El color de la sombra

Poeta, escritor, cantante, fotógrafo y, sobre todo, hombre comprometido con la dignidad, en su último conjunto de versos se baña en el mar de la humildad. Así, 40 huellas & 1 denuncia es un poemario otoñal que anima a mantenerse alerta ante el propio desmoronamiento.
© JOSÉ LUIS MORANTE

En el sinsentido social de un presente enfermo, que deja su aire tóxico en la convivencia colectiva por la presencia de tantas ramificaciones apocalípticas –las guerras, los desastres climáticos, las desigualdades de riqueza, las hambrunas, los naufragios emigratorios, el vacío, la incomunicación y la grisura de la soledad– es más necesario que nunca el refugio de la escritura, el recorrido por un territorio de emociones, capaz de mostrarnos el faro encendido de la esperanza y la senda de luz de las palabras.

Alberto Ávila Morales, poeta de largo trayecto y cantautor de conocida presencia en lecturas y escenarios, ha hecho del surco escrito un semillero de entregas que germinó en las estaciones Para Isabel. Gritos de amor contra el Alzhéimer (2011), La muerte de Dios (2015), Del Humor, al Amor, al Horror (2016), Atenta Mente Vuestro (2018) y La voz inerte (2023).

Son mimbres de un realismo especulativo que hace de la presencia verbal y su relación con el entorno una conversación de voces y silencios; un aprendizaje de lo imprescindible. Queda en el ejercicio literario, como en un cuaderno de campo, la textura sentimental del hablante lírico. La poesía evoca fragmentos significativos del recorrido existencial. Sortea sombras en el corredor tenaz de la memoria.

En 40 huellas & 1 denuncia el aliento de voz toma la palabra para enfrentarse a un tiempo impredecible, una transición de madurez que despierta el afán de mantenerse en vela frente a erosiones y carencias. En nuestro aprendizaje fragmentado el tiempo se convierte en azar y destino, reconstruye una identidad que se asoma al frío interior de los espejos.

Así lo corroboran estos versos del poema inicial “Entre dos aguas”: “Aún no me siento tan viejo / como para canonizar lo cotidiano / ni tan joven como para obviar lo inevitable, / pero ya el aire se huele frío / y la noche se alza más alta…”. En la amanecida se hace necesario asumir el desamparo y pronunciar un mensaje de presente continuo. Existir es ser, abrir la cicatriz del día y depositar en el surco sombrío de lo perecedero una herida de luz que marque con trazo firme la cercana silueta del horizonte, ese lugar donde conviven lo etéreo y lo intangible.

Vivir es ir sumando carencias.

Las connotaciones personales conceden al pensamiento en vela algunas respuestas. Dentro del manso cauce del día, el fluir de la conciencia sabe que la condición de ser está marcada por la piel frágil de lo transitorio. El despertar avanza con las manos desnudas. Hechos de retazos, nos convertimos en sedentarios transeúntes al paso que van dejando entre las gravas del camino las bifurcaciones y cambios de rumbo que generan las dudas.

Estamos acortando distancias en un viaje otoñal que habrá de transformarnos en hijos de la tierra. Caminamos con tacto vacilante, sintiendo que alrededor van creciendo muros de silencio. Acaso sea el destino quien decida el itinerario que lleva hasta el ocaso, una estación de resplandor oscuro que guarda en su quietud la fría piel de la ceniza.

Alberto

Ávila Morales, cantante, escritor, fotógrafo…

El perfil del ser busca permanencia en las palabras. Cada gesto vital es solo un leve parpadeo. La plenitud del verbo es un atisbo que aventará el viento del olvido, así que conviene reservar dentro los anclajes necesarios que mantienen la claridad auroral. Una claridad de pantalla encendida que recuerda al cine y que manifiesta una nítida empatía por la sucesión de planos y la travesía entre el color y el blanco y negro.

Las secuencias generan instantáneas donde emerge una escritura incisiva, que sienta las interrogaciones en las butacas de sesión continua. La introspección hace del balance vivencial una razón de ser. Habitamos una realidad anodina, del color de la sombra, alzada con materiales humildes que no protegen del cansancio, el desaliento y la decepción.

El título es un guiño a las páginas autobiográficas de Pablo Neruda.

Vivir es ir sumando carencias: “A la postre hube de operarme de los ojos / porque siempre supuraban fantasía, / me anegaron de gotas de congoja / y ya no sé ver más que lo que veo”. Comenzar a ver es habitar las dimensiones del patio interior: el sustrato existencial.

En el proceso de composición de Alberto Ávila Morales se dibujan los trazos de un yo poético narrativo. La escritura alza las manos al techo de la naturalidad para compartir el leño encendido de lo humano. La vida es la trama básica de 40 huellas & 1 denuncia, título que hace un guiño a las páginas autobiográficas de Pablo Neruda. Las palabras conforman un largo soliloquio en el que predomina la reflexión, el buceo en una atmósfera inmersiva, en una zona de penumbra.

Otra obra comprometida de AAM.

La inercia de lo cotidiano acumula incertidumbres y contradicciones. De esa materia verbal está hecho el clarificador poema “Estilo”. Quien pone cauce al credo incierto del pensamiento no persigue condecoraciones ni púlpitos celestes. Solo busca asentar raíces en los azarosos relieves de lo doméstico. Sentir que en su respiración desacompasada están las erosiones y los sueños, las abiertas cicatrices que conforman los efectos secundarios de quien amó y fue amado, de quien acepta contemplar el costado abierto por el oficio de vivir. Un oficio donde también se escucha el murmullo del otro, la tierra común del nosotros.

Por ello, el ego pensante no duda en cuestionar la violencia y la barbarie que ensucian la tierra frágil de lo colectivo. La mirada poética se hace denuncia y grito, implicación y compromiso para buscar la grieta abierta de una austera estación de lejanías llamada porvenir.

La poesía de Alberto Ávila Morales escribe en el agua de la humildad. Se hace árbol de sombra para cobijar lo humano. Recuenta anotaciones vivenciales que salen al aire, sin afirmaciones trascendentes, solo como lluvia que empapa esas aceras del atardecer que, poco a poco, se van llenando de silencio.

 

40 huellas & 1 denuncia, Alberto Ávila Morales, Visión Libros, 2024.


EL AUTOR

 

JOSÉ LUIS MORANTE (Ávila, 1956) es profesor, poeta, editor, ensayista y crítico literario. Su obra poética se recoge en las antologías Mapa de ruta (2010)  Pulsaciones (2017) y Ahora que es tarde (2020). Ha preparado ediciones de Juan Ramón Jiménez, Joan Margarit, Eloy Sánchez Rosillo, Luis García Montero y Karmelo C. Iribarren.

Como aforista ha publicado Mejores días (2009), Motivos personales (2015), la antología Migas de voz (2021) y  Planos cortos (2021). En 2022, se publicó su libro de poemas Nadar en seco.