Pedro López Lara, poeta nuevo y en sazón | Sobre «Dársena»

No es frecuente ver nacer a un poeta en el colmo de su madurez vital y creativa. Tras décadas de escritura callada y de inexistencia editorial, Pedro López Lara nos regala tres libros que denotan una voz propia y un universo desolado, aunque verbalizado sin trompetería patética. Aquí se da cuenta del tercero de ellos, Dársena.
© ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA

El que suscribe ha renunciado hace tiempo a estar al tanto de las novedades poéticas. Decaídos los tradicionales filtros críticos y editoriales, a veces muy injustos, el turbión de publicaciones desborda las capacidades de un lector cuidadoso, que debe apartar demasiada broza para llegar, si es que lo consigue, a lo sustantivo. Así que la selección de lecturas la realiza demasiadas veces el azar, que es el que señala algunos títulos que, sin su intervención, hubieran pasado inadvertidos.

Hago este exordio porque han llegado hasta mí los primeros libros de un autor maduro, pero nuevo en la publicación, que ofrece el rezumo de una tarea que, por todos los indicios, ha constituido una dedicación continuada desde mucho tiempo atrás. Hablo de Pedro López Lara (Madrid, 1963), cuyo bautismo lírico ha tenido lugar a una edad en que otros cambian el oro de la poesía por el cobre de la reflexión, si hemos de hacer caso al Antonio Machado de Soledades (“Poeta ayer, hoy triste y pobre / filósofo trasnochado”…).

El caso es que el poeta inédito obtuvo el Premio Rafael Morales con Destiempo, un título que parece adecuado a esa circunstancia y con el que su autor abrió las esclusas editoriales hasta entonces cerradas, porque en el curso de pocos meses ha dado a la luz, además del citado Destiempo (2021) y ya sin solución de continuidad, Meandros (2021) y Dársena (2022), al que preferentemente me referiré aquí.

Que López Lara es poeta lo comprobará quien se asome a cualquiera de estos libros; de que ha ejercido profesionalmente de filólogo se enterará quien lea las solapas, aunque le resultaría fácil suponerlo a quien se adentre en estos poemas. De hecho, el libro de su estreno público, Destiempo, se abre con “La palabra”, poema brevísimo de amargas remisiones evangélicas: “En el principio era la Palabra, / y a su lado no había ningún dios”; y se cierra con una serie de composiciones que, bajo el título general de “Logos” (otra vez la palabra), se rematan con un poema que enjareta versos de poemas ajenos, a modo de sarta antológica que habla de una existencia en modo literario, alrededor de la palabra como núcleo de la labor poética, cabe decir en su caso de la vida.

López Lara nos regala tres libros que denotan una voz propia y un universo desolado.

En Dársena, llama de inmediato la atención la taxatividad de algunas composiciones (la redondez o rotundidad, podríamos decir), y cómo ese estilo no impide la invitación sugerente a ir más allá de las paredes del poema. No estamos ante versos que recorren el camino que conduce a este o al otro lugar, sino ante el estuario en el que desemboca y se resume ese proceso itinerante que aquí no se despliega, sino que es anterior al poema, como si este fuese la adfabulatio condensada de una fábula previa: de ahí ese tono sentencioso tan característico.

Puede que el poema diluya el tremor patético del arranque, casi siempre pesimista, con un matiz displicente o descuidado que abre otras expectativas que resultan finalmente truncadas. Incluso en ese desgaire predomina la consternación, si bien se presenta metabolizada y sin redobles expresivos.

Puede servir de ejemplo el poema “Escolios”, que por su brevedad me permito reproducir: “Dolores extremos hay cuatro: / nacer, vivir, morir y ver morir. // Al margen de eso, / en una franja muy estrecha, / afirman haber visto maravillas / los viajeros antiguos. / En nuestros días, sin embargo, no hay noticia / de escolios semejantes. Hace tiempo / que cunde entre nosotros el desánimo”. Obsérvese: tras el puñetazo en los ojos del arranque, con un ritmo de anfíbraco en el primer verso para expresar una lección conmovedora, se abre una ventana atenuadora y un sí es no es desdeñosa (“Al margen de eso”…), tras lo que adviene el remate del final, tan umbrío como el comienzo aunque mucho menos atronador: lo que resulta desolador no es el obvio crespón de la muerte, sino la vida que la antecede, emparedada en su irrelevancia entre la cuna y la sepultura.

Que López Lara es poeta lo comprobará quien se asome a cualquiera de estos libros.

