Manuel Vilas: «Escribir un libro a los sesenta te aleja de la hipocresía»

Manuel Vilas regresa con El mejor libro del mundo (Alfaguara), una novela que afronta, con valentía, honestidad, humor y locura los desafíos de cumplir sesenta años. Vilas, fiel a su estilo, nos ofrece una obra que reflexiona tanto sobre los aspectos laborales —porque la escritura no deja de ser un oficio— como sobre los inevitables cambios orgánicos que trae consigo la edad. Narrada por una voz que es él y, al mismo tiempo, no lo es, la novela ocupa, según el propio autor, un lugar próximo al de Ordesa dentro de su trayectoria literaria.
La complejidad de la obra no ha impedido que esté cosechando un éxito notable, consolidándose como una de las apuestas literarias más destacadas del momento. Con su habitual mezcla de humor, melancolía y profundidad, Vilas se muestra en este libro más autobiográfico, más cómico y, quizás, más radical que nunca.
Hoy, para República de las Letras, Manuel Vilas ha tenido la amabilidad de responder a mis preguntas, compartiendo con generosidad su mirada sobre esta novela y el lugar que ocupa en su vida y en su literatura.
© TEXTO DE RECAREDO VEREDAS / FOTOS DE LUIS DAZA 

¿Cómo se te ocurrió El mejor libro del mundo?

Se me ocurrió cuando cumplí sesenta años. Surgió de una crisis matemática, que es la presencia del número seis en mi vida, una presencia inquietante. Las matemáticas me gustan mucho porque son muy precisas. Por eso mismo el número seis no era discutible, como son las palabras, que tienen distintas acepciones. Era evidente que tenía más pasado que futuro y eso se evidenciaba a través del número seis. Hasta entonces pensaba que los sesenta años los cumplían otras personas.

¿Qué género crees que es El mejor libro del mundo? ¿Un diario? ¿Una narración, una crónica?

No lo sé. Entiendo que es una novela, pero es una discusión muy purista y siempre hay matices. Me parece que es una novela porque la subjetividad es la reina de todas las páginas, una subjetividad que procede de la novela. Un diario desde luego no es, porque el personaje que sale allí no soy yo, es una creación literaria. La verdad es que ese debate me aburre. Hay una frase de Umbral muy interesante. Decía que en España «la novela es una suposición». Fíjate que el título es El mejor libro del mundo, no es La mejor novela del mundo.

¿Puede afirmarse que está en un terreno intermedio entre lo que viene después de Ordesa y lo anterior?

Creo que está cerca de Ordesa. Sí, porque es autobiográfica, los hechos son autobiográficos. Las novelas mías anteriores, Alegría, Nosotros y Los besos, no eran tan autobiográficas. Además, vuelvo otra vez a los territorios de la memoria familiar, propios de Ordesa.

¿Utilizas el mismo narrador que en Ordesa?

Creo que no. Creo que ha evolucionado, ha cambiado y es un narrador distinto. Es un narrador más marcado por el dolor de la existencia que por el dolor de la pérdida de los padres, que era el narrador de Ordesa. Además, este libro es mucho más cómico. La gente me dice que se ríe mucho con el libro.

Se puede afirmar que no eres tú este narrador, pero hay bastante de ti. Es un término intermedio entre tú y una figura ajena a ti.

Me pasa desde hace mucho tiempo y todavía no me explico. Debe tener su origen en haber sido poeta. Como la poesía utiliza materiales autobiográficos y los transforma, he aplicado el mismo proceso en la prosa. El narrador es una especie de vampiro que utiliza los hechos que yo he vivido, los narra a su manera, con una perspectiva que no es la de un ciudadano. Quien te habla desde las páginas es muy peculiar, muy particular, muy radical, muy hiperbólico, muy cómico, muy trágico, pero no es una persona serena, como yo ahora.

¿Y la hipérbole de la torre rumana? La novela empieza con el suicidio del narrador.

La literatura debe dar saltos en el vacío, debe asumir riesgos. Ese es uno de ellos. Cuando llegué allí, lo primero que pensé fue: qué maravilla de torre para tirarse. Claro, ahí aparece la dualidad entre el escritor y el ciudadano.

¿No sentiste miedo a ese pensamiento?

