Ángel Guinda en la noche del sol: un homenaje y su libro póstumo

El autor aborda un emocionado homenaje al poeta Ángel Guinda, fallecido en enero de 2022, y se adentra en Aparición y otras desapariciones, su libro póstumo, un diálogo con la muerte avistada en el horizonte y con sus seres más próximos.
© ÍÑIGO LINAJE

Hace apenas año y medio, Ángel Guinda dejó un reguero espeso de tristeza en todas y en cada una de las personas que lo quisieron, que lo quisimos, que lo queremos aún ahora: más allá del adiós. El poeta convivió con la enfermedad al final de sus días, pero con la misma entereza apasionada con la que había vivido cada uno de sus setenta y tres años. Finalmente, y como él mismo había anunciado en uno de sus textos, la muerte ganó la partida. El día 29 de enero de 2022 no fue un día: fue una noche. Una noche sin sol.

Los dos últimos libros de Ángel Guinda

La muerte, un tema capital en la poesía y el pensamiento a lo largo de la historia, fue una preocupación constante en la trayectoria del autor. Y lo fue desde su nacimiento, ya que el adiós prematuro de su madre y el sentimiento de orfandad y de vida amputada que esta le dejó, determinaron por completo su existencia. “A quien me dio la vida por destino, le devuelvo el destino de mi vida”, escribió una vez. “Yo nací el mismo día/que se murió mi madre”, escribió antes de marcharse.

Ángel Guinda fue, sin embargo, un ser arrollador y lleno de vitalidad. Un hombre entregado a los placeres de los días y a las pasiones de las noches. Un hombre que, como muchos de nosotros, vivía rodeado de fantasmas y miedos y soledades. Nadie puede olvidar ahora la personalidad entrañable del aragonés: su generosidad incondicional, su amor por los demás, su ansia desatada de vivir que, a la vez, era un deseo perpetuo de reír y de compartir su alegría con los otros. Y es que no hay sintagma que defina mejor su proyecto estético y vital que el título de su primer libro: Vida ávida (1980). En aquella obra seminal, estaban ya todos los Guindas posibles: el poeta existencial, el del compromiso político, el ciudadano ético y solidario, el que jugaba con el lenguaje. Independiente y aguerrido, irreverente e insobornable, alejado por principio de salones y burdeles literarios, Guinda pertenece -por edad- a la generación del 68, y su nombre ha quedado adscrito a ciertos poetas periféricos -con marchamo de malditos- como Eduardo Haro Ibars y Javier Egea.

Si los hitos poéticos del autor se dibujan en los picos gemelos de Vida ávida y Espectral (subversivo y arrebatado el primero; visionario y alucinado el segundo), no se quedan atrás La llegada del mal tiempo y Conocimiento del medio; tampoco publicaciones más recientes como (Rigor vitae) y Catedral de la noche. En todos ellos, y en los que publicó hasta llegar a la veintena, encontramos una voz sólida y brillante, una voz que mezcla una herencia literaria perfectamente asimilada con su propio bagaje vital. Sin olvidar su faceta de traductor (trajo a nuestra lengua la voz de Florbela Espanca o Ana Cristina Cesar), hay que destacar su labor como ensayista, integrada por tres libros de aforismos y el recopilatorio La experiencia de la poesía (2016). Este último reúne los manifiestos que escribió desde los años setenta, unos documentos tan críticos como aleccionadores que contienen sentencias tan lúcidas como esta: Ser poeta no es una profesión. Ser poeta es una posesión. Así concibió siempre su trabajo: como un aprendizaje interminable al margen de las servidumbres de la moda y los caprichos del mercado.

