Andrés Ibáñez: «Los libros son un sueño, pero deben parecer reales»

Andrés Ibáñez es músico, meditador y, sobre todo, uno de los novelistas más innovadores de las últimas décadas. Su larga estancia en Estados Unidos, junto con su formación y sus lecturas, hizo que se acercara a tradiciones distintas a las habituales en nuestra tradición. Sin embargo su modernidad no le ha llevado a lo farragoso, sino a una ligereza no exenta de complejidad, con hitos como Brilla mar del Edén, que ganó el Premio Nacional de la Crítica en 2014. 
© RECAREDO VEREDAS

Ibáñez acaba de publicar Leonís. Vida de una mujer (Lumen), una larga novela con tintes históricos, que muestra la peripecia a lo largo de los siglos de una mujer que nunca muere. Tengo la suerte de entrevistarle en una de las tardes más lluviosas de los últimos años.

República de las Letras: A la hora de escribir se nos ocurren muchas ideas. Vienen, vuelan y, sobre todo, se van. ¿De dónde viene Leonís? ¿Por qué la elegiste para desarrollar un proyecto tan importante y tan largo?

ANDRÉS IBÁÑEZ: En un principio no iba a ser tan largo. Quería hacer una obra de teatro sobre Orlando, de Virginia Woolf. Me la encargó un amigo director, Gustavo Tambascio. Me gustaba mucho el proyecto porque me encantan Orlando y Virginia Woolf. Es un libro que he leído muchas veces y siempre me ha obsesionado. Entonces, cuando terminé la obra, llamé a Gustavo y me encontré con que acababa de morir. Entonces surgió la idea de hacer un Orlando español. Tengamos en cuenta que Orlando es una especie de historia de la literatura inglesa y transcurre a través de varios siglos. Al principio, no creía que fuera a ser un libro muy largo, a pesar de que la acción ocupa quinientos años. Pero, el libro fue creciendo y me di cuenta de que ahí podía poner un montón de ideas, que tenían que ver con mi relación con España, una relación que, a veces, ha sido bastante difícil. Quería limpiar, curar y sanar eso. Para eso, tenía que recorrer la historia de España, en este caso desde el punto de vista de una mujer. De pronto el proyecto me pareció maravilloso, lleno de vida y muy divertido.

FOTOS: Luis Daza

Se nota esa diversión en la escritura. ¿Tiene que ver con el cambio que implica este libro, respecto de tu obra anterior? Porque es un libro, y eso no es peyorativo en absoluto, más fácil que el resto de tu obra. Es, por ejemplo, totalmente lineal.

Creo que todos mis libros son fáciles.

No lo niego, pero Leonís más.

Con este libro tengo una curiosa sensación: cuando hablo con lectores y con gente en general, todo el mundo entiende exactamente lo que he hecho. Esa es una sensación muy agradable, ¿no?

Sí, sin duda lo es.

Porque con los otros libros siempre decían: «Esto es muy raro», «Esto no se entiende bien», «¿Qué quieres decir?»

Tampoco son tan raros.

Por supuesto, mis otros libros no son raros. Quizá el primero. De todas maneras, cuando escribí Leonís, pensé que no lo iba a escribir yo, que no iba a ser un libro mío. No quería que saliera mi nombre porque creí que era mi personaje, Inés, quien estaba escribiendo su vida. Y me decía muchas veces: Si mi auténtico yo estuviera escribiendo este libro, sería tres veces más largo», y nunca lo habría podido terminar. Quería ser otra persona y lo escribí siempre pensando que no era un libro mío, que era de otro, que tenía otra voz, otro ritmo y lenguaje. Pero al final, uno se desengaña y ve que, fatalmente, el libro es suyo.

Hubo entonces como una posesión de otra persona, que dominó tu escritura pero, al fin y al cabo eras tú quien lo hacía, ¿no? ¿La voz femenina te salió sola o te costó mucho conseguirla? ¿Hubo  mucha prueba y error? ¿Hay una construcción previa de un campo semántico o de algo, sobre esa voz? ¿O tiras para adelante y ya está?