Pensé solo que era un sitio espectacularmente preciso y maravilloso para suicidarse. Y allí saltó la chispa de la fantasía y de la ficción, por eso sostengo que es una novela. Imaginé que me tiraba y quedaba bien en las páginas. Era un sitio espectacular para suicidarse. No había nadie abajo, te matabas seguro. También hay una falta total de respeto a la muerte porque realmente no me suicidé, y también es gracioso pensar eso. El libro está lleno de faltas de respeto a la solemnidad, a muchos valores que pasamos por buenos, decentes y maravillosos. Me ponen muy nervioso la solemnidad y la superstición.

«No hay nada en mis libros que no sea honesto».

Se nota también en la manera en que afrontas el mundo literario. Es el libro, entre los que he leído, que mejor cuenta sus entresijos.

Lo que no entiendo es por qué nadie lo ha contado antes. Me pareció una hipocresía total. La literatura española no se diferencia del periodismo, ni de la política, la empresa, la judicatura o el fútbol. Es una construcción de jerarquías y poder y no está mal que sea así. Es imposible conocer ninguna realidad si no está jerarquizada. De hecho, la construcción de la civilización es la construcción de jerarquías. Es un tema de origen kafkiano que yo llevo a la literatura española de una manera cómica. No me rasgo las vestiduras, pero es gracioso. Estás en un sarao literario, comiendo una croqueta con alguien, y de repente ese alguien se marcha porque ha entrado un escritor más importante que tú en ese sitio y se va a saludarlo.

Y en la cima de esa pirámide pareces colocar a Marías.

Tengo una admiración literaria enorme a Javier Marías. Ha sido el escritor español más atrevido y además milagroso, porque tuvo el respaldo de los lectores. Se puede ser arriesgado e innovador y no tener el apoyo de los lectores.

Vilas, en su casa de Madrid. Foto: LUIS DAZA

Cierto, él lo tuvo y en toda Europa. Después dices que Felipe González no se acordaba de quién era el escritor que le había metido en una novela, que fue Marías en Corazón tan blanco.

Todo esto es verdad. Estuve hablando con Felipe González y de repente dijo: «Ese escritor que me sacó en una novela, pero no me acuerdo de quién era». Yo creo que se acordaba y sabía perfectamente todo, pero le quitó importancia porque no le gustaba cómo salió. González siempre ha sido un gran lector, amigo íntimo de García Márquez, una persona vinculada al mundo intelectual.

En toda tu obra hay una fijación con América y utilizas además un tono que para mí es muy americano, muy próximo a Whitman y sus derivas.

Este libro es poco whitmaniano. Es más bien crítico y tiene su punto de depresión. Whitman es todo menos depresivo.

Pero mantienes tu fijación con América.

He vivido en Estados Unidos y es un país que me fascina. No hablo en el plano político, evidentemente hablo en el plano sociocultural. Es un país que a un escritor indudablemente le motiva muchísimo, porque todo es exagerado, todo es hiperbólico, y si eres escritor no te va a dejar indiferente. Me lo he pasado muy bien en Estados Unidos. Creo que en Europa no tenemos una visión adecuada de Estados Unidos. Pensamos en Nueva York, en Chicago. Yo viví en el Midwest, en la América profunda. En cualquier caso, es un país que por un lado me seduce y por otro me causa pavor.

Se tratan entre sí con brutalidad.

Son mucho más ricos que nosotros, tienen mucho más dinero. Por ejemplo, en la Universidad de Iowa está toda la literatura española. Ni en la Universidad Complutense de Madrid vas a encontrar los libros de literatura española que hay en la Universidad de Iowa. La primera vez que fui al departamento de español de la Universidad de Iowa me quedé anonadado. Había libros que en cualquier biblioteca universitaria española eran difíciles de encontrar. Tenían hasta plaquetas, publicadas en editoriales independientes. Hacía una foto, se la enviaba a un amigo poeta, y me preguntaba: «¿Dónde has encontrado eso?». Le decía que en la Universidad de Iowa y se quedaba alucinado.

Volviendo a las jerarquías, también se encuentran a niveles mucho más altos. Aparecen en lo que comentas sobre el miedo de Lou Reed a Bob Dylan, que eran estrellas cósmicas. Incluso a esos niveles hay jerarquías.

