La nueva obra de Pablo Remón combina la carga existencial con un ritmo de comedia americana en una propuesta escénica de alto voltaje que se puede leer como una nueva etapa en una carrera cada vez más sólida. En el teatro Valle-Inclán de Madrid hasta del 12 de junio.
© RECAREDO VEREDAS
Pablo Remón (Madrid, 1977) comenzó su ya larga carrera como guionista de cine. Destacó por su tono ágil y ácido, que aún mantiene, hijo de Berlanga/Azcona y del patetismo, con tinte social, de la comedia italiana. Poco a poco fue mezclando las influencias iniciales con otras, como Harold Pinter y su descomposición del tiempo y el espacio, los clásicos europeos del siglo XX o el omnipresente realismo americano. Mientras tanto, se aproximaba al ámbito teatral, primero como autor y después como director, siempre con pasos lentos pero sin mirar atrás. Mantuvo una colaboración intensa con el difunto Teatro Kamikaze, donde ya contó con Bárbara Lennie. También ganó un Goya al mejor guion adaptado, un Premio Nacional, vio su obra publicada en la magnífica editorial La Uña Rota y fue aproximándose al éxito masivo, que tal vez llegue con este Los farsantes, compendio de todas sus obsesiones, ligero y profundo al mismo tiempo y, sin duda, brillante.
Los farsantes marca el inicio de la segunda parte de la carrera de Pablo Remón.
Sus obras concentran un evidente componente existencial, pero Remón sabe combinar esa carga con un domino del ritmo propio de la comedia americana y con un profundo conocimiento no solo de los sentimientos, sino de la manera más eficaz y elegante de provocarlos. Sobre todo es un maestro, como escritor y como director, en la mezcla de tiempos y espacios, en la combinación de lo soñado y lo real, lo pasado y lo presente, en la vinculación entre el hogar de la infancia y la oficina o el teatro.
Remón es consciente de la importancia capital de la familia, como vertebrador de emociones básicas, y siempre aparece en el trasfondo de la trama. Una familia que es tratada con afecto y un desgarro menor al usual en el teatro americano (O’ Neill, Miller, Williams…). No es la suya, afortunadamente, una mirada justiciera. Parece conocer las dificultades de la vida y lo sumamente difícil que es la ejemplaridad. Sus personajes están motivados, siempre hay una causa para sus acciones, incluso cuando son en apariencia innobles. La decisión de justificar o condenar proviene del público, no del autor.
Pero lo verdaderamente notable en Remón no son sus preocupaciones, que pueden ser más o menos originales, sino la facilidad con que las lleva a cabo, porque como sabemos todos es distinto plantear un sentimiento o una reflexión que conseguir que el lector camine hacia el sendero donde le hemos orientado. Las dificultades de todas sus obras, y de Los farsantes especialmente, son solventadas casi con invisibilidad, sin que el espectador perciba la enorme complejidad de lo que está viendo.
Pese a la evidente modernidad de Los farsantes, el conflicto es rotundamente clásico.
Es una ligereza que no está forzada —lo que resulta meritorio siendo Los farsantes una obra claramente metateatral y posmoderna— sino que es consecuencia de la fluidez, de la facilidad con que se hace lo difícil. Tan depurada técnica es consecuencia, en primer lugar, del talento y, en segundo y tercero, no menos importante, del estudio de referentes fundamentales y el trabajo.
El director madrileño consigue la ligereza desde la primera escena, en la que mezcla el humor, el drama, el sueño, la realidad y plantea, mediante la aparición de una actriz fallida que sueña con ganar el Goya, el conflicto de la obra. Pese a la evidente modernidad de Farsantes, el conflicto es rotundamente clásico: la reconciliación con el padre, el final del duelo, esté el padre vivo o muerto.
La maestría también se evidencia en el desenlace, donde eleva una escena cómica en un solo movimiento, convirtiendo, con auténtica magia (y sé que es una palabra trillada), una broma en una auténtica reconciliación, pasando de cero a cien en apenas dos segundos y sin que se note, además, la aceleración. Es una reconciliación simulada que, sin que tenga mucho que ver en apariencia, recuerda a otros fingimientos de elevada carga poética, como el desenlace de Volver, la mejor película de Almodóvar. La experiencia le ha ayudado a cambiar de géneros con un guiño de ojos.
Remón sabe combinar la dosis existencial con un domino del ritmo propio de la comedia americana.
Pronto llegará la novela de Remón porque el punto de partida de Los farsantes es absolutamente literario: dos tramas distintas, ambas del ámbito artístico, que se van lentamente enlazando, en dos espacios próximos y distintos, convirtiendo lo que parecen una especie de vidas cruzadas, que durante los primeros compases incluso pueden recordar al primer Iñárritu, en una obra engarzada con suma precisión. Los actores interpretan a diversos personajes y el espectador les reconoce al instante, gracias a esa facilidad, a esa ausencia de subrayado que domina toda la obra.
En Los farsantes se aproxima al drama familiar y a los matices del fracaso con la claridad que concede saber que nada tiene demasiada importancia. Porque la actriz protagonista no ha triunfado, pero su padre —un director de prestigio— tampoco lo hizo fuera de la élite y el auténtico triunfador siente que se ha traicionado a sí mismo.
La insatisfacción es tan eterna como universal. Hasta Elon Musk se siente insatisfecho. Bárbara Lennie compone el personaje más complejo de su carrera, hasta ahora notable, pero demasiado focalizada en el arquetipo de la femme fatale. Necesitaba el oxígeno que le concede el vitalismo de Ana. Por su parte, Javier Cámara tiene un desempeño más cómodo y sale del reto con soltura, incluso con brillantez en su doble rol de director de prestigio y de éxito.
Aparece incluso una parodia del autor, durante una especie de intermedio cómico, donde reflexiona sobre la autoría, ironizando sobre lo irónico, una especie de Pierre Menard de Borges convertido en broma. Menciona una metatextualidad que luego aplica, con talento e ironía, cuando utiliza el devastador desenlace de Tres hermanas de Chéjov.
Remón es consciente de la importancia capital de la familia, como vertebrador de emociones básicas.
Pero gracias a su sentido de la medida sabe cortar la intromisión en el momento justo, como ocurre también en la parodia del teatro atormentado —en lo que parece, o podría parecer, un ácido retrato de la gran Angelica Liddell— o cuando la protagonista se ve obligada, por la precariedad de la profesión, a ser la bruja en una representación infantil del Mago de Oz.
Podría afirmarse que Los farsantes marca el inicio de la segunda parte de la carrera de Pablo Remón. La parte del éxito.
Los farsantes, escrita y dirigida por Pablo Remón. Teatro Valle Inclán, Madrid. Del 29 de mayo al 12 de junio.
EL AUTOR
RECAREDO VEREDAS (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha publicado diez libros. Incluye los poemarios Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Esa franja de luz (Bartleby, 2019), el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016), la recopilación de testimonios Todo es verdad (Sílex, 2020), las novelas Deudas vencidas (Salto de Página, 2014) y Amores torcidos (Tres Hermanas, 2021), las colecciones de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006). Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior, Letras Libres y Revista de Letras. Su última publicación es Vida después del sueño (Sílex, 2021), co-escrita con el editor Ramiro Domínguez Hernanz.