Sabas Martín es un escritor, preocupado, entre otras cosas, por rescatar del olvido episodios de la Historia, sobre todo de aquellos que conciernen a la historia de Canarias, a nuestra memoria común.
© CECILIA DOMÍNGUEZ LUIS
Desde Nacaria (Premio Alfonso García-Ramos. 1990), novela reivindicadora del origen, hasta El Farallón (2013), pasando por La Heredad (2001) o La noche enterrada (2002), la narrativa de este autor (y también gran parte de su poesía y su teatro) está muy ligada a su idea de pertenencia a un lugar, a una isla que puede ser todas las islas de este archipiélago en el que habitamos. De ahí que en su primera novela cree ese espacio mítico, en el que transcurren hechos reales o posibles, Nacaria, que no es otra cosa que un anagrama de Canaria.
Y esta idea de reivindicar nuestro pasado aparece en Un rumor de siglos, su última novela, cuidadosamente publicada por Ediciones Mercurio (Canarias, 2018).
Todos sabemos que escribir una novela cuyos protagonistas tuvieron una existencia real, en un tiempo y espacios históricos determinados, requiere una labor de profunda investigación, la mayoría de las veces, ardua, pero que tiene como compensación el hallazgo, ese vislumbre misterioso por el que descubrimos algo de ese espacio, ese tiempo o esos protagonistas, que ni siquiera habíamos intuido.
De ahí que Un rumor de siglos sea producto de una concienzuda investigación y nos desvele situaciones inusitadas y datos históricos que, si no ocultos, no habían sido lo suficientemente difundidos.
Pero de esto les hablaré más adelante, porque tiene mucho que ver con la Adenda que el autor nos ofrece, una vez acabada – o no- esta novela. Una especie de blog de notas o epílogo esclarecedor de intenciones.
Así que volvamos a Un rumor de siglos.
Por lo pronto, nos encontramos con un narrador -esta vez narradora- en primera persona.
Es la Siervita Sor María de Jesús de León Delgado quien se reconstruye a sí misma a través de lo que denomina, y más de una vez: el recuerdo de los recuerdos, que es a veces sueño o ensoñación, desde ese no tiempo y no espacio en el que permanece la protagonista, tal vez, por los siglos de los siglos.
Junto a ella, inevitablemente, el corsario Amaro Pargo, al que nombra desde el primer capítulo, pero también la hermana de este, Sor Juana de San Vicente Ferrer, compañera de convento de Sor María Jesús, y Fray Juan de Jesús, fraile tuerto del convento de San Diego del Monte, tres personas a las que amó y que tuvieron una gran importancia en su vida.
A lo largo de una suerte de 45 pequeños capítulos, la Siervita irá desgranando, en un desordenado orden, sus vicisitudes, sus sacrificios, sus temores, pero, sobre todo sus sentimientos amorosos, a veces, contradictorios.
Dije “una suerte de capítulos” porque, en esta novela, no aparecen los capítulos de la forma tradicional que conocemos, es decir, numerados, sino que les da entrada una frase -no una palabra- capitular. Como OLOR A JAZMÍN, ENFERMA DE AMOR, o MURIÓ MI MADRE.
También hablé de un desorden ordenado, porque es así y no de otra manera como nos llegan los recuerdos: a golpes, a ráfagas a veces inconexas. Algo que se agudiza en el caso de la Siervita y se convierte en extraordinario, ya que no solo recuerda hechos de su vida, sino los acaecidos en torno a ella después de su muerte, fechada en 1731, como puede ser su proceso de beatificación, la fundación de su casa museo en el Sauzal, lugar en el que nació, incluso el robo cometido en su convento en el año 1998, entre otros.
La novela comienza con el recuerdo de su exhumación, tres años después de su muerte, y el asombro del descubrimiento de su cuerpo incorrupto, al que acompaña un olor a jazmines. A partir de ahí, la historia se cuenta con saltos temporales y espaciales, relatados de tal forma, que el lector, en ningún momento pierde la perspectiva y el hilo de aquello que se le cuenta.
A lo largo de una suerte de 45 pequeños capítulos, la Siervita irá desgranando, en un desordenado orden, sus vicisitudes, sus sacrificios, sus temores, pero, sobre todo sus sentimientos amorosos, a veces, contradictorios.
