Mujeres que escribimos y respiramos | Eva Losada escribe sobre el «Día de la mujer escritora»

En el calendario de celebraciones y conmemoraciones culturales hay un día que suele pasar inadvertido. Es el «Día de la mujer escritora», que tiene como fecha el 16 de octubre.  Sobre la mujer escritora y su experiencia entre la marginación y la gloria y el reconocimiento.
© EVA LOSADA CASANOVA

Cuando el reducto de las mujeres escritoras tenemos un recién nacido día,  una jornada que conmemora nuestro saber hacer, nuestra entrega, es que las cosas, para nosotras, no terminan de ir bien. Reconózcanlo.

Cada lunes siguiente al 15 de octubre, festividad de Teresa de Jesús, es y será nuestro día, así se ha decidido. Recordaremos a novelistas, poetas y cuentistas olvidadas, sacaremos listas de agravios, nos lamentaremos por lo que no pudo ser, insistiremos hasta la saciedad en que se las debe un reconocimiento, un valor y, en menos de 24h querremos arrancarlas a todas del olvido. Clama

Edith Wharton, en su juventud

Este artículo podría escribirse de muchas maneras. Podría, quizá, empezar hablando de la francesa Claudine Collete y de su mediocre e impostor marido escritor, o de las tardes de lujuria literaria de Virginia Woolf. La única con renta y habitación propia. Habitación que supo aprovechar hasta el día que se metió en el rio y acabó con una mancha en la pared, mujer sobrevalorada solo por aquellos que nunca la leyeron. Eso ocurre a menudo. O también podría escribir sobre la virtuosa e invisible Willa Cather — hija de Flaubert y Henry James— que nació demasiado pronto. Quizá, el mejor comienzo, el más impactante al menos, sea la lucha de la escritora y traductora Alejandra Pizarnik con la soledad y con su propia vida, su jaula.  O bien podría arrancar con Edith Wharton, con su mundo opresivo o incluso describiendo cómo Sylvia Plath —harta de ser mujer— opta por el gas como última solución. Y cómo no dedicar unas líneas a la jovencita Jane Austen, sus primeros textos, sus juegos literarios y esas novelas tempranas que arremetían contra toda una época. También sería interesante debatir sobre las que se dieron cuenta de que la estupidez ajena las obligaba a escribir detrás de máscaras, renunciando a ser quienes eran de puertas para afuera. Fernán Caballero, George Sand, Willy Collete o George Eliot. Y si lo que pretendo es colorear la realidad podemos hablar de literatura rosa, portadas con incrustaciones doradas o incluso de novela negra, feminista, erótica, fantástica, romántica o de ficción científica. Cualquier apellido nos vale, cualquiera menos el de “literatura para mujeres”. Eviten el calificativo. Yo creo que, desde siempre, no nos gusta a ninguna, de verdad. No existe ese género, alguien se lo inventó. Nosotras leemos, escribimos y punto. La literatura debe estar por encima de todo eso, al menos la buena. No hablemos tanto de ellas, de sus amantes o locuras y leamos sus obras, divulguemos sus textos, y alabemos su genialidad. Es posible que más de uno descubra, de repente, una mina, un oasis en el desierto o una nueva luz cegadora. Confíen.

Nosotras leemos, escribimos y punto. La literatura debe estar por encima de todo eso, al menos la buena. No hablemos tanto de ellas, de sus amantes o locuras y leamos sus obras, divulguemos sus textos, y alabemos su genialidad

Llevo varios días intentando seleccionar a grandes y maravillosas escritoras para compartirlas y regodearme en sus textos, en sus carreras y en su lucidez. No sabía si ordenarlas por gusto personal, épocas, género… Dudaba si colocar antes a las suicidas o bien ser más conservadora y hacerlo por países. Y, de repente —a la altura de  Margueritte Duras, más o menos— me he detenido en seco. Ya llevaba un montón de ellas, pueden imaginarse, ¡son muchísimas! He optado por la manera más sencilla: la inicial del apellido. Un terreno neutral. En la letra J nos encontramos a Jelinek que pese a ser un Premio Nobel que todavía respira, pocos la conocen, pocos se han atrevido a leer Amor, una novela durísima que te deja sin aire. Y en la letra K a la fascinante y siempre inquietante Kristof, un animal de escritora. Cuando he llegado a la letra Y, Y de Yourcenar, por supuesto, una sombra se ha posado sobre el teclado y, como siempre, me han surgido dudas. Muchas dudas. Un océano de dudas. Escribir es siempre dudar, es aprender. Sin cuestionarnos no aprendemos. Y nosotras estamos siempre cuestionándolo todo, al menos mi generación y aquellas generaciones colindantes, por la derecha y por la izquierda. Cierto es que, hubo unos años en que enmudecieron, y salvo unas pocas, las mujeres en España comienzan a editar sus obras—que no a escribir— a partir de los años cincuenta. No voy a comenzar con este tema que veo que me disperso.

