La autora comparte, en un análisis a fondo, su experiencia lectora de una obra cumbre de la literatura universal de cuya publicación se cumplen cien años en 2022. Momento idóneo para atreverse con esta lectura exigente a la que anima encarecidamente la autora de esta rica recensión, aportando las claves necesarias para hacerlo de la mejor de las maneras.
© EVA LOSADA CASANOVA
Hay novelas que son más que eso. Obras capaces de agitarnos de tal manera que terminan siendo un punto de giro en nuestra concepción de la escritura, en el significado de este oficio. Hay novelas con las que se hace mucho ruido, pero que pocos han sido capaces de aprender a tocar o escuchar. Leer el Ulises del escritor irlandés James Joyce es más que leer un libro, es un reto inigualable para cualquier lector del siglo XXI.
Quizá sea una de las obras más abandonadas por sus lectores, más desmenuzadas, amputadas y reinterpretadas de la literatura europea de los últimos dos siglos. Cuando tu vida es la escritura, cuando compartes esa pasión y saber con otros, no puedes o debes pasar de largo ante esta novela. Su lectura no es solo un placer estético, no es un entretenimiento, es un grandísimo reto para el que hay que armarse de buena voluntad, curiosidad, entrega y mucho tiempo libre. Cuando esta labor se culmina, cuando la voz de Molly Bloom es dada, cuando llega su gran oportunidad, su mirada franca, natural y sincera, es en ese momento cuando nos damos cuenta de que hemos llegado a la cima y sentimos un placer incomparable, casi como el de ella.
Su lectura es un inigualable viaje literaria. ¡Atrévanse, que no es para tanto!
Comprobamos, una vez más, que las grandes obras, como siempre digo, traen una grandísima recompensa. De poco sirve trocear estos dieciocho capítulos, porque los textos se entrelazan unos con otros, y requieren que nosotros, los lectores, seamos más que lectores, más que receptores. El Ulises de Joyce es un gran juego que solicita, no solo de nuestra más entregada atención, sino ser capaces de crear. El lector debe ser creativo, escribir junto a Joyce, completar, interpretar, imaginar y, sobre todo, improvisar. Sí, improvisar, porque nada es lo que parece, todo en esta obra es una explosión continua de genio. Y, como decía Schopenhauer «El talento alcanza un objetivo que nadie más puede alcanzar. El genio golpea un objetivo que nadie más puede ver». Ahí está la clave.
¿Qué vemos y qué no vemos? Abordar esta obra a ciegas es una experiencia bien diferente a la que supondría subirse en las infinitas guías de lectura que existen. Muchas de ellas con interpretaciones rebuscadas, en ocasiones no justificadas, pero producto de experiencias de lectura que no siempre coinciden con la nuestra. Por otro lado, entrar en el cuarto oscuro e ir palpando y descubriendo, es fascinante. Sucede lo mismo con la obra de William Faulkner, hijo más que legítimo de Joyce.
Así que tenemos varios caminos para comenzar: ir de la mano de otros o bien calzarnos unas buenas botas, ropa de alta montaña, agua fresca, una brújula, un par de aspirinas, un cuaderno y emprender el gran viaje. Iniciarlo sabiendo que, en algunos casos, regresaremos a casa siendo otros, como le sucedió a Odiseo. Hay que hacer el viaje completo para sentir el regreso. La llave de esta novela es esa, completar el recorrido. Solo así se comprende su riqueza, su magnitud.
La mujer es una de las piedras centrales de esta obra.
Este texto polimorfo, este gran juego, se compone de dieciocho capítulos. Quizá tres o cuatro de ellos, se pueden abordar como unidades independientes, pero, aun así, pierden gran parte de su significado. Los tres primeros, el inicio del viaje, son en realidad una continuación de El retrato del artista adolescente. Mismo personaje, misma voz narrativa, mismo estilo. Por lo tanto, sería interesante abordar el Ulises después.