Cuando lo leí en una biografía de Lou Reed me morí de risa. Uno piensa que entre grandes estrellas el pastel que se comen es tan grande que no tienen por qué pensar que el otro está comiendo más que uno. Pero, sin embargo, ocurre. Lou Reed pensaba que sus discos no le gustaban a Dylan y por eso él siempre hablaba mal de Bob Dylan, hasta que un día, en una entrevista, vio que Bob Dylan hablaba bien de su último disco. Y entonces mandó a su secretaria a comprar todos los discos de Bob Dylan y empezó a hablar bien de él.

Manuel Vilas responde a las preguntas del escritor y socio de ACE Recaredo Veredas. Foto: LUIS DAZA

También, como en otros muchos de tus libros, sobre todo en Ordesa, hablas mucho del trauma y de la pobreza.

Sí, eso es congénito a mí. Tiene que ver con mi origen social y con venir de una familia de clase media baja española de los años sesenta. Eso causa un trauma psicológico que no se borra nunca. Es imposible que se me vaya de la cabeza. Tendría que ir a un psicólogo, a un psicoanalista a quitarme el trauma, y me costaría una pasta, y por esa pasta sufriría también. Así que no tiene arreglo. En cuanto al dinero, su presencia en mi literatura es la misma que hay en la vida de la gente. Lo que pasa es que la vida de la gente evita el tema. Al ser un libro escrito a los sesenta años, quería que no hubiera ninguna hipocresía. Los escritores cuando están juntos cenando, no hablan de los grandes temas de la literatura. Hablan de dinero, de adelantos, de agentes literarios, de si les han traducido al checo, al inglés, al francés, al alemán. Es un negocio. Eso no quita para que la literatura sea maravillosa. Creo que esa es la tesis fundamental del libro: el aterrizaje de la literatura al suelo, a la tierra.

Claro, el dinero es muy importante. Es evidente.

No supone un descrédito de la literatura en absoluto. Es un retrato completo. Ese retrato estaba incompleto porque llevo toda la vida hablando con escritores y viviendo con escritores. Todo escritor necesita lectores, necesita un editor y necesita una comercialización de su novela. Vivir de espaldas como si eso no existiera me parece un poco hipócrita. A muchos escritores esto no les gusta. Siguen pensando que su profesión es más bien vocación, tiene un origen romántico, divino. Se alojan más en los presupuestos estéticos del siglo XIX y están más cómodos allí, en una idealización del mundo de la literatura, aunque luego a la hora de la verdad pidan el mayor anticipo posible.

Para eso están los agentes.

Pero eso no deja de ser una comedia. Yo pienso que la vida humana es una comedia. La invoco todo el rato. Siempre hay una invocación de la comedia.

«Los escritores, cuando están juntos cenando, hablan de dinero».

Al igual que en la literatura, donde intentas romper la cuarta pared, también miras hacia lo orgánico. Aparece la juventud de la vejez, un término de McEwan, que se refiere a esa edad, en los cincuenta y los sesenta, donde surgen las pequeñas deformidades, los dolores de la espalda o estomacales.

Totalmente. Sí, efectivamente los males no definitivos, las pequeñas incomodidades del envejecimiento, las trato todas. Dolores de espalda, dolores de cabeza, depresión, ansiedad, angustia, todo lo que ocurre. El envejecimiento es horrible. No lo hago por epatar, ni nada por el estilo, simplemente porque está allí. Porque existe. Disculpa que haga un acto de inmodestia, pero creo que no hay nada en mis libros que no sea honesto, que no esté convalidado por la vida. No me invento nada que no le pase a un ser humano. No hay nada que no sea real. Cuando me pongo a escribir utilizo un filtro enorme: si es verdad o no lo que estoy diciendo. Por eso mi gran tendencia es autobiográfica, porque es la comprobación, como la prueba del algodón. Si me ha pasado, si yo lo he visto, si yo lo he vivido, tiene el comprobante de que eso es verdad y, por tanto, se puede incluir en un libro. Aquello que me parece falso en la vida no va a entrar en mis libros.

¿Cómo evoluciona el narrador hacia la decisión que muestran las primeras páginas, el suicidio, partiendo de la vida? Este narrador, hasta poco antes de la decisión, no está en un estado de ánimo tan bajo. Tiene sus bajones, pero también es exultante.

Es muy bipolar. Está a veces contento y a veces desesperado. La bipolaridad es el pan nuestro de cada día. La gente de repente está exultante y de repente está deprimida. El mundo es bipolar. Además, ahora está dividido en dos; fíjate en la polarización política. Un desquiciamiento que aterroriza a cualquier escritor.

