¿Volverás a Juan Benet? | 50 años de su novela «Volverás a Región»

Ha pasado medio siglo desde que la novela de Juan Benet Volverás a Región convulsionara el panorama narrativo de la España de los años sesenta. Con Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. contribuyó a la renovación de la novela española en tiempos de «boom» latinoamericano. El autor considera injusto la «austeridad» (el silencio) con que el mundo literario ha tratado el acontecimiento, e indaga en el significado profundo de la novela de Benet.
© MIGUEL ÁNGEL SERRANO

Pensaba yo, en mi inocencia tozuda, que transcurridos 50 años desde su publicación, volveríamos todos a Región. O alguno, al menos. Pero veo que el aniversario ha transcurrido con más silencio del que sería de esperar: apenas un par de exposiciones sobre la relación de los pantanos leoneses con el ciclo regionato.

Hay acuerdo, no obstante, en que Volverás a Región es una de las novelas más importantes de nuestro siglo XX, aunque su elevado vuelo no invite a muchos lectores a vagabundear por ese territorio, inventado hasta en su mínimo detalle, en el que transcurre todo un ciclo novelesco que, si por algo destaca, es porque la propia escritura de Benet se convierte en cordillera, en altiplano ventoso, en trocha de difícil tránsito. Esto, que podría hacerla inaccesible, es en realidad la enorme virtud de la novela.

Juan Benet , con Rosa Regás, en París en 1969

Creo que Benet, el creador de la bobina de papel continuo (que le fabricaba un amigo impresor para que se desenrollara, como su pensamiento, con una suavidad ininterrumpida, por el rodillo de la máquina de escribir) era un escritor de tal dominio técnico que era capaz de, y tal decía también Flaubert, no tener que preocuparse demasiado por eso y centrarse en el lenguaje y en el significado que buscaba. Benet era hombre de firmes convicciones, expresadas a veces con altivez y casi siempre con socarronería. Como poderoso pensador que fue, leer sus entrevistas (En Cartografía personal, por ejemplo) es acceder a su manera de abordar la obra como totalidad. La socarronería le llegaba también a él mismo, que definía muchas de sus novelas como un “latazo”. A esa enorme capacidad como escritor se unía un afán de precisión técnica en el uso de lenguajes específicos, como los propios de la topografía o la geología, bien aprendidos por su condición de ingeniero, que en realidad proponen, en la novela, un marco que dibuja por sí solo el conflicto necesario para el desarrollo de la trama novelesca. Pero se hace en el magma de una narración que se sabe incapaz de presentar un hilo: eso destruiría el caos del recuerdo y de la vida misma.

A trazo grueso, lo tectónico en Volverás a Región dibuja un mundo en el que no es fácil vivir, pero del que tampoco se puede escapar. La Guerra Civil, por su parte, despliega un drama común para todos los habitantes, y diremos también que Benet es un excelente narrador de operaciones militares, tan pegadas al terreno. Cuando se llega a los personajes, se tiene la sensación de que su volición, su capacidad de hacer, se convierte, como gustaba decir a Ortega, en nolición, expresada aquí en una aceptación de la asfixia vital que el entorno, y la Historia derramada por fuerzas superiores a lo humano, imponen con impasible pesadumbre. Región es una novela sobre la decadencia, sobre todo, de la memoria, de la historia y de los hombres, raza de hierro cadente. Pero también, como señalaba Villanueva, un estudio sobre el tiempo y la memoria.

La principal dificultad que ofrecen los textos de Benet es netamente lingüística: la torsión a la que somete los periodos sintácticos es más que exigente, de manera que su lenguaje genera un nivel en el que el significado de los vocablos se ve atañido por una hipercontextualidad que viene, precisamente, del estilo, pero no solo del estilo: los acontecimientos se repiten, desvaídos o levemente modificados, a lo largo de la novela, como ha señalado López García. Puesto que ésta es un laberinto de versiones y recuerdos de diversos personajes, con poderosas intromisiones autorales, no se puede esperar certidumbre alguna. La frase de Benet opera buscando el transporte no tanto del significado como de la misma conciencia del lector y, puesto que Benet insiste en desfigurar el argumento, encuentra esa conciencia dificultades notorias para componer un significado cabal.

El aniversario ha transcurrido con más silencio del que sería de esperar: apenas un par de exposiciones sobre la relación de los pantanos leoneses con el ciclo regionato.

Viene esto, probablemente, de que el sentido corresponde mejor a un tiempo lineal, por así decir histórico, pero no necesariamente al tiempo de la vivencia. Puesto que el solo hecho de narrar destruye el acto en sí, la narración nunca puede tenerse por segura. Y entonces ¿por qué habría que pedir seguridad al lenguaje o a la sintaxis? Como además el párrafo benetiano es por lo general de gran extensión, las cadenas de información, símiles y acontecimientos se suceden e interconectan de modo muy intrincado y con escasa certeza por parte del narrador (puesto que ésa es precisamente su elección: no se tiene seguridad en los hechos, pero sí en el marco mítico regionato).

Pantano de Porma. Junto a él, donde trabajó como ingeniero, escribió Juan Benet la novela.