Creo, humildemente, que la preparación para la lectura del Ulises pasa por haberse leído antes Dublineses y El retrato del artista adolescente. Hacerlo, a mi juicio, se traduce en una inmersión mucho menos arriesgada; iniciamos el gran viaje con más información y no a oscuras. Bueno, quizá con un par de candiles. Stephen Dedalus es un joven escritor y profesor, algo mayor que Telémaco. En su cabeza van y vienen infinidad de reflexiones sobre su país, la familia, la madre muerta, las mujeres, la mirada del artista sobre la realidad, la necesidad de escuchar, el futuro que le espera, quién es, su lugar en el mundo, etc. Al mismo tiempo mantiene conversaciones con su amigo Mulligan, con un jesuita, un profesor de inglés experto en gaélico, etc.
Estos diálogos, luminosos, solo a veces, nos envuelven en una nube que puede llegar a espesarse, pero que introduce gran parte de los temas que trata la novela. Quizá sea suficiente con mirar al mar, como Proteo, ser nosotros mismos y reflexionar junto a él, seguir los diálogos e iniciar el paseo por Dublín. A partir de este momento la ciudad se convierte en un gran escenario en el que unos se cruzan con otros, el día avanza, sus sonidos y olores; el pasado va y viene, atisbamos cuál es el conflicto del joven Stephen, un conflicto que regresa una y otra vez en el texto, como tantas otras cosas. La obsesión que tiene con Hamlet, la obra shakesperiana, es constante a lo largo del libro, algo que nos hace revisitar el texto del gran escritor inglés.
Cada lector tiene la experiencia de lectura que se merece.
Opiniones sobre esto y aquello, consejos buenos y malos, como Néstor, el argonauta. La frecuencia, la visita de sucesos, obsesiones, ideas y lugares es una de las técnicas narrativas más interesantes de la obra. Es decir, la perspectiva múltiple para construir aquello que el autor quiere mostrarnos. Mostrar es el verbo que resume esta obra, porque en ella, no se narra, se muestra. Sentimos, miramos, olemos, palpamos, bailamos, nos damos placer, asco, bebemos y desfallecemos junto a los personajes. Por ese motivo, cada uno de nosotros vivirá esta novela de manera distinta.
Los movimientos del narrador, de la voz, son a veces bruscos, pero eso es algo a lo que nos acostumbramos, como a muchos otros artificios. La naturaleza está presente, maravillosas descripciones que nos sitúan en el plano físico y nos ayudan a construir el aparato sensorial de Stephen. Además, como a lo largo del resto de capítulos nos encontramos con juegos de palabras, citas de otras obras, canciones, etc.
Es decir, el lector navega por su mente, sin todavía conocerlo, porque para conocerlo de verdad, tendremos que esperar. Aquellos que se han leído la novela El ruido y la furia, de Faulkner, recordarán el primer capítulo con la voz de Benji como una experiencia desconcertante, ¿verdad?, pero que luego reinterpretamos. Bueno, pues aquí la sensación, a veces, es bastante similar.
Continuamos la lectura, avanzamos por infinidad de técnicas narrativas, algunas inexistentes hasta la época, y de repente suena otra canción, otro ritmo, otros olores, colores y sonidos. ¿Qué ha pasado? Ahora acompañamos a Leopold Bloom, aparentemente solo tiene una cosa en común con Stephen, que le da vueltas a todo. El lector ha cambiado de compañero, debe acostumbrarse a una nueva mirada. Desayunamos con Bloom, hacemos un par de recados para Molly, y nos tropezamos con una carta. Aquí hay dos elementos de anclaje que nos ayudan a situar algunas acciones: el jabón, las llaves, el periódico y esa carta. Es otro juego de esta novela que, aprehendemos si paseamos por los dieciocho capítulos. En los capítulos cuatro y cinco Dublín es una ciudad cualquiera, una ciudad que acoge a un tipo de los más corriente. Bueno, no tanto.
El humor, el sarcasmo, acampa en la novela, y nos damos cuenta de que la cerrará.
Leopold, o Poldy para los que ya lo conocemos y le tenemos cierta confianza, come, eructa, hace de vientre, se tira pedos y se empalma con un simple soplo de aire. Comenzamos a atisbar y construir al personaje de Molly, presente en todos los capítulos en los que Bloom mira. Nos presenta a Milly su hija, y otros personajes que habitan en cualquier ciudad europea. Escaparates, iglesias, librerías, droguerías, museos, grandes avenidas, estatuas que nos recuerdan nuestra historia, buena o mala, pero es la nuestra.
