Un intangible soplo de permanencia

María Jesús Mingot (Madrid, 1959) ofrece en Jardín de invierno (Reino de Cordelia) un viaje poético cargado de ternura y empatía, con notas autobiográficas, y una profunda belleza estética y moral.
© CARMEN DÍAZ MARGARIT

El sugerente título Jardín de invierno evoca un libro, con idéntico nombre, de Pablo Neruda. Jardín desnudo, bello, deshojado, con la mirada que vuelve la vista atrás para deslumbrarse con la luz y de nuevo emerger en la esperanza: Un manantial de luz. Murmullo claro/ bajo ceniza y barro, tiempo muerto. (…/…) Las heridas de ayer, tu cárcel muda, / sean humus de vida que renace.

También, como señaló Alejandro Sanz en su estupenda presentación, el jardín de invierno es un oxímoron, un espacio que asocia la vida y la muerte. Diría Zaldívar que Jardín de invierno parece el arrullo fugaz de la creación de un nuevo planeta. Porque nada de lo miserable de este mundo atroz pervive en la poesía de María Jesús Mingot. Solo en la forma de denuncia de sus bellos y profundos versos, que igual sirven para destapar la injusticia que para expresar el amor. Su voz poética, lírica y ensimismada, es un disparo de pasión y sabiduría.

Las fuerzas sombrías que mueven el mundo, la ira, la envidia, la avaricia, la fría indiferencia… son esas aves de mal agüero que han huido de su vida para siempre. Porque Mingot vive inmersa en la naturaleza y en su particular universo, que nos desvela en su Jardín de invierno, publicado por Reino de Cordelia en 2023.

Este libro refleja una belleza estética y moral, una sensibilidad profunda y una inteligencia cultivada e intuitiva. Jardín de invierno, como en títulos anteriores de la autora -también novelista- contiene una poesía penetrante, honda y fluida, que respira. La musicalidad de sus versos es relevante, reflejando en gran parte su conocimiento y amor por la música clásica. Siempre la vida de Mingot, como su poesía y como el Zaratustra de Nietzsche —sobre cuya obra escribió su tesis doctoral—, renace porque la alberga una fuerza íntima y la lucidez más sagaz. Es además una poesía de sugerencias y silencios: Vive un lago en nuestro silencio.

Esta profesora de Filosofía de la Universidad Autónoma tiene una ternura que deslumbra.

O: Sobre el silencio cae el silencio, / y los enviados toman la palabra. También un tránsito consciente a la muerte: Cuando me vaya, si permanece algo de mí, / si vuelve/ que lo haga en forma de árbol o de agua, / de cardo, / de gusano que se arrastra, / de mala hierba embebida de tierra. / Y siempre, una reflexión poética sobre el dolor y la felicidad: No me des la plenitud vacía de caricias, / tan ajena al dolor, / tan aterradoramente a salvo/ que el roce de su aliento me sea indiferente.

Su visión del mundo es la de un espíritu libre que anhela la armonía con la naturaleza y la esencia del ser humano. Sus poemas poetizan los múltiples rostros del amor: el de la amistad,  el del encuentro erótico, el de pareja —Cómo puedo anhelarte teniéndote tan cerca—, el maternal, o el amor universal por todo lo animado, que la poeta sublima como todo lo que toca.

El amor como puente y comunión con el otro suspende la sucesión temporal y nos desvela, siquiera sea instantáneamente, la originaria unidad del ser: “Hemos surcado el cielo durante un instante/ y no olvidamos el destello de la libertad más básica que existe, /la de moverse en el espacio/respirando el aliento mezclado de cuantos han pasado por el mundo.

