En este año, en el que se cumple un siglo del nacimiento de Leopoldo de Luis, uno de los grandes poetas de nuestra posguerra y una pieza esencial en la configuración y canonización del mapa de nuestra poesía social del siglo XX, República de las Letras evoca en este artículo de José Luis Esparcia su papel en nuestra literatura. Habrás más trabajos a lo largo del año.
© JOSÉ LUIS ESPARCIA
EL reconocimiento es siempre una acción interesada: deja una estela de parcialidad que, en todo caso, justifica siempre al ser humano en su necesidad individual o colectiva, y ¿qué es la satisfacción de la necesidad sino un acto de interés y no tanto de riesgo en un ideal?
Por ello, es de gran interés, no solo satisfacer la necesidad, sino admitir como ideal que no se caiga en un nuevo “tiempo muy oscuro y difícil”, como recuerda Guerra Garrido en su artículo en el último número de República de las letras, artículo antiguo pero de actualidad, que nos obliga a no olvidar. Y ello implica recordar a quienes han aportado semillas de gran productividad en la sociedad, en este caso Leopoldo de Luis, de cuyo nacimiento se cumplieron 100 años el 11 de mayo de 2018, que merece un espacio en este foro de escritores y escritoras. Y su ejemplo, cosechado durante mucho tiempo por poetas jóvenes que hoy ya somos más viejos, y presumo que menos poetas, vale la pena que tenga su candela en el rincón de quienes realmente han dejado rastro que alimenta y nos avisaba del rastro que envenena, con la discreción y la bondad que le caracterizó.
Su no renuncia al sentido de una obra que significó la entrada en un terreno movedizo, le llevó tal vez a no disfrutar de determinados reconocimientos, que él siempre ensombrecía con el ramaje de lo que realmente le interesaba y entretenía: la defensa de un modo de escritura y de sus símbolos como miliarios en la senda humana que iba de la necesidad al ideal de ser humano como propuesta colectiva.
Desde aquel 11 de mayo de 1918, en que Leopoldo Urrutia de Luis, hijo de don Alejandro y doña Vicenta, naciera en la calle Ambrosio de Morales, esquina a calle Reloj, de Córdoba, son muchos los miliarios citados hasta el 20 de noviembre de 2005, en que nos dejara en Madrid. Y el recuerdo de Leopoldo de Luis ha quedado como un gran ejemplo de lucidez vital e intelectual. Por ello, cuando, en 1938, publica junto a Gabriel Baldrich y Miguel Hernández, el libro Versos de guerra, como tres jóvenes alistados en el ejército republicano, marca el camino que le llevará a la definición de poesía según su visión vital: “La poesía, a través de la historia cumple, más o menos fielmente, la misión de captar y elevar a categoría artística os sentimientos colectivos latentes. Surge como una necesidad de expresión”. Era su aportación a tiempos en que trató de imponerse la poesía como el mero conocimiento del mundo personal del autor, algo que triunfó en cierto modo a partir de cierto momento. E incluso cuando Leopoldo de Luis, casi octogenario, ya confesaba no amar el tiempo en que vivía, admitiendo encontrarse en una “contradicción insuperable”, admite que “La poesía es como un bálsamo que salva los cadáveres de aquello que fuimos y los va llevando al funeral de la memoria”. Una memoria que debe tener un lugar para personas como Leopoldo de Luis, entre otras cosas para que escritores, escritoras y la sociedad plena, no seamos más “Huésped de un tiempo sombrío”, tiempo contra el que la poesía también ha de aportar su muralla argumental y sentimental, PORQUE, ESTOY DE ACUERDO CON Leopoldo de Luis: “Lo mejor de la vida no ha costado más que dolor”.
Leopoldo de Luis no hubiera querido más, tal vez no hubiera querido nada, pero la soberbia de la necesidad, a veces, es más fuerte que el ideal, y al menos un recuerdo para muchos de los que le tratamos vale la pena.
EL AUTOR
JOSÉ LUIS ESPARCIA nace en La Encina (Alicante), en 1956. Muy joven se traslada a Córdoba, donde vive muchos años, hasta trasladarse a Madrid y, en 1982, a Pinto. Ha publicado los libros de poemas: Canto de tierra, Septiembre, Ciudades, A Córdoba; la novela: La Austeridad de los Sánchez; los volúmenes de cuentos: La Confidencia, Última voluntad y otros; un libro de historia local: Historia de La Encina y su estación, junto al profesor Francisco Esteve. Incluido en numerosas antologías de poesía y narrativa, ha sido premiado en certámenes de poesía como “Oliver”, “Casa de Andalucía en Pinto” o “Ateneo de Alicante”, y de narrativa, como “Antonio Machado”, “Dulce Chacón”, “Lodosa”, “La Ortiga celeste” y otros. Imparte conferencias en España y en varios países y es colaborador de distintos periódicos y revistas.