Ojos para mirar distinto

El poeta granadino Javier Gilabert (1973) nos recuerda, en su último poemario, la importancia de educar la mirada para lograr que se detenga el tiempo. Todavía el asombro es un poemario de premio de un autor-hormiga dueño de una cohesión literaria poco frecuente.
© JESÚS CÁRDENAS

En un mundo tan hostil como el nuestro es necesario mirar distinto, mirar con ojos renovados, así la realidad, tal vez, rivalice en menor medida con los seres. Asimismo al mirar distinto también se logra al percibir de otra manera la realidad, con ojos de niño, con la alucinación y la perplejidad de quien acaso observa por vez primera.

A este respecto, Todavía el asombro, poemario ganador del XV Premio Internacional de Poesía Blas de Otero-Ángela Figueras de Bilbao, correspondiente a Javier Gilabert. Tras las publicaciones en solitario, PoeAmario (2017), En los estantes (2019), nos revela este libro, bellamente publicado por la editorial El Gallo de Oro, que nos encontramos ante un poeta cuya pista se debería seguir.

En el acertado preliminar escrito por Julen A. Carreño se destaca que la voz de Gilabert “invoca una presencia […], siendo ella el mundo mismo que convoca. Y al escrutar su origen, descubrimos que es su germen una caída en el tiempo”. Bien entendido, en el discurso poético del maestro granadino hay un acto de mirar las cosas a través de las lentes del pasado. Y es en ese pasado –literario y también real– donde reconocemos al poeta hormiguita que, sin prisa, nos entrega un conjunto poético con el que poder deleitarse. Tanto es así que su propuesta nos conduce irremisiblemente a redescubrir nuestro alrededor –y de paso, la poesía–.

La planificación del libro se ajusta a una obra urdida al milímetro, pues posee una entidad fruto de la cohesión de sus partes. Todavía el asombro consta de cuatro secciones, compuestas a su vez por trece composiciones breves, numeradas, de tres a siete versos sucesivos agrupados en una o dos estrofas, a la que se añade un tierno soneto dedicado a su mujer e hijos.

Esta planificada estructura nos encamina, a través de galerías íntimas del ser, en busca de resquicios que escrutan la luz, al modo de la mejor tradición mística. Todo ello encuadrado por citas de dos poetas latinos, Catulo y Marcial. Y como apostilla téngase en cuenta que la obra rinde homenaje al tan querido Rafael Guillén.

El poeta se refiere a la contemplación, a la humildad de la mirada, a la atención.

En la primera sección cuyo epígrafe resumido es “La voz” supone una puesta al día del Tempus fugit, donde el sujeto es consciente de la existencia, que mima como a un arbolito diminuto, reclamando en el esfuerzo por la atención detallada que exige de nosotros .

Así, el comienzo del poema I: “Se trata de mirar, es el secreto, / pues no basta con ver: / mirar requiere esfuerzo e intención. // Es cuestión de paciencia”. Ofrecerle importancia a lo que es baladí nos distrae de lo esencial de nuestro tránsito por el mundo. He ahí el error como expresa Gilabert: “Damos tanta importancia / a lo que no la tiene, / que andamos más de media vida lejos / de nuestra propia vida, ensimismados”.

Íntimamente ligado al anterior, se halla la segunda sección, resumida en “El instante”. En estas composiciones, tan condensadas como las primeras, vuelve a ofrecernos otra clave en el poema primero: “Has de mirar el mundo con unos ojos nuevos: // la perspectiva aúna / lo inmensamente bello de lo simple”. Del mismo modo en que se oculta la luz, aparece el envés de la existencia, la oscuridad como símbolo de la muerte, pero también el miedo que corroe el interior del ser.

Así, en poema XI, mediante la hermosa analogía del diminuto árbol de donde emerge la esencia del ser, que se corresponde con una poesía que no precisa más que de unos sobrios versos: “El árbol muestra al despojarse / de lo que no precisa / la humilde entrega del estar despierto. // Vivir no necesita más adornos”.

Gilabert es un poeta de la luz en el sentido metapoético.

“La luz” es motivo central del libro y resumen de la tercera sección. Uno de esos símbolos que representa la tradición judeocristiana, empleado por un modo magistral ya por los poetas griegos. Juan Ramón Jiménez se inquietaba: “no sé dónde está la luz” y luego sería “su anhelo creciente de totalidad”. Poeta de la luz en el sentido metapoético, Eloy Sánchez Rosillo declaraba la plenitud en la mañana donde fluía, tal vez persiguiendo una manera de redescubrir el mundo: “He vuelto a este lugar del corazón, y hay / una luz semejante a la que había aquí /en mis años primeros”.

 

El poeta granadino, en una imagen extraída de su página web.

Y de esta manera tan sutil conecta Gilabert con esa tradición literaria: “En esa rara luz de la mañana / donde lo puro afloja y se apodera / voraz del pensamiento, / descubro que hay silencio en mi interior, / la descarnada urdimbre del poema”. Los poemas no están exentos de recursos, como se muestra la conciencia interna mediante el uso de la paradoja: “El umbral de la luz es un camino / que se ha de recorrer con valentía. / Basta saber mirar sin la mirada / para adentrarse en él y ser consciente / de que conduce siempre al interior”.

La última sección, “El poema”, se asemeja a uno de esos estratos por los que la lectura ha podido llevarnos, aunque sea más evidente en estas composiciones. El poeta granadino se refiere a la contemplación, a la humildad de la mirada, a la atención, a la fascinación del espacio creativo poético. Magnífico recuerdo de Cernuda nos traen estos otros versos, otra clave más que revela la poética del conjunto: “Si el poeta conserva la mirada / del niño que descubre / el mundo con sus juegos, / y aprende a reflejarla en las palabras, / tendrá ante sí la esencia del poema”.

En resumidas cuentas, Javier Gilabert logra en Todavía el asombro que los lectores reflexionemos sobre la existencia en torno al modo de mirar. Queda, siguiendo su invitación, por detenernos en lo sencillo, lo importante, lo natural. Según miremos con afán de redescubrir, la realidad y la poesía volverán a prendarnos.

 

Todavía el asombro, Javier Gilabert. El Gallo de Oro. Bilbao, 2023, 108 pp.


EL AUTOR

JESÚS CÁRDENAS (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1973) es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Como investigador literario, ha escrito ensayos y dado conferencias sobre Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, García Lorca, Pier Paolo Pasolini… Como crítico literario colabora con reseñas en diferentes revistas literarias.

Hasta la actualidad es autor de los libros de poemas: La luz de entre los cipreses (Sevilla, 2012), Mudanzas de lo azul (Madrid, 2013), Después de la música (Madrid, 2014), Sucesión de lunas (Sevilla, 2015), Los refugios que olvidamos (Sevilla, 2016), Raíz olvido, en colaboración con Jorge Mejías (Sevilla, 2017), Los falsos días (Granada, 2019) y Desvestir el cuerpo (Madrid, 2023).