Pilar Adón da muestras de su buen momento narrativo con De bestias y aves (Galaxia Gutenberg) donde despliega su talento para crear un universo propio ajeno a las tentaciones del realismo. Y con la capacidad intacta para mostrar solo aquello que es preciso, jugando con la imaginación en su sentido más profundo.
© JUAN ÁNGEL JURISTO
Quizá haya sido la mera fascinación de la unión de los dos términos, “beasts and fowls”, bestias y aves, cuyos órganos internos gustaba de comer con fruición el señor Leopold Bloom, lo que moviera a Pilar Adón (Madrid, 1971) a titular así, con referencia al capítulo cuarto de Ulises, de James Joyce, esta su última novela, una bella metáfora sobre el otro lado que a veces logra colarse en este que creemos más seguro por cotidiano y donde lo siniestro se muestra con toda su potencia originaria.
El título muestra preferencia, sin embargo, por la preeminencia del lenguaje. No es para menos: la autora no sólo es una de nuestras escritoras más celebradas en esa postura que los críticos llaman “lenguaje cuidado”, sino que posee una cualidad más importante, con ese lenguaje crea mundos donde lo que no se dice se imagina, lo que potencia la sensación dada, crece en importancia a lo que se nos presenta. Esa cualidad, rara, hizo famosa la escritura de Ernest Hemingway, y se suele poner como ejemplo de tal modo de tratar la literatura citar ese magnífico relato, “Los asesinos”, que al modo de un iceberg sólo presenta al lector una pequeña porción de lo que significa.
Nada más alejado del modo de narrar de Pilar Adón que el del autor de Fiesta pero nuestra autora se acerca en su modo de narrar a ese ocultamiento a medias, a ese dejar entrever por los resquicios del lenguaje un mundo que se presenta más complejo de lo que aparenta. Y ese don lo mostró desde luego con aquel ya lejano libro, Viajes inocentes, y ya con creces en Las efímeras, Las hijas de Sara o Eterno amor, un don que ha hecho de Adón una de las escritoras mejor dotadas de nuestra narrativa y dueña de un mundo que sólo a ella le pertenece.
Se dice que el jardín del Edén estaba poblado con profusión de bestias y aves, amén de plantas, al igual que Betania, ese lugar que parece no estar en parte alguna y a donde llega Coro, una pintora que ha sentido la necesidad de coger el coche, de no llevar dinero ni teléfono móvil, sólo una maleta con fotos de su hermana ahogada, y que a punto de quedarse el coche sin gasolina y buscando donde repostar llega a esa finca, lo que hace que ese descuido adquiera categoría de destino.
Pilar Adón emplea el lenguaje para crear mundos donde lo que no se dice se imagina.
En ese lugar viven una media docena de mujeres y dos niñas, un lugar que termina presentándosele a Coro como una cárcel y a esas mujeres como sus secuestradoras hasta tal punto de que cuando llega a ese lugar el dueño del mismo, Tobías Mos, Coro cree que la rescatará de esa fascinación que la impide salir y que quedará sorprendida cuando se de cuenta de que él se ha integrado allí sin resistencia manifiesta, lo que más tarde le ocurrirá a ella misma.
Novela de vocación eminentemente metafórica, se aleja conscientemente de toda secuela del realismo, en especial de los tipos psicológicos para derivar en una serie abstracta de personajes que representan caracteres, así, el de Missa Tita que otorga a esta caterva de personajes cierto aura legendario, como procedentes de tiempos remotos o anclados de forma permanente en lo más profundo de nuestra alma.
Pero si tal acontece con los personajes, donde la recreación de esta atmósfera llega quizá a su culmen es en la descripción de ese paisaje pleno de bestias y aves, lo que acerca la novela a la tradición del relato gótico, que como es bien sabido, fue el género que permitió a nuestra cultura la necesaria válvula de escape para dar forma terrorífica a nuestras inquietudes.
La novela se aleja conscientemente de toda secuela del realismo.
Pilar Adón es consciente de esa tradición pero traduce con sabiduría esa inquietud próxima a lo terrorífico mediante una bella inmersión en lo elusivo, lo insinuado que es su más preciada seña de identidad. Así, hay en esta novela pasajes de inusitada belleza, como el comienzo de la novela, que me recuerda en su descripción de inocente presentación la llegada de Marion Crane al motel donde habita Norman Bates, en Psicosis, de Alfred Hitchcock y que será sacrificada en la ducha, versión moderna del agua original que lo mismo sirve para los ritos de mayo que para lavar, dejar correr pecados y terrores.
Lo inquietante, el terror derivado de esa situación de incomunicación total, la sensación de extravío, la soledad, la impotencia…; sensaciones que le acometen a Coro al modo de la persistencia de la tortura en la tragedia griega. Una novela de enorme calidad, no por prevista menos inusitada.
De bestias y aves. Pilar Adón. Galaxia Gutenberg. Barcelona. 2022. 208 pp.
EL AUTOR
JUAN ÁNGEL JURISTO. Escritor, crítico y periodista. Nació en Madrid en 1951. Estudia filología española en la Universidad Complutense. Ha colaborado, entre otros medios, en El País, dirigido la revista literaria El Urogallo y la sección de cultura en El Independiente y El Sol. Ha ejercido de crítico en La Esfera, del diario El Mundo. Más tarde se incorporó a La Razón y actualmente colabora en ABCD las Artes y las Letras. Ha colaborado en las más importantes revistas literarias y culturales españolas. Es autor de los ensayos Para que duela menos (1995) y Ni mirto ni laurel (1998). Es autor de tres novelas: Detrás del sol (2006), El hilo de las marionetas (2008) y Vida fingida (2012).