Pero la Siervita no se limita solo a contar lo que le sucede o lo que hace, sino que también reflexiona sobre ello, se hace preguntas, se reafirma o no.
Está claro que para la protagonista, el amor es el motor que la mueve, junto al deseo de conseguir el goce de la gracia a través del sufrimiento.Un sufrimiento que ella misma se infringe y que, por sus características, nos desconcierta enormemente.
¿Ante quién estamos?
Tal parece que estamos ante la presencia de un ser desequilibrado, con una tendencia -o algo más- al masoquismo, nada extraño en esa época en la que no faltaban las llamadas “mortificaciones” que se infligían algunas personas, sobre todo en los conventos, como medio de purificación de sus pecados.
Y es que no dejan de ser, como mínimo, equívocas, frases como estas: «Y para arder en el amor: la penitencia, el sufrimiento, el suplicio gozoso del cilicio».
O esta otra: «Y los azotes, chas, los azotes chas, los azotes chas chas que me incendiaban de amor vivo con sus flechas de fuego antes de que el sueño me encontrara gozosamente rendida».
Para una no creyente, como la que esto escribe, estas frases, trasladadas a lo humano, no dejan de ser inquietantes.
Y aquí llego a esa visión irónica que, a mi parecer recorre gran parte de estas llamémoslas confesiones o recuerdos de la Siervita. Una ironía que, por supuesto no es inocente, como tampoco lo son esos guiños a dogmas de la iglesia como el de la Trinidad, cuando la protagonista, hablando de las cinco casas que habitó afirma «Cinco casas distintas y un solo hogar verdadero». Imagino que les recordará algo, incluso en el ritmo de la frase.
También cuando la propia Siervita pone en duda sus propios prodigios y dice «Pues que así lo han dicho, así ha de ser, aunque más a la devoción que a la certeza pudiera atribuirse tal suceso».
El amor, como único medio de salvarse y salvarnos. O al menos eso es lo que piensa y cree firmemente la protagonista de Un rumor de siglos.
Los tres personajes que giran alrededor de Sor María de Jesús, Amaro, Sor Juana y Fray Juan de Jesús, contribuyen -incluso sin proponérselo- a reforzar la imagen de esta monja a la que aman y por la que son amados con esa clase de amor, comprensible tal vez, en esa época, pero casi imposible en la nuestra.
Tal vez ahí esté el prodigio, lejos de esas supuestas levitaciones o viajes astrales, lejos de rezos salvadores de un corsario cuyos robos justifica la Siervita, lejos de esa reconstrucción milagrosa de su medalla rota.
El amor, como único medio de salvarse y salvarnos. O al menos eso es lo que piensa y cree firmemente la protagonista de Un rumor de siglos.
Destacar también episodios escritos con un especial sentido del humor, como el del gato meón, el de la levitación, o mejor dicho, vuelo de kilómetros de Fray Juan de Jesús, o esas enumeraciones casi esperpénticas de los instrumentos de tortura que se encuentran en la reconstrucción de lo que fuera su celda, o la de las clases de milagros que se le atribuyen.
Además, si tenemos en cuenta que quien nos narra las historias lo hace desde el interior de un sarcófago que solo se abre con las tres llaves cada 15 de febrero, podemos imaginar cualquier cosa.
Pero en la Siervita hay algo más, algo que, personalmente, es lo que más me interesa de ella: la duda. Las preguntas que ella se hace sobre sí misma, sobre lo que desea que se recuerde de ella, sobre la verdad o la mentira, porque son precisamente esas preguntas, esas inseguridades lo que la acerca más a lo humano: «¿Qué de mí ha de quedar, cuando a los siglos más siglos se añadan?». «¿Quién puede explicar lo que explicación no cuenta?». «¿Solo existe una realidad cierta?».
Y de esta manera llegamos a la otra gran preocupación de Sabas Martín: el lenguaje. Algo de lo que nos habla claramente en un libro suyo titulado La mano entre las líneas (1995), todo un ejercicio de utilización del lenguaje, como lo es, también, esta novela
Al ser solo una voz la que narra, esta lo hace de tal manera que nos sumerge en esa época, en esos espacios de sombra y luz por las que transitan sus protagonistas.
