‘La suerte suprema’ de Mariano Antolín Rato

Uno de los renovadores de la prosa más arriesgados y comprometidos de las letras españolas vuelve a la carga con La suerte suprema (Pez de Plata), una peculiar novela de carretera en la que se cuela de nuevo el recurrente Rafael Lobo, en un viaje iniciático tras un apagón cibernético de tintes odiseicos que hechizará a los seguidores de Antolín Rato y a los merecidos nuevos lectores.
© JUAN ÁNGEL JURISTO

Desde que, en 1973, Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943) publicara Cuando 900 mil mach aprox, su primera novela —a la que siguieron entre otras, Mundo araña, Mar desterrado, Abril blues, Botas de cuero español, hasta llegar a sus últimas producciones, Lobo viejo, Picudo rojo o Silencio tras el telón del sueño—, su narrativa ha terminado convirtiéndose en un referente de cierta literatura vanguardista.

En ese magma, se hallaban escritores muy distintos como J. Leyva, José María Guelbenzu Julián Ríos que, a través de la ruptura de las convenciones del lenguaje, intentaron romper ese férreo cinturón tradicional de la literatura española que a lo más se decantaba por un expresionismo que huía sus raíces en el Barroco, caso de Camilo José Cela.

Con esta novela, el autor vuelve, como siempre, a enfrentarse con las corrientes más actuales.

Antolín Rato fue un adelantado en los años sesenta en nuestro país, al igual que Antonio Escohotado, respecto a la desacralización del consumo de drogas, en especial el LSD, amén de en compañía de María Calonje crear una editorial, Júcar, que aún hoy merece se reconozca su importancia en su justo valor. Traductor de prestigio al inglés y francés, sus versiones de Jack Kerouac, Ezra Pound, Scott Fitzgerald, William Faulkner o Raymond Carver, entre otros, nos da idea de sus gustos, así como de sus obsesiones y sus fantasmas.

Aunque nada como recorrer los títulos de sus ensayos, transparentes desde el título mismo: Introducción al budismo zen; o Bob Dylan, figura esencial en su estética hasta el punto de haber escrito una novela con el título de una de sus canciones.

Por algunas novelas del autor circula un escritor, Rafael Lobo, que algún lector desprevenido podría pensar es un alter ego de Antolín Rato. Más que de un trasunto, habría que calificarlo de sobrante, es decir, es un personaje que cumple ciertas expectativas, no todas, de su creador. Digamos que acontece cuando Antolín Rato se nos pone romántico al modo que se pone romántico un rockero, claro.

Este personaje es recurrente en algunas novelas del autor; así, Lobo viejo, una suerte de novela en la onda de On the Road en la que el escritor, a bordo de un Ford Capri, realiza un viaje al sur de España, geografía donde la corrupción parece haberse enseñoreado de la costa mediante la especulación inmobiliaria.

Rafael Lobo es un personaje que cumple ciertas expectativas, no todas, de su creador.

Esa geografía fantasmal tiene su correlato en los propios fantasmas personales de Lobo, en especial cuando se topa con Silvia Solís, su madre Mery Suardiaz y a García, un traductor que es otro sobrante de Antolín Rato, un personaje que complementa a Lobo, claro, pero que puede ser también su contrincante, aun sea por las horas robadas en el oficio. Ni que decir tiene que en Lobo viejo el homenaje a Bob Dylan se hace aún más intenso, casi más prolijo, desde luego más secreto que en otras novelas anteriores.

La novela de carretera es un recurso que Antolín Rato frecuenta, fascinado por la obra de Jack Kerouac, que tradujo. Ahora acaba de publicar La suerte suprema, otra entrega en la que se nos aparece de nuevo Rafael Lobo, que realiza un viaje, esta vez a causa de un apagón cibernético, en busca de Helwna Troyano, versión actualizada de la Odisea y de las narraciones del ciclo troyano, la mayoría perdidas en el polvo de la historia del mismo modo que Helwna Troyano ha desaparecido, pues estamos ya en la posposmodernidad, inmersos en un apagón de energía eléctrica.

“¡ZAS! Desaparece la relación con el universo virtual. Fulminantemente suprimida la fantasía informática de meses con Helwna Troyano por imán. Ella, mujer ilusoria cuya atracción irresistible atenúa la soledad y la falta de ideas, impedía mi hundimiento absoluto aquí en una existencia de Rafael Lobo incapaz de escribir”.

El comienzo mismo de la novela produce inquietud por pertenecer a los fantasmas cotidianos: se produce el tan temido apagón y somos conscientes ahora de lo que lo virtual media en lo real, o en lo que hasta entonces teníamos por tal.

Antolín Rato fue un adelantado en los años sesenta en nuestro país.

Huelga decir que, en este viaje de carretera, que es el modo en que lo moderno adopta lo iniciático, Rafael Lobo se introduce en ambientes inhóspitos, por decirlo de manera suave, en medio de un paisaje que ha comenzado a ser devastado por el cambio climático.

Y la novela, después del viaje iniciático odiseico, termina en un bucle a lo Finnegans Wake: “Desamparo, vacío, aire acondicionado asedian cuando doy la espalda a la ventana. En el momento de iniciar mi paso, se va la luz. ¡ZAS!”.

Con esta obra, el autor vuelve, como siempre, a enfrentarse con las corrientes más actuales que recorren el mundo y ofrece una respuesta acorde a lo que nuestra literatura actual, como sucedió en los sesenta, pero por otros motivos, no termina de incorporarse.

De nuevo, también con otros recursos, el autor se mueve en ese espacio no marginal, antes bien reservado a los raros, donde aquí, como en el Limbo, siempre hemos colocado este tipo de literatura. Una muy buena novela.

 

 

La suerte suprema. Mariano Antolín Rato. Pez de Plata. Oviedo, 2022. 279 pp.

 


EL AUTOR

JUAN ÁNGEL JURISTO.  Escritor, crítico y periodista. Nació en Madrid en 1951. Estudia filología española en la Universidad Complutense. Ha colaborado, entre otros medios, en El País, dirigido la revista literaria El Urogallo y la sección de cultura en El Independiente y El Sol. Ha ejercido de crítico en La Esfera, del diario El Mundo. Más tarde se incorporó a La Razón y actualmente colabora en ABCD las Artes y las Letras. Ha colaborado en las más importantes revistas literarias y culturales españolas. Es autor de los ensayos Para que duela menos (1995) y Ni mirto ni laurel (1998). Es autor de tres novelas: Detrás del sol (2006), El hilo de las marionetas (2008) y Vida fingida (2012).