que duró casi dos décadas— vino a repararlo la editorial Pre-Textos en 2016, cuando publicó la Poesía completa del valenciano en una edición de tapa dura de auténtico lujo. Prologado por su alumno y amigo Vicente Gallego, aquel coqueto volumen vino a rescatar a un poeta periférico de la generación del 50 que, más allá de los biedmas y valentes, ha dado nombres imprescindibles -tangenciales al grupo canónico- como los de Antonio Gamoneda, Ricardo Defargues y Luis Feria.
El jardín es uno de los adioses más escuetos y hermosos que ha dado la poesía española contemporánea
César Simón (1932-1997), del que en 2022 se conmemoró el veinticinco aniversario de su muerte, fue un autor de vocación tardía cuya lírica quedó adscrita a la (mal) llamada poesía del silencio. Sus primeros trabajos, fechados en los setenta y publicados en pequeñas editoriales, poco revelan —aunque dejan indicios— del gran poeta que llegará a ser. No será hasta mediados de los años ochenta, que es cuando reúne por primera vez su obra en Hiperión, cuando tengamos noticia de su primer gran libro: Precisión de una sombra (1984).
En él encontramos a un orfebre de la palabra entregado a la meditación y muy atento a los sucesos de la naturaleza, como ejemplifican los textos de la primera sección que, en realidad, funcionan a modo de diario: poemas de largo aliento que lindan con la prosa donde el sujeto poético se detiene ante el silencio misterioso del mundo.
La poesía de César Simón es hímnica y elegiaca, pagana y celebratoria.
Después de ese volumen genesíaco —donde aparece por primera vez el Simón transcendente, casi místico— irán apareciendo otros títulos; entre ellos, el magnífico Extravío, en 1991, y Templo sin dioses, en 1996, que para muchos es su cima literaria y fue galardonado con el Premio Loewe. Ambos contienen algunas de sus mejores composiciones y se debaten entre una escritura de hálito contenido —condensada y parca en palabras— y otra discursiva y de inspiración filosófica, como los himnos que cierran el primero de ellos: dos extraordinarios cantos a la vida y la soledad.
No menos importancia tiene, dentro de su breve pero exigente trayectoria, su libro postrero El jardín (1997), uno de los adioses más escuetos y hermosos que ha dado la poesía española contemporánea. Escrito en circunstancias dolorosas, y compuesto por poemas minimalistas que adelgazan su discurso hasta el límite del decir, sus versos elegiacos transmiten una gran serenidad frente a la muerte: Ahora solo queda/este pájaro indemne, /el sol inmóvil/ y un rostro iluminado por la tarde. Podríamos decir que el conjunto —alumbrado por la noche, los recuerdos del amor, la música de Chopin— es el canto de cisne de un asceta, el lamento sin queja de un espíritu descreído.
Los libros de César Simón, afortunadamente, ya no son objetos inencontrables.
Mención aparte merece la obra en prosa del escritor que, por supuesto, no se incluye en el volumen citado, pero que ha editado —en gran parte también— el sello Pre-Textos. A novelas como La vida secreta y ensayos sobre Juan Gil-Albert, hay que añadir tres tomos de diario, el último de los cuales —En nombre de nada— es una rotunda exaltación de la vida desde sus postrimerías, donde queda expuesta su visión doblemente fatalista y panteísta del mundo. Este dietario —atravesado por la experiencia de la enfermedad, igual que El jardín— fue publicado póstumamente. Un año antes había dado a la imprenta otro texto impregnado de lirismo, el soberbio Perros ahorcados, que comienza así: “Es duro el silencio. Mucho más que el ruido. Enloquecedor el ruido; sobrecogedor el silencio. Con los hombres nos enfrenta el primero; con el tiempo y la muerte, el segundo”.
Hímnica y elegiaca, pagana y celebratoria, la poesía de César Simón —que dio sus mejores frutos los últimos años de vida del autor— es el canto de un observador de la naturaleza humana que auscultó como nadie los misterios del mundo. Abstraído en la contemplación de las cosas minúsculas, alerta siempre al paso de las noches y los días, como un anacoreta feliz, escribió en uno de sus libros: “No esperes de la vida tiempos mejores, / aposéntate bien en ella y saboréala. / Esta es tu plenitud, /esta celebración en solitario de ti mismo, de tus horas contadas y de tus versos”.
EL AUTOR
IÑIGO LINAJE (Vitoria, 1974) cursó estudios de Filología Hispánica en la Universidad del País Vasco. Es autor de cinco libros de poemas, entre los que destacan Breviario íntimo y Nunca más adiós, editados por Olifante Ediciones de Poesía. Escribe en los periódicos El Correo y Diario de Noticias, así como en las revistas Turia, Culturamas, Clarín y Vanity Fair. Próximamente, se editará el primer volumen de su diario personal bajo el título Una radiografía de la soledad.