Unos llegan otros están de paso, todos hablan con todos…y, mientras tanto, Poldy, mira, piensa, duda, reflexiona, y le da vueltas una y otra vez a su relación con Molly. El conflicto de Bloom parece ser el conflicto de Irlanda, la iglesia, la violencia, la ceguera, el rechazo… Bloom es de origen judío, y es muchas otras cosas, que poco a poco iremos averiguando. El personaje se construye por lo que opina, siente y hace. Puede provocarnos risa, rechazo, lástima o admiración, depende de cada lector. En estos capítulos la escenificación es muy rica, rápida, secuencia tras secuencia, donde la ciudad es un personaje más. Ya nos hemos instalado en ella. Leemos el periódico, comemos opíparamente, nos detenemos frente a un escaparate…
Las conversaciones se entrelazan unas con otras como una tela de araña, se quedan pegadas. El diálogo en toda la obra es muy diverso. Existe el diálogo directo, indirecto, libre y un sinfín de silencios y frases entrecortadas que debemos completar. En ocasiones, somos nosotros mismos los que entramos en esa discusión de barra de bar. Porque no se lleven a engaño, esta obra trascurre en callejones, bares y salones y prostíbulos.
El personaje de Bloom puede provocarnos risa, rechazo, lástima o admiración, depende de cada lector.
Los personajes están casi siempre ebrios, son una panda de borrachos, por eso, a veces, nos cuesta entender lo que dicen. Lógico. Uno de los amigos de Bloom, compañero de trabajo, ha fallecido, seguimos el cortejo fúnebre, atravesamos media ciudad, la avenida O’ Connell, sus estatuas, sus adúlteros, un Parnell inmortal, mientras el grupo de amigos exponen su idea de Irlanda, de la iglesia, de sus héroes, de las noticias de actualidad, y cada mirada se sucede a gran velocidad.
Reflexiones sobre la decrepitud masculina, el progreso, el suicidio, la iglesia y sus rituales, el imperialismo de la opresora Inglaterra y descendemos al Hades, la muerte la tenemos en frente. Todos acabaremos como el pobre Dignam. El humor, el sarcasmo, acampa en la novela, y nos damos cuenta de que la cerrará. Porque si algo tiene esta novela es humor, mucho humor. Seguimos conociendo a nuevos personajes: el director del Freemans, el periódico para el que trabajan casi todos, el alguacil, el padre de Stephen, el coqueto Lambert, Boylan, etc.
Los relatos de Dublineses nos vienen a la mente, quizá ya conocíamos a alguno de estos personajes, ya hemos paseado por estas calles, ya nos hemos metidos en las casas de los dublineses, hemos asistidos a discusiones políticas, matrimonios fracasados, pobreza, desigualdad, adulterio, etc. Cuando llegamos al capítulo siete, ¡sorpresa! ¿Dónde narices nos hemos metido? Entramos en el periódico, las palabras, las noticias, la velocidad, el ir y venir, siempre ese ir y venir, van surgiendo los oficios que acompañan a una redacción.
Estamos dentro del barullo y para lograrlo, nos damos cuenta de que la estructura del capítulo no tiene nada que ver con todo lo anterior, es más, es un experimento curioso. Un experimento que un periodista de redacción no debería perderse. El lenguaje, lógicamente es el protagonista, se suceden las palabras inventadas, los juegos, figuras, las adivinanzas…Y una bella reflexión sobre las noticias falsas, asunto que determina parte de la historia de Irlanda y caída, entre otras cosas, de Parnell. ¡Todo está manipulado! ¿Qué es noticia y qué no? Este es un capítulo estético.
Y, seguimos leyendo, y nos entra hambre, comemos, mucho, y compartimos con Bloom su preocupación por los nutrientes, el consumo de carne, la comida vegetariana, los alimentos típicos irlandeses, españoles, franceses, etc. Un gran atracón, canibalesco, casi como el de los lestrigones y mientras tanto, vamos conociendo más detalles sobre la desgracia por las que el matrimonio Bloom ha pasado: la muerte de Rudy, su hijo pequeño.
