El autor de Preludios a una noche total, Jardín de Orfeo o Libro de la mansedumbre, entre otros muchos, vuelve al ensayo internándose de nuevo en la obra de María Zambrano. Una muestra más de su opción por lo que, según el autor del articulo, el propio Colinas definió como «pensamiento inspirado».
© JOSÉ LUIS PUERTO
Antonio Colinas (La Bañeza, 1946), además de ser uno de los más altos poetas de los llamados ‘novísimos’ (Vicente Aleixandre, en una de sus cartas publicadas, indica que es el más lírico de ellos), es –podríamos decirlo así– un escritor total, que cultiva, con maestría, los más diversos géneros, ya que es un excelente narrador, ensayista, traductor del italiano, o articulista también. Es, por otra parte, un poeta que no solo crea, sino que reflexiona con profundidad sobre la poesía y sobre el hecho poético. En este sentido, es un ‘rara avis’, como también lo es José Ángel Valente.
La obra ensayística de Antonio Colinas ha sido menos atendida –y diríamos, al tiempo, que menos entendida– que su obra poética. Y, sin embargo, posee también una gran importancia. Desarrolla en ella lo que el propio autor ha llamado un “pensamiento inspirado”, ya que parte, a la hora de abordar el hecho poético y creativo, autores, creadores, corrientes y tendencias creativas y espirituales, culturas y civilizaciones… de lo que le dicta su propia sensibilidad, su propio sentir y conocer, aunando en tales obras ese unamuniano –que tanto le gusta citar– pensar sintiendo y sentir pensando.
Es el procedimiento que utiliza justamente en este su hermoso libro sobre María Zambrano, que comentamos en estas líneas. Habría que comenzar diciendo, antes de nada, que Antonio Colinas tiene dos maestros, con los que desarrolló una relación para él y para su obra muy provechosa: uno de tales maestros es Vicente Aleixandre y su maestra es María Zambrano.
De ahí que fuera muy necesario que Antonio Colinas escribiera este libro, ya que, al hablar de su maestra, de la gran pensadora española, republicana y una de las más altas representantes de esa España peregrina, abierta y moderna de nuestra edad de plata, –de que hablara José Bergamín–, Antonio Colinas nos está hablando también de sí mismo, de su modo de entender el mundo, la vida del espíritu y la creación poética y literaria, así como el hecho de pensar y reflexionar.
En este sentido, el libro que comentamos de Antonio Colinas va más allá, es otra cosa, trasciende a todas las exégesis, paráfrasis y análisis de todo tipo (a veces tan triviales, otras tan logrados) que sobre María Zambrano se han ido publicando a lo largo de todos estos últimos años.
Porque Sobre María Zambrano. Misterios encendidos (*), de Antonio Colinas, puede ser entendido como una verdadera guía espiritual. Y esto –creemos– es mucho y muy importante. En determinados momentos históricos de la tradición española, aparecen las guías espirituales y no poca de nuestra literatura ascética y mística puede ser entendida como una verdadera guía espiritual. Podríamos poner dos ejemplos, entre otros, para ilustrar lo que decimos.
La Guía de perplejos, del pensador hispano-judío cordobés Maimónides, que viviera en el siglo XII, y escrita con el objetivo de que surgiera a la luz el hombre piadoso (recordemos aquí el decisivo término zambraniano de la ‘piedad’, sobre el que Antonio Colinas habla en su obra). Y, también, la bellísima Guía espiritual, publicada en Roma en 1675, por el aragonés Miguel de Molinos, que es una verdadera guía de la contemplación y de la pasividad, ya que el autor se propone en ella desembarazar al alma y conducirla “por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la interior paz”.
Pues bien, este libro de Antonio Colinas sobre María Zambrano es una verdadera guía espiritual; diríamos que una guía espiritual contemporánea y, en este sentido, habría que relacionarla con sus distintos Tratados de armonía. ¿Y dónde se halla tal guía –podríamos decir–, si estamos ante un libro sobre la pensadora malagueño-segoviana? Y contestaríamos que, aquí, en este libro, para encontrar las propuestas del autor en torno a la vida del espíritu, hay que leer entre líneas.
