El helenista y sinólogo francés François Jullien se atreve con un ensayo sobre el sentido de la vida. Lejos de la autoayuda y con una pretensión más existencialista y filosófica, propone toda una «revolución en la moral» para ir a lo esencial.
© JESÚS CAMARERO
¿Todavía es posible en nuestros días hablar de la vida, de su significado, cuando la ciencia ya es capaz de explicarlo casi todo? Siempre podremos hablar de la vida porque es lo más importante que los humanos poseemos, pero podría haber algún detalle, nada banal, en el que no habíamos reparado.
La formación transversal del helenista y sinólogo François Jullien, con estudios en la prestigiosa ENS y en las universidades de Pekín y Shanghái, sin duda está detrás de su nueva aportación a la filosofía: De vera vita, un título ambicioso para un ensayo asentado en la tradición platónica y en la sabiduría del Tao, pero con interesantes implicaciones para la filosofía existencialista.
Este «pequeño tratado para una vida auténtica», como lo subtitula su autor, presupone que la idea que tenemos de nuestra existencia no acaba de ser la correcta. A partir de aquí, se abre efectivamente la posibilidad de transformar nuestro concepto de vida siempre, eso sí, que dejemos de lado la aportación ―poco útil y hasta contraproducente, según Jullien― de las teorías de la denominada «autoayuda», que han inundado indebidamente la reflexión reciente sobre los desarreglos existenciales y emocionales del ser humano contemporáneo.
Así que el concepto de «vida ausente» es el punto de partida de este ensayo, una evidencia rescatada del síndrome que afecta gravemente al ser humano actual. Este nuevo concepto, que tendría sus buenos intertextos en Rimbaud, Proust, Levinas, Adorno y Houellebecq, remite sin duda a una crisis del humanismo basado en «una naturaleza humana de identidad fija». Pero ha sido elevado aquí a un principio conceptual en el contexto de una sociología de la existencia humana contemporánea, pues ha puesto en evidencia ―y en riesgo― el deseo innato de la gente de «vivir verdaderamente», porque «la vida que vivimos tal vez no sea realmente la vida» y porque consiguientemente «la vida podría ser algo muy distinto a la vida que vivimos».
Solo vale el «descubrimiento» de lo que es el auténtico vivir: la vida tal cual.
Nadie podría acusar a Jullien de escasa lucidez ni tampoco de falta de rigor en sus argumentos. En este caso, el pensador ha rebajado el nivel de abstracción típico de los sistemas del saber, y se dedica a perseguir una especie de «revolución en la moral», porque se halla totalmente inmerso en la realidad, mejor aún, se halla comprometido con la vida auténtica, con la existencia real de la humanidad, a la que pretende ofrecer unas ideas en consonancia con nuestro mundo actual.
A medida que Jullien va desgranando el fruto de sus pensamientos, el lector de este ensayo no dejará de asombrarse ante algunos de sus descubrimientos. Como ya se ha dicho, al final resulta que tenemos dos vidas: la vida común o conocida (no-vida, pseudo-vida), y la vida deseada o verdadera, que surge de una discrepancia, un desfase o una disociación respecto a la otra. La primera viene impuesta por la moda de una sociedad solo atenta al comportamiento, a lo externo que es percibido por los otros; y la segunda responde a la acción, al movimiento que surge del ser humano y lo construye.
Así pues, esa contradicción interna de la misma vida nos lleva a una situación compleja y no poco paradójica: «La vida no vive», afirma tajante Jullien. Esta idea tan sorprendente, difícil de asimilar por su brevedad y también por su contundencia, viene del hecho de que la vida en sí misma contiene su negación (que no solo es la muerte), pues la vida «no deja de escapársenos» en el vivir cotidiano de nuestra existencia, se nos va su esencialidad, en su profundidad, con la superproducción de objetos, el materialismo consumista o las guerras que todavía continúan. Nuestra vida nos es dada pero no la poseemos total y absolutamente, y si esa verdadera vida no la tenemos es que no la vivimos realmente.
El concepto de «vida ausente» es el punto de partida de este ensayo.
Y si esta evidencia no era suficiente, Jullien se adentra en la profundidad del concepto y allí encuentra una definición de la vida asociada a la idea de factibilidad: la vida son los hechos que vivimos y eso no es un objeto de aprendizaje, porque los hechos suceden con nosotros dentro de ellos. Por lo tanto, afirma de nuevo tajante Jullien: «No se puede aprender a vivir». La vida es el hecho mismo de vivir. Tremenda la idea que Jullien nos presenta con ese realismo característico de todo su ensayo. Su moral aplicada y pragmática nos lleva a reconocer en nosotros mismos esa vida perdida, resignada, atascada, incluso alienada, a la que nos arrastra un modo de vida materialista y tecnologizado.
Y por cierto, ni siquiera la verdad podría ayudarnos a avanzar en el descubrimiento de la verdadera vida porque, en relación con ella, apenas si sería un argumento esgrimido frente al vivirla de hecho, realmente. La verdadera vida no consistiría en una «idealización» ni tampoco en una «revalorización», a estas alturas ya no valen más palabras y argumentos, solo vale el «descubrimiento» de lo que es el auténtico vivir, la vida tal cual, sin nada más.
De vera vita, François Jullien, Siruela, 2022, 224 pp.
EL AUTOR
JESÚS CAMARERO (Guipúzcoa, 1958) es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid, y profesor de Filología Francesa en la Universidad del País Vasco. Ha sido docente de Crítica literaria, Literatura comparada y Literatura francesa.
Ha escrito obras de distintos géneros como narrativa, ensayo, poesía, crítica literaria y guion cinematográfico entre las que destacan ensayos como El escritor total (1996), Metaliteratura (2004) o Cosmópolis o ética de la ciudad utópica (2006).