Lo que asoma en un capítulo se va construyendo en otros hasta, finalmente, tener una fotografía completa. Eso es quizá, lo más atractivo de Ulises, es minuciosa construcción de su universo, un universo que lo abarca todo, ¡todo! Nos hemos detenido en la oficina de correos, lugar emblemático en Dublín porque representa el alzamiento y represión del levantamiento de Pascua en 1916.Bloom tiene una relación epistolar con Martha y un montón de subidones con el resto de las hembras con las que se cruza, tengan o no las medias arrugadas.
Esta obra trascurre en callejones, bares y salones y prostíbulos.
Seguimos leyendo y nos adentramos en las aguas de Escila y Cardibis, entramos en la literatura, en el mundo de los libros de la mano de Stephen Dedalus, y del señor orden, (me encanta este nombre de bibliotecario). ¿Qué es la creación artística? ¿De dónde viene una obra de arte? Somos lo que fuimos, lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Es en este capítulo donde, creo yo, Joyce nos explica qué es el Ulises y por qué lo escribe. Es en este capítulo, complejo, muy complejo, en el que nos muestra la historia de nuestro pensamiento, el «hombre tejiéndose».
La vida es caminar, cruzarnos con un montón de gente para, al final terminar encantándonos con nosotros mismos. ¿Qué importa más el autor o la obra? Discurso interesantísimo donde los haya, Roland Barthes se dio cuenta de ello y hoy en pleno siglo XXI, seguimos preguntándonos lo mismo. Y frente a esa biblioteca, frente a los libros que, como un gran edificio, van soportando nuevos pisos, entramos en la maternidad. Tema recurrente, obsesivo, en el que nos veremos inmersos, cubiertos hasta las orejas, unos capítulos más adelante.
La mujer es una de las piedras centrales de esta obra. La mujerpecado, la mujeresposa, la mujerputa, la mujermadre, la mujerperdición, la mujerdeseo, la mujersirena, la mjuerdesengañada, la mujerquebuscamarido, la mujerqueparecondolor… Y, es difícil apreciar el último capítulo de esta gran obra sin antes no haber visitado las anteriores paradas en aquello que somos y representamos. Una vez que hemos llegado hasta aquí, nos convertimos en Las rocas errantes del mundo. Un capítulo que me llevó rápidamente a La señora Dalloway de Virginia Woolf, tengo que confesar que me fascinó y quiero pensar que a la escritora inglesa también, pese a sus terribles críticas que hizo del Ulises tras rechazar la obra en su editorial. ¡Qué ojo!
Woolf utiliza la misma técnica de simultaneidad escénica, y el mismo tiempo de lo narrado. busco el año y comparo fechas. ¡Ay! pero sí fue publicado en 1925. ¿Entonces, doña Virginia? Resulta que ustedes no solo comparten al gran Pater, sino algunas cosas más…No está bien criticar tanto la obra del señor Joyce y luego…
Avanzamos por el texto y vuelven los estribillos, los juegos de perspectivas, el movimiento. Lo cotidiano, lo insustancial, el día tras día, nuestro sencillo devenir. Salta una fecha por primera vez, 16 de junio de 1904. Ese es el día en el que habitamos, el día del encuentro, el día en el que Joyce inició una nueva vida como Stephen y Leopold. Un día literario, de celebración: el Bloomsday.
En ese día algunos celebran esta novela, celebran que fuera escrita, pero pocos pueden celebrar haberla culminado. En este día la sombra del amante de Molly camina por las mismas calles, pero no nos compadecemos de Bloom, porque Bloom es una pieza, un libidinoso, un borracho, un buen hombre…El lirismo y lo más chabacano van de la mano. Estos contrastes son permanentes. Nos detenemos en el bar y seguimos empinando el codo. Irrumpe entonces el ojo que todo lo ve, a su manera, claro, pero es una mirada única, la de El Cíclope.
Estamos con Alf, Terry, Joe, el ciudadano, Wyse… unos son nacionalistas, otros no lo son tantos, y alguno no es ni una cosa ni la otra, pero interpretamos sus miradas ante el pasado, presente y futuro del Irlanda. Y descubrimos también que hay más muertes en la vida de Bloom, más tristeza de la que creíamos. Nos sorprende de nuevo el manejo del lenguaje, nos vemos atrapados entre los barrotes de los infinitos listados de curas, aristócratas, políticos, adúlteros y difuntos, pero atentos, no todos los listados son cansinos, no, deténganse un rato en alguno de ellos y descubran qué hay detrás.