Con motivo del primer aniversario del fallecimiento del poeta, la editorial Olifante publicó hace unos meses los poemas que esbozó -dolorosamente- los últimos años de su vida, que coinciden con los cuatro de su enfermedad: Aparición y otras desapariciones. Una entrega que viene a cerrar el círculo de su poesía, a la espera -claro está- de la edición de su obra completa. Continuación natural de su poemario anterior, Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones (2020), y dividido como aquel en dos cuadernos distintos pero complementarios, Aparición y otras desapariciones no aporta novedad alguna (no hace falta) a la producción del autor. Y es que Guinda sigue indagando aquí en los misterios de la muerte y el paso del tiempo, con una conciencia brutal -eso sí- del acabamiento y el presentimiento obsesivo de su despedida.  Así, en las primeras páginas del libro, leemos: “Cuando me muera/no será mi desgracia que no viva, /sino dejar de verte vivir, /dejar de verte dar vida.”

Integrado por cincuenta y siete composiciones -breves, en su mayoría- en estos poemas póstumos toma sentido, más que nunca, la dimensión existencial del pensamiento del autor. Tal vez la cercanía del final hace más palpable la angustia y el dolor que recorren estas páginas: ese terror de la vida al que se refiere en “Los ojos del poema”. En esa encrucijada, al poeta solo le queda el asidero del recuerdo y el amor: “Llévate todo, pero no te lleves/los recuerdos ni la melancolía”, dirá al final del volumen; antes: “Ya no te veo, pero estoy mirándote/ en las calles que andan por el cielo. /Inhalo solo el aire que tú respiras. /Para sobrevivir”. Sin embargo, en ese ejercicio cruel de introspección, el poeta se contempla -inevitablemente- en los túneles del tiempo y en los ojos del miedo, y no puede sino constatar la fragilidad de su presente. Algunas piezas -verdaderos autorretratos- son especialmente reveladoras, como la titulada “El desobediente”: Me dijeron no bebas, / pero seguí bebiendo, /me dijeron no llores / y lloré aún más.

Son muchas las constantes de su trayectoria las que iluminan esta obra, tanto en sus aspectos técnicos como temáticos. Formalmente, predomina la línea minimalista (vía Ungaretti) que Guinda exploró a partir de Biografía de la muerte (2001) y Toda la luz del mundo (2002), y cuyo ejemplo más sobresaliente aquí es “Ruego al destino”, donde escribe: Dame tranquilidad. / Déjame en mí y llévatelo todo.  Notable es también, como en el resto de sus trabajos, el uso de paradojas e inquisiciones retóricas, los versos lapidarios que, desgajados del contexto del poema, funcionan como aforismos o proverbios morales: Saber es la riqueza de lo que no se tiene. O: Decir verdad es decir vida. Decir vida es no querer morir. Lo mismo sucede con los motivos que inspiran los textos: el paso del tiempo, el amor y la muerte -el eje vertebral de su escritura tanto en prosa como en verso- están muy presentes en estas apariciones, aunque en un grado exacerbado, y marcados a fuego -siempre- por la indefensión y el miedo. No obstante, hay espacio para las evocaciones del pasado y también para el compromiso: No es personal mi sangre, es colectiva. /Han escrito mis poemas todas las sangres que me transfundieron, dice en “Anemia II”.

Si la desolación y el descreimiento dibujan en el primer cuaderno un paisaje dominado por la ausencia y el vacío, el segundo incide en la soledad como realidad congénita del hombre y encuentra alivio (otra vez) en el amor. Igual que sucede en Los deslumbramientos, que comparte con este la misma postura estoica ante la amenaza del destino, hay en estos versos un examen de conciencia a corazón abierto: el que deriva del diálogo claustrofóbico del poeta consigo mismo. El resultado es el testimonio terrible (pero literariamente hermoso) de un hombre que se agarra febrilmente a la vida en sus postrimerías. El canto de cisne de un escritor que, en un esfuerzo colosal, nos regala el relato íntimo de su decadencia: la decadencia insufrible de un alma que se rebela ante el adiós y que, a veces, grita, llora, balbucea. De esta manera, encontraremos en el libro piezas perfectamente acabadas (“Tu cuerpo”, “Respiración”, “Amanecer con lluvia”, o “El convaleciente”) junto a bosquejos y citas autorreferenciales. El carácter provisional (o inconcluso) de alguno de estos textos confiere a Aparición ciertos vínculos con otras obras terminales de la poesía española contemporánea, como Fragmentos de un libro futuro, de José Ángel Valente, o Arras, de Luis Feria. Guinda bien podría haber firmado este dístico del autor canario: La sombra del ciprés es casi paz. /Si el tiempo da al morir, detenlo aquí y ahora.

