Cinco minutos con Milan Kundera

Una dura y lúcida reflexión sobre la creciente trivialización de la literatura, especialmente de la novela, y de sus efectos sobre el patrimonio intelectual del presente y sobre las posibilidades de nutrir con obras de entidad y profundidad a las jóvenes generaciones.
© EVA LOSADA CASANOVA

«El descubrimiento flaubertiano es para el porvenir del mundo más importante que las más turbadoras ideas de Marx o de Freud. Ya que puede imaginarse el porvenir sin lucha de clases o sin psicoanálisis, pero no sin el irresistible incremento de las ideas preconcebidas que, una vez inscritas en los ordenadores, propagadas por los medios de comunicación, amenazan con transformarse pronto en una fuerza que aplastará cualquier pensamiento original e individual y ahogará así la esencia misma de la cultura europea de la Edad Moderna.»

Fragmento discurso Milan Kundera “La novela y Europa”.

Milan Kundera

Siempre que leo a Milan Kundera, ya sea sus novelas, discursos o textos sueltos, siento una zozobra de espíritu, una especie de revelación casi mística. «Un asombro ante la incertidumbre del yo y su verdad» —como él mismo dice. Supongo que es su inteligencia, mezclada con esa inmensa capacidad de plasmar la palabra escrita, lo que provoca en mí esa sensación. Kundera entiende el arte de la novela como a mí me gustaría que lo entendieran los demás. Como algo que trasciende al mismo autor, como un ente vivo, que crece y se encoje, detrás del cual el autor se agazapa. Un género que, desvela denuncia y sobrecoge. Un género donde no hay cabida para las certezas, sino para las dudas y las hipótesis. Un género incapaz de contentar a todos, de agradar a todos, de llegar a todos. Porque, si así fuera, dejaría de ser Novela y sería panfleto. Estamos en la era de los selfie, de los escritores y escritoras exhibicionistas que enseñan todo menos su obra, de las redes sociales que manosean —y a veces destruyen— la esencia de la obra misma sin ni siquiera haberla leído. Reseñas demasiado rápidas, repetidas, vacías, compradas… Nos encontramos con que un autor que apenas ha vivido dos décadas y ha escrito un puñado de poemas o novelitas banales y complacientes, forma larguísimas colas en las ferias de libros, llena titulares, tiene más visibilidad en los grandes medios que cualquier otro autor o autora con cincuenta años de oficio, premios y una reputada carrera de creador. Mientras unos coleccionan corazones y pulgares, otros sucumben a unos medios de comunicación vacuos con unas ideas preconcebidas y fútiles, o bien luchan por su derecho a seguir creando.  Mientras, las librerías de los grandes almacenes, se llenan de títulos de una tarde —que llegan con un destello y se van a la misma velocidad— hay grandes obras que no se reeditan, grandes clásicos que han desaparecido de librerías y editoriales. Viejas traducciones que no se revisan o simplemente se descuidan. Traductores mal pagados, traducciones rápidas, malas traducciones.

Entender el arte de la novela como algo que trasciente al mismo autor, como un ente vivo, que crece y se encoge, detrás del cual el autor se agazapa.

Títulos de Musil, Melville, Jelinek, LagerlÖf y tantos otros, apenas se encuentran en las librerías, ni siquiera en plataformas digitales. en ocasiones no puedo incluir títulos de magníficos en los clubs de lectura porque no se pueden adquirir. Eso me enfurece. Y, en paralelo, un incesante bombardeo de obras autoeditadas, huérfanas de editores, sin calidad, sin control; obras que se infiltran en nuestras vidas, como comercial de Vodafone o Movistar, a la velocidad que la tecnología permite. ¿Lo estamos haciendo bien? Quizá no. La inmediatez sigue jugándonos malas pasadas. Esa inmediatez la tenemos siempre en contra cuando hablamos de Literatura. La carrera por alcanzar el gran pódium de la novedad editorial, está socavando la tierra que sustenta la creación literaria, está condenando a la agonía a lo ya consagrado, a las fuentes donde bebemos y a aquellas obras que, bajo la terrible sombra kitsch, jamás llegará a nuestras manos. Triste.

«El espíritu de la novela —dice Kundera— es el espíritu de la continuidad: cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior de la novela. Pero el espíritu de nuestro tiempo se ha fijado en la actualidad, que es tan expansiva, tan amplia que rechaza el pasado de nuestro horizonte y reduce el tiempo al único segundo presente. Metida en este sistema, la novela ya no es obra (algo destinado a perdurar, a unir el pasado al porvenir), sino un hecho de actualidad como tantos otros, un gesto sin futuro.»

Hace algunos meses, en una entrevista que hacían a una conocida escritora de narrativa breve, decía que los escritores que queremos ganar dinero, escribimos novelas. Sus palabras me llegaron con un ligero pero punzante tono despectivo. Estuve a punto de ponerme en contacto con ella, quería saber qué motivaba aquellas palabras, por qué tenía esa opinión de aquellos que escribimos novelas. No lo hice. Pereza, quizá. Algún tiempo después, encontré en la prensa que esta misma escritora, publicaba su primera novela. Me dejó desconcertada. Quizá por eso, en ocasiones me refugio en los párrafos de Kundera, me calman, siento alivio. Sobre todo, cuando escribe: «No me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes.».

Solo son necesarios cinco minutos con Milan Kundera para amar este género por encima de cualquier otro.


LA AUTORA

EVA LOSADA CASANOVA nació en Madrid, en 1967. Se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid, MBA por la Universidad Antonio Nebrija e Ealing College de Londres. Ha trabajado en Italia, España y Portugal en la empresa privada como responsable de comunicación y formación. En 2016 con su segunda novela El sol de las contradicciones, Alianza editorial (2017), ganó el XVIII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones. En 2010, con su primera novela, En el lado sombrío del jardín, Funambulista (2014) fue una de las finalistas del Premio Planeta de Novela y Premio Círculo de Lectores. En 2003 fue finalista  en los Premios Constanti de relato. Actualmente dirige el espacio de creación literaria y musical La plaza de Poe, que fundó en 2015 donde también imparte talleres de narrativa y coordina el Club de Lectura. Escribe artículos para medios culturales, participa en programas de radio literarios y es colaboradora en el Periódico de Hortaleza.