Es además una poesía comprometida con los más débiles, los que sufren, los pobres, las víctimas, como por ejemplo un drogadicto: Entre dos estaciones el sueño de la muerte, / ojos huecos de yonqui flotando en su nirvana.  La infancia es otro de los argumentos de Jardín de invierno. Desde la nostalgia y la sublimación: Cuatro pies en el estanque, / cuatro pájaros blancos chapoteando, en “Un estanque y dos niños” o enAbrigo de la infancia”, hasta la descripción de una niña víctima de la prostitución infantil en el poema “Infancia robada”: sugestivo bocado/ a la venta/ en el mercado turbio del deseo.              

Mingot se doctoró con una tesis sobre Nietzsche.

Posee la delicadeza del alma más cultivada y la más humilde de todas, que hace de la anécdota de lo cotidiano una verdadera filosofía. Sus temas oscilan desde lo trascendente o la muerte a temas poco habituales en poesía, como una mosca o la menstruación, símbolo de la afirmación de la vida frente a la nada: Escucha el susurro de la sangre. / Sobre la nieve cae, retrocede la muerte. / La grieta recompone el ciclo de la vida.

La imagen de la sangre roja en la nieve blanca, que nos evoca en “Bajo el puente nevado”, es un símbolo perfecto de la tensión trágica entre la vida y la muerte: Cada silencio, una respuesta/ impenetrable y fiel al blanco invierno. O más directamente en “Resistencia”: Una rosa en la nieve, pétalo y hemorragia/ en océano blanco.

Esta libertad y su conocimiento de la poesía hacen de María Jesús Mingot una poeta con garra, personalidad, y muy original. Su poesía visionaria y avezada brilla en un tiempo en el que la poesía no pasa por su mejor momento. A veces nos habla de ella en sus versos: He soñado con un poema/ que no recordaba haber leído.

Es además una poesía comprometida con los más débiles.

Anterior poemario de Mingot, de 2020.

En ocasiones transmite también acontecimientos biográficos y amargos como la soledad, o la muerte de su tía o de Noa, su perra fallecida, impregnados siempre de un sentimiento de gratitud por todo el camino compartido: Herida de muerte/ y sigues aclarando nuestra ruina y la tuya, / empapando de vida la más oscura de las penas/con tu alegría/ que nunca se rinde… La tierra vive en sus poemas, extendida su piel y su sensibilidad en una palabra hecha de verdades y silencios, de evidencias, sugerencias, donde la belleza se hace verso: La ternura del invierno es intangible y profunda.

Sí, la profesora de Filosofía de la Universidad Autónoma tiene una ternura que deslumbra y una empatía sin fisuras con todas las criaturas. Como señala Teodosio Fernández Rodríguez en su magnífico prólogo, María Jesús Mingot: “Crea atmósferas propicias para el acceso a instantes de epifanía en los que el silencio o la música o un espacio natural ayudan a entrever algo intrínsecamente relacionado con la belleza, con la paz, con la armonía entre la vida y la muerte, con la posibilidad de un misterioso e intangible soplo de permanencia».

 

Jardín de invierno, María Jesús Mingot, Reino de Cordelia, 2023, 184 pp.


LA AUTORA

Entrevista a Carmen Díaz Margarit – El Cuaderno

CARMEN DÍAZ MARGARIT (París, 1961) es poeta, crítica y doctora en Filología Hispánica por la UCM. Concibió su obra poética como un quadrivio de los elementos naturales: a la tierra, la gacela; al mar, la sirena; al cielo, la alondra; y al fuego, la salamandra: Gacelas de la selva alucinada, finalista de Adonais en 1990, (1991); Perfil de sirenas, Premio Internacional de Poesía Barcarola en 1993, (1994); y Orlando o el desconcierto de las alondras, Ayuda a la Creación Literaria del Mº de Cultura en 1995 y finalista del Premio Gil de Biedma en 1998, (1999). El sueño de la salamandra ha sido también finalista del Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández en 2019. Por delicados motivos, sostuvo casi dos décadas de silencio poético. El sigilo editorial salpicó como el Guadiana con Donde el amor inventa su infinito (2007). Es autora de una obra de teatro, El loco y su pelícano (2019). Su poesía ha sido traducida al inglés y al alemán.