Más allá de los versos del poeta, hay más palabras brillantes en estas páginas, ya que la publicación viene escoltada por dos notas muy emotivas de Trinidad Ruiz Marcellán y Raquel Arroyo. Mientras la editora destaca el magisterio que ejerció el poeta entre las jóvenes generaciones y su conducta ejemplar, Raquel Arroyo -testigo directo del proceso creativo- da cuenta de los pormenores de la gestación del libro. Hay que señalar -en este punto- que Aparición y otras desapariciones es una obra inacabada y, por lo tanto, no supervisada del todo por su autor. Tal y como afirma su viuda, “este libro no sería el mismo si Ángel Guinda siguiera entre nosotros”. Y es que, al abordar su testamento poético, no podemos obviar las circunstancias en las que fue concebido: la decadencia física, la merma anímica e intelectual, las dificultades -incluso- a la hora de escribir. Tampoco la disciplina severa que el aragonés se imponía en sus correcciones: una autoexigencia que le llevaba a revisar sus textos cientos de veces (las pausas, la adjetivación, los silencios) hasta dar con la expresión más precisa. De esta forma, explica Arroyo, si la primera parte del libro estaba cerrada en su versión definitiva, la segunda es una selección del material encontrado en cuadernos y libretas que, por su temática y cronología, pertenece a este proyecto.

Ángel Guinda vive ya encarnado en sus últimos poemas: en todas y en cada una de las palabras que escribió a lo largo de sus días, al amparo de sus noches, al dictado de sus visiones y de miles de horas iluminadas, iluminadoras. El hombre que se bebía la vida con la avidez del tiempo que se acaba, el que esculpió con rabia de trovador adolescente esa obra maestra titulada Espectral, el Poeta que recorrió los laberintos del lenguaje hasta agotarse en un silencio inevitable, nunca ambicionó la gloria literaria ni destino más alto, sino todo lo contrario: el don de la perseverancia. Ángel Guinda fue ejemplar en muchos sentidos: en su humildad, en su discreción, en su mirada solidaria. Y nunca escribió impunemente. Lo hizo siempre con valentía y verdad, con fe y autenticidad; esto es, con voluntad de permanencia.

No es posible traducir el vacío del adiós. No es posible devolver la vida a quien ya no está. No existen diccionarios de silencios -escribe Ángel al final- pero existen huellas imborrables, mágicos instantes, fotografías de recuerdos…Recuerdo muchas anécdotas junto a él. Recuerdo su risa estrepitosa ahora: la alegría inmensa de vivir en un presente continuo, su celebración exaltada del amor y la amistad. Y el ímpetu de la resistencia; frente al dolor, la injusticia, el oprobio, la mentira. Y ese último mensaje -nunca póstumo- a modo de advertencia: Me voy, me voy. / No me busquéis. /Me voy para volver. /Me voy para quedarme.

Aparición y otras desapariciones. ÁNGEL GUINDA. Olifante. Zaragoza, 2023.


EL AUTOR

IÑIGO LINAJE  (Vitoria, 1974) cursó estudios de Filología Hispánica en la Universidad del País Vasco. Es autor de cinco libros de poemas, entre los que destacan Breviario íntimo y Nunca más adiós, editados por Olifante Ediciones de Poesía. Escribe en los periódicos El Correo y Diario de Noticias, así como en las revistas Turia, Culturamas, Clarín y Vanity Fair. Próximamente, se editará el primer volumen de su diario personal bajo el título Una radiografía de la soledad.