Jesús Cárdenas (Alcalá de Guadaíra, 1973) vuelve a la poesía con unos versos que persiguen lo verdadero, la transparencia, en un ejercicio de sinceridad para con uno mismo tan honesto que atrapa al lector desde el arranque. Desvestir el cuerpo se publicó en 2023 en Lastura.
© MARINA CASADO
Siempre he defendido que la poesía, al menos la auténtica, es una de las mejores formas de leer el alma de su autor. Encierra, por tanto, algo de milagro y de maldición. En el caso de la poesía de Jesús Cárdenas, se aferra a esa transparencia, busca voluntariamente lo verdadero. Así ocurre en Desvestir el cuerpo (Lastura, 2023), que lo intenta ya desde el título, en el que podríamos encontrar ecos juanramonianos, porque ese acto de desvestir no se limita a lo físico, al cuerpo, sino también a la poesía, en su deseo de alcanzar la pureza.
Como escribió Juan Ramón: “Y se quitó la túnica, / y apareció desnuda toda”. Desnuda se nos aparece la poesía de Cárdenas. Afirma José Antonio Olmedo López-Amor en su acertado prólogo: “Desvestir el cuerpo es un acto de sinceridad en un solo movimiento. […] Nos lleva a esa búsqueda de la verdad”.
La verdad se ve representada en el símbolo del espejo, que aparecerá de forma recurrente a lo largo de la obra y que dará título a la primera sección: “Todos los espejos”. Se abre con el poema “Comienza el rito”, que nos revela el modo de ahondar en lo cierto: “Sólo resurge lo que fue verdad / cuando se mira hacia adentro”. Hay, por tanto, una doble mirada: externa, hacia el espejo –el yo lírico en el mundo– e interna.
Y esa verdad está íntimamente relacionada con el lenguaje, con la poesía: “Esto que ves soy yo, / amor por las palabras, / esperanza en lo que sucede / cuando pronuncio o digo”. La verdad del ser conecta con la verdad más honda: “En realidad, una entrega / en un sobre que debe abrirse”. Y una de las formas de abrirlo es a través de la creación poética, que implica un proceso largo, delicado: “En secreto he destilado el poema / tantas veces que podría confundirse con un espejo”.
La desnudez a la que alude el título es integral, física y espiritualmente.
Y ese espejo no se limita al presente, sino que permite a la voz lírica profundizar en su propia historia, en aquello que fue: “Allá, en las lindes del silencio / del espejo caduco, / […] algo de aquel muchacho temeroso / duerme en su piel gastada todavía”.
Otro símbolo relacionado con la verdad es la noche. La noche es el espacio de la revelación, donde el poeta puede contemplarse y apreciar su imagen verdadera, la imagen sin máscaras, porque la noche “nos desvela el fracaso de aquellos / que ya han sido vencidos por la vida”, “Nos devuelve a la infancia y nos coloca / a un paso del abismo”. El abismo que podría identificarse con la verdad y que es también un símbolo recurrente: “Descubrir el espejo / es acercarse al triste precipicio, / a ese abismo encendido de certeza”. Porque la verdad a veces incomoda, agita: “Nos remueven por dentro los espejos / […] Nos hace cuestionarnos lo que somos”
Sin embargo, ese proceso de creación es cálido. La poesía vivifica: “Dejo abiertas las páginas de un libro / que me apartan del frío”, “He aquí un nuevo verso de fuego”. Por ello, el poeta es, en cierto modo, un ser prometeico, que lleva ese fuego a sus lectores y afirma: “yo tengo el fuego”. Los títulos de la segunda y la tercera sección de la obra están relacionados con este elemento: “Cristal ahumado” y “Callada ceniza”.
La naturaleza se erige como un espacio sagrado, anterior al poeta e incluso a la poesía. La luna “se vio ahogada en el río antes que Lorca” y las cigüeñas marcharon “para que supieras que el mundo se hace en otra parte”. El viento distrae de la verdad y, cuando deja de soplar y da paso al silencio, “un silencio tan plácido que asusta”, esta puede revelarse.
El amor forma parte de ese espacio natural y sagrado y tiene “brazos intangibles como abismos”, reveladores de la verdad, “impulsos al borde de la noche”. Da sentido a la existencia cuando la voz lírica le pregunta: “Pero dime, mi amor, / ¿quién soy tras el cristal?, ¿para qué escribo?”.
Jesús Cárdenas se aferra a la transparencia, busca voluntariamente lo verdadero.
Esta necesidad de autoconocimiento resurge con más fuerza en la tercera sección del libro, en la que la que el poeta se ha lanzado al abismo de la verdad: “Tu misma soledad te abriga. / Tú eres tu propio frío”. El fracaso, el paso del tiempo, son murallas de oscuridad: “Pero sabes que pronto / llegará lo que todos temen: / se apagará la luz, / arrancarás las hojas del almanaque, / las que aún están por escribir, / y las palabras que comprendan / el valor del pasado, / el coste de cada hora; / todos sus precipicios”. Se refleja ese paso del tiempo en metáforas cotidianas, enredadas con el pasado: “El tiempo se detiene en cada esquina, / en cada una de las piedras / que forman el castillo de la infancia”.
Y los únicos remedios contra esa agonía temporal son, como ya defendiera Quevedo, el amor y la literatura, ese verso que “cerca del anochecer […] anda inquieto, / araña las paredes y empuja la puerta”, y el poeta puede temblar “al calor / de un buen libro de versos”, porque hay realidades sinceras como “los ojos del animal / a punto de morir”. Lo primigenio, lo natural. Son refugios: “Para no sentir el vacío, la falta de piedad, / hemos tomado un libro y luego otro”. La literatura es la forma de luchar en el mundo: “Encendimos / el fuego con las manos; amor erguido en llamas. / Con esta firmeza combatiremos / esta y todas las noches invernales”.
La desnudez a la que alude el título es, por tanto, integral, física y espiritualmente. Incluso en lo físico va más allá de lo esperable, busca “mostrar no ya la piel sino los huesos, / esos huesos que quieren ser poemas”. Esta hermosa metáfora la ha tomado Luis Ramos de la Torre para titular su epílogo, donde considera que los huesos “marcan la trayectoria de una especie de resurrección”. Los huesos son poemas porque la poesía habitaba desde siempre en el interior del poeta, uniéndolo a ese espacio natural primigenio.
Poesía condensada, plagada de imágenes; símbolos que descubren, abren, crean, iluminan. Todo eso encontraremos en el nuevo poemario del filólogo y profesor Jesús Cárdenas Sánchez, que ya es el octavo en su trayectoria y continúa una estela de amor por la palabra y la literatura.
Desvestir el cuerpo, Jesús Cárdenas, Lastura, Madrid, 2023, 114 pp.
LA AUTORA
MARINA CASADO (Madrid en 1989) trabaja como funcionaria docente de Lengua Castellana y Literatura. Licenciada en Periodismo y doctora en Literatura Española, es autora de ensayo, narrativa y poesía, y ha coordinado varias antologías. Es fundadora y miembro del grupo poético Los Bardos. En 2021, vio la luz su primera novela, Los doce reinos del Tiempo, y en 2022 la segunda: La manzana de Eris. Ha publicado siete poemarios. Con Este mar al final de los espejos (2020) obtuvo el Premio Carmen
Conde de Poesía. Con Otros sabrán de mí, el Premio de Poesía Paul Beckett en 2022. En ese mismo año, el Premio Internacional de Poesía León Felipe con Entra la noche. Como periodista y crítica literaria, ha publicado en El País, Zenda, Culturamas, etc. Es
columnista en el diario canario La Provincia.