El río de la Literatura según Santiago d’Ors

Un libro breve, pero profundo en intención, con el que Santiago d’Ors plantea la literatura como viaje circular. Mimbres con los que el autor ofrece una búsqueda tan antigua como fundamental: la autoindagación como clave para el despertar espiritual. El tambor, el río y la máscara (Gadir), un debut literario más que notable. 
© ANGÉLICA TANARRO

Santiago d’Ors ha elegido un título poético para su primer libro, El tambor, el río y la máscara, y un subtítulo esclarecedor: ‘Un viaje por la literatura’. Porque eso es, y no es poco, esta obra inscrita en la tradición del ensayo literario: un viaje, un itinerario personal, la guía de un amante de la literatura –apasionado amante, añadiría— por unos cuantos hitos escogidos entre los muchos posibles que configuran el mapa de ese mundo paralelo en el que vive todo lector empeñado. Este viaje, circular según el planteamiento del autor, sitúa la Poesía en el origen del universo.

Una deliciosa lectura que nos lleva por las paradojas de Heráclito.

En el templo dedicado a Apolo en Delfos, en su frontispicio y en la leyenda ‘Conócete a ti mismo’, consigna que según el poeta latino Juvenal provenía del cielo. Y en estas primeras líneas de su escrito, D’Ors nos lanza una apuesta que no por suscribirla una gran mayoría de los que hacen de la escritura una manera de estar en el mundo deja de ser fundacional: “Después de todo, puede que escribir literatura no sea más que buscarse y encontrarse a uno mismo a través del lenguaje”.

Aproximadamente 150 páginas después –hablamos de un libro breve en extensión, pero profundo en intención— D’Ors concluye su obra volviendo a ese ‘en un principio fue la Palabra’ de reminiscencias bíblicas. “El hecho de que sigamos llamando a los enunciados ‘oraciones’ –escribe—sugiere que todo decir, por trivial que sea es una invocación al universo”. E insiste en esa primera premisa de la Literatura como autoindagación y en el papel de la Poesía en ese camino que él confía en que sea el del despertar espiritual y del nuevo paradigma literario.

Entre estos dos polos, el lector ha transitado por la historia del saber y la cultura escita desde Heráclito a Alan Moore, el exitoso guionista de cómics y autor de Watchmen; desde los mitos clásicos a los superhéroes posmodernos; desde el paradigma clasicista al simbolismo y las vanguardias de la primera mitad del siglo XX. Pero como el mismo autor advierte en su nota preliminar, que nadie busque en estas páginas un manual al uso ni una exhaustiva historia de la Literatura universal. Estamos ante un relato que invoca su magia a través de tres símbolos: el ritmo encarnado del tambor (la poesía), el discurso eterno del río (la narrativa) y la acción divina de la máscara (el teatro).

Su lectura nos despierta el deseo de volver a los autores reseñados.

Y lo hace desde un punto de vista muy personal que se va acentuando a medida que avanza el discurso. El autor nunca se esconde, pero menos en la tercera parte de su obra cuando describe la crisis espiritual de Occidente a raíz de la “muerte” de Dios tras el ‘Sueño’ de Richter y sobre todo después de Nietzsche. “El pensamiento moderno se basa en un negro existencialismo muchas veces disfrazado en la ironía y tapado por los nuevos ídolos: el éxito, el dinero, las cosas materiales, el cuerpo y todos los atributos que complacen al ego. Los objetos ya no son bellos: son útiles y prácticos. Todo funciona, pero nada tiene alma. Es un mundo feliz, pero un mundo siniestro”, escribe en la página 88.

Santiago d’Ors (foto de El Adelantado de Segovia)

Pero no estamos ante un ensayo moralizante ni no apto para descreídos o ajenos a la espiritualidad. Por el contrario, nos encontramos ante una deliciosa lectura que nos lleva por las paradojas de Heráclito y por las indagaciones en ‘lo real’ de Parménides, delante su cueva; que nos narra la historia de Edipo más allá de la tragedia de Sófocles; que nos muestra al Lazarillo como el primer anti-héroe de la literatura europea (no así de la española donde ya estaban el Cid y la Celestina y estarían El Quijote y Don Juan). Y sobre el significado de esta figura en nuestra historia literaria concluye “del mismo modo que sin Sófocles y sin Petrarca nuestra idea de lo que es el teatro y de lo que es la lírica no sería la que es hoy, sin Lázaro de Tormes no existiría la novela que hemos aprendido a releer y reconocer en otras tantas historias desde entonces”.

“El pensamiento moderno se basa en un negro existencialismo muchas veces disfrazado en la ironía”.

En este recorrido Santiago d’Ors se revela no solo como un conocedor de los hitos fundamentales de la Literatura sino como un ágil y ameno escritor que aúna la concisión periodística con la habilidad para el detalle, lo que acerca su obra al difícil género de la crónica, en el que la interpretación es seña de identidad.

Especialmente interesantes son las páginas del capítulo titulado ‘La perfecta honestidad de Oscar Wilde’, dedicadas a interpretar una de las obras clave del poeta y dramaturgo irlandés, La importancia de llamarse Ernesto, y en las que vuelve a mostrar su capacidad como comentarista o relator de relatos ajenos. Desde las explicaciones sobre el juego de palabras del título en inglés hasta la descripción de las idas y venidas de sus protagonistas y los enredos amorosos de las dos parejas principales sus comentarios son pura Literatura. O mejor, Metaliteratura.

Y, como ocurre con un buen ensayo de estas características, su lectura nos despierta el deseo de volver a los autores reseñados –también Baudelaire, también Mallarmé y su ‘tirada de dados’ infinita— que, en muchos casos, o quedaron lejanos en algún momento de nuestros estudios o forman parte de esas lagunas nunca desecadas.

 

El tambor, el río y la máscara (Un viaje por la literatura). Santiago d’Ors. Gadir, 2022, 150  pp.


 

LA AUTORA

ANGÉLICA TANARRO. Periodista y escritora. Licenciada en Ciencias de la información por la Universidad Complutense y doctora en Periodismo por la Universidad de Valladolid. En El Norte de Castilla fue una de las fundadoras de la edición de Segovia en 1992. En Valladolid, ha sido jefa de Cultura y coordinadora de La Sombra del Ciprés. La poesía y el relato breve son sus géneros literarios.