Joseph Brodsky, autor de origen ruso nacionalizado norteamericano, se atrevió con un tema clásico de la literatura como es la evocación de Venecia. Lo hace en esta Marca de agua, reeditada por Siruela, donde apuesta por la ciudad como refugio de invierno, sin renunciar a la mirada poética ni a unas reflexiones de gran lucidez.
© IGNACIO LLORET
Me pregunto si cabe hablar de un género literario propio en el caso de los libros en prosa escritos por poetas, por esos autores que se dieron a conocer como tales, que permanecieron fieles al formato de versos y estrofas hasta el final de sus días. Pienso en títulos como Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke, Confieso que he vivido, de Neruda, o Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Si es así, si aceptamos que existe esa modalidad en los confines de la narrativa, no hay duda de que Marca de agua ocupa un espacio privilegiado dentro de ella.
Esta mezcla de ensayo, guía de viaje y diario personal, esta obra híbrida centrada en la ciudad de Venecia, deleita al lector sin necesidad de ceñirse a ninguna métrica, sin la obligación de procurar ninguna rima. Lo curioso es que los pasajes más bellos, los momentos de mayor emoción no son los que alguien podría sospechar a priori, antes de empezar a leer. No son las descripciones de los palacios, ni de las callejuelas, ni de los puentes. No son las escenas observadas por el autor en sus paseos, ni el eco de las historias de amor que haya podido vivir o escuchar en relación con el sitio. Lo que conmueve al lector es la lucidez de las reflexiones de Joseph Brodsky, el esplendor de su intelecto puesto en marcha para nosotros.
No es fácil escribir sobre Venecia. Cómo ser brillante, ingenioso, lírico o interesante al abordar un asunto tan tratado, un lugar tan cantado, una referencia tan querida entre los artistas de cualquier disciplina. Qué cosas nuevas puede uno decir al cabo de tantos siglos, después de que se haya escrito tanto al respecto. He ahí un primer mérito de Brodsky, la naturalidad con que se lanza al terreno común sin miedo a ser comparado con otros, la seguridad que demuestra al estar convencido de que puede aportar algo singular.
Lo que conmueve al lector es la lucidez de las reflexiones del autor.
Claro, la respuesta es que cada uno tiene su propia Venecia, experimenta la ciudad a su manera. La del autor de origen ruso es un refugio de invierno, un archipiélago semihundido en el Adriático, un puñado de islas brumosas que él recorre una y otra vez, entre las que navega vigilado de cerca por palomas y gaviotas. Lo que más aprecia es su carácter indómito, la eficacia con que se resiste a ser conocida. Brodsky admira la indiferencia de Venecia, lo poco que le importan los demás, ese mensaje tácito que transmite cada día a viajeros y a turistas, a los forasteros en general, recordándoles que no son de allí, que no pueden quedarse mucho tiempo, que tarde o temprano tendrán que volver al país de donde hayan venido.
En cuanto a su contribución a la bibliografía veneciana, a su aportación en forma de libro, merece la pena destacar algunos encuentros, citas como la que tuvo en cierta ocasión con la viuda de Ezra Pound. Se trata más bien de episodios que ocurren mientras él está allí, en los que participa pero que no siempre tienen que ver con la ciudad. Y es que otro de los deseos del poeta emigrado a Estados Unidos es trasladar su rutina de escritor a Venecia, instalarse en ella con todas sus labores a medias, conseguir una estancia lo suficientemente prolongada como para no verse afectado por las obsesiones habituales del visitante de unos pocos días.
Igual que muchas obras literarias de su categoría, Marca de agua utiliza a menudo el lugar donde transcurre como un pretexto para desarrollar ideas de su autor. En todo libro introspectivo, más allá del universo de la ficción, hay un momento en que lo esencial, el verdadero valor añadido, se abre paso sorteando hechos y anécdotas, esquivando datos e informaciones, se consolida, como el de Joseph Brodsky, en forma de grandes frases sobre el ojo humano, sobre el contenido de una lágrima o sobre la función de los espejos.
La Venecia de Brodsky es un refugio de invierno.
Entonces, alcanzada esa cota de belleza en los pensamientos y en las observaciones, somos nosotros, los lectores, quienes empezamos a olvidar el escenario de estos capítulos autobiográficos, a ignorar cualquier nueva referencia al mismo, dejamos un poco de lado a Venecia y disfrutamos del lenguaje literario sin tener que asociarlo a nada real.
Marca de agua, Joseph Brodsky, traducción de Menchu Gutiérrez. Siruela, Madrid, 2023, 112 pp.
EL AUTOR
IGNACIO LLORET (Barcelona, 1968) es licenciado en Filología Alemana y en Derecho por la Universidad de Barcelona. Diploma de Estudios avanzados en Literatura y Ciencia Literaria por la Universidad del País Vasco. Ha publicado la novela Juguetes sin recoger (2002), el volumen de relatos Monocotiledóneas (2008), el libro de narrativa Tu alma en la orilla (2012), la novela El hombre selvático (2014), el libro de narrativa Nosotros como esperanza (2015), la novela El puente de Potsdam (2016), el libro de narrativa La pequeña llama del día (2017), el libro de relatos Diálogos animados con personas muertas (2018) y la novela Una ventana a la oscuridad (2020). Imparte cursos, talleres y conferencias. Colabora en periódicos, revistas y programas literarios de radio y televisión.