Con un título alusivo a un territorio de la geografía de neustro país, Amparo Arróspide ha constuido un poemario que se sustenta, ante todo, en la investigación en el lenguaje, en la búsqueda de nuevos horizontes idiomáticos.
© ÁNGEL MINAYA
Amparo Arróspide (Buenos Aires, 1954) publica en El sastre de Apollinaire, el sello editorial de Agustín Sánchez Antequera, una nueva entrega de su poesía que, por no ir más atrás o más allá, hace serie con En el oído del viento (2016), Hormigas en diáspora (2018) y Jacuzzi (2019). Se trata de Valle Tiétar.
Cuando leemos los libros y poemas de poetas como Amparo Arróspide nos preguntamos casi de manera infantil, como si las barreras del tiempo y del espacio pudieran no existir, dónde había estado ella antes, que no la conocimos, qué espacios había habitado y cuándo hasta entonces. Uno de esos lugares es este Valle (del) Tiétar, en el que confiesa haber vivido durante siete años y al que voy a dar algunas respuestas como reacciones de la cabeza a la boca, pues además de un espacio real se ha trasformado en un libro, en una geografía e historia poéticas.
Porque en el Valle Tiétar se abre la boca que habla (la boca del logos) con la boca que come: «eso qué es / cómo se come / cómo se alimenta el viv / ir si acaso ha / blando.»
En el primer verso que como tal se reconoce –«el ruido del lápiz al escribir»—ya se alude al logos escrito y ruidoso, la archiescritura—y casi finaliza el Valle con tres recetas de cocina para responder o imaginar responder a la pregunta qué se come, qué se puede o se debe comer.
Valle Tiétar es un pasaje — y ahora me refiero al título– entre las lenguas y el lenguaje. Un pasaje entre el Tiétar Valley/Valle del Tiétar — en que lo visible/audible son palabras del español que a veces se relacionan yuxtaponiéndose como en inglés– y el lenguaje, el tránsito del poder de las lenguas al impoder del lenguaje. Como leemos en las Notas iniciales: «Tiempo para pasar del Sapiens y su casa de lenguajes, marco antropocéntrico, a Gaia o una visión inclusiva en los umbrales de un nuevo mundo, cuando lo familiar se derrumba o arruina y podrían escucharse, a través del fárrago de lo caduco, las voces de lo otro.»
Quisiera identificar aquí lenguajes con el poder de las lenguas o las lenguas del poder y lo otro con el lenguaje. El lenguaje, al fin y a la cabeza, no lo conocemos.
En la cita leemos lo ilegible, lo indecible: la visión; y las voces que se escuchan. El ver y el hablar. El espacio, un espacio (el valle) y el lenguaje EN los enunciados. Valle Tiétar podría haber sido, parece que lo anuncia, una serie descriptiva, una serie pastoral incluso, el ver de la lengua, lo visible lingüístico. Sin embargo no es así, no podría ser así. El valle se abre con un anuncio del fin, de la desolación futura, donde han desaparecido las señales de la vida (capítulo primero: «el ruido del lápiz» subtitulado «donde se lavan incendios») y exhibe en posteriores capítulos un corpus Valley, un corpus Tiétar que contienen archivos notariales, textos no descriptivos, un apilamiento de enunciados geológicos, políticos, notariales, gastronómicos, zoológicos, botánicos… Una arqueología. Una arqueología deslenguada: deslenguaje.
Archivo donde las cosas tienen origen y donde se ejerce o se ha ejercido, es decir se ejercerá, la autoridad, donde se domicilia la ley, donde se consigna la realidad en reunión de signos. Un corpus burocrático, invento de los Sapiens para registrar lo que ocurre (en la década de 2030, la revolución anátida), método tan limitado como las gigantescas clasificaciones de Linneo en otro sentido. La aridez contrasta con el lirismo de los primeros capítulos, pues Valle Tiétar está estructurado como una novela elíptica, con su guía de lectura en los subtítulos.
