Sobre «Muero porque no muero», de Paco Bezerra: una obra penalizada

La no inclusión de Muero porque no muero del dramaturgo y Premio Nacional de Literatura Dramática Paco Bezerra en la programación de los Teatros del Canal con una justificación de orden económico (que no convenció a las entidades profesionales del sector, comenzando por ACE),  y la consiguiente exclusión del mismo autor del acto inaugural del Festival Eñe 2022, un hecho sin precedentes en la historia del festival, coloca el foco en la libertad de expresión y en los contenidos de la obra. De ellos escribe el autor del presente artículo.
© PEDRO VÍLLORA
He intentado leer Muero porque no muero desde el punto de vista del
escándalo y no lo he conseguido. Me habría gustado experimentar rechazo, indignación,
malestar al menos; pensar que el autor es un provocador, reconocer un intento de
denigrar las bases de la civilización occidental, abominar del ataque indocumentado a
una de las figuras mayores de la literatura española, exaltarme por la adulteración de los
orígenes y fundamentos de la cultura patriótica… pero me ha sido imposible. Si alguna
de esas hubiese sido la intención de Bezerra, concluiría que la obra es un fracaso, pero
el haber leído o visto todos sus textos públicos me hace sospechar que jamás ha
pretendido provocar una reacción tan gratuita e innecesaria como la del rechazo
ideológico. Se puede experimentar más o menos placer en el encuentro con su creación,
como con la de cualquiera, pero construir un artefacto de odio y rechazo, de escándalo,
sobre Muero porque no muero, es un exceso que no beneficia a nadie, ni siquiera al
propio texto.

Cartel de promoción de El señor Ye ama a los ladrones, una de las últimas obras de Paco Bezerra.

