Penúltima culminación de la escritura

La última entrega del escritor francés Michel Houellebecq (1958) se recibió con las expectativas habituales, pero parece un sentir unánime que su Aniquilación es una versión suavizada del otrora enfant terrible de las letras galas, con sus aciertos pero también con debilidades y una querencia por el estilo sencillo y directo tipo ‘novela de aeropuerto’ algo decepcionante. 
© JESÚS CAMARERO

En principio, quizá por su tamaño, pero también por su factura, la última novela de Michel Houellebecq, Aniquilación (Anagrama), estaría revestida de un halo de culminación, como si fuera un relato que habría conseguido completar el recorrido de toda una obra tras una larga trayectoria narrativa de su autor. Algunos elementos de la narratividad de esta novela podrían confirmar efectivamente esta primera sensación.

Un protagonista muy parecido al de narraciones anteriores, aunque quizá un poco más arquetípico, llamado Paul Raison, parece liderar un relato con las facciones de algunas secuencias ya conocidas de otras obras. Aunque, en realidad, se trata de ese hombre actual que sobrevive a duras penas en una sociedad tecnoavanzada, en la que se ve superado por una realidad en la que no acaba de encontrar los anclajes necesarios para establecer su identidad y llevar adelante su existencia, aunque solo fuera, medianamente feliz.

En esa misma sociedad de consumo exacerbado aparece reflejado, como suele ser habitual en los protagonistas de las novelas de Houellebecq, el mundo de los supermercados, bares, restaurantes, carreteras, viajes y abundantes productos de consumo, como para recordarnos la tremenda dependencia que los urbanitas actuales sufren respecto del consumismo más atroz.

Inicialmente, ciertos elementos de la sexualidad fallida, la felicidad fracasada o la vida descompuesta nos anuncian tramas similares a las de obras anteriores. Y ello permite al lector reconocer sin problemas un mismo entorno, un mismo ambiente, incluso una misma sensibilidad que Houellebecq ha venido construyendo en sus obras desde hace más de un cuarto de siglo.

Un estilo muy parecido, perfectamente reconocible en general, dotado casi de la misma «voz» narrativa o muy parecida, nos encamina por los senderos de un discurso directo y hasta radical, de marcada vocación anti-estética y no poco provocador en sus contenidos, que ya eran la costumbre del autor.

Las abundantes referencias a los avances científicos y tecnológicos, las alusiones al mundo científico (donde destaca sin duda la especialidad informática), el empleo de  expresiones típicas del lenguaje científico de no pocas materias, además de un sorprendente despliegue de vocabulario técnico-erudito, nos sitúan ya en el dominio social-profesional típico de la narrativa houellebecquiana. Y esa misma ambientación de la historia en una sociedad ciertamente decadente nos instala en la preocupación por el saber, la información y el conocimiento, así como en la habitual crítica sociológica del autor francés, cuyo alcance se sitúa claramente en las coordenadas de una ideología «antimoderna», crítica, pero siempre proactiva.

Pues bien, tras cientos de páginas leídas, estas expectativas del lector houellebecquiano solo se han cumplido en parte o quizá de un modo distinto al de obras anteriores.

El estilo se ha suavizado notablemente respecto de obras anteriores.

El autor ha optado en esta ocasión por un argumento bien diferente, casi al modo de los más llamativos bestsellers: una trama de suspense típica de la narrativa de política-ficción tan al uso en Estados Unidos, pero que no es tal, porque simplemente se reduce a la breve historia de una convocatoria electoral típica en Francia, sin más consideraciones por otra parte y, por cierto, sin relación alguna con la de Sumisión.

A ello se añade una serie de acontecimientos vinculados al ciberterrorismo, en la más llamativa de las tramas de éxito editorial hoy en día, pero que tampoco tiene demasiada trascendencia, o ninguna en realidad ―¿dónde estaría pues el efecto «aniquilador» que afectaría a las estructuras del Estado francés?―, porque al final todo queda en agua de borrajas, o sea un acto gratuito del argumento con connotaciones postmodernas en la tradición de un clásico-moderno como André Gide, pero también una especie de infarto narrativo que al lector le deja un sabor final agridulce.

Y lo que es más, el estilo se ha suavizado notablemente respecto de obras anteriores: la sensación de estar leyendo una especie de informe sociológico sobre la sociedad tecnomoderna actual sigue vigente, pero las expresiones, ciertas palabras malsonantes y no pocos contenidos «escandalosos» han sido relativizados en grado importante. Se mantiene en todo caso la expresión sencilla, accesible, incluso neutra, de un estilo solo aparentemente fácil, que sin duda le permite conectar con la gran masa lectora sin problemas. Lo cual acabará siendo un triunfo de la escritura houellebecquiana, al tiempo que le habrá instalado cómodamente en la tradición estilística de Louis-Ferdinand Céline o incluso, con algunos matices, de Marcel Proust y Georges Perec.

