La poesía de Eduardo Moga: un mundo que se desborda

La editorial Dilema entrega el tercer tomo de la poesía reunida de Eduardo Moga (Barcelona, 1962) que comprende los años de 2018 a 2023, bajo el título de «La soledad». Un volumen que muestra el lado más existencialista, fenomenológico, que explora los abismos de la identidad.
© POR JESÚS CÁRDENAS

«La poesía de Eduardo Moga es la extenuación de la nada que somos», sostiene el crítico extremeño José Antonio Llera en el prólogo de Ser de incertidumbre. Efectivamente, el poeta, traductor y crítico literario barcelonés deja tras de sí una estela de excavaciones interiores, un océano de versos y un exuberante decir. Explora hondamente en la identidad del ser en motivos como el amor y el desamor, la soledad, la negación de la muerte…

De Ser de incertidumbre destaca el tercer tomo titulado «La soledad», correspondiente a las publicaciones de 2018-2023, editado por la editorial Dilema, y que concluye tres décadas entregadas a la poesía, con más de veinte libros. Si bien Moga sigue publicando su trabajo poético (como el reciente Poemas enumerativos, en Olifante) era merecida esta obra casi completa porque ya es hora que la poesía de Moga se distinga, quede y se reconozca.

La escritura de Moga es torrencial, pero a su vez controlada. En conversación con la poeta sevillana Ana Alvea Sánchez, publicada en Culturamas, mantenía en su respuesta la afirmación del doblete «escribes y construyes»:

Edita Dilema

«Un poema no puede ser meramente torrencial, un flujo o avenida de ideas descontroladas. Tiene que tener fuerza, ímpetu, tiene que ser una poesía que empuje, poderosa, sí, pero, si hay ímpetu y no hay control, se puede desparramar y no tener el efecto estético al que aspiras. […] es algo que construyes y que, a la vez, te construye».

Se nos muestra lo real y evidente, lo intuido y lo asumido, y a su vez, lo que nos conecta con el espacio de la creación, fantasía o recuerdo. En su recuerdo conlleva un elemento imaginario, de ahí que devenga en dualidades, paradojas y contradicciones. La vida no elude las contradicciones; ellas configuran la complejidad del ser: lo opuesto al final transmuta en complementario.

El poeta barcelonés se sitúa entre lo que se tiene y lo que se pierde y escapa. Como escribió en el prólogo a La luz oída (2ªed., 2021): «Escribía aquellos versos con la convicción de que me construían como persona y, a la vez, construían el mundo que describían. El lenguaje me hacía ser».

El tercer volumen aglutina tres libros de poemas torrenciales. En Mi padre (2019 explora el poema en prosa más sentencioso y epigramático; en Tu no morirás (2021) fusiona los cauces del verso con la prosa; y en Hombre solo (2022) asistimos a una mayor presencia del verso. La tríada ofrece cientos de versos y frases para escoger.

Fogonazos, salvavidas, materia, identidad, arraigo, desnudez, recurrencias, sentidos…

Son a un tiempo crudos, desconsoladores, descarnados. La distancia temporal provoca que el estilo sea impudoroso, libre, desnudamente íntimo. Las construcciones nos magnetizan porque son parte del anecdotario de la vida y, sobre todo, por el cuidado cadencioso, tan poderoso que nos sumerge únicamente dentro de lo que escribe Moga. El tono es más desolador que los dos anteriores volúmenes.

Aporta interés esta antología porque recoge casi cien páginas de poesía fuera de libros, «dispersa o inédita». A esa poesía fresca se le une otras ganancias —que nos hacen saber más de los libros—, como el hecho de ver recogidos por primera vez los prólogos y epílogos del autor (que suelen ser declaraciones de intenciones, contienen anécdotas sobre el propio proceso creador), junto a los prólogos de otros autores. Para terminar, se acompaña de la bibliografía de Eduardo Moga: libros, plaquettes, antologías individuales y colectivas, libros traducidos, y un tropel de estudios, además de menciones de su obra completa y distinguidos también por libros.