No puedo ponerme a pensar esas cosas. Tengo que ponerme a funcionar con el instinto. Después pensé: «Esto lo he hecho demasiado rápido. Tenía que haber pensado un poco más». Pero, realmente, creo que no es cuestión de pensar: o sale o no sale. Hice un paso en falso, un primer intento de aproximarme al personaje, y no me gustaba. Pero cuando encontré ese principio, cuando entra en la Universidad de Salamanca y ve ese cuerno de unicornio, esa voz apareció. No sé de dónde.

«En este libro me he consagrado completamente a contar una historia».

Es una reflexión sobre la muerte y el tiempo. Evidentemente el tiempo es el protagonista de la novela.

Claro. El tiempo, el paso del tiempo.

El paso del tiempo, que en este caso no afecta a la protagonista.

No diría yo que no le afecta.

Afecta a su entorno, y como afecta a su entorno, le afecta a ella.

El hecho es que ella no envejece y no muere, pero el tiempo sí le afecta, porque es una pérdida continua. Termina perdiendo amigos, hijos. Ve cómo el mundo cambia a su alrededor y tiene que mentir, inventarse personajes y personalidades. Pero, no solo cambia el tiempo. Yo diría también la historia. Vive a través de la historia, y ella va cambiando porque el mundo no es el mismo.

¿Hasta qué punto es una novela histórica? Es una especie de actualización del género, ¿no?

Para mí, el problema principal es en qué zona de las librerías van a poner tu libro. ¿Lo van a colocar en ficción, en novela o en novela histórica? Creo que, evidentemente, es una novela histórica, pero también creo que no pertenece a ese género. O tal vez sí. Aparecen un montón de hechos y personajes históricos. Por ejemplo: Isabel la Católica, Juana la Loca, los comuneros, escritores, reyes.

Hay muchas más novelas de este tipo en las que un personaje de ficción, de repente, se encuentra en un contexto histórico y aparecen personajes de la época con los que se vincula, ¿no?

Empezando por Galdós. El mundo es muy viejo y hay mucho de todo.

¿Tuviste que documentarte mucho?

Sí, claro, pero tampoco demasiado. Documentarme mucho, leer mucha historia y ensayos, no es lo que más me gusta precisamente a mí. A mí lo que me gusta es leer poesía y novelas. Entonces sí, en algunos casos me he documentado muchísimo. En otras épocas me inventaba más y sabía que me lo estaba inventando,

Eso da igual. La cuestión es que sea verosímil, no que sea cierto.

Me he documentado en un montón de cosas, excepto cuando no quería porque no me daba la gana, porque quería volar con mi historia y mis personajes. Por ponerte un ejemplo: yo tenía un personaje con un tricornio. Leí en algún sitio que esa prenda sólo apareció en España a finales del XVIII, ¿no? Entonces, estaba fastidiado porque este personaje mío tenía un tricornio a principios del XVIII. Y me dije: «Da igual, lo voy a dejar». Una vez, en el museo Thyssen, viendo cuadros, probablemente de Watteau, vi uno de principios del XVIII donde había personajes con tricornios y me dije: «Ah, yo tenía razón.» Quiero decir que uno es muy maniático con eso y quiere que el libro sea lo más real posible. En Orlando es muy importante la ropa, los trajes que se va poniendo. Y aquí también, por eso me tenía que documentar, hablar de tejidos, de todo tipo de prendas, costumbres, comidas. A parte de los hechos históricos grandes, la historia pequeña, cotidiana y doméstica también importa. Todos los libros son un sueño, pero deben parecer reales.

«Soy un escritor totalmente desconocido»

Tienen que parecer reales, y para eso se necesita mucha seguridad. Cómo cuando el Gregorio Samsa de Kafka se convierte en un escarabajo. Eso lo haces muy bien. Por ejemplo, cuando pasa a ser un hombre, de repente, lo haces de una manera muy contundente.

