Los escritores Manuel Vilas y Cristian Fulaș analizaron sus particulares descensos a los infiernos y cómo estos encontraron acomodo en sus libros.
© EDUARDO LAPORTE
Si bien Ordesa, la gran narración autobiográfica de Manuel Vilas (Barbastro, 1962), deja a la imaginación la interpretación de su título, no ocurre lo mismo con La vergüenza, del rumano Cristian Fulaș (Caracal, 1978), publicada en automática editorial en 2023 (y editada en Rumanía en 2015).
Ambos textos abordan sin tapujos ni pudores el problema de una adicción bien concreta, el alcoholismo. Aunque, como reconoció Fulaș, en su caso trató de «esconderse». A pesar del carácter netamente autobiográfico de su libro, como reza la sinopsis («obra inspirada en su propia experiencia personal que relata un peregrinaje a los infiernos»), Fulaș apostilló que la mayor parte de la novela la nutren las historias de «los otros alcohólicos».
De hecho, ese fue uno de los motores de la obra, que sus compañeros en el viaje hacia la desintoxicación pudieran leer su historia, la de él, pero también sus historias, las de ellos. Al principio, comenzó anotando de manera «lineal, sin estilo» los hechos vividos, y luego se dio cuenta de que era necesario darle una envoltura hasta convertirla en literatura: La vergüenza.
Vilas: la literatura y el alcohol buscan lo mismo, la celebración de la vida.
Fulaș, que sabe lo que es caer bajo (llegó a vivir en la calle), reconoce que es un superviviente. Porque «los verdaderos adictos acaban muriendo. He visto morir, en apenas diez años, a unos cincuenta o sesenta. Al final te daba igual». Ese carácter de supervivencia en el libro de Fulaș lo compartió Manuel Vilas: «Es un intento por sobrevivir en una indagación sobre la adicción y la ausencia de la familia».
Respecto al papel de la verdad y la crudeza de los hechos, ambos autores mostraron más divergencias. Vilas sostiene que el deber del escritor es abrazar esa apuesta por la verdad, como uno de los tres transcendentales (junto con la belleza y el bien) y criticó que tildaran novelas como Ordesa de «duras». Porque para su autor hay un matiz: «No son duras, son honestas. Además, la verdad es catártica, algo que sabía bien Kafka, y tanto Ordesa como La vergüenza buscan esa catarsis».
Fulaș, en cambio, se mostraba más receloso, cómplice con la idea de Pessoa con que el deber del escritor es escribir… pero no tanto publicar. «No me resulta agradable hablar así de mí mismo, por eso prefiero inventar a través de los demás. El riesgo, además, es acabar escribiendo de tu propia muerte, por eso prefiero embellecer la cosas», confesó Fulaș, como si estuviera quemado de cierta honestidad brutal.
¿Y qué puede hacer la literatura? ¿Salva realmente de las adicciones? ¿La verdad, la belleza, o las dos cosas tienen realmente poderes terapéuticos? Borja Mozo Martín, traductor y autor de las notas de La vergüenza, trajo a colación una idea de Juan Benet: «El gran estilo surge cuando la belleza triunfa sobre lo monstruoso».
Fulas: «No me resulta agradable hablar así de mí mismo».
La literatura, entonces, como antídoto contra lo abisal, lo oscuro, como parche desesperado para no volver a caer. Porque, como apuntó Vilas, la literatura y el alcohol buscan lo mismo, aunque por caminos distintos y a velocidades diferentes: la celebración y exaltación de la vida. Así, en su caso al menos, también se reconoce aquella felicidad que provocaba el alcohol y su capacidad para detener el tiempo, para alejar los problemas. Por otra parte, dejarlo, salir de la adicción, no garantiza nada, porque tras la adicción llega el vacío, coincidieron ambos escritores.
En el caso de Cristian Fulaș, no sabe si la literatura curó o no curó, pero desde luego ayudó a llenar aquellos vacíos, como demuestra el hecho de que desde el abandono del alcohol, hace quince años, haya publicado casi diez libros. Y eso que él solo quería traducir, pues su vocación más fuerte era esa: ahí está la titánica traducción al rumano, del manuscrito original, de En busca del tiempo perdido, la monumental obra de Marcel Proust.
La droga favorita de los escritores es el alcohol. Casos los hay a decenas: William Faulkner, Dorothy Parker, James Joyce, Juan Benet, Anne Sexton, Ernest Hemingway, Marguerite Duras… Un camino, o más bien un atajo, hacia esa celebración, esa exaltación de la existencia. O un llevar al extremo ese «Mézclate estrechamente con la vida», de Hemingway, gran aficionado al rosado navarro, que no debería equivocarse por un «mézclate estrechamente con la bebida».
En cualquier caso, el pasado 13 de junio, en el marco de la Feria del Libro de Madrid, en otro acto de colaboración entre ACE y el Instituto Cultural Rumano, quedó patente el poder adictivo de la literatura.
EL AUTOR
EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.
En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato. En 2024, ha reunido su visión sobre su tierra natal en Navarra-Madrid (Sílex).