El presidente de ACE aborda, en las siguientes líneas, una reflexión sobre el papel de Ángel María de Lera en la creación de la entidad y en las batallas libradas, a lo largo del tiempo, por los derechos de los escritores y escritoras, por la libertad de expresión y por la modernización de la legislación de propiedad intelectual.
© MANUEL RICO
La Semana del Libro 2025 va a tener un significado especial para ACE. Más allá de celebrar el Día del Libro, o del acto de entrega en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá del Premio Cervantes a Álvaro Pombo, o de la lectura continuada del Quijote, nuestra entidad cumple con un compromiso con la memoria de su fundador, el escritor y periodista Ángel María de Lera: junto a su hija Adelaida, haremos entrega de un legado literario en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes y, con posterioridad, celebraremos un acto-homenaje en el que, bajo el título “La casa de la literatura de Ángel María de Lera”, se desarrollará una mesa redonda en torno a tres libros suyos (Se vende un hombre, La boda y Los caminos de la medicina rural), contextualizados en el conjunto de su obra, un breve concierto con poemas de autoras como Carmen Conde y Ernestina de Champourcín, que escribieron en los años que Lera inició su carrera literaria, y la dramatización de un fragmento de la novela Se vende un hombre.

Fila de compradores de la novela «Bochorno», en la Feria del Libro de Madrid, a la espera de la firma de Lera
Se trata de situar, en la realidad literaria y social de hoy, a un autor que tuvo una relevante proyección en los años 60 y 70 del pasado siglo y que es muy poco conocido por las jóvenes generaciones. Es una labor obligada e inexcusable que debe conducir a la relectura de Ángel María de Lera, a que los lectores del siglo XXI vuelvan la mirada hacia un escritor que supo aunar en su trayectoria calidad literaria y preocupación civil, un autor que vivió dolorosamente la derrota de la República, en cuya defensa se comprometió desde el anarcosindicalismo, que sufrió cárcel y una condena a muerte que fue conmutada, y que, pese a todo, afrontó su vida y su actividad literaria con un afán reconciliador y siempre desde el compromiso con la memoria personal y colectiva.
Uno de sus compromisos se orientó a la defensa de los intereses de los escritores y escritoras promoviendo, en años de dictadura, una batalla por su dignidad profesional, por sus derechos, por la libertad de expresión. Creó en 1972 la Mutualidad de Escritores de Libros, un entidad de ayuda a los profesionales de la escritura que en 1986 sería subsumida por la Seguridad Social, impulsó la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual en los primeros años de la Transición y, en noviembre de 1976, en la sede de lo que entonces era el Instituto Nacional del Libro Español (INLE), creó, junto a otros autores entre los que se encontraban Francisco García Pavón, Eduardo de Guzmán, Gregorio Gallego, Daniel Sueiro, o Juan Mollá, entre otros, la Asociación Colegial de Escritores. Aquel primer paso supuso la constitución de una Junta Directiva provisional y se celebró en la sede del citado instituto, en el INLE.
Desde esa perspectiva, fue un “raro” en nuestro mundo literario. Pensemos en el ambiente que se vivía en España en 1966, o 1967: en un sector marcado por la labor individual porpia de la creación artística de quienes lo integran, en el que no es extraño asistir a una competencia casi febril por ocupar espacios en las mesas de novedades de las librerías y en el que es casi un lugar común el desconocimiento, por parte de los autores, de sus derechos, de la letra pequeña de los contratos, de la rendición de cuentas periódica de las editoriales a través de las liquidaciones y de las condiciones, a veces draconianas, que imponían a los escritores, es fácil imaginar las dificultades con que, en los años últimos de la dictadura y en los primeros de nuestra democracia, se encontraba quien diera el paso para organizar a los autores, para establecer una entidad que, siguiendo el modelo de los colegios profesionales y en línea con lo que ya era una realidad en otros países, sobre todo en los europeos, asumiera el vasto catálogo de asignaturas pendientes al que se enfrentaba la recién fundada ACE.
El autor de más de una veintena de novelas, una parte de ellas con una difusión másiva como Las últimas banderas, con la que obtuvo el Premio Planeta de 1967, o Se vende un hombre, Premio Ateneo de Sevilla 1973, de numerosos ensayos centrados en las condiciones de vida de sectores especialmente vulnerables de la sociedad o en problemas acuciantes de nuestro país como el estado de la medicina rural en los años sesenta, o la experiencia migratoria de tantos trabajasores españoles en los años cincuenta y sesenta, aparte de promover el premio Aguilas de Novela en la ciudad murciana del mismo nombre, donde solía veranear, y otras muchas iniciativas culturales, tuvo un perfil decisivo: el de escritor comprometido, el de intelectual, en buena medida formado a sí mismo, preocupado por los grandes problemas sociales y civiles y, de manera muy especial, por los de la profesión, por los retos y exigencias de los escritores y traductores.

Entrevistado en la noche del Planeta
Del valioso y poliédrico fondo de República de las Letras destaco dos artículos que hablan de una manera integral de su recorrido literario y de su protagonismo en la creación de la Asociación Colegial de Escritores en 1976 (no se legalizaría hasta dos años después): sobre su trayectoria como escritor, me parece muy ilustrativo para los nuevos lectores el publicado en el número del otoño de 1984, de Gregorio Gallego «Angel María de Lera, un testigo de nuestro tiempo»; sobre su papel en el nacimiento de ACE, una «entrevista reportaje», aparecida inicialmente en La Estafeta Literaria, de Arturo del Villar a nuestro fundador, reproducida en el citado número extra de República de 1984. Ambos trabajos, por su valor como testimonios de una época fundacional (de la democracia, de ACE y de una concepción actualizada de la propiedad intelectual). forman parte de este especial a él dedicado en la formato digital en que decidimos reorientar la revista en el ya lejano 2016. A ambos textos y a estas líneas le acompañará un artículo de Noemí Sabugal, escrito a partir de la lectura de la novela Se vende un hombre y a la luz de la experiencia de una escritora del siglo XXI.
La publicación y el rescate de estos trabajos y el homenaje que recibe en la Semana del Libro en el Instituto Cervantes se producen, además, en coincidencia con la «vuelta a casa» de nuestra entidad: el próximo 6 de mayo inauguraremos oficialmente el espacio que, como sede social de ACE, vamos a ocupar en el edificio que fuera del INLE en Santiago Rusiñol, 8, gracias al acuerdo alcanzado con el Ministerio de Cultura y Deporte, un acuerdo que que ha sido posible gracias a los buenos oficios y al compromiso de María José Gálvez, Directora General del LIbro, del Cómic y de la Lectura y del Subdirector General del Libro, de la Lectura y de las Letras Españolas, Jesús González.
Reivindicar la figura y el papel de Ángel María de Lera a poco más de cuatro décadas de su muerte es un obligación moral y de lealtad a la historia de las luchas y compromisos de los escritores. Buena lectura a todos.