Es así y punto. Te lo tienes que creer. Ya está. Hay que fingir que es totalmente cierto, que no hay vuelta. Y entonces, el lector se lo cree.

O sea, te lo tienes que creer tú primero.

Hombre, por supuesto. Tienes que verlo tú, olerlo, sentirlo; saber dónde está la escalera, hacia la izquierda o a la derecha, por dónde entra la luz, que temperatura hace. Debe ser un sueño totalmente real para ti, si no para el lector no lo será.

La verdad es que tienes mucha carretera ya como narrador, y mucha técnica, pero hay un peligro muy grande, que es la desfocalización. Y la novela no está desfocalizada en ningún momento. ¿Has tenido que cortar mucho?

Muchísimo, claro. Por supuesto, sí. Lo más importante es cortar cosas válidas. Las cosas malas, más o menos: ves que está mal y lo quitas. Lo malo es cuando tienes que cortar algo que está bien, incluso muy bien, pero debes quitarlo porque no cabe o rompe el ritmo. Sí, he cortado muchísimo.

Eso es a lo que me refiero.

A veces tenía escenas o episodios en los que pasaban un montón de cosas, personajes que hablaban un montón, que contaban, que les pasaban muchas cosas, y eso se ha quedado reducido: a veces a un párrafo y a veces a nada.

Efectivamente, eso es a lo que iba.

Eso es contar historias. Tiene que ver con el ritmo, con la expectativa, la variación. No hay que marcar un ritmo y seguir siempre igual. Es importante que haya pequeños cambios, partes más lentas y más rápidas.

¿En tu dominio de la técnica influye también tu formación musical?

Yo creo que todo el mundo tiene…

Bueno, no todo el mundo tiene la capacidad narrativa.

Sí, pero los problemas son los mismos en la música o en la literatura. El hecho es que la música occidental es muy narrativa. Cuando se trata de obras muy largas, como una ópera o una sinfonía, tiene que haber una organización del tiempo; un lugar al que ir, un proceso, una progresión, etcétera. Todo eso se parece mucho al arte narrativo. Cada vez me parece más importante contar historias. Parece que el lector ingenuo quiere leer un libro por la historia, y el lector literario quiere leer el libro por el estilo.

Yo creo que eso del estilo ya no es importante.

Ahora ya no se habla del estilo. El estilo no le importa a nadie. Ni siquiera se ve o se nota. Ahora lo importante es el tema. Tiene que ser un tema muy, muy importante, porque hay que justificar que alguien escriba un libro. Todo el mundo tiene que hacer cosas útiles, ser un esclavo y pujar la rueda debajo del látigo. En el caso de un libro, puede ser útil si habla de un tema social o político, si denuncia una injusticia. Ahí se ve la justificación del libro, pero en realidad eso es matar la literatura y el arte, porque el arte va por otro sitio y habla de otra cosa. En el caso de la novela, lo más importante es contar historias que nos maravillen, que nos conmuevan y nos intriguen. En este libro me he consagrado completamente a contar una historia.

«Tenía que recorrer la historia de España, en este caso desde el punto de vista de una mujer».

En Brilla, mar del Edén, por ejemplo, también lo haces, sin duda. Por poner un ejemplo, pero son muchísimas historias, muy distintas. Leonís es un libro mucho más unitario en el tema central, pero también más fragmentado. Y tu última novela, Nunca preguntes su nombre a un pájaro, era mucho más concentrada, más compleja, más psicológica.

Nunca preguntes su nombre a un pájaro es una novela corta y cuenta una historia que pasa en unos pocos días. Probablemente, a excepción de mis dos primeros libros, aunque esto estaba allí también, mi obsesión ha sido siempre la de contar historias. Llegar a ser buen narrador.

 

Recaredo Veredas (izq.) y Andrés Ibáñez.

¿Cuál es tu relación con lo que se entendía cómo «posmodernidad»? ¿Te consideras uno de los primeros escritores postmodernos de España? ¿Eso es un cliché, una tontería?