Este cambio en el estilo va en conjunción, curiosamente, con el cambio que afecta al argumento: la «aniquilación» de la salud y de la vida en la persona del padre del protagonista (accidente cerebrovascular), del propio Paul Raison (cáncer terminal) y de su hermano (suicidio), tratada desde un punto de vista que podríamos calificar de «humanista» sin temor a exagerar.

Houellebecq nos encamina por los senderos de un discurso directo y hasta radical.

Esto es así porque la columna vertebral del argumento queda centrada entonces en una tragedia familiar, ampliamente descrita, como suele, con todo tipo de detalles, en la mejor tradición del nouveau roman o de  Perec. Todo ello viene adobado con abundante información sobre el mundo de los hospitales y residencias de ancianos. Además, en el proceso de la enfermedad cancerosa, el paciente solo encuentra consuelo en la literatura de entretenimiento de sir Arthur Conan Doyle, mientras contempla el cercano horizonte de su propia «aniquilación» como ser vivo humano. Y, aunque no tenga mucho que ver con las tramas policíacas, esta pasión literaria exultante del protagonista viene acompañada de un entorno moralista proveniente, nada menos, que de filósofos como Blaise Pascal o Epicuro, que se han ocupado del problema de la felicidad humana.

De nuevo, el protagonista es un técnico que trabaja, en este caso, para una institución estatal un tanto singular (servicios secretos). Y su carácter más destacado ―el fracaso― está determinado por el espíritu que ya es tan típico de tantos personajes de la narrativa houellebecquiana como de la época que el autor viene describiendo repetidamente. Ya desde el mismo comienzo del libro, el lector se enfrenta a la situación de un hombre soltero, sin vacaciones, en el otoño gris, que tiene la sensación de estar en el corredor de la muerte, una situación a la que Houellebecq no dejará de aplicar alguna de sus más emblemáticas frases, casi siempre en el marco de una moral existencialista: «La proximidad de la nada es inhabitual».

O sea que la muerte habría podido ser un alivio al sufrimiento provocado por una angustia existencial elevada a una potencia superior e insoportable. Y, de nuevo, aparece la sensación ―tan sartriana― de la náusea ante una situación indeseable, absolutamente perjudicial para ese hombre contemporáneo que vive en una sociedad industrial avanzada, pero sin esperanza, sin disfrute posible.

En cuanto a la sexualidad, una de las marcas más destacadas, y llamativas, de la narrativa del autor de Las partículas elementales, en esta novela se produce un cambio que se podría calificar de sorprendente e importante. En concreto, los habituales problemas de pareja y la sistemática sexualidad frustrada tienen en esta novela un efectivo contrapunto.

La obra se sitúa en las coordenadas de una ideología «antimoderna», crítica, pero siempre proactiva.

El protagonista supera su problema de ruptura con su pareja y de falta de relaciones íntimas, llegando a una plenitud exultante (sobre todo si el lector recuerda las novelas anteriores y hace comparaciones). Se abre así pues la posibilidad de una vida íntima plena, feliz, erótica y optimista, se anuncia también un horizonte posible de felicidad hasta ahora desconocido y, en fin, por primera vez en la narrativa houellebecquiana aparece un happy end, incluso a pesar o en contrapartida de la enfermedad terminal del protagonista que, de ese modo, puede afrontarla de un modo que llama la atención.

Resulta por tanto paradójico el balance de esta nueva novela de Michel Houellebecq. Solo queda esperar la próxima entrega de un escritor que todavía no ha bajado la persiana de su escritorio, por mucho que en esta última obra nos haya entregado un texto en parte culminante.

 

Aniquilación, Michel Houellebecq, Anagrama, Barcelona, 2022, 608 pp.


EL AUTOR

JESÚS CAMARERO (Guipúzcoa, 1958) es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid, y profesor de Filología Francesa en la Universidad del País Vasco. Ha sido docente de Crítica literaria, Literatura comparada y Literatura francesa.

Ha escrito obras de distintos géneros como narrativa, ensayo, poesía, crítica literaria y guion cinematográfico entre las que destacan ensayos como El escritor total (1996), Metaliteratura (2004) o Cosmópolis o ética de la ciudad utópica (2006).