El arte, el dolor y la búsqueda de la paz | Sobre «Absoluta presencia», de Luisa Etxenike

El último libro de Luisa Etxenike indaga en la vinculación entre lo externo y lo interno, lo sociopolítico y lo familiar y en cómo el dolor -tan inevitable como indeseado- puede convertirse en arte.
© RECAREDO VEREDAS

El título desvela con claridad las intenciones purificadoras de la novela: solo mediante una presencia absoluta, un conocimiento que incluya lo jubiloso y lo triste, incluso lo desolador, mediante el desvelamiento de los ropajes y decorados que construimos para no contemplar las miserias de nuestra vida puede conseguirse la reconciliación con uno mismo.  Tal vez suene un tanto psicoanalítico, pero Freud no se equivocaba en todo.

Luisa Etxenique ha escrito una novela breve e intensa. No podía ser más larga, tanto por el registro utilizado como por las elecciones narrativas. Utiliza un lenguaje próximo a lo poético, pero no permite que la belleza de la palabra interfiera en la narración. Incluso, teniendo en cuenta el valor que la autora concede a lo formal, podría afirmarse que es una obra despojada, esencial. Transmite sentimientos sin obviedad ni complicación, situándose en ese difícil término medio que permite que el lector alcance la conclusión buscada por sus propios medios, sin lucimientos superfluos. Gracias a tan complejo equilibrio logra plantear preguntas poderosas. Cuestiones que todos en algún momento nos hemos hecho, y más cuando contemplamos las décadas pasadas y las consecuencias de los actos, tanto propios como ajenos. A nadie con cierta trayectoria vital le resulta indiferente una aseveración como:  “¿Dónde se conservan los recuerdos, en qué frío interior para que puedan volver tan intactos, sin marca alguna de podredumbre?”

La dimensión emocional de los personajes es sin duda prioritaria, mientras la narración de peripecias queda un tanto en segundo plano. Entre las diversas tramas destaca el exilio –entre forzoso y voluntario- que deben afrontar unos padres y el inmenso dolor que causa, tanto por el hecho en sí como por la decepción que acarrea. Porque quienes debían protegerles o cuidarles no lo hicieron e invirtieron, aunque fuera por sentimientos tan elementales como el miedo, la lógica humana más elemental. Tanto es así que victimizaron a la víctima, utilizando el terrible “algo habrá hecho”. El éxito de las emociones suscitadas no existiría sin su universalidad. No en vano apela a la pertenencia a una ciudad y una cultura o al tal vez sentimiento primordial: la paternidad, contemplada desde la perspectiva del padre y de la descendiente. Especialmente devastadora resulta la parte en que el padre prescinde de su ineludible condición para narrar a su hija las zonas más oscuras de su pasado, obviando el dolor que puede causar. Esa infinita tristeza se convierte en luz gracias a la creación artística –ojalá ocurriera siempre en la vida real-  demostrando de nuevo que el único privilegio real del artista es la utilización de sus desgracias para construir belleza. No es, aunque pueda parecerlo, una novela sobre ETA, lo es sobre la familia y la decepción inmensa que causa la indiferencia al dolor propio (materializada en un personaje colectivo: la ciudad que se deleita en su gastronomía, ajena a lo que ocurre a muchos de sus conciudadanos).

Etxenike también reflexiona con vigor sobre la creación artística, lo que define incluso una estructura construida con total libertad, sin concesión alguna a la comercialidad. Es una obra cuyo único fin es ella misma, algo extraño en estos tiempos en los que el escritor siempre se siente obligado a ceder su espacio natural a la esperanza de ventas.

A nadie con cierta trayectoria vital le resulta indiferente una aseveración como:  “¿Dónde se conservan los recuerdos, en qué frío interior para que puedan volver tan intactos, sin marca alguna de podredumbre?”

Su mirada es nostálgica, pero nunca cursi, similar al que lanza la niña hacia su pasado en la legendaria El Sur, de Víctor Erice, incluso en ocasiones puede recordar a la más experimental Menchu Gutiérrez.  Podría parecer que la referencia más obvia es Patria, pero en poco se parece la mirada poliédrica e hiperrealista de Aramburu a la poética de Etxenike. Sin embargo, la reflexión sobre la violencia sí puede vincularse con otra novela magnífica: la realista Mejor la ausencia o con  el ensayo El eco de los disparos, ambas de Edurne Portela, que reivindican la necesidad urgente de la memoria, de la visualización de los conflictos para que puedan solucionarse. Porque solo mediante ese desvelamiento –que, como también menciona Portela, puede efectuarse por el arte- puede encontrar alivio el inmenso dolor de la verdadera víctima.

Absoluta presencia. Luisa Etxenique. Editorial El Gallo de Oro. Madrid, 2018. 144 páginas. 15,20 €


EL AUTOR

RECAREDO  VEREDAS  (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha publicado 6 libros. El que más le gusta es el más breve, el poemario Nadar en agua helada (Bartleby, 2012), pero se siente orgulloso de toda su progenie. El último en llegar ha sido el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016). Le preceden la novela Deudas vencidas (Salto de Página, 2014), la colección de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y dos obras perdidas en el espacio-tiempo: la colección de relatos Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006). Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior,  Letras Libres y Revista de Letras.