Lenguaje donde la onomatopeya toma un poder expresivo inusitado. Así el olor del jazmín humm, los azotes, chas, chas, el agua que cae en la pila splashchaaf, el cococooc cacareador o el clanc clanc de las cadenas. Donde las frases continuamente repetidas como el recuerdo de los recuerdo, el olor de jazmín, el sarcófago que solo las tres llaves abre, refuerzan ese espacio y tiempo detenidos en los recuerdos de una persona viva en su muerte, espacios y tiempos que se hacen unívocos, a pesar de las diferencias.
Por otro lado, la descripción de los diferentes paisajes, jardines y huertos, no exentos de sensualidad, en los que el color, el olor y los sabores toman importantes posiciones, junto a las de los protagonistas, hechas a través de la contemplación de cuadros o esculturas existentes, nos llevan a un escenario único y envolvente en el que, tampoco para el lector, existe el tiempo y el espacio tal y como los concebimos.
Si, como Sabas Martín dice, leer es dialogar, en esta adenda se cumple esta afirmación, ya que el autor establece un diálogo muy convincente y sugestivo con el lector.
Dejo a un lado las posibles interpretaciones de las relaciones amorosas de la Siervita con el corsario, el fraile o la monja, pues pienso que es el lector, a través de las confesiones de la protagonista de Un rumor de siglos, hechas entre el recuerdo y la ensoñación, quien tiene que sacar sus propias conclusiones.
Con sus preguntas, con su deseo de prevalecer y «ese olor a jazmín humm, que todo lo enciende» acaba la novela. Pero no acaba ahí el libro.
Después de unas páginas de Reconocimientos, en las que el autor da cuenta de las fuentes consultadas, aparece la Adenda que no es otra cosa que una poética de Un rumor de siglos y de la que podría escribirse otra novela.
Si, como Sabas Martín dice, leer es dialogar, en esta adenda se cumple esta afirmación, ya que el autor establece un diálogo muy convincente y sugestivo con el lector.
Desde la génesis y el porqué de esta novela, a -vamos a llamarlos- cierres en falso en 2008, hasta los diferentes avatares que le supuso enfrentarse a una nueva historia, de la que, es precisamente la Siervita, protagonista y narradora, el escritor nos va dando cuenta de las claves y los entresijos de esta novela, de tal manera que podríamos sentir, alrededor de sus declaraciones, el deseo de verlas noveladas.
No son pocos los hallazgos – para el autor prodigios o hechos llenos de misterio-. Así, el de un poema en prosa de Picasso, el de la fuerza creativa que le proporciona una vela, mientras escribe, o el de una paloma intrusa que se posa en un lugar determinado, entre sus papeles.
Y, de esta manera, llega a esa decisión final, gracias a una serie de acontecimientos que lo lleva a optar por una manera singular de contar una historia, que tiene mucho que ver con la victoria de la palabra y de la memoria sobre el tiempo.
Porque esta novela, no es solo una recreación del personaje de la Siervita y de los que gravitaron alrededor de ella, sino, sobre todo, una reflexión sobre el lenguaje y el recuerdo, pues la palabra se torna herramienta esencial para transmitirnos emociones y sensaciones de unos protagonistas y una historia que Sabas Martin rescata para que deje de ser solo Un rumor de siglos.
Un rumor de siglos. Sabas Martín, Ediciones Mercurio. Canarias, 2018. 170 páginas, 10,4 €.
LA AUTORA
CECILIA DOMÍNGUEZ LUIS nace en La Orotava (Tenerife) el 17 de octubre de 1948. Licenciada en Filología Hispánica. Ha publicado poemas, artículos y cuentos en periódicos y revistas de las Islas y de la Península. Además: diecisiete libros de poemas, seis novelas (dos de ellas juveniles), cinco libros de cuentos, tres de ellos para niños y otro para adolescentes y un relato corto juvenil. Pertenece al comité de redacción de la revista Cuadernos Ateneo, editada por el Ateneo de La Laguna, sociedad de la que fue presidenta. Ha sido traducida al francés, al rumano y al alemán y, a lo largo de todos estos años, ha participado como ponente en diversos Congresos nacionales e internacionales de lengua y literatura, así como en encuentros de poesía, dentro y fuera de las islas. En junio del año 2011, es elegida miembro de la Academia Canaria de la Lengua, y en junio de 2013 es elegida miembro del Instituto de Estudios Canarios. En 2015 se le concede el Premio Canarias de Literatura.