Hay en la poesía de Jenaro Talens una continua reivindicación de lo sensorial y corpóreo, a la vez que un constante cuestionamiento de la noción de sujeto cartesiano que ha servido de eje conductor a las escrituras de la Modernidad. Lo que atraviesa su obra es lo que Gilles Deleuze ha definido como, “un proceso de subjetivación, es decir, la producción de un modo de existencia, [que] no puede confundirse con un sujeto, a menos que se le despoje de toda identidad y de toda interioridad. La subjetivación no tiene ni siquiera que ver con la persona. Es una dimensión específica sin la cual no es posible superar el saber ni resistir al poder”. Este planteamiento no estriba ni afecta tan solo a que la escritura de Talens haya sintomatizado siempre el papel subversivo del sujeto lírico marcando en primer plano la dimensión retóricamente mediada del lenguaje. Se establece en un nivel más profundo: allí donde la fuerza subversiva de ese gesto radica en ofrecerse como correlato de una subjetividad que, verso a verso, materializa un campo de fuerzas en el que la mediación retórica del lenguaje articula de modo progresivo una memoria del sí mismo que ya no es tiempo sino espacio. Lo poemas que aquí se presentan pertenecen a su nuevo libro, aún en elaboración.
JENARO TALENS. Foto Rodrigo Bustamante. 2022
Jenaro Talens nació en Tarifa (Cádiz), donde su padre dirigía la banda militar de música, en enero de 1946. A los dos años la familia se trasladó a Granada, donde pasó toda su niñez y adolescencia. Estudió el Bachillerato de Ciencias con los HH. Maristas y el 1963, terminado el Preuniversitario se trasladó a la Residencia Blume de Madrid, becado como atleta (fue titular de la selección nacional 100 y 200 metros lisos y en relevos 4×100). Entre marzo de 1966 y septiembre del año siguiente, tras abandonar sus estudios en CC. Económicas y Arquitectura, interrumpió su carrera deportiva para iniciar en Granada la Licenciatura en Filología Románica, que terminó con Premio Extraordinario Fin de carrera. En octubre de 1967 regresó a la Blume y al atletismo, del que se retiró definitivamente en septiembre de 1969. Doctor en Filología en 1971, ha sido profesor de la Universidad de Valencia desde octubre de 1968, ocupando sucesivamente las cátedras de Literatura española, Teoría de la Literatura y Comunicación audiovisual así como catedrático de Literaturas Hispánicas y Literatura comparada. Profesor invitado en diversas universidades europeas y americanas (Minnesota. California-Irvine, Montréal, Aarhus, Technische de Berlín, Buenos Aires (de cuya Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo fue nombrado Profesor honorario en 1998) o Lausanne), es Doctor Honoris causa por la de Playa Ancha (Chile). Su principal interés ha estado siempre volcado en la escritura poética, el ensayo y la traducción (Petrarca, Shakespeare, Goethe, Hölderlin, Trakl, Brecht, Rilke, Benjamin, Beckett, Heaney, Walcott, entre otros). Su obra poética, iniciada en plena adolescencia, consta de 25 libros, entre los que cabe citar El cuerpo fragmentario (1978), Tabula rasa (1985), Profundidad de campo (2001), Un cielo avaro de esplendor (2011), El sueño de Einstein (2015) o La lentitud de los crepúsculos (2021), ha recibido diversos premios (de la Crítica andaluza, de la crítica de la Comunidad valenciana, el internacional Loewe y el Francisco de Quevedo) y ha sido traducida a una docena de idiomas.
Reproducimos, en primicia, cuatro poemas inéditos del autor pertenecientes al libro en marcha El jardín secreto
EL PÁJARO DEL ALBA
(1962 -2022)
a Carmen Yusty
Ahora que en la aduana del ocaso
los aranceles del azar presentan su factura,
en el jardín secreto las ortigas y
los jaramagos y las malas hierbas
comparten con el musgo
su desazón. Las ruinas incorporan,
sin contratiempos ni melancolía,
la imagen de otro tiempo
remoto que hoy regresa hasta mí
ya sin sentido ni dolor. No supe
si aprender a volar era destino
u obsesión, ni si mi sueño de
beberme al despertar el cielo raso
fue porque mi deseo era tan sólo
sobrevivir.