El apilamiento toma inevitablemente la forma de la lista: repetición, pulsión de repetición que ya se sabe que es pulsión de muerte, de agresión y destrucción: la agresión al animal, a las mujeres, a la infancia, al lenguaje. Ex-pulsión de la vida.
Los registros y certificados administrativos, el pequeño archivo anátida, señalarían por lo que callan también, y por lo anteriormente dicho, la presencia del fracaso, la imposibilidad de un futuro otro. Esos documentos, el corpus/cadáver de la revolución anátida son los restos notariales, las ruinas de una lengua doblemente arruinada desde el origen por la consignación y la designación. Solo el placer obtenido sobre las condiciones que impone la realidad a través del humor, de la parodia, de la fábula contrafacta y la distopía nos hace algo soportable cualquier arqueología de una revolución cuyo único cambio aparentemente ha sido el de la titularidad de los documentos, los abajo firmantes, el cambio de especie (el triunfo de la Savia). También sería posible otra lectura: hay pronóstico de cambio climático, implícito en el anuncio del fin, la crónica del final anunciado y preludio de una revolución, con su promesa de renacimiento. Como ha ocurrido en Chernóbil (aunque no se lo nombre), tras la desolación y en ausencia del depredador Sapiens podría resurgir la vida – la vida otra. En conversación con la autora, esta nos cuenta que una continuación de Valle Tiétar girará en torno a una especie – androide o cíborg- que reemplazará al Sapiens.
Valle Tiétar despliega un catálogo de animales, animaux, de seres vivos con zoografía clasificatoria y, por tanto mortuoria. Los animales clasificados y enumerados, convertidos en corpus delicti, tienen su réplica descriptiva, visibilizada, en las ilustraciones del Libro de la Montería de Alfonso XI: osos, jabalíes, toros acechados, perseguidos, alanceados, sacrificados. Caza y matanza absurdas, visibles desde el romance anónimo y elegíaco Que por mayo era, por mayo…
Animot, en su forma original francesa que inventa Derrida, pionero animalista, conduce a la palabra, mot, a la reflexión sobre las relaciones entre el hombre, los animales y las palabras, las palabras como respuesta, la diferencia que marcamos con el animal, que marcamos al animal. La cita inicial de Valle Tiétar pertenece a su libro El animal que (luego) estoy si(gui)endo : «¡El animal, vaya palabra! Es una palabra, el animal, es una denominación que unos hombres han instituido, un nombre que ellos se han otorgado el derecho y la autoridad de darle al otro ser vivo.» Cabalmente entendida, no podría resultar en una restitución de la palabra al animal –«Así el animote en sombra despierta tras mis párpados Lo llamo lo convoco los párpados la ciencia /se sacude la crin». Por esto el animot solamente habla aquí con onomatopeyas –«UI A LA ui á la ui á a/ tuitala tuitála tuitála á é / tuitala tuitála tuitála á é /…» tras el deseo o la nostalgia imposible –«…si hablasen los /semidioses del / perdón o los/seres del humus/ hablasen/ Strix cárabo el acárabo / júu júu júu/los Homo Sacer.» El animot es aquí un homo sacer, el condenado que, en la antigua Roma, no era ejecutado oficialmente pero al que cualquiera podía matar en cualquier lugar, en cualquier momento. Y en cierto sentido, en una línea de justicia poética imposible, los poemas de Valle Tiétar, como el animot, como el homo sacer, muestran la dolorida inhumanidad de unos Sapiens abocados al final de su mundo.
Valle Tiétar | Amparo Arróspide
Madrid, El sastre de Apollinaire, 2019
EL AUTOR
ÁNGEL MINAYA (Madrid, 1964), licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, cursó estudios de doctorado en Lingüística en la Universidad Autónoma de Madrid. Enseña Lengua y Literatura en un instituto de educación secundaria de la Comunidad de Madrid. Ha colaborado con poemas y alguna reseña en la revista Nayagua y participado en la antología Voces del extremo: Poesía y desobediencia (Madrid, 2014).