Humano y microscópico | Sobre ‘Un corazón demasiado grande’, de Eider Rodríguez

La escritora guipuzcoana reúne en Literatura Random House sus mejores relatos traducidos del euskera y seis nuevos que actúan como un microscopio que señala las bacterias sospechosas de nuestra existencia cotidiana.
© EDUARDO LAPORTE

«Piezas maestras». Elvira Navarro (La trabajadora, La isla de los conejos) definió así los relatos que Eider Rodríguez ha reunido en Un corazón demasiado grande (Literatura Random House) en la presentación del libro en Madrid, en septiembre de 2019.

Juan José Millás, otro de los presentadores, advirtió en ella las influencias de nada menos que Tolstói o Chéjov, maestros ambos en el arte de señalar los dramas latentes de las clases en principio acomodadas. No reniega Eider Rodríguez (Rentería, 1977) de esas influencias y es cierto que capacidad de observación de los traumas más sutiles no le falta. Es más, es poseedora de unas gafas de visión aguda, casi microscópica, que le permiten diseccionar conflictos soterrados que al común de los mortales le pasarían inadvertidos. Se reconoce amante de las descripciones, a menudo denostadas, aunque el trazo rápido y preciso, sin ser tópico pero tampoco rebuscado, le define bien. «Encima de la mesita, sobre un tapete, cuatro mandos a distancia» leemos en El cumpleaños, uno de los relatos para mí más conseguidos y, en este caso, luminosos.

Es poseedora de unas gafas de visión aguda, casi microscópica, que le permiten diseccionar conflictos soterrados que al común de los mortales le pasarían inadvertidos.

También deudora  —¿algún autor de relatos actual no lo es?— de Carver, me atrevería a decir que Eider Rodríguez supera al maestro al cerrar con menos pereza sus textos. No es que busque el final de redoble de tambores y efecto sorpresa, pero sí que se esfuerza en dotar de un sentido global al relato. Y eso se agradece. Porque a Raymond Carver le perdonamos esa cosa del final abierto que nadie se atrevió a criticar y que generó una sospechosa escuela: la de carverianos finalabiertistas que de tantas posibilidades no ofrecían ninguna. O la misma que la vida. Matemos al padre y, sobre todo, al maestro.

Eider Rodríguez no es Carver ni falta que le hace. Sus finales dejan un buen sabor de boca narrativo, el de una desembocadura literaria eficaz que en la que nada está puesto porque sí (como se descubre al hacer una lectura a la inversa). Son textos trabajados hasta la extenuación, como la propia autora, que escribe primero en papel, confesó el día de su presentación.

Eider Rodríguez

Relatos como el que da nombre al volumen son una buena muestra de ello. Porque en Un corazón demasiado grande se narra la relación —o no relación— entre una mujer y su exmarido, con el que no tiene trato desde hace veinte años (aparte de una hija en común). Enfermo terminal y sin apenas apoyos, ella le acompañará en sus últimos días en un trato tan afectuoso como incómodo. Brota entonces algo parecido al cariño, pero también sentimientos no tan nobles de quien no supo decir que no a ese papel de cuidadora a la fuerza. La figura del perro, Oso, secundario de lujo, y el juego que la autora le da son claves para entender la pericia para el final cerrado, que no hermético, perfectamente orquestado.

Al margen de la temática —se ha hablado de personajes que cuidan y que no son tan cuidados—, el estilo de Eider Rodríguez tiene algo que atrapa, si bien su mirada microscópica y al detalle exige mucha atención.

Buen sabor de boca narrativo, decíamos, pero no tanto de alma, pues Eider Rodríguez no escribe para hacer amigos. Se comentó que los personajes de Rodríguez eran «buenos», lo que no quita para que algunos den rienda suelta a otras pasiones tan humanas como siniestras. Sucede tanto en el primer relato como en el segundo, Hierba recién cortada, que comparte el patrón del primero. Una situación dada, normalmente relaciones con dosis de toxicidad, o que cuando menos suponen un lastre, que se resuelven con la ayuda de un leit motiv sugerido a lo largo de relato.

Ambos relatos comparten también cierta pulsión de muerte. De matar. Ya sean moscas o geranios se palpa, y se manifiesta, una violencia soterrada que aflora como única catarsis posible. Claro que también hay un tono más juguetón en un relato como Preferiría no tener que mentir: la protagonista configura su propio suicidio asistido en una gestoría dedicada a tales menesteres con un resultado tragicómicamente visionario. Otro ángulo para enfrentarnos a la pulsión de matar/morir.

Al margen de la temática —se ha hablado de personajes que cuidan y que no son tan cuidados—, el estilo de Eider Rodríguez tiene algo que atrapa, si bien su mirada microscópica y al detalle exige mucha atención y que haya que espaciar las lecturas para no saturarse. Como cuando en La muela la protagonista envuelve a ese resto de su anatomía en una «mortaja» de papel higiénico para después «enterrarla» en el bolsillo. Recuerda en este punto a la citada Elvira Navarro que, en su reciente La isla de los conejos, incluye un relato titulado Encía que transcurre por parecidas latitudes de una incomodidad mórbida. Difícil olvidar el mioma que le extirpan a la protagonista de Paisajes y que deja caer en la pecera de su casa.

Una querencia por lo turbio, por los pliegues más recónditos y menos lustrosos de nuestra psicología que se podría enmarcar en la corriente que comparten autoras como Sara Mesa, Samanta Schweblin y, a su manera, Gabriela Ybarra y la pamplonesa Margarita Leoz (que publica libro en Seix Barral este otoño, por cierto). En estos dos últimos casos no se da tanto esa escatología de lo orgánico, digamos, pero sí el recurso a escenarios domésticos y cotidianos donde sobrevuela una inquietud no resuelta. Ya dijo André Gide que con buenos sentimientos no se hacía buena literatura. Y, claro, esto nos atrae.

Un corazón demasiado grande. Eider Rodríguez. Literatura Random House. Barcelona, 2019. 18,90 €, 288 páginas.  


EL AUTOR

EDUARDO LAPORTE (Pamplona, 1979). Es escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como ‘Luz de noviembre, por la tarde’, o ‘La tabla’, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.