Hombre, me considero uno de los últimos. La posmodernidad es un gran enigma para mí, porque ha pasado desconocida, despreciada. O sea, todos sabemos lo que es la modernidad, la vanguardia, el modernismo en el sentido anglosajón, la literatura de vanguardia y todo eso. Todo el mundo sabe qué significa. Pero luego llegó la postmodernidad, y nadie sabe lo que es. Nadie lo entiende o lo ve. La posmodernidad empieza después de la Segunda Guerra Mundial. Empieza con Borges, Tolkien o «El Señor de los anillos». Luego, con Nabokov y también con la influencia de los grandes modernistas como Joyce o Faulkner. En la literatura latinoamericana, García Márquez, Cortázar, Lezama Lima son escritores postmodernos, claramente. Siempre se relaciona lo postmoderno con algo muy frívolo, superficial y de juego. Se habla de metaliteratura: quiere decir mezclar géneros, que es lo que hacía Borges. Y no sé, la posmodernidad tiene muchos lados e incluye a Pynchon, que es uno de mis autores favoritos.

Sí, le dedicaste una biografía.

Pero no olvidemos a la posmodernidad europea: Calvino, Perec, Vila-Matas. Claramente, la posmodernidad ha sido la tendencia literaria más importante de la segunda mitad del siglo XX. Pero la posmodernidad acabó, yo creo, en  2001 cuando se derribaron las Torres Gemelas. Se terminó porque se terminó la ironía. Ahora ya no estamos en una cultura donde hay una idea de ironía, de juego, de cuestionarse el código, que es lo que hace la postmodernidad. Deconstruir todo lo que nosotros pensábamos que era real: ver qué es irreal, qué es una construcción y ver cómo ha sido construido. Estamos en otro mundo, muy diferente. Pynchon llamó a nuestro tiempo «la era posirónica», porque dijo que, después de las Torres Gemelas, la ironía murió y ahora estamos en un periodo donde lo más importante es dar un mensaje claro. Hay también mucha vergüenza y miedo por la ficción, por lo que puede ser frívolo. Todo tiene que ser político, pedagógico o didáctico. No lo sé. Yo creo que ahora vivimos en una época muy curiosa. La época de la claridad total.

Muy bueno eso de la época de la claridad.

Mi último libro posmoderno fue Brilla, mar del Edén. En él hablaba de un mundo en crisis, de una crisis mía personal de todas las creencias, las construcciones políticas, ideológicas, religiosas: de todas las creencias posibles. Todo estaba en crisis, pero yo me doy cuenta que ya no estamos ahí. Ahora ya no hay crisis, no hay confusión.. Sabemos exactamente lo que está pasando y lo que tenemos que hacer. Otro problema es, si podemos o no podemos, pero sabemos exactamente lo que tenemos que hacer, cómo tenemos que vivir y reaccionar con respecto a la economía, al dinero, al clima. Pensaba que la crisis y confusión de hace unos años ya se había acabado.

«Mi obsesión ha sido siempre llegar a ser buen narrador».

La felicidad es muy importante para ti, por lo que sé de ti como escritor. Tal vez es una de los elementos más innovadoras de tu obra, al menos para mí. Ahora puede ser más frecuente, pero hace unos años era extraño.

Soy un escritor maldito. Soy un escritor totalmente desconocido, fracasado, que ha escrito un montón de libros y no sabe ni por qué sigue escribiendo.

Tampoco es eso. Has publicado un libro de mil páginas en Lumen. Eso es una inversión por parte de un gran grupo considerable.

Pero soy un escritor maldito. A mí me hace gracia el escritor maldito profesional que va de malote, sale con barba de tres días en las entrevistas y que siempre está hablando de cosas horribles en sus libros, de crímenes, de violencia; dice que el hombre es un hijo de puta y que los seres humanos son unos salvajes. Todo eso no es maldito, en absoluto. Eso es lo mainstream, es ir con la corriente. Ir a la moda.