La obsesión con Hamlet, la obra shakesperiana, es constante a lo largo del libro.
Este juego me recordó mucho a los de mi querido Chejov y mucho tiempo después al universo de Perec. Me felicito entonces por poder mirar a través de los prismáticos un poco más allá y entender mejor esa conexión que voy estableciendo entre los autores y autoras con los que siempre he disfrutado. Hay muchas referencias, pero no están mal pegadas. Por ejemplo, descubro que Wilkie Collins y sus misteriosos textos flotan en la novela y que solo al final, me enteró del porqué. Es en este capítulo, el doce, en el que España asoma, en el que Andalucía muestra el peñón y en el que nos sentimos más cerca todavía, aunque él, Joyce, nunca estuviera en nuestro Sur.
Fue su amado Trieste, tierra de Svevo, el que le inspiró esta excursión andaluza. Hay que ver, cómo somos los escritores de impostores. Nuestro héroe es cada vez más manso, a lo largo de los siguientes capítulos se va sumiendo en un curioso cansancio vital, muy opuesto al de Stephen. Ambos han recorrido caminos paralelos, compartido espacio y tiempo, pero poco más. Será en los próximos capítulos cuando las dos partes de una misma moneda, se encuentren y surja la fusión de los que fuimos, somos y seremos. Esta idea es, en mi opinión, de las cosas más bellas de este texto.
Estamos cansados, cansados del esfuerzo intelectual, de interpretar y completar, quizá necesitamos un poco de aire fresco, un aire juvenil y desenfadado, quizá necesitamos que una voz narrativa normal nos hable, nos conduzca, y sí, sucede lo que esperamos. Entra en escena Getty la niñera, la tierna muchachita y descansamos o, creemos que vamos a poder descansar, pero no. La playa se convierte en un escenario asombroso de los deseos, las luchas fraternales, las falsas expectativas, el amor y el deseo carnal. Es un capítulo aparentemente sencillo, pero con una resolución desasosegante, al menos, para una lectora.
Estallan los fuegos artificiales y nuestro querido Poldy, sin pudor alguno, nos demuestra que uno puede y debe masturbarse donde le de la realísima gana. Recuerdo soltar una carcajada, pero también enternecerme. Recuerdo haber pensado en esos fuegos artificiales como en una perfecta metáfora de situación. Siempre vuelve la mujer como vengo apuntando, pero en el capítulo catorce, arrasa con todo. Este capítulo es abrumador por los detalles, los dos planos físicos que existen, por la amplitud de miradas y, sobre todo, por lo novedoso de los temas que trata.
Recomiendo las ediciones que no están sobrecargadas de notas al pie.
Estamos ante la fertilidad, Bloom, que visita a la parturienta nos regala una estupenda regresión a la infancia. Y además nos comunica que quiere ser madre; y Stephen, cada vez más obsesionado con nosotras, cose hacia adentro y empieza a darse cuenta de que quizá hay algo más allá de las meretrices que frecuenta. Cada capítulo nos da paso al siguiente y en este caso, no podría ser de otra manera, porque terminamos borrachos perdidos montando un buen lío con las prostitutas de Belle Cohen: Zoe, Flora y Kitty. Estupendos nombres de sirenas, ¿no creen?
Cada una tiene su propio color de pelo, gracias a eso, los lectores somos capaces de verlas bailar, reírse y mofarse de la masculinidad de algunos de los personajes que comparten este divertido capítulo. Bailamos, nos besamos y dejamos llevar por la música, por este vodevil, un pastiche curioso, una realidad hilarante y deformada. Todos hablan, gritan, susurran, miradas cruzadas, gestos…Cuando llegué a esta gran escena tuve otra visión, la de otra novela que se empezaría a escribir unos pocos años después del Ulises: El maestro y Margarita del escritor ucraniano Mijail Bulgakov, otra gran novela que no puedo dejar de recomendar, extraña, sí, pero qué importa eso.
Aunque meditando está curiosa comparación, creo que quizá, Bulgakov sí leyó a Ibsen y que, a lo mejor, por eso suenan melodías similares. En fin, lo divertido de leer novelas como Ulises es precisamente eso, lo que les comentaba al principio, que cada uno tiene la experiencia de lectura que se merece. No quiero aburrirles, así que regreso ya a casa, como regresan Stephen y Bloom, algo perjudicada, dando tumbos y buscando las llaves. El camino de vuelta, el Nostos, nunca es fácil, pero si se hace acompañada, es mejor.