De acuerdo con Gema Borrachero, con respecto a Mi padre, «acuden también el cuerpo, los sentidos, la materialidad de la existencia como principal estrategia de conocimiento, de lo gozoso como de lo terrible, de lo sublime como de lo sucio, porque de todo puede hacerse poesía». Fogonazos, salvavidas, materia, identidad, arraigo, desnudez, recurrencias, sentidos: elementos todos que ayudan a construir nuestra identidad porque de su raíz brotamos. Espigamos algunos textos de diferentes tonos:

Mi padre me acariciaba el pelo cuando, tumbados en la cama, veíamos juntos la televisión.

De niño, me gustaba jugar con los pies de mi padre en la cama. Le movía los dedos, le arañaba las durezas. Mi hijo, de pequeño, también me acariciaba los pies a mí.

Mi padre me dio una vez una bofetada que me hizo chocar la cabeza contra la pared.

Mi padre se consideraba un intelectual. A veces lo decía mientras masticaba una rodaja de morcón o una loncha de tocino con la boca abierta.

Mi padre nunca me dijo que me quisiera. Solo una vez afirmó que si me pasara algo, se volvería loco. Pero fue una manifestación previsible y algo teatral: la aseveración que se esperaba de cualquiera que tuviese un hijo.

En Hombre solo, puede leerse «soy un hombre que escribe […] sin otra pretensión que morir». Eduardo Moga necesita la poesía para vivir, para reconocerse y reconocer al tiempo el mundo en el que vive, para protegerse incluso de sí mismo. Sigue una línea este conjunto de versos ahondando en la desnudez más personal. «El autor —escribe Antonio Reseco— es un ser escribiente, su soledad es una soledad que solo puede escribirse para saberse»: «El lápiz con el que escribo se me pega a los dedos. No puedo quitarme la ropa que visto».

El poeta Eduardo Moga, en una imagen virtual reciente.

Después de distintos episodios de pérdida, el último el de su madre, motiva al poeta, la soledad, el difícil equilibrio entre la vida y la muerte, entre el cuerpo y la nada, como leemos en un fragmento del poema «soledad»:

Tener miedo de enfermar porque no haya quien me cuide.
Comprar un rascador para rascarme la espalda por las noches.
Recordar.
Admitir a cada paso la derrota, pero no por eso sentirme más fuerte.
Beber más whisky y que arda más el estómago.
Que el futuro se convierta en un grumo gris, en un horizonte hueco.
Que el presente se vuelva tenue como una gasa, pero pese como un camión.
[…]
Que todo me parezca idiota.
[..]
Darme cuenta de que era feliz, pero no lo sabía.

La distancia temporal provoca que el estilo sea impudoroso, libre, desnudamente íntimo.

Por último, traigo a colación las palabras del prólogo escrito por Jordi Doce para El corazón, la nada: Antología poética 1994-2014, y extendiéndolas a los versos de Moga: «La voz que los enuncia es alguien que no ceja en su tarea de percibir y comprender el mundo, de indagar qué se esconde o qué persiste bajo la superficie mientras se hace preguntas intranquilas sobre el lugar que él mismo ocupa —el papel que interpreta— en ese mundo. Es en este sentido, un trasunto perfecto de su autor».

 

Ser de incertidumbre (1994-2023). Tomo III. «La soledad» 2018-2023. Eduardo Moga. Dilema editorial, Madrid, 2024


EL AUTOR

JESÚS CÁRDENAS (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1973) es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Como investigador literario, ha escrito ensayos y dado conferencias sobre Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, García Lorca, Pier Paolo Pasolini… Como crítico literario colabora con reseñas en diferentes revistas literarias.

Hasta la actualidad es autor de los libros de poemas: La luz de entre los cipreses (Sevilla, 2012), Mudanzas de lo azul (Madrid, 2013), Después de la música (Madrid, 2014), Sucesión de lunas (Sevilla, 2015), Los refugios que olvidamos (Sevilla, 2016), Raíz olvido, en colaboración con Jorge Mejías (Sevilla, 2017), Los falsos días (Granada, 2019) y Desvestir el cuerpo (Madrid, 2023).

Jesús Cárdenas es socio de ACE.