La premio Nobel austriaca Elfried Jelinek

Así que he dejado las listas alfabéticas y a las nuestras a Campoamor, Aldecoa, Laforet, Castro, Matute, Pardo Bazán o Martín Gaite…A mis maestras abnegadas, luchadoras, infravaloradas y difuntas. Después de unos minutos de silencio, un duelo a mi manera, tomo la decisión de concentrarme en aquellas que viven. Sí, en las que respiran cerca, conmigo, con las que me cruzo día a día, aquellas que se levantan y acuestan en este país. Las que publicamos novelas, poemarios, ensayos o libros de relatos, me da igual. Estamos aquí y ahora. Tenemos una cara sonrosada a veces, otras amarillenta, casi siempre nos cuelgan las ojeras y la noche, es, para muchas de nosotras, el único momento del día en el que podemos sumergirnos en la ficción, construir, producir y, lamentablemente, no poder vivir de ella. Nunca nos encontramos en la peluquería, ni en centros comerciales, casi nunca nos encontramos porque no nos da tiempo a encontrarnos. Hay periodistas con dos trabajos, sociólogas terriblemente curiosas, economistas desencantadas, catedráticas enormes, guionistas cañeras, gestoras culturales, poetas multifuncionales, profesoras de instituto inquietas, abogadas recicladas, médicos, filósofas, dependientas, traductoras brillantes, mujeres de, novias de y agotadas editoras ¡Y todas estamos vivas! Cierto que… alguna se lo puede estar pensando.

Rebauticemos este día como “El día de las escritoras vivas”, recordando a aquellas que comenzaron a publicar con timidez en los años sesenta, las que despertaron en la España democrática

Para ser escritora en este país, tienes que ser valiente, muy trabajadora y tener los nudillos de hierro para que se te oiga bien cuando llamas a una puerta; Y, si no eres periodista, como nos sucede a muchas de nosotras, pues plantarte en medio de la plaza y levantar la voz a ver si alguno, al menos, te ve. A nosotras no nos va mucho llamar la atención con otra cosa que no sea el discurso o la pluma, sino, quizá, seríamos otra cosa, pero no escritoras. Estamos en manos, casi siempre, de críticos culturales del sexo opuesto y esto es una gran lástima. ¿Por qué? Pues porque no leen casi a mujeres, sí, así es, la frase es contundente, clara y escueta. Pocos hombres leen a mujeres, pocos críticos de grandes medios leen de verdad a mujeres. Y se pierden un gran debate, el nuestro, el del siglo XXI, apasionante. Y, más allá del feminismo, este es nuestro siglo, es nuestro momento, no esperen a que estemos muertas para dejar que, a través de nuestras obras les susurremos cómo somos, qué sentimos, dónde nos duele, qué buscamos y cómo vemos el mundo, el nuestro. La maternidad, la vejez, la enfermedad, el aborto, la prostitución, la eutanasia, las drogas, el cáncer, la pareja, las adicciones, la tecnología, la violencia, la educación, el calentamiento global, la corrupción, la envidia, el sexo, los integrismos o los movimientos migratorios, nos preocupan; todos esos temas forman parte de nosotras de la misma manera que pueden formar parte de nuestros compañeros. Decía Ymelda Navajo en 1982 que “Existe una literatura de mujeres como accidente, como existe una literatura del XIX o una literatura anglosajona”. Confío en que treinta y cinco años después podamos, por fin hablar de literatura y nada más. Quizá, como dije antes, descubran que hay molinos a los que nos acercamos por otro lado, sin lanza, pero con un machete. Que no se trata de si es un hombre o una mujer quien escribe, no. Lo que importa es la voz narrativa, la construcción de los personajes, el manejos del lenguaje, el simbolismo o simplemente el ritmo y la atmósfera.

Santa Teresa de Jesus

No voy a hablar de cuotas, las escritoras no necesitamos cuotas, pero tampoco que nos vistan con el traje de la indiferencia, que nos arrinconen o sobrevuelen. Lo que necesitamos es que nos lean y valoren mientras vivamos y no solo cuando hayamos muerto y sigamos cumpliendo años, de cien en cien. Terrible. Los ramos de flores póstumos se marchitan a la intemperie, no sirven para nada, no podemos olerlos. No nos gustan. Mientras vivimos queremos también recibir premios, nos gustan los premios. Es un tipo de reconocimiento que nos ayuda, nos lo merecemos. Pero, sobre todo, lo que más nos gusta son los abrazos, caricias, ánimos y reconocimiento en vida. Eso debería ser el Día de la mujer escritora: reconocimiento.

Rebauticemos este día como “El día de las escritoras vivas”, recordando a aquellas que comenzaron a publicar con timidez en los años sesenta, las que despertaron en la España democrática, aquellas que describieron los convulsos ochenta, liberadores noventa y, como no, a aquellas más jóvenes, esas que no están dispuestas a pagar precios tan altos por ser escritoras pero no van nunca a renunciar a serlo.

Hoy, todas, tenemos que arrimar la pluma, el hombro y el aliento, siempre contando con ellos, claro. Los queremos y  los necesitamos.

© Ilustración de portada. Lienzo de John Henry Twachtman. 11 Road Scene Cincinnati 1878. Gentileza de Concha Rodríguez


LA AUTORA

EVA CASANOVA LOSADA nació en Madrid, en 1967. Se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid, MBA por la Universidad Antonio Nebrija e Ealing College de Londres. Ha trabajado en Italia, España y Portugal en la empresa privada como responsable de comunicación y formación. En 2016 con su segunda novela El sol de las contradicciones, Alianza editorial (2017), ganó el XVIII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones. En 2010, con su primera novela, En el lado sombrío del jardín, Funambulista (2014) fue una de las finalistas del Premio Planeta de Novela y Premio Círculo de Lectores. En 2003 fue finalista  en los Premios Constanti de relato. Actualmente dirige el espacio de creación literaria y musical La plaza de Poe, que fundó en 2015 donde también imparte talleres de narrativa y coordina el Club de Lectura. Escribe artículos para medios culturales, participa en programas de radio literarios y es colaboradora en el Periódico de Hortaleza.