La llave de esta novela pasa por completar el recorrido.
¿Quién no ha caminado horas y horas por una ciudad hasta altas horas de la madrugada hablando de la vida, criticando nuestra sociedad, la política, charlando del mundo de ahí fuera, de lo que somos y no queremos ser? Esa caminata que hacemos con Stephen y Bloom, con sus paradas y encuentros en callejones oscuros, cocheras y garitas, nos ayuda a comprenderlos un poco más, al fin y al cabo, son casi lo mismo, son uno. Nos ayuda a entender mejor algunos episodios tristes de la historia de Irlanda, regresamos una y otra vez a los alzamientos, la represión, a Parnell, al nacionalismo extremo, a las miradas únicas.
Regresamos a la verdadera Irlanda, la Irlanda partida. El personaje de Molly es un reflejo fantasmagórico, todavía no hemos oído a Molly, nos preguntamos, al menos yo, si llegaría su oportunidad, si Joyce sería lo suficientemente caballeroso como para darle la palabra, la oportunidad de defenderse, de responder. Antes de saberlo llegamos al capítulo diecisiete. A este capítulo yo no lo llamaría Itaca, sino que, si ustedes me permiten corregir a Joyce, yo lo llamaría El rincón del vago.
¿Qué me cuenta? ¡Todo! Aquí nos aborda un educadísimo y ordenado narrador, nos construye un completísimo cuestionario, claro (a veces) y pulcro de lo que hemos leído. Es un capítulo extraordinario, divertido, aclaratorio, pero no es el Ulises. Uno, en ningún caso, puede enterarse de lo que contiene realmente esta novela leyendo solo el capítulo diecisiete, pero probablemente, apruebe el examen. Antes de meternos en la cama con Molly, antes de sentir su calor, su piel, sus gemidos, sus deseos, desilusiones y miedos, antes de todo eso, Bloom ha encontrado al hijo que perdió y Stephen a la figura del padre que abandona.
Las grandes obras, como siempre digo, traen una grandísima recompensa.
Y esta novela se cierra magistralmente ella, con nuestra Penélope que, en su incontinencia, nos regala un fluir de conciencia sublime y exquisito, sin comas ni puntos, bueno, miento, hay un punto tras trece páginas que se leen sin aliento. ¡no necesitamos ni puntos ni comas, ni párrafos, ni transiciones! La voz nos basta, su mirada nos basta, sus amantes nos bastan. Volvemos a los estribillos, en este caso es un «no me gusta», la señora Bloom se desnuda por completo, nos invita a su habitación, a su casa, la sentimos, la tocamos y compartimos su placer, ese que una mujer sola sabe darse. Ese que quizá Nora Barnacle se procesaba. Miramos a nuestra tierra, sí, a España, sí, a una Andalucía envuelta en misterio, belleza y nostalgia, a la tierra prometida. Eso es Ulises, la tierra prometida que todos buscamos.
Espero haberles convencido para que algún día emprendan este inigualable viaje literario. ¡Atrévanse, que no es para tanto!
La novela Ulises de Jame Joyce ha sido publicada y revisada por muchas editoriales coincidiendo con el centenario. Podría atreverme a recomendar, según mi experiencia de lectura, aquellas ediciones que no están sobrecargadas con infinidad de notas a pie de página ya que, en ese caso, el Ulises se convierte en otra aventura, en la experiencia de otros.
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Ulises. James Joyce. Publicación original, 1922.
Editoriales: Galaxia Gutenberg, Alianza editorial, Lumen, Cátedra, etc.
Existe también una traducción al catalán de la editorial Funambulista.
LA AUTORA
EVA LOSADA CASANOVA (Madrid, 1967) es una escritora y guionista con una rica obra publicada en la que destacan novelas como Moriré antes que las flores (Funámbulista). Aunque se licenció en Ciencias Económicas y desarrolló una notable carrera en el área de la comunicación, residiendo en varias ciudades extranjeras, desde hace varios años se dedica de lleno a la escritura.