Raúl Nieto de la Torre publica un nuevo poemario Piedra negra, piedra blanca (Huerga y Fierro) en el que la ambición formal no está reñida con los temas de más calado y tradición del género, con reminiscencias a autores tan dispares y valiosos como Juan Gelman o san Juan de la Cruz con un sutil ritmo de rap de fondo.
© JULIO MAS ALCARAZ
Comenta Barthes en La muerte del autor que el texto debería ser interpretado en base a la experiencia y comprensión del lector. Qué mejor muestra de las paradojas a las que nos lleva esa afirmación que el título Piedra negra, piedra blanca (Huerga y Fierro, colección Rayo Azul), el nuevo poemario de Raúl Nieto de la Torre (Madrid, 1978).
La experiencia de la mayoría de lectores de poesía nos llevaría irremediablemente a César Vallejo y, sin embargo, la razón inicial de este título se encuentra en la película de Emir Kusturica Gato negro, gato blanco y, más en concreto, en el carácter musical del filme y en su componente no narrativo: «Estás dentro / de un musical y corres y tu carne / no cabe ya en la partitura de tus huesos.» (pág. 49).
El autor se atreve a transformar en poesía el significado más profundo de lo humano.
Raúl ha creado un poemario en el que la palabra martillea cada verso a un ritmo que a veces recuerda el rap y a veces recuerda a compases del sur de Estados Unidos. La musicalidad del contrapunto palabra-silencio forma parte del juego de forma y fondo. Los poemas, en ocasiones, casi pueden leerse de un tirón y algunos podrían tener una disposición de prosa poética.
A la ausencia de estrofas se añaden encabalgamientos poco convencionales, que tienen que ver a veces con el ritmo métrico y a veces con una voluntad de aparente imperfección y desorden dubitativo, como un trabajo no terminado, con reminiscencias a Mundar, el libro de Juan Gelman en donde el deambular también es protagonista, como lo es en este libro y lo fue en su primer Zapatos de andar calles vacías (2006): «Mi luto lo hago andando, como un rezo de / quien no sabe rezar, escucho / lo que ando. Creo andando.» (pág. 36).
Quizá la característica más relevante de Piedra negra, piedra blanca es la ruptura de la unidad del sujeto: casi todos los poemas muestran una segunda voz, no jerárquica, y esta segunda voz viene marcada en cursiva. Ya en Leopardo (2017), el poeta había iniciado la exploración de voces en el texto, aunque sin llegar a marcarlas. Esta vez, como de nuevo anticipa el título, el diálogo entre dos o más voces es constante, y el verso se hace dialógico, con numerosos contrapuntos.
Al contrario que poemarios con varias voces, como The Love Song of J. Alfred Prufrock de T.S. Eliot, o Howl, de Allen Ginsberg, no es fácil distinguir la voz de un narrador, o de un personaje determinado, y hay una voluntad, en línea con la película de Kusturica, de presentar un cierto desorden coral, en el que en ocasiones las voces pueden incluso proceder del mismo sujeto, en otro tiempo y forma: «Dijo hay en ti un hombre viejo / que no conoce al hombre joven / que también hay en ti.» (pág. 55).
El uso de la polifonía tiene, por tanto, una vocación borgiana de exploración de la otredad, de la otredad tanto en un tercero como en cada uno de los diferentes yoes que se conforman a lo largo de nuestra vida y que hacen que, incluso en un poema, el poeta maduro llame por teléfono al poeta de 17 años y le pregunte si está solo. Es lo que Cage llamaba «situaciones de descentramiento» aplicadas al yo. El poeta quiere interrumpir la noción de una identidad continua y coherente y pone en duda la integridad del yo lírico.
El uso de la polifonía responde a una vocación borgiana.
En ocasiones, el diálogo se establece entre el consciente y el subconsciente, y recuerda a The dream, de John Keats, o a The Bells, de Edgar Allan Poe: «Miras por el cristal. Nos / oímos ver el uno al otro.» (pág. 13). En la mayoría de ocasiones la otredad se explora desde un punto de vista que remite a la filosofía ubuntu: «Yo soy porque somos nosotros». Referencias más cercanas en poesía en castellano podrían encontrarse en Ácido almíbar (2014), de Rafael Soler, que también intercala versos en cursiva, o en el libro Levemente ondulado (2005) del uruguayo Roberto Appratto.
Este diálogo contrapunteado, polifónico y diverso, tiene como gran tema la identidad y su reverso: la muerte. El poeta escribe: «en nuestra piel envejecen los muertos (pág. 15); y en un solo verso resume la filosofía detrás del texto, una filosofía unitaria, en cierta manera monista, en la que se podría expresar que todos somos manifestaciones de una identidad única, en una exposición que recuerda a veces a Spinoza, y en la que el tiempo y una música ligeramente atonal están íntimamente ligados.
