El valor de la poesía sin orgullo

Tras ‘La casa grande’, que tuvo un feliz recorrido, Rosana Acquaroni publica, también en Bartleby, sus ’18 ciervas’, una obra que trasciende el yo para ofrecer una fiesta plural de voces, tiempos y lugares.
© CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS

Me lo dijeron hace poco, y tomé buena nota, aunque no creo que me aplique el cuento porque a cierta edad uno ya es incorregible. Me dijeron: «Si fueras menos orgulloso, serías mejor escritor». A veces uno se entera de lo que es, de lo que no es, por boca ajena. Y sucede como una especie de revelación.

Así supe hace años de que era miedoso; y, ahora, también orgulloso. Pobre de mi defensa que esgrimí el poema de Valente dedicado a este pecado capital en Siete representaciones: «Orgullo es la pasión de un dios acerbo. / Un dios que se alimenta de su propia miseria. / Ciego de ver, destruye sus altares / y asume el llanto y el rencor del hombre».

La revelación me llevó a comprender mejor mis blindajes de la forma poética. Comprender por qué mis poemas son tan abstractos, por qué responden a esa necesidad de urdir métricamente el poema, aunque escriba en prosa. Antes creía que era por puro miedo, que me refugiaba en la prosa metrificada como en una especie de celosía, el emparrado del lenguaje, una de cuyas cimas pudiera ser, sin querer comparar, la poesía de Góngora o Lezama Lima. Todo muy barroco.

Pero ahora veo que detrás y por encima de todo ello está también el tupido entramado del orgullo, todo muy español, aunque se me ocurra compararlo ahora con esas tiendas de fieltro que los mongoles hacen impermeables a base de trenzar pura crin de caballo. Ya digo que no creo que me aplique la sabia lección, válida no tanto para ser mejor escritor, sino para ser mejor persona, más soluble en el devenir de seres que fluyen en el mundo.

Este libro rezuma una convicción que le da la altura y hondura enunciativa

En esas estaba cuando cayó en mis manos 18 ciervas, el último libro de poemas de Rosana Acquaroni. Vi ahí, en el libro que Bartleby ha publicado inmediatamente después del mío, Lisergia, cómo cuaja mejor la poesía, perforado el miedo, que se diría que es cerval, y sin noticias del orgullo, con esa sana asunción de lo que venga: «Hay que vivirlo todo», lema del magnífico poema inicial.

Liberado del lastre del orgullo, se suelta también el peso muerto del moralismo. 18 ciervas es un libro muy humano que toma como pie de escritura una historia de amor verdadera, real. Eso lo aleja también de la abstracción. Y, aunque la poeta conoce su oficio y es capaz de poner en metro, canónico y no, en verso y en prosa, el caudal de experiencia poética, la dicción huye de la metrificación excesiva. Quizá por eso, el punto desde el que enuncia, lo más difícil en poesía, es diáfano, y no lo estorba ganga alguna. El canto se colma de necesidad.

El cérvido es el símbolo occidental inveterado de peligro.

Ayuda también, y mucho, la pluralidad de voces, tiempos y lugares, a diferencia de tanta poesía amatoria más «orgullosa» y más centrada y regodeada en un topos único. En 18 ciervas está la voz de la poeta, está el amado, a quien la amada encuentra en una encrucijada que parece próxima al orgullo, «esa impredecible / intransigencia / que marida tan bien con la ternura», está el hijo y está la relación anterior, de la que huye como cerval criatura que escapa del maltrato y busca la bondad: «Ya la cierva se oculta / antes de la batida. / Ya el aire va teñido / de muerte venidera».

Encuentro con Rosana Acquaroni | La Casa Encendida

La poeta madrileña, autora de obras como ‘La casa grande’, premiada por el Gremio de Libreros de Madrid en 2019.

El cérvido es el símbolo occidental inveterado de peligro, tal y como aparece en la señal de tráfico que indica el paso de animales salvajes, aunque sean jabalíes en la mayor parte de los casos. Y parece una señal antigua, como ese ciervo rampante en el pórtico de la catedral de Lucca. Una señal ancestral, tal las ciervas que dan título al libro, en las pinturas rupestres de la cueva cántabra. Sin embargo, acierto del libro es llevar el locus amoenus también a la puerta del Sol, al barrio de Lacoma, a Nueva York, a un piso que adivinamos en el centro de Madrid.

La alternancia le viene muy bien al discurso amatorio. Son como dos caras de una misma moneda, dos ángulos de entrada al ámbito del ser en carne viva que es todo enamorado. Tenemos los poemas de descripción de la secuencia narrativa alternados con otros en los que se concentra el discurso y se hace emblema, puro símbolo.

Ayuda mucho la pluralidad de voces, tiempos y lugares.
La casa grande, poemas de Rosana Acquaroni - Zenda

También en Bartleby.

Léase el de la página 19, «Me ovillo en las antiguas», una fusión inusitada y feliz del simbolismo de la fiera y de la flor en un mismo alumbramiento. En estos poemas de significado más oscuro o críptico, cosidos al motivo cerval, cavernoso, asistimos a una mayor revelación de la conciencia enamorada, de la vulnerabilidad del ser en el proceso psicológico, de su desvelamiento en el eros, como una flor que se abre.

Un eros otoñal así asumido y cantado en toda su grandeza. Quizá sea eso lo más transgresor del libro, y todo libro de poemas de amor que se precie ha de tener algo de transgresión. Muy consciente de su vulnerabilidad, este eros de atardeceres, cuanto más tardío quizá más vulnerable, más hermoso es también:

8
(Que mi cierva
no sepa que respiro
en la hondura otoñal
de las vidrieras).

Amarse entre paréntesis, ¿puede haber más recato, más pudor y más conciencia? Feliz descubrimiento del libro es el discurso paralelo de una página para cazadores de poético título: Anatomía del primer disparo. Son citas de un manual de caza que parece escrito por un poeta. A este discurso relativamente blindado en su naturaleza gnómica, la poeta contrapone la descripción de las miserias matrimoniales de la relación previa, es el infierno que Eurídice deja atrás en su huida. Se identifica una vez más con la cierva, y la poética venatoria de las citas viene a ser el umbral del sacrificio en cada una de estas aras que son los poemas.

9
Escarbar la nevisca
pese a encontrar el fruto.

Rozar con el hocico
el fango del arroyo.

Resollar con la cierva
cercada
en el incendio.

Hace falta fe para cantar, y este libro rezuma una convicción que le da la altura y hondura enunciativa. La casa grande ya ganó un premio, y 18 ciervas puede convertirse en uno de los libros del año y granjearle muy merecidos galardones a Rosana Acquaroni.

18 ciervas, Rosana Acquaroni, Bartleby, Madrid, 2023.


EL AUTOR

CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS (Madrid, 1966) es un escritor y traductor español. Licenciado en Filología Inglesa y Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, es Doctor en Literatura Española y Teoría de la Literatura por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).