Antonio Colinas tiene dos maestros, con los que desarrolló una relación para él y para su obra muy provechosa: uno de tales maestros es Vicente Aleixandre y su maestra es María Zambrano.
No sigue Antonio Colinas una línea cronológica en torno a María Zambrano. Parte siempre de su relación con ella, de las visitas que le hace, de los encuentros que tiene con ella, primero en La Pièce, la casa francesa del Jura, junto a Ginebra, y después en Madrid. Nos va desgranando esa sintonía que entre los dos se ha establecido ya desde el principio y que se puede resumir en el dictum que la filósofa le susurró al poeta ya en su primer contacto: “Usted y yo hace ya mucho tiempo que nos conocemos”. Una sintonía que recorre el libro y que también lo cierra, como es la de esa importante entrevista que en 1986 Antonio Colinas le hiciera, titulada: “Sobre la iniciación (Una conversación con María Zambrano)”.
Y es esa sintonía entre poeta y pensadora el hilo que utiliza Antonio Colinas para ir entretejiendo todo el universo biográfico, filosófico, intelectual e histórico zambraniano –a partir también de una documentación rigurosa sobre la pensadora–: sus raíces familiares, sus distintas etapas biográficas, tanto en España como en los distintos exilios; sus relaciones más significativas, con su maestro Ortega y Gasset, con Antonio Machado, o con Miguel de Unamuno, con los pensadores contemporáneos; los hilos más sobresalientes de su pensamiento, como pueden ser el de “la razón poética” o el de “la piedad” y, en este sentido, no es casual que Colinas se detenga especialmente en la que acaso sea la obra de pensamiento zambraniana más alta: El hombre y lo divino, a la que el autor bañezano dedica todo un capítulo de aproximación, ya que la propia María Zambrano lo consideraba como “el libro mío más querido”.
Antonio Colinas dedica especial atención –y ello no es casual– a las etapas vitales de María Zambrano tanto en Segovia, donde hay un fermento de pensamiento institucionista y donde su padre, Blas José Zambrano, profesor de la Normal de Magisterio, forma grupo con Antonio Machado, o el escultor Emiliano Barral, entre otros, verdadera representación de aquella perdida edad de plata española); como en Roma, ya en el exilio, donde nuestra pensadora vive toda una década entre 1953 y 1963 y en la que aparecerá la figura de su gran amiga italiana y protectora Elena Croce, hija del filósofo italiano Benedetto Croce y esposa de ese otro interesante pensador que fuera Elémire Zolla.
Antonio Colinas en esta obra plasma una visión fascinante y nueva, personalísima, sobre María Zambrano.
Por otra parte, no olvida Antonio Colinas realizar un repaso por toda la obra zambraniana, que agrupa certeramente en tres grandes grupos o bloques, como son, por una parte sus libros más literarios y/o testimoniales; por otra, sus grandes textos iniciáticos, que considera nuestro autor los más originales de María Zambrano por su lucidez y por ser reflexiones en los ‘límites’ (un concepto muy coliniano); y, en fin, un último grupo de obras zambranianas, muy personales y que se distinguen por su carácter de creación pura, por su tono o carácter poemático y, en este último grupo, tendríamos dos libros bellísimos de María Zambrano: La tumba de Antígona (1967) y Claros del bosque (1977).
Con todos estos mimbres, y otros (como, por ejemplo, la defensa de la soledad del creador, que defiende María Zambrano y que ya está también en Rilke), desde esa sintonía, desde esa relación vital y creativa del poeta con la pensadora, teje Antonio Colinas esta obra, en la que se nos plasma una visión fascinante y nueva, personalísima, sobre María Zambrano.
Pero ¿no tendríamos que decir algo sobre el libro, entendido como guía espiritual, ya que así queríamos entenderlo? Sí, demos, por lo menos, algunas notas, dejemos apuntados algunos rasgos que nos permiten interpretar la obra en este sentido.