Por las pocas rendijas
que dejaron los días y los años
asoma la luz tenue
del entonces temido anochecer,
pero la noche es dulce y me acompaña
esperando que el pájaro del alba
diga que, pese a todo, sale el sol.
REMEMORANDO
A veces me gusta recordar los lugares en los que crecí.
El barrio a las afueras, la casa de dos plantas,
y el jardín diminuto junto al patio de mármol
donde aprendí los nombres de las flores:
dalia, jazmín, hibisco, pensamiento,
junto a los bojes y las aspidistras
y el terror a lo oculto tras las enredaderas.
Los visito a menudo con mi imaginación.
Veo cómo mi padre riega con mimo los rosales,
poda las ramas y recoge broza
de los arbustos. Mientras, mi madre cuida sus macetas
y me envuelve el sonido de las clases de música,
después de los deberes, al volver del colegio.
Quizá, si regresara, tantos años después,
el lugar mismo me sorprendería
al encontrar de pronto un irreconocible
paisaje degradado, un territorio en ruinas
que es necesario revocar, las hierbas, la maleza
y la pintura ya descolorida y cómo
podrían ellos poner orden de nuevo
si viven en el reino de la muerte. Elijo
quedarme entonces con la imagen fija
que guardo en mi memoria y cae la noche
borrando las imperfecciones
que aún perduren
en mí.
CALLE PUENTEZUELAS
Instituto de idiomas con diploma oficial.
Las clases de francés, al salir del colegio,
con pantalón bombacho y la cartera al hombro
eran como viajar a países lejanos
siendo tan solo un niño entre alumnos mayores
que apenas conocían el nombre de Rimbaud.
Racine, Molière, la farsa de Maître Pathelin,
libros color granate que cada dos semanas
prestaba, sorprendido, el joven profesor.
Al salir, ya de noche, por la ciudad en sombras,
memorizaba versos y oraciones compuestas
para vencer el miedo repentino
a lo desconocido de la oscuridad. Aún hoy
su imagen me acompaña bajo la luz difusa
de otra ciudad distinta y un pasado distinto
cuyas huellas persigo sin pararme a pensar.
BEIRO
Solían recostarse, frente a nosotros, sobre la pared,
en las sillas de enea, cada fin de semana,
cuando, al caer la tarde, pasábamos los niños de la calle delante de las cuevas
tras cazar lagartijas por el descampado.
Hacían signos con las manos, moviendo la cabeza
como quien no comprende por qué podía interesarnos
acudir al reducto donde se acumulan
la miseria y el hambre y a veces el cansancio
que los hacía caer dormidos en la puerta, al relente.
Ellos, supervivientes de todas las catástrofes,
acudían gustosos a escuchar las proclamas de la catequesis
de San Isidro labrador, en la pequeña ermita de mi barrio
sabiendo que al final habría un desayuno, pero ¿venir aquí,
sin que nadie ofreciese nada a cambio? Las madres comentaban,
“no os vayáis muy lejos y procurad volver
antes de que anochezca; el Beiro es peligroso.”. Nunca supe ni pude
conocer sus porqués; los hombres sonreían con algo de tristeza mirándonos jugar.
Un gran temblor de tierra destruyó un día aquel paisaje
y aunque todo ha quedado escrito en las hojas del tiempo,
las voces y su imagen a menudo se mezclan
cuando las recupero en un poema sin distinguir el sueño y la vigilia
así que ya no hago preguntas que nadie puede responder.
PIE DE FOTO
(Alhambra, Patio de los Leones, ¿1950?)
A Pilar Alonso y Carlos Martín Aires,
que recuperaron esta fotografía
El tiempo (que transcurre sin memoria)
suele mezclar presente con pasado
y si el ayer perdura a nuestro lado,
¿en qué consiste, muerte, tu victoria?
Dando vueltas y vueltas a la noria
del existir, la noche se ha callado
y el síndrome de niño desterrado
resume el argumento de la historia.
Por los resquicios de una luz maltrecha
una aurora de antaños ya deshecha
asoma entre los rostros, con piedad.
Si no pudo borrarlos el olvido
hoy su silencio tiene otro sentido:
muestra dónde nació mi identidad.
13.04.2022