«Cuerpos»: tres poemas inéditos de Antonio Colinas

Antonio Colinas es uno de los poetas de mayor calado de la llamada generación del 68 o “grupo de los 70”. En más de una ocasión ha reconocido públicamente el magisterio e influencia de dos de nuestros clásicos del siglo XX: Vicente Aleixandre y María Zambrano. Sus primeros libros de poemas son de 1969: Poemas de la tierra y de la sangre y Preludios a una noche total  y, aunque su poemario publicado en 2001, Junto al lago, fue escrito en 1967, es decir, en paralelo a la publicación de los primeros libros de autores como Gimferrer, Diego Jesús Jiménez, Guillermo Carnero o Manuel Vázquez Montalbán pese a no aparecer en la antología de Castellet Nueve novísimos.

En 1985 publicó su primera novela, Un año en el sur: Para una educación estética.  La continuación de ésta fue Larga carta a Francesca (1986). Entre sus traducciones del italiano se encuentran la obra de Giacomo Leopardi y la poesía completa de Salvatore Quasimodo. En la prensa han publicado sus colaboraciones diarios como El País, ABC y El Mundo y revistas como la Revista de Occidente y Cuadernos Hispanoamericanos. Entre sus obras más destacadas cabe señalar Sepulcro en Tarquinia (1976), Noche más allá de la noche (1983), Jardín de Orfeo (1988), Libro de la mansedumbre (1997), Desiertos de la luz (2008) y Canciones para una música silente (2014). En 2011 publicó su Obra poética completa (1985-2011) y a lo largo de su dilatada carrera literaria, ha reflexionado en profundidad sobre la creación poética y su misterio. De ello dan cuenta libros como Tratado de armonía (1991) o Sobre la Vida Nueva (1996), entre otros.

Sobre su opción estética y sobre la respiración de fondo de Colinas ha escrito el profesor José Paulino Ayuso que:

“Conviene notar el curso pausado y reflexivo del ritmo, aunque con diferencias de composición, ya que puede escribir un poema breve, casi sentencioso, otro poema más extenso y descriptivo y llegar hasta el poema-libro. […] Por otro lado, está en él la busca constante de lo esencial, del conocimiento que se desvela y revela y que viene acompañado por la emoción, más aún, por el estremecimiento ante la poesía y ante el misterio que se descubre en ella. Encantamiento y misterio componen los dos elementos esenciales que afloran en esa dicción, ritmo y musicalidad de Antonio Colinas, cuya poesía, de esta manera, ha alcanzado, por el reconocimiento de la crítica, la categoría de una poesía clásica, con el clasicismo propio de nuestra época.”

Los dos poemas inéditos que publica República de las Letras bajo el título “Cuerpos”, responden de manera fiel al paradigma que nos dibuja Ayuso

 

CUERPOS

I

Pasa una mujer muy lentamente,
como flotando.
Lleva cubiertos sus cabellos
con un velo negro
de seda muy lujoso y extraño.

Como un ser nunca visto
–¿acaso es la mujer del Cantar
de los Cantares?– pasa esbelta.
Una túnica blanca
cubre su cuerpo de gacela o pantera.
Sus pies van enfundados
en medias y en sandalias de ébano.
Pasa despacio, va
mirándolo todo
y hacia todos se muestra
como ofrenda imposible.
Pasa y mira y sonríe
con una levedad sagrada y enigmática.
Toda ella es un enigma.

¿De qué nave ha llegado a la isla
y a dónde partirá
para ocultar tanta belleza?
Queda el estupor de haberla visto,
queda el fulgor de haber visto fluir
lo que, siendo imposible, fue real.
Y esa melancolía
de no volver a ver
jamás
brotar del bullicio
lo vivido
por los ojos.

 

II

Me pareció que un joven ciprés de oro
descendía por el sendero de la ladera;
pero no, era una llama blanca que avanzaba
sin incendiar el atardecer,
los pinares de agosto.

Nadie había en la playa,
donde ella se desnudó completamente.
Luego, el cuerpo fue estatua de mármol
cuando avanzó hacia el mar,
y al agua se arrojó,
y nadaba, nadaba sin descanso
en dirección al sol,
hasta ser sólo un punto
de luz en él fundida,
allá en el horizonte.

Sin mover nuestros labios
la llamábamos con los ojos,
pero sólo nos respondía el rumor
de las olas en las guijas sagradas.
Ella no regresaba.
Ella no regresó jamás
de la infinitud a la costa.

 

 

III

(Eros y Thanatos)

Viví despertándome y adormeciéndome
con la música de las tórtolas de la loma,
con la ternura de musgo de los grillos nocturnos,
bajo los ojos de los búhos.

Un día penetré en el bosque buscando
la senda perdida
y allí, detrás de un muro
de piedras rudas,
bajo una cúpula de verdor,
el cuerpo de una adolescente desnuda
nadaba en un estanque.
(Soledad, plenitud de quien flotaba
en felicidad absoluta
sin que de ello fuera aún consciente.)

Cuarenta años después,
de la loma y el bosque
sale el cadáver de una mujer.
La luz la conduce de su mano
en busca de otra luz, de más luz,
de otro fuego.
¡Eterna dualidad del contemplar gozoso
y del cierto morir!

Ahora mismo las tórtolas
y los grillos se callan.
Esta noche los ojos
amarillos del búho
están quietos, muy quietos,
contemplando la luna.
Porque ellos conocen el secreto.

  

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