El vasco de la carretilla transportaba una denuncia social

Bruno Galindo sorprende a sus lectores con un triple reto: recuperar la peripecia del vasco Arregui, que viajó 2.500 con su carretilla por Argentina, y ligar esa historia a la suya propia al tiempo que señala los vicios de la política actual y del pasado siglo XX. 
© VICENTE MANJÓN GUINEA 

Dijo Rousseau en su Emilio que «viajar por viajar es ser un vagabundo; viajar para instruirse es todavía un objetivo demasiado vago; la instrucción que no tiene un fin determinado no es nada».

El libro de Bruno Galindo (Buenos Aires, 1968) se inicia con el viaje de un estrafalario caminante vasco que tras perder su trabajo apuesta que recorrerá parte de Argentina y de la Patagonia a pie y con una carretilla. Un viaje de más de 2.500 kilómetros que servirán al autor del libro para revivir lo que vieron los ojos de ese tipo de ascendencia vasca.

Larregui, un hombrecillo pequeño y tozudo, es el símbolo del trabajador emigrante, del nómada perpetuo y telúrico que vive gracias a las entrañas de la tierra. Que poco o nada tiene que agradecer más que a su esfuerzo y su continua supervivencia. Dirá al inicio del libro: «Me he pasado toda la vida con la carretilla en el trabajo y siempre en el mismo lugar. Paseando con ella estoy mejor que trabajando».

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El libro de Bruno Galindo, Nadie nos llamará antepasados, no es como apuntara Rousseau un libro estéril de viaje y vagabundeo, sino que tiene un fin determinado: sacar a la luz el amor a la naturaleza, la explotación avarienta de los recursos humanos y por supuesto el problema de la emigración.

Larregui es un personaje real que ha servido a Bruno Galindo para combinar el plano ficticio con el plano autobiográfico del propio autor. Dos planos sociotemporales se yuxtaponen, pasado y presente, que sirven al autor para hacer aflorar un continuo pulso de denuncia social e incluso política. Detrás de las huellas de Larregui en el pasado, como un trazado genealógico, se encuentran las pisadas necesarias para ir reconstruyendo el presente del propio Bruno Galindo.

El libro comienza con un estilo literario vertiginoso, periodístico, de frases cortas, rápidas y directas. Un estilo de crónica y denuncia social que le permitirán al escritor sacar a la luz verdades ingratas del presente, como cuando Milei, tras llegar al poder, repite la temible frase de «No hay plata para los jubilados». O insensibilidades históricas interesadas como que «una frontera rectilínea habla de una descolonización mal resuelta; de la aniquilación o la expulsión de los pobladores originales…».

Larregui, después de cincuenta años dedicados a la extracción de petróleo de las entrañas de la tierra, se ve en la calle. Después de más de media vida sufriendo accidentes de trabajo, friegas de aguarrás para quitarse el petróleo de la piel, de solventar la fiebre con la propia rudeza de su espíritu pues la asistencia médica es nula, de vencer al tifus, al cólera y la tuberculosis, se ve en la calle sin nada. Convertido de nuevo en emigrante eterno a consecuencia de la porfía de una apuesta que no conduce a ningún lado más que a encontrarse consigo mismo.

El vasco de la carretilla es un personaje que existió hace más de cien años pero que simboliza gran parte de los problemas actuales: la falta de trabajo, la ingratitud de la emigración, y el problema de hipotecarse de por vida por una miserable vivienda. Todas y cada uno de los eslabones de esa cadena son fracturados por Larregui con una lanzada de dados y apostándolo todo al número de la libertad. Porque, como el propio autor manifiesta en las páginas del libro, el protagonista y su empecinamiento a caminar tiene como intención lograr algo carente de todo sentido práctico. «Su fin no es otro que la conquista de lo inútil».

El libro de Galindo denuncia la explotación avarienta de los recursos humanos.

Porque, aunque Rousseau se oponga a ello, «escribir funciona bajo la misma lógica de la improductividad». Y es esa negativa a dejarse atrapar por los dogmatismos establecidos por una sociedad en la que se determina que todo debe ser útil, lo que le da fuerza al libro. La rebeldía de no someterse más que al impulso del libre albedrío. Del anarquismo que significa vivir en comunión con la naturaleza y de disfrutar del tiempo que nos queda en cada uno de los pasos que damos.

Nadie nos llamará antepasados, no es, ni mucho menos, uno de esos libros de viaje llamados voyageurs de cabinet, es decir, de aquellos escritores que han viajado tan solo por la biblioteca de su despacho. El libro de Bruno Galindo pretende registrar la observación del presente más cercano en constante confrontación con el pasado desde su propia mirada autobiográfica. Una empresa un tanto difícil, precisamente por la cantidad de momentos tan variados que pretende abarcar. Tanto es así que el autor tocará temas como el fascismo, la vida del presidente Juan Domingo Perón y María Estela Martínez de Perón o el comunismo del mariscal Tito.

Galindo se arriesga en cada libro que publica

Temas tan variados y dispersos que hacen perder la tensión del relato, el hilo conductor inicial de una maroma compacta que termina deshilachándose entre varios viajes, planos yuxtapuestos y múltiples hechos históricos. Solamente la historia de Josip Broz, más conocido como el mariscal Tito daría para un único libro. O incluso la siempre apasionante vida de Isabelita Perón de quién, sin duda, habría mucho que hablar y que contar, para bien y para mal. Porque a lo mejor, no sólo habría que mirar a 1976, fecha en la que se consuma un terrible golpe de Estado y de la que el autor habla certeramente. No habría que olvidar que, tan sólo un año antes, 1975, sería la propia Isabelita Perón la que firmaría los llamados decretos de aniquilamiento, utilizados por las fuerzas militares, policiales y parapoliciales para proceder a la tortura, secuestro y ejecución sin juicio de personas consideradas «subversivas». ¿Víctima o verdugo?

Quizá, ese mosaico de retazos históricos dispersos, asidos al cordón argumental que no es otro que el viaje de Larregui con su carretilla, busque una manera de hacer perdurar las imágenes que se perderán para siempre. Como el propio autor dice en el libro: «Todos vamos desapareciendo y nuestra memoria con nosotros». Piezas perdidas de un puzle inconcluso que Bruno Galindo irá recogiendo en este viaje. «Este es un trabajo sobre alguien de cuya historia falta todo o casi todo», dirá el autor. Quizá la única forma de darle sentido, de entenderlo, sea escribir sobre ello, aunque se esté abocado a esos grandes agujeros negros de la desmemoria.

 

Nadie nos llamará antepasados, Bruno Galindo, Editorial Libros del K.O., Madrid, abril 2025, 240 pp., 21,75 €


EL AUTOR

F. VICENTE MANJÓN GUINEA (Madrid, 1968) es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado en Criminología por la Universidad Camilo José Cela de Madrid.

Es autor del ensayo literario titulado De la literatura y las pequeñas cosas y del libro de relatos Altas miras. Como novelista, ha publicado Una lluvia fina mentirosa y Con tal de verte reír.

Editor y escritor del blog de artículos Memoria de un náufrago y colaborador en el Diario Siglo XXI.

Es socio de ACE.