La preocupación por la muerte a veces cobra un sentido más existencial: «Sostienes / lo que ayer te dio sombra / y te ofreció su hombro muchas veces / y un día te sepultará» (pág. 70), con una crudeza que evoca al Blues castellano de Antonio Gamoneda, como si el poeta comenzara a ser más consciente de la brevedad de la vida y del carácter dual no solo de nuestra existencia.
Este existencialismo no siempre es pesimista o melancólico y a veces encuentra su opuesto, de nuevo en una regla dualista, en versos como: «Es la hora de amar o de morir.» (pág. 40). Recuerda el poemario a veces a la filosofía yin yang en su yuxtaposición de perspectivas y experiencias que se solapan para alimentarse y ofrecer una visión de la vida más compleja. A veces el poema parece rescatar la figura desdoblada del fetch escocés, ese personaje con la misma imagen de uno que viene a recogernos a la hora de la muerte.
En esa pluralidad de voces, y como elemento contrapuesto a la muerte, hay una mirada asombrada, que observa con curiosidad el mundo, una mirada que crea, en línea con un poeta cercano a Raúl Nieto como Federico Gallego. La mirada se detiene, por ejemplo, en un hielo, en un vaso, y surge el asombro: «Hay en el hielo una memoria / del Sol.» (pág. 18).
El lenguaje de los niños es un lenguaje especial, demasiado mágico para perdurar, como bien sabe el poeta: «Mi hijo habla otro idioma / y yo quiero decir cosas que él dice.» (pág. 76). Surgen juegos con vasos comunicantes, con la rayuela, el suelo se cubre de juguetes y el poeta menciona esas marcas en las puertas que miden el crecimiento de los niños durante años.
Raúl Nieto ha creado un poemario un ritmo que a veces recuerda al rap.
Ese «no saber sabiendo» de san Juan de la Cruz, tan propio de la infancia, aparece en los versos: «mi poema canta y dice todo lo que sé / de lo que yo no sé» (pág. 17). El poeta en ocasiones se atreve a incluir en un mismo poema la muerte y el juego, algo que sintetiza el carácter especular de todo el poemario: «¿Quién dice a otro anda y mira / por mí el mundo y se pone / dos nubes en los ojos / y llama a eso morir?» (pág. 64). Incluso las palabras tienen su propia muerte asignada, pero en su caso el poeta les ofrece el regalo de una resurrección. Las palabras no quieren morir y «encontrarán la forma / de salir de tu cuerpo / y entrar en otro.» (pág. 28).
Raúl Nieto de la Torre ha escrito un poemario que subraya una ontología que se experimenta desde el otro y en la que el yo siempre es un sujeto desdoblado, je est un autre, que escribía Rimbaud. Esta obra es un ejercicio lírico y teórico que alcanza su mejor expresión textual cuando miramos nuestro propio reflejo desde los ojos del poeta. En una meditación sobre temas tan universales como la identidad, la muerte, la infancia o la propia escritura, el poeta reflexiona sobre lo que significamos para nosotros mismos y quiénes somos realmente cuando miramos desde otros a nuestro ser.
Piedra negra, piedra blanca rompe con la unidad del sujeto.
Raúl se atreve a transformar en poesía el significado más profundo de lo humano. La belleza poética surge del vértigo existencialista frente a un escenario cambiante donde los desplazamientos entre lo ficticio y lo real son inevitables. Si la poesía es sólo un intento ilimitado por capturar en versos lo impensable, el poeta logra con su visión íntima y profunda una armonía entre lo que somos y lo que no somos desde los mismos confines que delimitan nuestra existencia. A través de sus versos, este libro nos acerca al concepto de ser humano como parte inseparable del otro.
Raúl logra hacernos sentir cómodos con la incertidumbre existencial y alienta un desapego respetuoso ante los temores colectivos. Su lenguaje apunta hacia lo cotidiano, completo y universalmente humano. El libro nos recuerda cómo la existencia es mucho más extensa e insondable que aquello que podemos ver o comprender. El borgiano ser nadie para ser todos los hombres se recrea en este libro único y bello, travieso y profundo, que invita a una continua relectura.
Piedra negra, piedra blanca. Raúl Nieto de la Torre, Huerga y Fierro, colección Rayo Azul, Madrid, 2022, 88 pp.
EL AUTOR
JULIO MAS ALCÁRAZ (Madrid, 1970) poeta, cineasta y traductor. Como poeta publicó Cría del ser humano (2005). En 2011, llegaría El niño que bebió agua de brújula (Calambur), libro que fue seleccionado por El Cultural del diario El Mundo como uno de los cinco mejores libros de poesía del año, y se ha convertido desde entonces en un libro de culto. En 2021 publicó Ritual del laberinto (Bartleby), libro con el cual ha resultado finalista del Premio de la Crítica Nacional y del premio de la Crítica Valenciana. Su obra ha sido reseñada en grandes medios y revistas literarias de nuestro país y forma parte de numerosas antologías. Ha sido traducido al inglés, francés y árabe.