El paso del escritor húngaro Béla Hamvas por las librerías más cómplices ofrece una oportunidad de oro para conocer la erudición nada artificial, al contrario, cargada de fino humanismo, de Béla Hamvas. Un autor contradictorio capaz de alabar «la vida sin obra» cuyo pensamiento, de gran sensibilidad, se abrió a todas las manifestaciones de la vida con una mirada a lo cósmico y eterno.
© IGNACIO LLORET
Hay un examen peculiar al que sometemos a los escritores cuyos libros nos gustan. Me refiero a la prueba de un segundo título. Llevados por la curiosidad, leemos otra obra de ese autor con el propósito de comprobar si el efecto se repite, si es el mismo, si volvemos a experimentar tanto placer como la primera vez.
Algo así me ha ocurrido con Béla Hamvas. Ha sucedido que, por un azar, ha llegado a mis manos una nueva recopilación de textos suyos, de este narrador y filósofo húngaro, y ha provocado sensaciones que ya tuve hace unos años. Entonces me he alegrado por los dos. Por él y por mí. He celebrado nuestro reencuentro, esa segunda cita en los confines de un volumen de papel, igual que si alguien lo hubiese previsto, preparado con delicadeza, o sencillamente deseado.
«Me gusta Hamvas porque avanza unos pasos por delante de mí».
La obra de una vida es una colección de escritos publicados a lo largo de varias décadas en periódicos y revistas. Nada más consultar su índice, al lector le llama la atención la riqueza de temas a los que Hamvas dedicó tiempo, esfuerzo observador y palabras. Y es que aquí se recogen artículos y ensayos breves sobre música, como los de Liszt, Orfeo, Bartók o Schumann, sobre literatura, como los de Montaigne y Wordsworth, pero también sobre filosofía, mitología, arte, horticultura o sobre la perplejidad que despierta en los hombres el ciclo natural de las estaciones.
Sin embargo, es cierto que la cultura, la erudición y el interés no son valores literarios o artísticos en sí mismos. Lo que hace de Hamvas un escritor sensible y exquisito no son los asuntos hacia los que tiende su mirada, sino el modo en que mira en esa dirección. Son la profundidad de sus reflexiones y la belleza con que las expresa las virtudes que distinguen sus textos. Una vez inmerso en sus páginas, el lector se olvida del título, del contenido, del detonante intelectual que dio lugar a ellas. Le basta con la impresión que le causan. Tiene suficiente con saborear la prosa en que se desarrollan las ideas. Se concentra sólo en su efecto estimulante.
Lo que hace de Hamvas un escritor sensible y exquisito no son los asuntos hacia los que tiende su mirada, sino el modo en que mira en esa dirección.
Hay más cosas en él. Me gusta Hamvas porque avanza unos pasos por delante de mí. Porque nunca adivino lo que va a decir, lo que va a escribir. Ocurre algo parecido en algunos cursos. Me refiero a esas clases en que el profesor pone el listón alto y exige de sus alumnos una respuesta, un rendimiento que sólo puede dar el más aventajado de ellos. Esas veces, cuando el grupo tiene ganas, cuando está deseando aprender, se aplica con esmero, con tenacidad, demuestra perseverancia, acepta el desafío de situarse al nivel del mejor, de alcanzarlo por lo menos durante un rato.
Claro, el secreto está en el camino. En emprender el mismo que Béla. Yo me conformo con colocarme a su rueda. Cuando dice que «la escritura destruye», cuando dice que «la casa es la cáscara de la cama», cuando dice que «la obra perfecta de una vida es la no-obra» o que «la actividad para realizarla es una renuncia», yo me esfuerzo por seguir al autor. En todos sus momentos de lucidez, yo disfruto siendo su aprendiz. Entonces soy alguien que, andando unos cuantos metros por detrás de Hamvas, coge al vuelo todo lo que él va arrojando, lo ordena sobre la marcha, procura asimilarlo sabiendo que es muy difícil, que es casi imposible. Sí, es en el intento donde yo soy feliz. Es en ese instante en que me detengo, respiro y me calmo, en que contemplo con estupor lo que he podido salvar en mis manos, cuando me alegro de haber conocido a este escritor.
La obra de una vida. Béla Hamvas. Ediciones del Subsuelo. 236 páginas. Barcelona, 2022.
EL AUTOR
IGNACIO LLORET (Barcelona, 1968) es licenciado en Filología Alemana y en Derecho por la Universidad de Barcelona. Diploma de Estudios avanzados en Literatura y Ciencia Literaria por la Universidad del País Vasco. Ha publicado la novela Juguetes sin recoger (2002), el volumen de relatos Monocotiledóneas (2008), el libro de narrativa Tu alma en la orilla (2012), la novela El hombre selvático (2014), el libro de narrativa Nosotros como esperanza (2015), la novela El puente de Potsdam (2016), el libro de narrativa La pequeña llama del día (2017), el libro de relatos Diálogos animados con personas muertas (2018) y la novela Una ventana a la oscuridad (2020). Imparte cursos, talleres y conferencias. Colabora en periódicos, revistas y programas literarios de radio y televisión.