Vilas defiende la honestidad en literatura

Eso es constante en la historia.

Sin duda, aunque la situación es mejor que la que vivíamos hace cincuenta años, pero también peor que la que viviremos dentro de cincuenta años, siguiendo esa tendencia histórica que defiendo, que tiene que ver con los avances históricos, con la progresión histórica, que es innegable.

Pero hay retrocesos.

Sin duda, el más espectacular fue la Segunda Guerra Mundial, que fue un retroceso colectivo inasumible. Pero luego, sin embargo, hay décadas de una progresión histórica y cultural extraordinaria. En el libro hay una idea muy divertida mediante la que quiero que el lector vea esto, que es la idea de llevarle una caja de amoxicilina a Baudelaire para curarle la sífilis. Se murió por no tenerla. O a Virginia Woolf, los antidepresivos de nueva generación.

Otra constante de esta novela es la presencia de la droga. Sobre todo en la novela te refieres a la droga farmacéutica.

En nuestra sociedad hay un primer equívoco: llamamos medicamento a lo que son drogas. La gente va al médico y le receta una cosa que él llama medicamento, pero no es un medicamento, es una droga con efectos secundarios. Lo bueno es que es barata. Por ejemplo, he tomado tramadol para los dolores de espalda y coloca bastante porque es un opiáceo. Vale un euro y medio, te sale la pastilla a veinticinco céntimos. Quiero quitarle la cara hipócrita al sistema: vas al médico, no te receta nada y sales jodido.

¿Cuál será tu próxima obra?

Estoy escribiendo una novela nueva y en marzo sacaré un ensayo sobre Kafka, en una colección que dirige Sergio del Molino.

¿Sobre su obra, la vida o las dos cosas?

Son inseparables. Creo que Kafka fue el mejor escritor de la historia. Llevó la literatura a los abismos del conocimiento. Para mí es más grande que Cervantes, más grande que Shakespeare, más grande que Homero. Lo que pasa es que su fama ha empezado en el siglo XX, pero es mil veces mejor escritor que cualquier otro escritor del mundo. Lo dijo Elías Canetti, que tiene una frase donde dice que ante Kafka cualquier escritor es menor.

Vilas publicará en marzo un ensayo sobre Kafka en un proyecto editorial que dirige Sergio del Molino

Kafka no creía en la función social de la literatura.

Eso no estaba en su cabeza. Entonces, claro, cuando un escritor escribe sin función social ya es un alienígena. Ya se ha ido. No se sabe dónde. Tú y yo escribimos creyendo en la función social de la literatura, pero Kafka no. Pensaba que era más un escribiente que un escritor. Estaba obsesionado con escribir, pero no con publicar. Es un universo muy complejo. Es un ser humano fascinante y es un escritor fascinante.

¿Crees que hay más kafkas por ahí que nunca han sido descubiertos o es una leyenda y todo lo que tiene cierto valor ha sido descubierto?

Creo que todo lo que tiene cierto valor ha sido descubierto. De todas formas, en el caso de Kafka hay una cosa maravillosa, que es alimento espiritual para cualquier escritor, y es la amistad profundísima entre Max Brod y Kafka. Cómo es posible que dos seres humanos se quisiesen tanto desde la amistad. Me parece una de las cosas más enormes de la historia de la literatura, la amistad entre Brod y Kafka. Brod, en el año 38, cuando están los nazis en las puertas de Praga, no se lleva relojes de oro o joyas para poder sobrevivir. Se lleva los manuscritos de Kafka en una maleta. Se lleva la obra de su amigo porque cree que en la obra de su amigo hay algo extraordinario, hay algo sobrenatural, y eso me parece fascinante.

 

El mejor libro del mundo, Manuel Vilas, Destino, septiembre de 2024, 592 páginas. 


EL AUTOR

RECAREDO  VEREDAS  (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha publicado diez libros. Incluye los poemarios Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Esa franja de luz (Bartleby, 2019), el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016), la recopilación de testimonios Todo es verdad (Sílex, 2020), las novelas Deudas vencidas (Salto de Página, 2014) y Amores torcidos (Tres Hermanas, 2021), las colecciones de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006). Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior,  Letras Libres y Revista de Letras. Su última publicación tras Vida después del sueño (Sílex, 2021), co-escrita con el editor Ramiro Domínguez Hernanz, es Soberbia (De Conatus, 2024).