Eloy Tizón y la brecha de la realidad

Los relatos de Eloy Tizón se hacen esperar. Se cuecen a fuego lento y el resultado no suele decepcionar. Como esta Plegaria para pirómanos que demuestra la vocación dinamitera de Tizón en cuanto autor libérrimo y renovador del género.
© JUAN ÁNGEL JURISTO 

Lo suyo es la mirada, o mejor, la forma de mirar. Pero para ello se requieren dos cosas: que se mire de una manera determinada y, luego, que se reflexione sobre ese modo de ver, porque ya entramos así en lo privativo de lo que es una visión, una categoría más del acto de mirar. Aquí no importa, en principio, el valorar la calidad de esa mirada sino que conlleva ante todo el alejamiento del lugar común, la supresión  del tópico, incluso, ya que cuando resaltamos una manera de mirar se da por supuesto, lo que tiene de única, por lo tanto, de arriesgada, hasta tal punto que de este escritor bien se puede decir que su mirada es su estilo.

Eloy Tizón (Madrid,1964) es uno de los narradores más  genuinos de la literatura en español de los últimos años y, para mí, uno de los incontestables del relato, del que han hecho en sus cuatro libros de cuentos publicados, Velocidad de los jardines; Parpadeos; Técnicas de iluminación y esta Plegaria para pirómanos que nos ocupa.

Todos estos títulos comparten un hecho sorprendente: leyéndolos dan la impresión de que expresan una realidad entrevista por vez primera. Creo que esa impresión es la consecuencia de una peculiar forma de mirar que se dirige hacia la quiebra de lo cotidiano. Cada cuento, además, acoge un estilo que está sólidamente imbricado en esa mirada.

Parecería que el relato, dinamitado ya por el excesivo uso del lugar común, demandase sus dinamiteros: de una manera u otra y, pesar de que se parecen poco, tengo para mí que, en lo que respecta al relato y novela corta, tanto Eloy Tizón como Roberto Bolaño son parte esencial de esa renovación: pienso en obras como Seda salvaje o Labia, en Eloy Tizón o Estrella distante y, si me apuran, Una novelita lumpen, en Bolaño.

Parecería que el relato, tras tanto lugar común, demandase sus dinamiteros.

Eloy Tizón escribió en Cuadernos hispanoamericanos en mayo de 2022 sus reflexiones sobre el estado del cuento en España, bajo el título de “La herencia descentrada”,  lo que equivale a dejar constancia de su estética sobre el mismo: “Da la impresión de que el Aleph se ha hecho añicos y que sus trozos se han fragmentado en nuevos trozos, hasta formar diversas constelaciones sin demasiadas conexiones entre sí».

También recalca su opinión, en dicho artículo, de que al cuento literario le han estallado las costuras. «Caminamos hacia un cuento desinhibido e híbrido, mezcla de narración, poesía, ensayo, fábula, apólogo, guía de viajes… Todo relato breve digno de perdurar es relato limítrofe”, sostiene Tizón, y, luego cita a algunos autores que cumplen o atisban en sus obras estos diagnósticos: Mariana Enríquez, Samanta Schweblin en Siete casas vacías, María Fernanda Ampuero en Pelea de gallos, Socorro Venegas, Laura Ferrero, Mónica Ojeda, Carmen Alemany, Cecilia Eudave, Katya Adaul, Antonio Ortuño y Marcelo Luján, incidiendo en su libro La claridad.

El artículo sigue citando nombres de forma exhaustiva hasta crear un catálogo donde se nota la preocupación de no dejarse a nadie en el tintero; pero a nosotros nos interesa reproducir los autores citados más arriba, y no otros, porque acompañan a Eloy Tizón en ese modo de concebir el cuento actual como dador y testigo de una quiebra de la realidad, que es la base de la que parten los nueve relatos que forman Plegaria para pirómanos.

Tizón y Bolaño son parte esencial de la renovación de la narración corta.

Nueve relatos que parecen sugerir una cifra mágica, pues un libro de J. D. Salinger publicado en 1953 llevaba el título de Nueve cuentos, un libro que expresaba también una quiebra de la realidad y que contenía un relato inolvidable «El día perfecto para el pez banana”.

Eloy Tizón (Madrid, 1964).

Así, “Grafía” se presenta como un catálogo de citas, de Harold Bloom, Franz Kafka, Samuel Beckett, Paul Morand, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, Oscar Wilde… Tizón siente la vocación de Homero y de Georges Perec por el catálogo, una lista que presenta el narrador, un autor que había escrito un opúsculo llamado (r)ictus que “carecía de signos de puntuación y de mayúsculas, no tenía final ni comienzo. La numeración era aleatoria: a la página 37 sucedía la 6. Podía ser leído en cualquier orden. En algunas páginas el texto aparecía invertido, cabeza abajo, para obligar al lector a torcer el cuello o dar a vuelta al volumen y perderle el respeto al libro. La portadilla estaba colocada al final”. El narrador, el inefable Erizo, reproduce esa quiebra de la realidad forzando hasta la parodia el modo de digerir posmoderno en un relato muy divertido.

Lo suyo es la mirada, o mejor, la forma de mirar.

Todo lo contrario que “El fango que suspira”, un cuento terrible que habla de la soledad en términos de índole cósmica teniendo como base la muerte de una anciana que vive sola en un piso. Se trata de un relato de esos que Tizón calificaría de limítrofe y que, en gran medida, posee esa tremenda coherencia que da el poseer una visión casi premonitoria.

“Agudeza” se presenta al modo de una patología de la timidez mientras que “Dichosos los ojos” se modula como un catálogo, una lista de imágenes que merecen tanto la pena que da gracias por poseer la facultad de mirar: entre esas imágenes se hallan desde el Country Club limeño de Un mundo para Julius hasta Papá Noel haciendo la cola del paro, pasando por la lluvia de ranas sobre Los Ángeles en la escena final de Magnolia o  la lápida de su hermana en el cementerio de La Almudena.

Y así, esa conversación que se traen entre manos Magnes y Cordelia en “Anisópteros”, las dificultades que semejan un juego y que parecen remedar los trabajos de Hércules en “Cárpatos” o la misiva del narrador a Marianne en “La confirmación del susurro”.

Todo ello nos habla de dar cuenta de esa quiebra al modo salmódico, una plegaria para una realidad que arde.

 

Plegaria para pirómanos, Eloy Tizón. Paginas de Espuma, Madrid, 2023, 190 pp.


EL AUTOR

JUAN ÁNGEL JURISTO.  Escritor, crítico y periodista, nació en Madrid en 1951. Estudia filología española en la Universidad Complutense. Ha colaborado, entre otros medios, en El País, dirigido la revista literaria El Urogallo y la sección de cultura en El Independiente y El Sol. Ha ejercido de crítico en La Esfera, del diario El Mundo. Más tarde se incorporó a La Razón y actualmente colabora en ABCD las Artes y las Letras. Ha colaborado en las más importantes revistas literarias y culturales españolas. Es autor de los ensayos Para que duela menos (1995) y Ni mirto ni laurel (1998). Es autor de tres novelas: Detrás del sol (2006), El hilo de las marionetas (2008) y Vida fingida (2012).