No podríamos imaginar, desde luego, que esta poesía hubiera sido escrita por un autor joven (salvo que este adoptara la postura artificiosa de quien viene de vuelta sin haber ido a casi ningún sitio todavía): pues el joven hubiera recurrido a tintes trágicos y optado por una liturgia de la desesperación, en tanto que aquí solo hay desesperanza. Por eso sorprende menos que el pesimismo se verbalice sin el aparato retórico de las tragedias, como si la ligereza y la música de los versos contradijeran la carga letal que transportan y hubiera escasa adecuación entre los vaivenes métricos y el contenido (algo que no deja de recordarme al gran pesimista Carlos Sahagún, que puede entonar el planto de Pleberio con un ritmo de minué: “¿Y para quién construí navíos”?).

Pongo aquí por caso de lo que indico una composición como “Versión definitiva”, en que el poeta juega con los pentasílabos triples de los versos, que, dadas sus marcadísimas cesuras, permiten una lectura en columnas verticales: “No te arrepientas —lo hecho, hecho— de lo ocurrido. / Nada tuviste —tú nada hiciste— que ver con ello. / Además, aunque —tal vez fue así— no fuera así, / de qué podría —fui yo, confieso—, años por medio, / servir a nadie —ego te absolvo—: tú nada has hecho”. Puede que el tintineo musical despiste acerca de la naturaleza del tema: una confesión de culpa que pone en pie un pasado mal enterrado.

Hay algo que evidencia la condición de epítome de esta poesía, y es que el libro se presenta como recopilatorio existencial, de modo semejante a esos compendios poéticos —muchos de ellos publicados póstumamente por amigos y allegados— en que los románticos españoles daban noticia de sí, y que solían titularse, sin corvetas pretenciosas, Poesías. Esto es: no promesas, sino frutos en sazón, lejos de esos otros en agraz que nos suelen regalar las prisas juveniles.

En Dársena, llama de inmediato la atención la taxatividad de algunas composiciones.

Pero, claro, cada existencia lleva detrás lo suyo: supongo que en la del poeta hay una reflexión sostenida sobre las letras, la poesía, el pneuma. De ello tratan varios poemas: ya el primero habla del ritmo, de las recurrencias fónicas, que tienen una función anamnésica y apelan también, en su previsibilidad casi litúrgica, a las nociones de lo sagrado. De tal modo, las referencias a las rimas, los metros, los ritmos…, terminan irradiando semánticamente hacia territorios más amplios, en que los procedimientos de la escansión se abren al sentido global de la vida y de las muertes que la vida acoge: “Solo es bueno un poema / cuando el último verso se acuerda de todo”. Además de convocar toda la existencia, ese verso final altera con su tamborileo rítmico (el anapesto acentual) la inercia de lo esperable a tenor de los versos precedentes, más convencionales según las leyes acentuales castellanas.

El abatimiento dominante guarda relación con el desengaño barroco, no solo en la acepción psíquica de decaimiento y desánimo, sino en la de salida del engaño y acceso a la verdad. La familiaridad con ello facilita la asunción del “repliegue / hacia la desmemoria”, como se expone en “Acogida” (“Antes que muera en otros brazos, / ofrécele los tuyos”…): un poema, por cierto, que nos confunde al iniciarse ex abrupto con una circunstancia que oculta o pospone lo importante, pero cuya música verbal remite al final de la Epístola moral a Fabio (“antes que el tiempo muera en nuestros brazos”). La similitud de las palabras, el encontronazo de los sentidos. Y un libro de poemas que —no siempre va de suyo— rebosa poesía.

Dársena. Pedro López Lara. La Discreta. Madrid, 2022.


EL AUTOR

ANGEL PRIETO DE PAULA

ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA (Ledesma, Salamanca, 1955) es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Alicante. Es editor de clásicos y contemporáneos, antólogo de poesía española, ensayista,  traductor, crítico e historiador de la literatura. Algunos de sus libros sobre letras del Novecientos son La llama y la ceniza (1989), Claudio Rodríguez: visión y contemplación (1996), La lira de Arión: de poesía y poetas españoles del siglo XX (1991), Musa del 68: claves de una generación poética (1996), De manantial sereno (2004), Azorín frente a Nietzsche y otros asedios noventayochistas (2006), Manual de literatura española actual (2007; con Mar Langa), Poesía: textos y contextos (2012), Las esquinas del yo: estudios de literatura española contemporánea (2018) y La poesía española de la II República a la Transición (2021).