El rey sigue desnudo

El autor de la reseña se adentra en la última entrega poética de Francisco Castañón, Tierra llana, que defiende como «una nueva forma de poesía comprometida». 
© PEDRO LÓPEZ LARA

La pervivencia de los tópicos literarios clásicos se explica no solo porque son visitables siempre, sino porque escribir, escribir literariamente, obliga a visitarlos. El tópico literario fundamental que se ha sentido obligado a recuperar y habitar Francisco Castañón en su último poemario, Tierra llana, es el del “menosprecio de corte y alabanza de aldea”, en cuya vecindad orbitan otros que a su debido tiempo comparecerán en esta reseña.

La corte que menosprecia Castañón es, tout court, nuestra época, y casi podría decirse que nuestra época en su totalidad, con todos los nauseabundos ingredientes que la conforman: “la codicia estructurada e incesante”, “los magnates que someten con su ley al mundo”, “la justicia cortocircuitada”, “la voracidad del poder que juega con ventaja”…

La enumeración anterior procede de uno de los textos en prosa que ocupan la parte central del libro, un texto clave por cuanto en él de manera explícita y sin duda consciente el autor se funde o identifica míticamente —el concepto de fusión mítica lo introdujo en la teoría de la literatura Antonio Prieto— con la figura de don Quijote y se ve a sí mismo como heredero o legatario de las causas que hizo suyas el hidalgo manchego: “es inaplazable rescatar a don Quijote de los grilletes del olvido”.

Siempre hay una puerta abierta; no tiene que ser la que nos proponía Séneca

Partiendo de este menosprecio de corte, entendido de la forma que hemos intentado explicar, Francisco Castañón construye un poemario que puede sin dificultad encasillarse en una nueva forma de poesía comprometida, aquella que denuncia los nuevos ropajes con que el rey de siempre sigue yendo impunemente desnudo. Que ese rey es el insoportable Progreso contra el que arremetieron Marcuse, Adorno o Sánchez Ferlosio lo tendrá claro quien se asome a las páginas de Tierra llana, y, una vez en ellas, sostenga la mirada de ese monstruo inmemorial que a lo largo de los tiempos ha adoptado diversas formas y que ahora, en el nuestro, las confunde todas en su disforme y desvergonzada y quién sabe si definitiva apariencia.

Hemos visto uno de los elementos que integran el binomio corte/aldea. El otro, la alabada y anhelada “aldea” lo constituyen el paisaje castellano y manchego y los hombres y mujeres (fray Luis de León, Cervantes, María de Zayas, Luisa Carnés…) que en distintas épocas lo fecundaron: la alabanza se hace explícita en el caso de estos últimos, a los que se dedica la sección central del libro. En el paisaje, cuyo “elogio” recorre, de manera expresa o alusiva, el poemario entero, el autor ve el germen de una regeneración posible, tanto para su dolorido país, España, como para la humanidad que estúpidamente se precipita hacia el abismo pronosticado con su habitual clarividencia por García Calvo en sus memorables Avisos para el derrumbe.

Pero son también esas tierras castellanomanchegas, y ahora en un plano individual —referido a la angustia personal que se cierne sobre muchos versos—, una especie de bálsamo, que, si bien incapaz de curar la herida existencial, o existenciaria, según diría mi admirado Javier Olalde, sí ofrece para ella un marco espacial que actúa como amparo o refugio provisionales, como atalaya desde la que observar con lucidez la propia singladura vital y como suelo nutricio —y aquí la fusión mítica se producirá con la figura de Anteo— en el que encontrar nuevas fuerzas para el dificultoso “perseverar en el ser” spinoziano, concepto que parecen evocar muchos pasajes de la obra: “Aquí busco hoy aquella armonía extraviada, / cuando una brújula imantada de luna / guiaba mi camino”.

La poesía de Castañón es verdadera en un sentido literal

Nada hemos dicho hasta ahora del lenguaje y del estilo empleados por el autor. Los formalistas rusos nos acostumbraron a considerar la poesía un artefacto verbal cuyo rasgo distintivo desde el punto de vista genérico o lingüístico era el efecto de extrañamiento que causaba en el lector. En el caso de la obra de Castañón, ese efecto de extrañamiento no se produce, porque el poeta habla directamente, dice lo que dice y lo dice sin más: su poesía es verdadera en un sentido literal y transparente de la palabra.

Quizás eso sea para el lector de poesía actual “lo extraño”: que no hay aquí nada extraño, que el mensaje que el poeta nos transmite consiste en dar forma lírica, una forma lírica auténtica, a la vieja pero no resignada recusación de la desnudez consustancial a todo Poder. Y en sugerir que tal vez nuestra tarea no pueda limitarse ya a apartar la vista ante tanta impudicia.

Prometimos al principio mencionar otros tópicos; serán los esperables: el beatus ille y el locus amoenus, que se articulan en la obra como intrínsecamente acostumbran a hacerlo: beatus ille qui procul negotiis consigue encontrar un locus amoenus y reposar en él de tantas miserias e injusticias, de tanta desazón, de tantos incomprensibles y repugnantes negocios —incluidos, por supuesto, los siempre evitables pero a la vez coercitivos compromisos laborales y sociales— que de manera irreversible nos van alejando de lo que los antiguos llamaban “nuestra alma”.

La «corte» que menosprecia Castañón es, tout court, nuestra época

Y qué es eso, qué era, se preguntarán muchos lectores. He aquí el problema, queridos amigos: que no nos acordamos ya, que no lo sabemos. Y que ha dejado de importarnos.

Pero, en fin, siempre hay una puerta abierta, que no tiene por qué ser la que nos proponía Séneca. Animo a los receptores de esta reseña a cruzarla, a empezar a cruzarla, y a atreverse a ver lo que hay tras ella. Una buena manera de hacerlo es leer el estupendo libro de Francisco Castañón.

 

Tierra llana, Francisco J. Castañón, Ediciones Vitruvio, 2022, 121 páginas


EL AUTOR

PEDRO LÓPEZ LARA (Madrid, 1963) realizó la carrera de Filología Hispánica, a cuyo término cursó los estudios de Doctorado. Ha publicado artículos y reseñas sobre temas literarios en revistas como Anales Cervantinos, Revista de Filología Románica, Entreletras o Dos orillas, así como manuales didácticos de Lengua y Literatura. En 2020 fue galardonado con el Premio de Poesía Rafael Morales. El poemario premiado, Destiempo, ha sido publicado en la Colección Melibea (2021). En 2021 le fue concedido el Premio Ciudad de Alcalá de Poesía por la obra Museo (Huerga & Fierro Editores, 2022). Ha publicado también los poemarios Meandros (Ediciones Vitruvio, 2021), Dársena (Ediciones de La Discreta, 2022) y Escombros (Ediciones Vitruvio, 2022).