Los tiempos cambian que es una barbaridad

Una visión pesimista (¿realista?) de los efectos de las nuevas tecnologías, del mundo de Internet y de la globalización en la evolución del arte y, de manera especial, la literatura. Una suma de reflexiones que son preguntas imprescindibles de cara al futuro.
© LUIS MATRTÍNEZ DE MINGO

Estamos hablando de tendencias, las que cambian la relación del hombre con el mundo, las que propician la creación del arte, las que obligan a cuestionarse, una vez más, a qué llamamos arte, qué es la cultura y hacia dónde va. Los cambios importantes, los sustanciales, siempre se producen lentamente, duran lustros, por eso hay que discernir los que son insoslayables de las tormentillas de verano, las que parecen algo y no son nada.

El «selfie» ha propiciado la creación de un Museo en Glendale,, Los Ángeles.

Todo ciudadano del mundo tiene hoy a su disposición la visita virtual al Museo del Prado, por ejemplo. El Museo es un invento de la Ilustración pero hoy el «Gran Fresco» virtual permite visitas con sentido a todo el mundo. Se mejora así el intercambio entre el arte y la persona y se hace además con gran precisión: «Las ninfas en la pintura española del XVII», por ejemplo».

Los libros electrónicos acabarán, más pronto que tarde, con las bibliotecas y dejarán herido de muerte al libro impreso. Ya se ha dicho que hoy ningún editor publicaría libros, no ya como el Ulises de Joyce, sino ni tan siquiera como Tiempo de silencio o Volverás a Región de Benet.

Ese cambio de tendencias ya lleva un tiempo produciéndose, no nos engañemos, lo que pasa ahora es sólo otro eslabón más de la cadena. Aludir a Marcel Duchamp -la rueda, el urinario, los ready-made en general-, a Andy Wharhol -seriaciones, los dólares, Marilyn Monroe-, a Manzoni y sus tarros de mierda -1961-, sin retrotraernos a Walter Benjamín y sus lúcidas “visiones” sobre la fotografía, nos conduce, por ejemplo a Ai Weiwei, el artista chino; “No colgaría un trabajo mío en las paredes”, y por citar una gran recopilación de ese devenir a Félix de Azúa y su Diccionario de las artes, Debate, 2011. Se ha dicho que toda esta revolución de la realidad virtual, de las redes, de la telemática y la globalización se puede comparar a lo que fue la invención de la imprenta con respecto a los manuscritos. No, poco tiene que ver, porque la inteligencia siempre es cuestión de contexto y el siglo XXI y el mundo actual nada tienen que ver con el XV. Se podrían buscar similitudes pero sólo nos quedaríamos en ocurrencias ingeniosas. Desde la “action painting” y el collage, los graffiti, las instalaciones y las performances disparan al corazón mismo del cuadro de arte, ese que está enmarcado como algo sagrado,  entronizado fuera de este mundo. Las series de consumo masivo hace mucho tiempo que apuntan al blanco de la pantalla de cine: el mago de Netflix ha logrado ya más de 125 millones de suscriptores; no sólo al cine de autor, sino a la idea de autor: informadores, negros, precuelas. Si antes, claro, no se la hubiesen cargado ya en literatura desde Pessoa hasta Samuel Beckett, pasando, naturalmente, por el mismo Joyce y el último monólogo del Ulises. A la par, la infantilización de la sociedad actual y su eclosión narcisista ya ha llegado, por ahora, al primer museo del selfie en Glendale, Los Ángeles. La iconocracia del presente nos ha traído el yo ubicuo, el autorretrato de este presente en el que cualquiera, para dejar su huella en este mundo, dispone de medios que antes eran exclusivos de los artistas: cuando todos podemos ser Goya, ya nadie lo es.

La infantilización de la sociedad actual y su eclosión narcisista ya ha llegado, por ahora, al primer museo del selfie en Glendale, Los Ángele

Los libros electrónicos acabarán, más pronto que tarde, con las bibliotecas y dejarán herido de muerte al libro impreso. Ya se ha dicho que hoy ningún editor publicaría libros, no ya como el Ulises de Joyce, sino ni tan siquiera como Tiempo de silencio o Volverás a Región de Benet. Quedan aún hoy algunos autores, como Fernández Mallo o Menéndez Salmón, que cultivan la reticencia de la nostalgia mediante textos de enrevesada lectura, que nacen ya viejos y que no sabe uno a qué lector remiten, a los jóvenes no, desde luego. Por el contrario, ”el fenómeno” Pérez Reverte sabe muy bien cómo se construye un best seller siguiendo la estela de Indiana Jones y En busca del arca perdida. Autores que, en su día, se subieron a la literatura de género y trabajan con plantilla, Corín Tellado, Agatha Christie, y ya hoy Dolores Redondo o Matilde Asensi y nutren a las masas, lo mismo que las series.

¿Sería hoy posible la publicación de Ulises, de Joyce?

Si ha desaparecido el artista, el autor; si lo que fue arte es consumo de masas, terapia ocupacional como mucho, si al libro lo han devorado las redes y usted mismo se siente poeta en facebook y con su móvil puede pasar al museo de Glendale de Los Ángeles, ¿le va a importar mucho saber quién fue Goya o Cervantes? Los tiempos tañen según la lira, así que usted, antiguo lector, seguirá la marcha perpetrándose selfies junto al ciudadano chino, alguna vez se bajará un libro de la red, a ser posible gratis, quizá consulte “Las Meninas”, a través de Gnoss, a ver si es verdad que lo pintó Velázquez, tal vez por una apuesta de bar, y se compadecerá de este escribano que degeneró en poeta del Parnaso y ve el mundo así, un día cualquiera, por ejemplo:

“Una rubia despampanante sentada en un banco
tocándose el móvil al son del mundo,
las piernas como lo que es el Ensanche del Plan Badajoz.
Yo sólo le he dicho, qué bien estás ahí
y ha cerrado el acceso a Alburquerque
como si yo fuera el violador del Ensanche.
Luego, al fin, me ha mirado.
Hoy al menos he salvado el día”.

Un viejo con aluminosis de nostalgia, verde podrido ya, que constata cómo los tiempos cambian que es una barbaridad, de verdad y para siempre, y que se empecina en la idea de autor sólo por egolatría, porque le parece de un poco más calidad que el selfie. Y mira que no se lo avisó hace ya tiempo otro viejo amigo, el mejor poeta de provincias, Roberto Iglesias: “No acudiré nunca a la cita feroz de la nostalgia”. Pues nada, Insistencias en Luzbel.


EL AUTOR

LUIS MARTÍNEZ DE MINGO es riojano (1948). Empezó escribiendo poesía: Cauces del engaño, Ámbito, Barcelona, 1978. Luego vinieron unos cuentos, Bestiario del corazón, Madrid, 1994: Cuatro ediciones y varios premiados. Con la novela El perro de Dostoievski, Muchnik. Barcelona, 2001, llegó a finalista del Nadal. Ha editado de todo. Premio de novela corta con Pintar al monstruo, Verbum, Madrid, 2007, lo último ha sido un dietario, Pienso para perros, Renacimiento, Sevilla, 2014, La reina de los sables, Madrid, 2015 y Asesinos de instituto, Madrid, 2017.