Este párrafo benetiano transporta información pero también una gran cantidad de símiles y metáforas, que Benet consideraba como un método de conocimiento vedado a la ciencia: el brillo de la razón es poco más que un fogonazo en medio de la tiniebla. Y, a los problemas de la falta de fidelidad del relato con los hechos, pues es imposible salvo en lo que no es literatura, y aun así, se une entonces una concatenación, tampoco ordenada de la manera que sería de esperar, de imágenes que el lector debe escalar. Un párrafo cuajado de periodos parentéticos que pueden remitir, o no, a la proposición principal. Y ese sistema puede decirse que es fractal, puesto que los argumentos digamos rastreables pueden verse interrumpidos por otras historias o encontrar paralelismos y ejemplos incluso en otras novelas del ciclo regionato. Cuando uno crea un territorio con tal precisión puede enseñorearlo, pero no dominarlo por completo, puesto que ha de asumir una cierta necesidad de azar e inseguridad: el gobernante consciente dejará que algo de hiedra repte por el encalado e intervendrá con autoridad cuando la narración lo exija.

Benet confesaba su admiración por Faulkner, del que podría considerarse un epígono. Ser epígono de tan enorme escritor no es tarea fácil, sobre todo si, como es el caso, se alcanzan similares alturas.

Los excursos, por tanto, se hacen tan importantes como los cauces principales, puesto que el recuerdo azaroso no necesariamente casará con lo que la razón busca fijar: sabido es que la memoria es invención. Así, aunque hay pasajes, como los de la descripción alegorizada de la orografía de Región, en los que la metáfora es fácilmente comprensible, hay otros en los que la introducción de guiones y periodos parentéticos remite a pasajes futuros o pasados o a la simple explicación de un sintagma.

En Volverás a Región, por ejemplo, se abren cuatro notas a pie de página, no sólo con un asterisco, sino con un asterisco envuelto por paréntesis. Dos de ellas sirven para citar a Faulkner y a Nietzsche, otra para narrar un acontecimiento casi más propio del realismo mágico y otra más que explica, bajo esa intervención autoral, algunos datos importantes para “entender” (las comillas son necesarias) partes de la historia. Y ahí descubrimos que ese narrador es capaz de inmiscuirse en el relato en lo que en principio no es tan importante, esa nota de pequeñas y abigarradas letras, como un zarzal de la sierra y además propia de ensayos y tratados, no de novelas. Es decir, que en un periodo parentético abrocha una serie de líneas de sentido que de otro modo quedarían aun más inconclusas.

Pantano de Porma, a principios de los setenta.

Hay algo más que decir respecto a esto. Benet confesaba su admiración por Faulkner, del que podría considerarse un epígono. Ser epígono de tan enorme escritor no es tarea fácil, sobre todo si, como es el caso, se alcanzan similares alturas. En concreto, y rinde admiración total a la misma, Benet se obsesiona por una frase del autor americano: “La memoria cree antes de que el conocimiento recuerde”. En distintas formulaciones, Benet sobrevuela el concepto en múltiples ocasiones en Volverás a Región. Y le sirve para diferenciar un tiempo, lenguaje y notación específicos para la descripción de la topología y de la guerra, ajustados al recuento verificable, y el tiempo de la memoria de los personajes, necesariamente balbuciente, desconectado y, por así decir, fuera del transcurrir lineal. Parece recoger a la contra un sabio consejo de William Faulkner que declara, en una entrevista en 1956 de Jean Stein (en Confesiones de escritores. Narradores 1, Ateneo, Buenos Aires 1996), que la manera que tiene de resolver las novelas es dejar que los personajes se hagan cargo “hacia la página 275”. Y es precisamente en esa página de la edición que manejamos, la de Destino de 1993, donde se produce el susodicho excurso. Bien podría ser una casualidad, sin duda feliz, pero preferimos pensar que no: es nuestro derecho de lector. Solo que aquí es el propio autor quien pone un poco de orden en el entramado de historias y versiones que los personajes, batidos por el miedo, el mito y el poder invisible de la desmemoria, se empeñan en amontonar. El mapa de Yoknapatawpha que dibujó Faulkner para Absalón, Absalón era mucho menos preciso: y también su reinado, parece decir Benet.

Sin el disparo lejano del final de Volverás a Región, es como si este aniversario mudo viniera “a restablecer el silencio habitual del lugar”, ni siquiera interrumpido por el fogonazo de esta novela brillante.

En fin: me refugio en el hecho de cierto de que no estaré para contemplar los homenajes que se harán a la novela, qué duda cabe, dentro de otros cincuenta años cuando alguien se acuerde de lo que dejó dicho Benet: “la memoria es casi siempre la venganza de lo que no fue”. Como este aniversario, y probablemente el del año que viene, cuando se cumplan 25 años de su muerte.


EL AUTOR

MIGUEL ÁNGEL SERRANO (Madrid, 1965) es narrador, poeta, crítico literario y ensayista.  Colabora habitualmente en medios como columnista y crítico literario. ObraLa Ciudad de las Bombas. Ensayo histórico. Ed. Temas de Hoy, 1.997. Tango. Novela. Premio Pereda de Novela Breve del Gobierno de Cantabria 1998. Ed. Pretextos 1.998. El veneno del profundo pesar. Relato. Finalista Premio Vargas Llosa NH de relatos. Edición no venal NH Hoteles. 2.002. Traducido al inglés por Bianca Southwood. Jardín de Espinos. Novela. Prólogo de Antonio Muñoz Molina. Ed. Dilema. 2.004. El hombre de bronce. Novela. Ed. El tercer nombre, 2.009. Su último libro publicado es el poemario  Un Presagio. Poemas. Ed. Bartleby, 2.013.  @poesajes / http://www.poesajes.com