Un primer rasgo que nos ha resultado enormemente llamativo y fascinante es el del conocimiento como descenso. Dice, en este sentido, Antonio Colinas sobre María Zambrano: “dentro de su proceso del conocer se halla la prueba más difícil: la del saber descender”. Y añade luego enseguida: “no hay verdadero conocimiento sin descenso”. Sí, conocer no sería, como lo quiere el tópico más aceptado, realizar un ascenso a nada, sino realizar un itinerario en sentido contrario. Y la prueba más difícil del conocimiento sería, efectivamente, saber descender.
Otro importantísimo rasgo de esta guía espiritual sería el de la poesía como vía para alcanzar la Unidad perdida. Nos dice en este sentido Antonio Colinas que María Zambrano “recupera el sentido originario de la palabra poética verla como un don, como un hallazgo preciso y, sobre todo, como una búsqueda de la perdida Unidad, una aventura que, desde órficos y pitagóricos al mejor Romanticismo, está presente en la literatura”. Y aquí, entonces, encajaría ese concepto zambraniano de la “razón poética”, que ya aparece en la autora desde muy pronto y que fija –según Antonio Colinas– en una frase maravillosa, al aludir a Apolo, el dios de la poesía: “ya que convertir el delirio en razón sin abolirlo es el logro de la poesía”.
Y, en esta guía espiritual que es el libro de Antonio Colinas sobre María Zambrano, hay dos apuestas por dos itinerarios, en el fondo, convergentes. Uno de ellos es –como le decía el filósofo judío-francés Henri Bergson a García Morente– la apuesta por nuestros místicos, que, desde Ramón Llull, pasa por los franciscanos Osuna, Palma, Laredo, y sigue con Cazalla, Alcántara, Villanueva, Juan de los Ángeles, Estella, Borja, Molinos, y también otros, que, como indica Colinas, “revelan un conocimiento en los límites que, para muchos españoles, resulta todavía desconocido.” Y el otro itinerario es el de ese pensamiento francés –tan espiritual y moderno– en el que se han mantenido figuras como Blondel, Bremond, Baruzi, Maritain, Corbin, Massignon, Gilson, Charles du Bos, Desjardins, Marcel, Guitton…, entre otros, que –como indica Antonio Colinas de nuevo– representan “ese vigor intelectual, avanzado y abierto en el campo del humanismo y de la espiritualidad sin prejuicios que para nuestra desgracia los españoles no tuvimos en el siglo XX”.
¿Y qué más? Hay también en esta obra una apuesta –a partir de María Zambrano– por esa tercera España, dialogante, abierta, moderna, fuera de cualquier cerrazón, que debiéramos buscar hoy, más que nunca, dado el panorama histórico que estamos viviendo.
(*) Antonio Colinas, Sobre María Zambrano. Misterios encendidos, Siruela, Libros del Tiempo, 371, Madrid, 2019.
EL AUTOR
JOSÉ LUIS PUERTO (La Alberca, Salamanca, 1953). Es poeta, ensayista y etnógrafo. Licenciado en filología románica por la Universidad de Salamanca. Ha recibido recientemente el Premio Castilla y León de las Letras. Obra poética publicada: El tiempo que nos teje (1982), Un jardín al olvido (1987, accésit del Premio ‘Adonáis’), Paisaje de invierno (1993, Premio ‘Ciudad de Segovia’ de Poesía), Estelas (1995), Señales (1997, Premio ‘Jaime Gil de Biedma’ de Poesía), Las sílabas del mundo (1999), De la intemperie (2004), Proteger las moradas (2008), Trazar la salvaguarda (2012), La protección de lo invisible (2017) y Abecevarios (2018, poesía pintada). Prosa de creación: Las cordilleras del alba (1991), El animal del tiempo (1999), Un bestiario de Alfranca (2008) y La casa del alma (2015). Como etnógrafo, tiene publicados libros sobre ritos festivos, religiosidad popular y, sobre todo, tradiciones orales (cuentos, romances y leyendas).