Es verdad, tienes razón.

Tú dices que ya está cambiando. A lo mejor está cambiando todo.

Está cambiando desde hace tiempo.

Hasta hace poco hemos vivido en un mundo donde la violencia, el horror y el asco son valores estéticos. O sea: una película o un libro son mejores si son violentos. Para mí la felicidad es lo más importante. Pushkin siempre que el dolor es la mejor escuela, pero la felicidad es la mejor universidad. Estoy completamente de acuerdo con eso. El último capítulo de mi primer libro La música del mundo, se titula «La felicidad» porque el último capítulo de El obispo leproso de Gabriel Miró también se titula así. La felicidad es la victoria sobre las desdichas y sobre todo lo negativo y lo negro de la mente, que es siempre igual, repetitivo y tedioso.

Pero en Brilla, mar del Edén hay un momento de violencia muy fuerte, casi gore. ¿Cómo se compagina con eso?

Se puede entrar en el infierno para regodearse, para pensar que es genial, magnífico. O bien, se puede entrar en el infierno para salvar a Eurídice, que está allí prisionera.

«La historia pequeña, cotidiana y doméstica también importa»

Y te puedes quedar.

La salvas y sales. Para eso entras al infierno: para ayudar a los que están ahí, para extraer la luz que está ahí oculta, escondida, que ha sido raptada. Pero para salir del infierno hay que pasar por lo oscuro, ¿no? Es parte del viaje.

¿Tu mirada como meditador influye también sobre el tiempo, la muerte y la vida?

Es curioso que los escritores quieren ser, digamos, espirituales. Que todos los escritores que practican la meditación tienen una misión, y todos sus libros tienen que tratar de la meditación. La meditación es una forma de ser una persona. Es una forma de construirse un alma, de ser una persona, estar vivo y ser consciente. No todo lo que escribe un meditador tiene que tratar sobre la meditación. Es una práctica que te ayuda a vivir. En este libro se cuenta la historia de Inés de Padilla y la meditación lo tiene ahí. En un momento Luis cuenta que ha ido a la India y ha conocido a unos sadhus en la orilla del Ganges. Es mi única conexión con ese lado, con la India. Nosotros vivimos en dos mundos: en el interior y en el exterior. España y la literatura española, son muy importantes para mí. Este libro es sobre todo un canto de amor a la literatura española.

Un canto de amor a la literatura española. ¿Eso se relaciona con esa reconciliación con España que mencionabas al principio de la entrevista?

No tengo que reconciliarme con la literatura española, porque siempre he amado la lengua española, absolutamente, y la literatura española, desde los orígenes hasta hoy en día. La lengua española es mi mundo.

Es tu vehículo.

Es mi mundo, es donde yo he vivido. La reconciliación sería, más bien, intentar ver España como un país normal y no como un país maldito, con todos los tópicos de la leyenda negra. Un país que tiene una maldición y que nunca podrá ser como los demás. Borrar esa vergüenza que nos da siempre la historia de España. Nos hace mucho daño desde todos los puntos de vista, sobre todo literario y artístico.

Otros países, evidentemente, no la tienen. Por ejemplo Francia o Gran Bretaña.

Hay países minúsculos que tienen muy poca historia, muy pocos habitantes, y que están orgullosísimos. Yo creo que tanta vergüenza sólo ocurre en España, y no sé por qué.

 

 


EL AUTOR

RECAREDO  VEREDAS  (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha publicado diez libros. Incluye los poemarios Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Esa franja de luz (Bartleby, 2019), el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016), la recopilación de testimonios Todo es verdad (Sílex, 2020), las novelas Deudas vencidas (Salto de Página, 2014) y Amores torcidos (Tres Hermanas, 2021), las colecciones de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006). Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior,  Letras Libres y Revista de Letras. Su última publicación es Vida después del sueño (Sílex, 2021), co-escrita con el editor Ramiro Domínguez Hernanz.