Leída con una mirada de estricta literatura, Muero porque no muero es una
más de las incursiones del autor en personas, personajes o historias del pasado para
hallar ecos del ayer que iluminen el presente. Es decir, lo que ya había hecho en Lulú,
Ahora empiezan las vacaciones, Edipo a través de las llamas, El corazón de Fedra
o incluso La escuela de la desobediencia. Y a la vez es una apuesta por dar voz a los
marginados, diferentes, perseguidos, inadaptados o desclasados, como en Dentro de la
tierra, Ventaquemada, Grooming, El señor Ye ama los dragones o El pequeño
poni. La de Bezerra no suele ser una actitud condescendiente o paternalista con sus
criaturas, y aquí tampoco. Muestra, sí, a una Santa Teresa que recorre algunos de los
lugares más bajos de la sociedad actual incurriendo en sus mismos males, pero no se
regodea en su situación sino que la muestra, la expone sin ostentación. Bezerra podría
llenar de adjetivos llamativos y grandilocuentes su escritura, pero su personaje se limita
a indicar acciones y hacer comentarios muy sucintos a propósito de las mismas. No
lanza discursos ni proclamas, no gesticula verbalmente, no hace aspavientos ventilando
el horror, sino que lo señala y se va a otra cosa.
Muero porque no muero es una obra magnífica que no merece el ajusticiamiento previo a que está siendo sometida, y que tampoco debería convertirse en catalizador de una lucha política porque eso termina por alejarla del terreno literario en el que ha nacido
Muero porque no muero tiene dos partes: una primera en la que Santa Teresa
cuenta brevemente su vida con rapidez y concreción, como si estuviésemos ante el
fragmento de uno de sus libros. En la segunda, Santa Teresa regresa a la vida en la
actualidad y sin poseer nada, ni siquiera cuerpo, fragmentado como uno de los últimos y
más llamativos exponentes del antiguo tráfico de reliquias. Esa situación, en manos de
un autor de cómic, fantaciencia o terror, daría para una sucesión de escenas truculentas
y pestíferas. El estilo escueto de Bezerra, en cambio, impide incluso la recreación de lo
grotesco. El personaje, una vez reconstituido, comienza un viaje a través del mal
semejante al de la poesía épica desde sus orígenes, pero también al de la novela
picaresca. Santa Teresa padece los males, sufre la violencia contra su cuerpo y su alma,
experimenta la degradación pero no pierde la fe, mantiene cierto vínculo con la esperanza, comprende las necesidades y miserias ajenas (y, con ello, las propias) y
alcanza la iluminación a través del furor místico que la emparenta con sus semejantes.
Es verdad que Teresa DJ (De Jesús convertida en pinchadiscos, pero también en
guía) podría ser una imagen digna de Fellini, pero el rigor, el ascetismo y el deseo no
siempre satisfecho de orden y equilibrio se aproximan más a Pasolini. No es que estas
sean las referencias de Bezerra, eso da igual, pero me sirven para comprender la manera
errónea de leer esta obra. Las situaciones y algunas de las acciones son llamativas,
circenses, poderosas, pero se olvida que la aparatosidad, la machina, no es un fin en sí
misma sino una manera de acceder a la intimidad trágica, al sufrimiento y al dolor, por
contraste. Si la Santa Teresa de Bezerra se droga o se prostituye es algo que no supera la
categoría de anécdota; lo importante es cómo evidencia que hasta los mejores de
nosotros mismos van a sufrir males por nuestra incomprensión, por la incapacidad para
acogerlos, por la falta de generosidad, porque no nos preguntamos por lo que desean o
sus dificultades para lograrlo y sí por lo que hacen aunque eso no forme parte de su
naturaleza.
Muero porque no muero es un monólogo dramático porque su autor así lo
quiere, pero también puede ser leído como una novela corta en primera persona a la
manera iniciática o picaresca (aunque sin picardía). El género es lo de menos salvo para
plantear las cuestiones de producción que, a la postre, han hecho del texto una pieza
mítica antes aún de haber sido difundido. La dificilísima y elaboradísima sencillez de su
apariencia lo pone antes en la línea de la Doctora de la Iglesia que de los críticos que lo
atacan. A Bezerra, como a algunos santos y mártires, el escándalo le sobreviene aunque
no lo convoque. La edición en libro, al margen de las cuestiones de montaje y
representación, debería servir para favorecer la lectura reposada y para agradecer al
autor el esfuerzo por mostrar que una heroína religiosa puede ser un modelo también
para aquellos que no tienen fe, que la grandeza no se mide solo por lo que uno cree ser
sino por lo que lleva a cabo, que tenemos derecho a construirnos a nosotros mismos a
pesar de que nos amputen, nos desintegren o nos deconstruyan. Muero porque no
muero es una obra magnífica que no merece el ajusticiamiento previo a que está siendo
sometida, y que tampoco debería convertirse en catalizador de una lucha política porque
eso termina por alejarla del terreno literario en el que ha nacido. Es una apuesta por la
lectura personal (de sí, de la vida, de las creencias), no una llamada al gregarismo. Es un
texto mayor que ojalá haya venido para quedarse.

EL AUTOR

PEDRO VÍLLORA. Dramaturgo (La Roda, Albacete, 1968). Licenciado en Ciencias de la Imagen, Dirección de Escena y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Como autor y adaptador ha trabajado junto a Miguel Narros, Ángel F. Montesinos, Juanjo Granda o Juan Carlos Pérez de la Fuente. También ha dirigido varios montajes de autores españoles como Ignacio del Moral, Ignacio Amestoy o Ainhoa Amestoy. Ha sido profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense y de Teoría Teatral en la RESAD. Como periodista y crítico ha colaborado en numerosos medios -RNE, Telemadrid, El Mundo, etc.- además de haber sido crítico teatral de ABC y director de la revista Acotaciones. Ha editado libros de Adolfo Marsillach, Terenci Moix y Ana María Matute, y ha escrito las memorias de Sara Montiel, Imperio Argentina y María Luisa Merlo.